Raúl Porras Barrenechea
El método Porras de investigación El método Porras de investigación

Por Marco Fernandez
Fuente: La Primera, Lima 26/11/11
http://www.diariolaprimeraperu.com/online/entrevista/el-metodo-porras-de-investigacion_99594.html

Jorge Puccinelli anuncia una nueva versión de “Fuentes históricas peruanas”, con apuntes del propio Raúl Porras Barrenechea. Raúl Porras Barrenechea era un investigador incansable.
Jorge Puccinelli Converso, director del Instituto Porras Barrenechea, tiene recuerdos felices de su maestro, amigo y colega Raúl Porras Barrenechea. Porras, cuenta Puccinelli, no daba una investigación por terminada; a sus libros ya publicados, le adicionaba fichas entre las páginas correspondientes con nueva información. Una de ellas es “Fuentes históricas peruanas”, una nueva edición aumentada que Puccinelli piensa publicar.

El doctor en Literatura Jorge Puccinelli fue alumno, colega y amigo de Raúl Porras Barrenechea. Esta conversación fue realizada en setiembre, en recuerdo de un aniversario más de la muerte del historiador. Pero como a Puccinelli no le agrada recordar ese mal momento, hemos decidido publicar esta conversación con el motivo de una noticia feliz: entre las novedades que el intelectual incansable Jorge Puccinelli Converso tiene actualmente en proceso, se encuentra una nueva edición de “Fuentes históricas peruanas”, corregida y aumentada por el mismo Porras que, en ese afán de investigador incansable, ponía fichas con información nueva entre las páginas de sus libros ya editados, porque ningún libro era un texto acabado para él. En esta charla, Puccinelli recuerda la forma de trabajo de Raúl Porras Barrenechea desde que lo conoció en su época escolar.

Maestro, amigo y colega
—Yo tuve la suerte de ser un alumno de Raúl Porras Barrenechea en el colegio Antonio Raimondi en tercer año de media —recuerda Jorge Puccinelli Converso—. Él llegaba al colegio en un viejo automóvil lleno de libros que entregaba a cada uno de sus alumnos en el colegio, para que hicieran trabajos monográficos. A través de él conocimos a sus compañeros de generación: a Jorge Basadre; a Jorge Guillermo Leguía, a Ricardo Vega… Yo tenía 13 años y desde entonces se estableció una relación cordial, porque a él le gustaba organizar debates formando equipos de alumnos.

El maestro Raúl Porras Barrenechea entrenaba a sus alumnos en el colegio y en su casa, el actual Instituto Raúl Porras Barrenechea, ubicado en la calle Colina 398, en Miraflores, donde Jorge Puccinelli Converso es director. Porras, su maestro y su amigo, posteriormente, tenía una gran vocación de educador en una época en que no había facultades de Educación.

—Porras fue nombrado para un asunto de límites a fines de ese año escolar, porque él era un experto en límites, diplomático de carrera. Fue nombrado a Río de Janeiro, por un tiempo corto, para resolver un problema con Colombia. Tuvo que pedir licencia. Dejó a un reemplazo en el curso, el doctor Raúl Ferrero Rebagliatti, del que se ha recordado su centenario hace días. Y en Río, no obstante lo recargado de su trabajo, por su vocación de investigador, buscaba oportunidades para ir a la Biblioteca Nacional de Río, y en esas búsquedas descubrió un libro de un autor peruano totalmente desconocido en el Perú. Curioso, porque era un escultor cusqueño perseguido por las tropas de San Román en el siglo XIX.

Era José Manuel Valdez y Palacios, cusqueño que se internó por los ríos de la selva, huyendo de la persecución política con un hijo pequeño, y que en su huida llegó a Belén do Para; recorrió el río Amazonas, actual nueva maravilla del mundo moderno, y luego a Río, donde se radicó y vivió largos años vinculándose a los escritores e intelectuales Brasileños, dirigiendo revistas y publicando una obra en varios tomos sobre el Perú en portugués.

—Porras tenía el proyecto de publicarlo. Publicó la biografía que él reconstruyó y algunos fragmentos de su obra. Es una obra importante.

Era “Un viajero y precursor romántico cusqueño, don José Manuel Valdez y Palacios”.

Porras, investigador incansable
—En síntesis, Porras era un investigador incansable. No perdía el tiempo. Se escapaba de sus compromisos para ir a la biblioteca.

—De los compromisos sociales, no de sus obligaciones —recuerda Puccinelli—. Luego de este viaje a Brasil, a Porras lo nombraron a la Liga de las Naciones, antecedente de la ONU. Entonces, él estuvo varios años en Europa; en Francia, Suiza… A menudo iba al Archivo de Indias a seguir sus investigaciones. Sus alumnos del tercer año de media le mandamos una carta colectiva firmada por todos y le pedimos que volviera al año siguiente, pero esto no fue posible. Se mantuvo una relación epistolar, e inclusive resultamos colaboradores tempranos de un libro que es importante en su bibliografía, que es la “Antología de Lima”. Al viajar a Europa llevó algunas obras, pero no las suficientes para hacer esta antología. Me mandó una carta pidiéndome que viniera aquí, a su casa, donde vivía su mamá, para que le copiara a máquina, de periódicos del siglo XIX, algunos artículos periodísticos sobre Lima. Su madre nos servía té y tostadas.

La poderosa Underwood
A sus 14 años de edad, Puccinelli utilizó la misma máquina Underwood que se exhibe en el ingreso a la biblioteca del Instituto actualmente. Lo hizo para enviar tipeado lo que su maestro le pedía desde Europa. Es la misma máquina que usó Mario Vargas Llosa (Premio Nobel de Literatura 2010) cuando trabajaba con Raúl Porras, la que empleó el ahora historiador Pablo Macera; la poderosa Underwood que es ahora una pieza de colección: símbolo intelectual, pocas teclas han sido acariciadas por las manos de tan grandes intelectuales; y su peso pareciera que se incrementa con los años.

—Él tenía una biblioteca fabulosa, cuya estantería se conserva, porque él legó su biblioteca personal a la Biblioteca Nacional —dice Puccinelli—. De manera que el Instituto ha creado una nueva biblioteca utilizando los mismos estantes que ves. Y esos estantes tienen una zona baja que es más alta, sin divisiones al medio (como ahora) porque eran para la colección de periódicos empastados del siglo XIX, de los que pidió que copiáramos algunos artículos sobre Lima que aparecieron en su “Antología de Lima”; esto mantuvo nuestra relación. Cuando volvió, ocho años después, a Lima, yo era profesor y fuimos colegas. Yo enseñaba en el colegio Alfonso Ugarte, que estaba a la espalda del actual Ministerio de Educación, que va desde la avenida Abancay hasta calle Azángaro. Allí trabajé con Jose María Arguedas, con Manuel Moreno Jimeno, con Luis Felipe Alarco, que eran también profesores. Y enseñé en el Raimondi y en el colegio Divino Maestro…

Porras tomaba su Pasteurina
—Tuvieron una amistad de más de veinte años.
—Se mantuvo, porque a esta casa veníamos todos sus antiguos alumnos y amigos personales, como Ricardo Grau. Caíamos en la noche, después de la comida, a conversar; era una tradición venir a saludarlo y a conversar. Había una tertulia y al final salíamos a un café a terminar la jornada. Un café y un sándwich. Íbamos a algún café o restaurante del centro de Miraflores, pero cuando era tarde, Porras decía “Vamos mejor a la rivera izquierda”, o sea, Surquillo. Íbamos a un café que creo que se llamaba “El Triunfo”, y él, generalmente, tomaba un té caliente si era invierno o una Pasteurina, una bebida a base de yerba luisa; o sea que la tertulia de la casa, donde caían como cinco o seis personas, terminaba en un café o en un restaurante. Era un café popular, de un japonés, y que tenía bastante público, incluso obreros. Me acuerdo que a veces caía este dibujante que vivía en La Victoria, que ha muerto ya, era medio bohemio, caricaturista, puneño, que hacía caricaturas o apuntes en los cafés de Miraflores en esa época y los vendía, vivía en un hotel en La Victoria…

—¿Víctor Humareda?
—¡Humareda! En las noches, era dibujante. Él iba y se sentaba cerca, en una mesa cercana, y hacía el apunte y luego lo pasaba para venderlo. Él vendía sus dibujos en un café.

—Las tertulias eran comunes entre los grandes.
—Es que hay afinidades, y temas literarios. Porras no solamente era historiador, sino también crítico literario.

—Claro, comenzó en la literatura.
—La primera cátedra que le dieron fue la cátedra de Literatura Castellana. Al año siguiente ya parece que vacó una cátedra y le dieron una de Historia del Perú, fuentes históricas, cronistas y temas predilectos. Fue un gran bibliógrafo. Su libro “Fuentes históricas peruanas”, que queremos reeditar ahora, es una obra muy importante que esperamos publicar con apoyo del Ministerio de Cultura. Porras tenía un curioso método de trabajo.

El método Porras
Puccinelli conoce el método de trabajo de Raúl Porras Barrenechea. Recuerda que apenas salió la segunda edición de “Fuentes…”, cogió el libro y puso entre página y página una ficha de tamaño A4 y en esa ficha seguía anotando nuevas publicaciones que había sobre el tema o publicaciones que había omitido en el libro por desconocimiento, y esto le permitía seguir ampliando el trabajo para una futura edición. Ese era su método.

—¿Todos los libros eran para Porras, entonces, avances de una obra mayor?
—Es que él era un investigador nato. Consideraba que siempre se podía descubrir nuevas cosas sobre el tema, nuevos libros, nuevos trabajos, o nuevos aspectos de la obra. Él tenía muchos ficheros con anotaciones. Escribía con una letra diminuta. Se había acostumbrado a escribir así porque un investigador tiene que trabajar con fichas pequeñas. Las fichas grandes las usaba para ponerlas en el libro (para una nueva edición). Era, con esa letra pequeña, capaz de, en un boleto de ómnibus, escribir muchas cosas.
Porras iba a clase con todas sus fichas, sus apuntes, sus esquemas. Dictaba la clase, algunos universitarios tomaban una versión taquigráfica o una versión sintética, y en la tarde llegaban a casa de Porras dos alumnos.

—¿Quiénes eran esos dos alumnos?
—Carlos Araníbar y Pablo Macera. Ellos reconstruían la clase con él. Él tenía todos sus apuntes y se complementaban y hacían la versión definitiva de lo que iba a ser el libro. Además, sus clases eran buscadas por alumnos de todas las facultades. La clase era en la capilla de Nuestra Señora de Loreto, el actual Salón de Grados de Letras. Había alumnos que inclusive se paraban en las ventanas, unas ventanas que se abrían para escuchar la clase.

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