José Antonio Del Busto
Al final de este viaje Al final de este viaje

Por Raúl A. Mendoza C.
Fuente: Domingo. La República, Lima 05/04/09
http://larepublica.pe/archive/all/domingo/20090405/14/node/185352/todos/1558

José Antonio del Busto Duthurburu, historiador, catedrático y acaso el estudioso que mejor conoció la historia de la Conquista del Perú, falleció el 2006. Sin embargo dejó apuntes sobre su vida que hoy, a poco más de dos años de su partida, ven la luz en un texto realmente hermoso: “Memorias de un Historiador” (Fondo Editorial PUCP), el libro de su despedida.

José Antonio del Busto Duthurburu siempre llevó un diario personal con datos y observaciones que no quería que borrara el olvido. Así nacieron sus memorias. Pero cuando ya había terminado el trabajo de ordenarlas y tenía escrita una introducción para ese futuro libro, la muerte lo alcanzó en diciembre del 2006. Ahora el libro ha sido publicado, con un título sin retórica: “Memorias de un Historiador”. “Es el recuento de mi vida, una vida no valiosa, pero acaso de alguna utilidad”, escribió en las páginas iniciales, justificando sus recuerdos antes de partir. En palabras de quienes lo conocieron, su vida sí fue enormemente valiosa por todo lo que investigó sobre nuestra historia, las varias generaciones de peruanos que formó y los libros que escribió.

De él se ha dicho que escribía con la precisión y elegancia de un cronista de la Conquista. Su obra es una prueba de ese estilo: transparente en la exposición de ideas, exacto en datos, conciso como pocos. En su último libro tampoco hay adornos. Es muy sincero al narrar su biografía. “Nací sano, tras una gestación sin problemas y dentro de un tiempo normal. Me contaron que como párvulo era feo. No fue el decir de unos cuantos, fue opinión general. Poco a poco, sin embargo, me fueron descubriendo virtudes. Por ejemplo, solía dormir toda la noche y solo despertaba al amanecer. Fue la primera valoración de mis méritos personales”.

Su memoria es detallista para cientos de episodios que aparecen en más de trescientas páginas de recuerdos. Allí está su descripción del Barranco de comienzos del siglo XX, con sus caídas de agua, campanillas de flores violeta en los acantilados, y cañaverales al borde del mar. Para él Barranco “era un pueblo disfrazado de ciudad”. De esa época recuerda amablemente al poeta-símbolo del distrito: “Algunas tardes salimos del barrio y fuimos al malecón Pazos a volar cometas. (…) Allí se divertía viéndonos remontarlas el poeta José María Eguren; menudo, sentado, vestido de oscuro y con su bastón chaplinesco, pasaba varios cuartos de hora mirando cómo elevábamos en el aire los pandorvos, pavas, barriles y estrellas”.

La historia

¿Cómo llegó José Antonio del Busto a la historia? Su primer recuerdo de este tipo está asociado a la gastronomía. Su madre lo animaba a comer diciéndole que el arroz eran los españoles y los frejoles eran los indios, que comiera una cucharada de cada uno y la última decidía quien ganaba. “No recuerdo si ganaron los indios o los españoles, pero sí que a partir de entonces mi madre descubrió la fórmula para lograr que yo comiera. (…) Así nació mi dormida vocación de historiador. Reconozco el hecho como el antecedente prevocacional más remoto, directo y decisivo. Se debió al amor de mi madre, al momento preciso y al peruanísimo plato de arroz con frejoles”.

Luego ese interés se reforzaría en el colegio con los hermanos Maristas y en la Universidad Católica donde estudió Letras, para acabar en Historia. Dos maestros importantes recuerda José Antonio del Busto como aquellos que imprimieron a fuego la vocación por los hechos históricos en él: Guillermo Lohmann y José Agustín de la Puente y Candamo. Al primero, toda una autoridad en los siglos XVI y XVII de nuestra historia, “gustaba de creerle el doble”. Y al segundo, que dirigía el Seminario de Historia en el Instituto Riva Agüero, le reconoce el haberle enseñado la disciplina necesaria para investigar y aprovechar de la mejor manera los datos obtenidos. Fue en esta etapa que decidió hacerse historiador.

Del Busto tenía, lo reconoce en su libro, una mirada arcaizante. Es decir nostálgica de lo pasado. Lo mismo admiraba Madrid que el Cusco e hizo del mestizaje uno de sus recurrentes temas de reflexión. Fruto de ello fue “Pizarro”, quizá su libro más celebrado.

Como profesor, enseñó en varias instituciones, pero su trayectoria está marcada con su paso por las aulas de la PUCP. Aquí se describe sin concesiones: “Como profesor fui más querido que odiado, pero más temido que amado. Nunca fui popular. Conocido, sí; reconocido, también, pero ídolo jamás. Mi amor a la soledad me hacía un tanto ajeno a la consecución de amigos, de seguidores y de admiradores”. Sobre la universidad señala: “Le confieso mi adhesión total y la proclamo, sin recortes, mi Alma Mater”.

Letras intensas

Este recuento no deja de lado el amor, la familia, los hijos, los amigos, las aficiones, los viajes, la enfermedad, la muerte. Sobre su familia hay pasajes realmente intensos. Esto es lo que dice sobre su esposa: “Teresa es la musa de mis libros, el agua de mi sed, el remanso existencial. Hoy el amor persiste transformado en cariño y la paz en gratitud. (…) Unidos en las buenas y en las malas, en holguras y estrecheces, en salud y enfermedad, seguimos juntos hasta que la muerte nos separe. Todo hace pensar que yo moriré primero. Pero si por esos avatares sorpresivos muriese ella antes, en su tumba no solo enterraré su cuerpo, sino también mi corazón”.

Hay algunos objetivos que no se cumplieron en su vida, pero los reconoce sin dolor. No pudo tener un hijo varón, no consiguió el título de Amauta que creía merecer y no conoció la China. Ya a mediados de los 90 empezó a sufrir de cáncer al esófago y aunque pudo superarlo, el mal volvió a aparecer el 2005. Esta vez se había extendido. Cada vez que recibía quimioterapia, se refugiaba en un fundo que la familia tenía en Pachacámac, para recuperarse. Allí también escribió sus memorias apelando a esos apuntes que realizó a lo largo de su vida. Lo estimularon los amigos, los ex alumnos, los colegas. “No fue fácil de redactar. Era el protagonista principal y eso me creaba escrúpulos que no tenía en mis trabajos de historia”.

La muerte aparece, sutil, en los últimos párrafos. “Hemos llegado al final de la jornada. Falta poco para terminar el camino. No sé si se trata de días, meses o años...”. “Memorias de un Historiador” es el perfil de un hombre culto y apasionado por la historia, la descripción de una forma singular de ver el mundo y un texto muy bien escrito. Esta es la síntesis que José Antonio del Busto hace sobre sus memorias: “Hoy, que las he terminado, las leo y las releo con cierta satisfacción. Me veo retratado por mí mismo, pero falta saber el retrato que de mí tienen hecho los demás. En cualquier caso no he mentido, he querido decir la verdad”.
 
 

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