La tensión narrativa de estas narraciones atrapa al lector desde el primer párrafo, lo cual ya constituye una condición indispensable en el cuento contemporáneo. El grado de significación de todas las peripecias narradas está, principalmente, en el rescate de una tradición y de una historia; por ejemplo, los lugares que formaron parte de la vida colectiva en la urbe porteña y que ya no existen, como la cervecería Pilsen Callao o el snack bar El Pingüino, en “La antigua fábrica”. Si de lugares se trata, también Serna Ponce nos revive en “Fosforito” la ocupación del Asentamiento Humano de Corongo, al frente del Obelisco. La palomillada de adolescentes en “El asalto final” constituye una sonrisa irónica por lo que no debimos hacer y que en realidad todos hicimos en aquella época. También describe en “Esos ojos inquietos que alumbran la noche”, el amor fraternal enfrentándose a aquella elección recomendada por José Carlos Mariátegui como invitación a la vida heroica: “vive peligrosamente”. Y cuando hablamos de peligrosidad en el puerto, tenemos como cuentos ejemplares de ella “Nadie se salva de la rumba”, “No hables, actúa” y también “La canción del pirata”. Creo sin temor a equivocarme que “La canción del pirata” es el cuento bandera que tiene el privilegio de secuestrar al lector para los siguientes cuentos. En él pude identificar escenas de mi propia vida familiar, sensaciones de infancia, las grandes virtudes de las narraciones orales y el arquetipo chalaco, pícaro y cosmopolita, fielmente retratado en el tío Américo, su personaje principal.