Por Marco Martos
Fuente: Fuente: Peru21 03/11/05
Mañana se cumplen cien años del nacimiento del notable poeta peruano Xavier Abril.
Dentro de la poesía peruana del siglo XX, Xavier Abril es claro representante de lo que genéricamente se llama modernidad y que no es otra cosa que incrustar un desaforado trabajo de innovación dentro de la poderosa corriente de la tradición. Es cierto que la circunstancia vital de haber vivido el debate de las vanguardias en Europa le facilitó un acercamiento a esa forma de escritura, pero es verdad también que tenía desde sus inicios un respeto y un conocimiento de la milenaria tradición castellana. Así se explica su primer libro Hollywood (Madrid 1931). El título del libro obviamente hace referencia a la capital del celuloide, pero al mismo tiempo a la urbe moderna, distinta del París versallesco con que soñaban tanto Rubén Darío como sus congéneres. Allí, en esos poemas y textos de humor, la actitud es nueva, pero en muchas ocasiones la forma es reposada, de un ritmo elemental de sístole o diástole, como la de algunos escritores españoles, Azorín, por ejemplo, ya cuajado en esos días. Junto a ello, como se dice en ese texto, el surmenage, la taquicardia, el temblor, el pathos, el terror al espacio. En Hollywood, como en sus dos libros siguientes, Difícil trabajo (Madrid 1935) y Descubrimiento del alba (Lima 1937), Abril no muestra experimentos, poemas en agraz. Sin excepción posible, todos los escritos de esta década, los únicos que hasta un año antes de su muerte, en lo que respecta a poesía, tuvieron forma de libro, merecen ser considerados en cualquier antología de la poesía peruana o latinoamericana. Extremado elogio este que ni siquiera de nuestro más grande escritor César Vallejo puede hacerse, aunque sí probablemente de los otros dos grandes poetas vinculados con el surrealismo en el Perú, César Moro y Emilio Adolfo Westphalen.
Magia verbal. Rastreando en las preferencias literarias de Abril, no a través de frases volanderas dichas en entrevistas, o en artículos periodísticos, sino en los numerosos estudios que dedicó a unos cuantos poetas, podemos encontrar algunas claves para el conocimiento de su propia poesía. Desde una presencia muy fuerte del inconsciente, fruto de una necesidad expresiva íntima y de un conocimiento de primera mano de la vanguardia y del surrealismo y, sin duda, del psicoanálisis, Abril extiende su interés hacia poetas cuya característica principal es el rigor intelectual, de emoción, pero de férreo control de la palabra. En la tradición española, el Arcipreste de Hita y Jorge Manrique, citados en Descubrimiento del alba, y luego dos poetas del siglo XVII, Quevedo y Góngora; en la poesía francesa, Mallarmé por encima de todos y los surrealistas. En la poesía del Perú las preferencias de Abril son Vallejo y Eguren.
Hay, pues, un aire de familiaridad entre Abril y los poetas que admira y que es seguramente la mejor característica de la poesía del siglo XX, lo que podemos llamar la emoción bajo control. Abril en la poesía peruana es el justo medio entre Vallejo y Eguren y puede trazarse una línea de correspondencias entre los tres. Así, por ejemplo, el poema "Xavier Abril ha muerto", emblemático ciertamente, muestra de un lado el conocimiento de la tradición reciente en esos momentos, la surrealista de Najda o L'amour fou de Breton, y los elementos oníricos o de humor característicos de buena parte de su producción, pero evidencia también la misma actitud esquizoide de Vallejo en "Piedra negra sobre piedra blanca", aquel poema que empieza: "Me moriré en París con aguacero". Abril se desdobla y ríe. Vallejo se desdobla y sufre. De la misma manera en "Retorno a lo perdido", uno de los excelentes textos de Descubrimiento del alba. Abril evoca al primer Vallejo, al de las "Canciones del hogar" de Los heraldos negros. El poema es de una contenida emoción. No hay una sola palabra de más. Integra en sólo ocho líneas todo el universo familiar, lo que puede llamarse el amor filial.
La alquimia verbal, la tradición en la que se inscribe Abril es, resumiendo, aquella que viene de Vallejo y Breton, de Quevedo y Manrique, de Mallarmé y Eguren. No otra cosa hizo Rubén Darío: mezcló una poderosa tradición y dio una quintaesencia nueva. Abril, surrealista en sus comienzos, nítido surrealista, recoge lo que podemos llamar con C.M. Bowra, la herencia del simbolismo, y a través de esa alianza verbal se relaciona con la tradición de todos los tiempos. Y esta es la mejor línea de la poesía del siglo XX, la que parece contemporánea con la poesía de cualquier poeta de cualquier otra época.
No necesita el lector saber nada de Abril para deslumbrarse con los poemas que escribió. Y esto es probablemente lo mejor que pueda decirse de un poeta.