Leyla Bartet
Entre dos mundos<br> Encuesta: ¿Por qué me fui del país? Entre dos mundos
Encuesta: ¿Por qué me fui del país?


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Fuente: La Primera, Lima 25/12/05

Leyla Bartet, notable escritora peruana, reside actualmente en París, ciudad en la que ancló tras viajar a Europa durante su juventud. Recientemente estuvo viviendo en España una temporada y luego, de vuelta en París, volvió a su trabajo intelectual, entre los que figuran consultorías para la Unesco, y, por supuesto, su trabajo literario.

A continuación nos ofrece un texto exclusivo para LA PRIMERA, que responde a la pregunta de por qué vive fuera del Perú. En agosto de este año apareció en Lima su libro
Memorias de cedro y olivo (Fondo Editorial del Congreso).
 

Responde: Leyla Bartet

Realicé mis estudios secundarios en el colegio Franco-Peruano. Entonces existían dos secciones con programas escolares diferentes: la sección peruana y la francesa. Tras un primer año en la primera, mis padres decidieron trasladarme a la segunda (pienso que los orígenes franceses de mi padre tuvieron mucho que ver en esta decisión).

Así, terminé el bachillerato francés (opción filosofía) y la embajada de Francia me otorgó una beca de estudios en ese país. Para mí, la posibilidad de alejarme de mi familia y del país era un privilegio que habría de permitirme convertirme en adulta plenamente y abrirme al resto del mundo.

Además, era la oportunidad de entender y vivir una cultura que hasta entonces sólo conocía por referencias intelectuales. Residir sola en un país extranjero es un sueño que cobijan muchos adolescentes y jóvenes, más aún si se trata de un país rodeado del prestigio universitario de Francia.

En el exterior

Aquellos eran años de radicalismo político y 24 meses después dejaba la Universidad de Estrasburgo, en Alsacia, para irme a Cuba, donde terminé mis estudios de periodismo y comunicación.

Esta experiencia en el exterior me permitió asumir una aproximación crítica frente al Perú, entender mejor el país, su realidad nacional y su entorno regional. Me sentí tan latinoamericana como peruana y al mismo tiempo tan afrancesada como podían serlo los independentistas del S. XIX o cualquiera de los defensores de los valores universalistas, democráticos y republicanos galos.

Asumí que se podía ser muchas cosas a la vez y que la nacionalidad no es una camisa de fuerza que se impone y que termina por limitar el universo a lo inmediato y local.

Sé que fui una privilegiada y que hoy existen muros construidos para impedir la llegada al mundo desarrollado de todos los que vienen del sur, de todos los que emigran para buscar mejores condiciones de existencia para ellos y sus familias.

De este privilegio me ha quedado la certeza de que se puede ser culturalmente plural, pertenecer a uno y otro mundo recuperando de cada uno de ellos lo mejor que tengan. Sin traicionar a nadie y, sobre todo, sin traicionarse a sí mismo.

Intenté volver a vivir en el Perú durante unos años (durante ese periodo trabajé como investigadora en el Centro de Estudios y Promoción del Desarrollo, Desco), pero el ambiente político me resultó asfixiante y volví a Francia, esta vez con el propósito de realizar un doctorado en Sociología del Tercer Mundo, una nueva opción abierta entonces en la Universidad de París.

Paralelamente empecé a trabajar en diversas agencias de prensa y como corresponsal de un diario mexicano. Fueron años apasionantes que me permitieron ganar, en 1988, el Premio Latinoamericano de Periodismo otorgado por el gobierno de México en el género crónica.

Sin embargo, durante todo ese tiempo conservé mis nexos con el Perú: seguí escribiendo regularmente en la revista Quehacer, que edita Desco, y muchos de mis artículos escritos para agencias de prensa (IPS, Alasei, Prensa Latina) se publicaron en diarios peruanos.

El comienzo

Me inicié tardíamente en la literatura (sin por ello abandonar las Ciencias Sociales). Mi primer cuento, "Dulce espera", ganó la primera mención en el concurso el cuento de las Mil palabras, de la revista Caretas, en 1994.

Entonces residía en Venezuela y mi trabajo en la Universidad me dejaba mucho tiempo para escribir. Reuní un grupo de relatos que envié por correo a la editorial Peisa, cuyo comité de lectura recomendó publicar. Así apareció Ojos que no ven, en 1997.

Muchos de estos cuentos ocurren en la Lima de mis recuerdos, una ciudad reconstruida por la nostalgia. Dicen que recordar es inventar, y la imaginación recuerda mejor que la memoria; por eso, esos cuentos se aferraban a historias de mi infancia y de mi adolescencia peruanas, para transformarlas en literatura, es decir, en una realidad otra, en una realidad imaginaria.

Sin embargo, otros relatos de ese libro o de Me envolverán las sombras (Peisa, 1999) ocurren en lugares tan remotos para un peruano como pueden serlo Alsacia (al nordeste de Francia), el alto Egipto o Nuakchot (en Mauritania), lugares en los que he estado por diversas razones y que forman parte también de mi experiencia.

Cuando pienso en mi país me digo que la distancia se ha encargado de embellecer las imágenes que guardo. O tal vez es la realidad la que destruye poco a poco las calles que recorrí en bicicleta, las playas en las que jugué y los árboles que conocí, como las leyes del mercado que acabaron con los chocolates Sublime, con las galletas Field y con el cine Alcázar.

Y sin embargo, a los pocos días de estar en Lima, me siento en casa. Como si los cambios ocurridos en la geografía urbana no hubieran alterado su esencia y esta permaneciera aún escondida en algún rincón de mi conciencia.

Vuelvo a ver a los amigos entrañables y vuelvo a beber y comer de lo nuestro con el placer infinito de lo que uno conoce desde hace mucho y cree descubrir de nuevo cada vez.

Supongo que lo que extraño del Perú es sólo una parte del Perú. De hecho, cuando voy de visita o por trabajo suelo quedarme en Lima y, sin querer participar en la polémica entre literatura criolla y literatura andina (o limeña y provinciana), mi experiencia es la que es. He vivido décadas fuera del Perú y no me atrevo ya a opinar sobre la situación específica de quienes son o se sienten marginados.

Pero ese tipo de polémica, por momentos obtusa y caníbal, forma parte de lo que no extraño del Perú. La ofensa, la envidia y el insulto me resultan repulsivos. Y no es que no existan capillas y ferocidades en otras latitudes, pero me disgustan por igual en Estambul, Sebastopol o Lima. Y Lima forma parte de mí, por eso me duele más.

No se si alguna vez regrese al Perú para quedarme. Pero sí me gustaría crear las condiciones que me permitan pasar temporadas más largas allá. Rara vez puede uno hacer lo que desea, pero, ¿quién sabe? Confiemos en el poder evocador de la palabra.

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