Por Karen Espejo
Fuente: La República, Lima 11/07/10 http://www.larepublica.pe/archive/all/domingo/20100711/26/node/277698/todos/1558
Después de cinco años de silencio, Fernando Ampuero del Bosque reaparece con “Fantasmas del azar”, una íntima antología narrativa. En esta nota, el cronista, editor y narrador pasa revista a su vida, siempre oscilando entre el periodismo y la literatura. También se anima a confesar algunas decepciones y desgarros tanto afectivos como profesionales.
Fernando Ampuero vive en el piso 12 de un edificio miraflorino. Desde esta altura no se cansa de observar el mar y las siluetas de una ciudad pecaminosa: lo primero lo necesita para vivir y lo segundo para escribir historias. “Pienso que el escritor debe crear personajes que violen los 10 mandamientos. Si alguien viola, miente, mata, o desea a la mujer del prójimo, hay algo que contar, y de eso hay mucho en Lima”. Así de excéntrico se presenta, apenas enciendo la grabadora. A sus 60 años, Ampuero acaba de publicar “Fantasmas del azar”, una compilación de sus mejores cuentos de juventud y madurez que revelan fragmentos de su intimidad. Como él mismo dice, “en la vida y en la literatura, todo lo vivido e imaginado es real”. Al final del libro nos ofrece cuatro nuevas historias enfocadas en un sicario, una suerte de chamán, una mujer con el corazón incendiado y un hombre de diálogos eróticos. Es un adelanto del “gran mosaico de protagonistas de Lima” que aparecerá en su próximo libro.
– En tus cuentos hay personajes muy marcados por la soledad. ¿Hay algo de ti en ellos?
– Sí, lo he vivido intensamente. Mis padres murieron cuando yo era muy joven. Mi madre tenía una neurosis y una melancolía muy fuertes. Todo eso influyó. Yo estudiaba periodismo y leía cinco libros por semana. Pero no quería convertirme en un erudito aburrido, quería vivir la vida. Así que a los 18 años cogí una mochila y me fui a recorrer el mundo. Conocí América Latina, el Caribe y Europa. Mi verdadera universidad fue el viaje. Cuando había suerte, me iba con una beca; cuando no, sobrevivía pintando acuarelas en la calle o tejiendo canastas. Y bueno, como era un muchacho joven de cabellera larga, y no el viejo calvo que estás viendo ahora, podía enamorarme rápidamente. Y eso ayudaba mucho en los momentos de crisis, porque tenía dónde dormir (risas).
– Entonces está muy bien ganada la fama de seductor que te hacen…
– Cuando uno es joven, está más dispuesto y emite ciertas señales. Ahora no, ya soy un poquito más difícil. Pero no sé de dónde salió esa leyenda negra del seductor, cuando es todo lo contrario, yo he sido más bien una víctima de las mujeres todo el tiempo.
– ¿Y ese es el estereotipo de mujer fatal que invade tus cuentos y novelas?
– Sí, he tenido cierto imán para las neuróticas, locas y conflictivas, a pesar de ser un hombre tranquilo. Pero ahora no, actualmente, tengo 10 años de noviazgo con una maratonista que es una mujer muy calmada. Tiene 40 años y yo la admiro mucho porque tiene una gran habilidad para dejarme pasmado… Anoche, por ejemplo, con este invierno, se metió al mar y atravesó la bahía, de Miraflores a Chorrillos.
– ¿Cómo termina tu época de mochilero?
– Cuando vivía en Budapest (Hungría), me entero que mi madre ha muerto y vuelvo al Perú. Había heredado un juego de té de plata. ¿Qué hago con esto?, me dije. Y comencé a venderlo todo, pero si seguía así me iba a quedar en la calle. Entonces busqué un trabajo que fuera adecuado para mí, en ese entonces yo era un vago ilustrado. Gracias a mi amigo Enrique Zileri, entré a Caretas. Y así me inicié en el periodismo, a los 26 años. Los primeros días fueron maravillosos, con Enrique nos íbamos a La Herradura y en el agua íbamos pensando los temas (risas).
– ¿Cómo fue tu primera comisión?
– Muy especial. Primero entrevisté a un dirigente sindical, creo que a partir de allí me comprometí mucho con los estratos marginales del país. En la noche, hablé con un actor de teatro muy conocido y conocí el pequeño gran mundo de un narciso desbocado. Más tarde, ayudé a un fotógrafo a hacer la foto de un ministro, al que movía como se le daba la gana. Y me di cuenta de algo que me ha servido en mi vida periodística y literaria: el poder que tienen los periodistas sobre los entrevistados y el acceso que dan los carnés de prensa a todas las esferas sociales. Esto me ha permitido escribir sobre personajes callejeros, de clases medias y altas.
– ¿Qué te han entregado el periodismo y la literatura en conjunto?
– Yo he sido del grupo de periodistas antipáticos. Hice periodismo de investigación y este consiste en desconfiar de la gente, de los políticos sobre todo. Y si uno de ellos es un corrupto, habrá que luchar contra él. El periodismo te permite cumplir una función social. La literatura, en cambio, ha sido un modo más íntimo de llegar al público con temas más sensibles. En la medida que reconcilié ambos caminos, he intentado ser feliz. Esa complementación se ve en mi estilo literario. Mis relatos siempre van al grano, con frases desnudas, eliminando los adjetivos al máximo, y eso viene del periodismo.
– Actualmente estás editando COSAS Hombre y una revista gastronómica, ¿te atreverías a desligarte del periodismo para dedicarte solo a la literatura?
– Eso es lo que estoy tratando de hacer. Tengo que acostumbrarme a vivir con menos dinero y no es fácil. Pero si hay festivales o congresos literarios a los que me invitan puedo dedicarme más tiempo a la literatura. Me gustaría volver a ser el cronista periodístico–literario de los 25 años, aunque gane menos. Extraño mucho el periodismo de calle, salir a pasear, mirar, hacer todo lo que no pude como editor y director de diferentes medios.
– A fines de 2008, dejas la Unidad de Investigación de El Comercio por el caso “petroaudios”, ¿cómo lo tomaste al final?
– Yo insistía en lo que teníamos investigado porque teníamos todas las pruebas, pero hubo una fricción y una ruptura con la nueva dirección. Y yo, viejo y todo, preferí no ceder. O sea, nada de estafas morales. Es fregado perder el empleo a los 50 y tantos años para empezar de nuevo, pero a las pocas semanas consigo otra cosa y caigo más o menos parado.
– ¿No hubo acaso alguna decepción?
– Hay una decepción, por supuesto, no lo puedo evitar. Pero la vida es así, uno siempre está viviendo bajo diferentes presiones, del propietario, de los intereses económicos, de nuestra casa, y uno debe acostumbrarse a vivir con ello.
– ¿Ese episodio cambió tu manera de ver el periodismo?
– No, yo creo que hoy el periodismo, sobre todo el de investigación, es una necesidad, y más aún en un país como el nuestro. Los ricos tienen su riqueza, los militares sus armas y los ciudadanos de a pie tienen a sus políticos, pero qué pasa cuando sus representantes son corruptos. Ahí entra a tallar el periodismo.
– Hace unos años sobreviviste a un cáncer…
– Tuve 11 de los 21 ganglios del estómago tomados con cáncer. En las tomografías salían muchas manchas en el hígado y pensaron que era una metástasis. Pasé por cinco médicos y todos me dijeron: usted muere en seis meses, vaya arreglando sus cosas. Quería despedirme de la vida, así que con los ahorros que tenía, me fui a París con mi hija menor. Pero conforme pasaba el tiempo me di cuenta que cada vez estaba más gordito y rosado. Por suerte, esas manchas solo eran quísticas.
– ¿Durante ese tiempo caíste en depresión?
– Sí. De día hacía muchas actividades, mi médico me recomendó la marihuana para evitar los efectos secundarios de las quimioterapias. Y después de 30 años volví a fumar yerba, todo lo tomaba con mucho humor. Mi problema eran las noches, en la oscuridad pensaba en la muerte. Entonces me recomendaron unas pastillas para dormir y levantarme fresco en la mañana. El único problema es que eran adictivas, pero como me iba a morir, daba lo mismo (risas).
– ¿Le temías a la muerte?
– La muerte es un misterio para todos, yo le temía a la enfermedad, quedarme inválido o estar en un lecho de agonía. Creo que es mejor tener una pistola y volarse la tapa de los sesos. Yo me compré un revólver. He visto a tantos parientes morir en hospitales después de agonizar durante tantos meses, que no lo aceptaba.
– ¿Fue la única vez que lo pensaste?
–No, tuve una fuerte depresión cuando mi madre murió. Me sentía solo en el mundo, estaba muy joven, sin padre, ni madre. Pero me fui conectando con gente muy especial y superé el problema.
– Tendrás otra experiencia de cara con la muerte...
- Una vez me invitaron a un crucero de lujo en la Patagonia. En el recorrido, bajamos del crucero, que estaba en un mar sembrado de témpano, y avanzamos en bote hacia una pared glacial. De pronto, conversando, la pared de 40 metros se desprende y se forma como un tsunami de agua y témpanos. Algunos cayeron al agua y tú sabes que ahí, 5 minutos y mueres congelado. No sé cómo sobreviví, por algo será.