Luis Fernando Chueca
Recuento de la finitud humana Recuento de la finitud humana

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Fuente: Identidades 97, Lima 21/11/05

La obra de Luis Fernando Chueca (Lima, 1965) se instala con hondura en la poesía publicada en el Perú desde que rompiera sus fuegos la problemática pero fructífera década de 1990. Desde su entrega inicial, Rincones: anatomía del tormento (1991), hasta la fecha, la escritura de Chueca, reconocida con toda justicia por la crítica peruana y extranjera (poemas suyos figuran en importantes antologías como la editada recientemente en México por el Fondo de Cultura Económica), ha experimentado un singular proceso de madurez. Asimismo, el autor es, por méritos propios, el más acucioso y lúcido estudioso de un período crucial para nuestro devenir poético, es decir, su propio escenario de desarrollo artístico e intelectual.

En su poemario anterior, Ritos funerarios (1998), Chueca ya había dado un giro en su cuidadoso manejo de la palabra y de los contextos transfigurados por ella en ese complejísimo acto llamado creación. En aquel libro, se deslizaba un interés por la narratividad de los poemas, sustentada por el tono épico-mítico de casi la mayoría de los textos, aunque varios de éstos conservasen aún la estructura versal y estrófica.

Se trataba de un viaje a una etapa ancestral, en el cual los protagonistas de los poemas actualizaban los temores, dramas y las obsesiones más antiguas de la humanidad a través de voces enunciadoras extrañamente ambiguas, que se movilizaban entre el atavismo y la mirada propia de una modernidad en crisis.

En Contemplación de los cuerpos (2005), el reciente libro de Chueca, la tendencia a cultivar esos registros más cercanos al relato de corte subjetivo transforma los diversos textos en una “biografía” o “diario” de poeta, pero no concebida acertadamente como una crónica de lo fáctico, sino como una reelaboración de acontecimientos relacionados con el entorno familiar o “amical”, y las grandes coyunturas históricas que marcaron a una generación (específicamente, los violentos años de la subversión y la guerra sucia).

Sin demagogia ni imposturas, siempre enemigas de la verdadera alquimia verbal, el lenguaje de Chueca integra esos dos ámbitos con solvencia y sabiduría poéticas, algo lamentablemente escaso en los últimos años, cuando muchos afirman con desparpajo ser poetas sin ni siquiera estar seguros de lo que esa palabra implica en sus trascendentes alcances.

Como leitmotiv de la propuesta, emerge la sombría imagen de la muerte, suerte de guía que va orientando el derrotero a lo largo de todo el volumen y construye intersticios, vasos comunicantes que conectan con eficacia a todas las partes del conjunto. De ese modo, Contemplación de los cuerpos es un recuento de la finitud humana en sus más trágicas y turbulentas encarnaciones.

El carácter perentorio de la vida es confrontado por una voz enunciadora cuya naturaleza reflexiva, “contemplativa” (haciendo referencia al título), exorciza los demonios del pasado y del presente, sin pretensiones de pontificación o de malditismo vacuo.

Por eso, el horror implícito en los decesos a los que cada poema alude queda exorcizado por una conciencia digresiva, por un fluir sereno de un yo capaz de remontarse a los lejanos días de infancia, cuando ocurre la muerte del abuelo y se desencadena una serie de grandes conmociones, que amplifican sus ecos a medida que el sujeto se inserta paulatinamente en las circunstancias de su tiempo.

En los mejores instantes de este libro, que no son pocos, las dos instancias ya mencionadas (la vida personal y colectiva) articulan un universo de auténtica raíz humanista. Lo individual y lo sociohistórico son, simple y llanamente, el anverso y el reverso de una misma entidad. Como verdadero e intenso poeta, Luis Fernando Chueca ratifica con brillantez una ruta creadora personal y consecuente.
 

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