El tramo de historia que inicia la caída de Augusto B. Leguía en 1930 y culmina con el ascenso al poder de Juan Velasco Alvarado en 1968, constituye uno de los más trascendentes para el Perú contemporáneo. La oligarquía criolla instalada en la cúspide de la pirámide social desde la Independencia, se consolida gracias a Bartolomé Herrera que aporta la ideología y a Ramón Castilla que despeja el escenario de caudillos; florece en las dos primeras décadas del siglo XX, es bruscamente inmovilizada en la tercera década y obligada a cambiar de estrategias en las siguientes a fin de prolongar su existencia. El incesante flujo de capitales foráneos, y el surgimiento de una clase media numerosa y políticamente inexperta, le permiten el uso de recursos extremos para continuar beneficiándose de la cornucopia. Golpes de Estado, por las armas, o por la forzada interpretación de las leyes, elecciones generales para un exiguo porcentaje de la población, leyes de emergencia que eliminan todo derecho humano, represión sangrienta de revoluciones, deportaciones, encarcelamientos, asesinato de un presidente en ejercicio y abrazo final de los enemigos acérrimos. Eventos espectaculares desarrollados en el tablado de las elites y contemplados por la inmensa plebe campesina que, despojada de la ciudadanía, y soberanía, por analfabeta, desarrolla la Historia de largo aliento: ruina de la feudalidad en las serranías, migración a las ciudades en busca del bienestar y la dignidad que en sus territorios de origen les son negados. Un tramo de historia inaugurado por el golpe de Estado de un militar piurano, y cerrado en 1968 por obra de otro militar piurano, del que se historia poco, y del que los peruanos del siglo XXI ignoramos casi todo.