Parodiando la descripción que los antiguos hacían de las vías o caminos, indicando lugares accidentes o posadas a transitar, el cuerpo, sujeto de este itinerario, hace lo propio en otras tantas estaciones que el mismo viaje le impone. Así, a lo largo de un centenar de hitos numerados de manera ascendente, la partida discurre, diáfana o exaltada, vigilante o inquieta, pero siempre con la mirada puesta al servicio de la ruta. El cuerpo se erige de esa forma, no solo en un vehículo de exploración y desarrollo de las potencialidades del ser, sino en el camino mismo, en un mapa desplegado sobre cuyas líneas y curvas se posan con renovada atención los ojos inquisidores del protagonista.