José Carlos Mariátegui
Entre "Prisma" y APRA: José Carlos Mariátegui y "Amauta"

Por Osmar Gonzales Alvarado
Fuente: Librosperuanos.com
Agosto, 2020

Presentación del tema
Comprender el significado de la revista Amauta requiere ubicar previamente a su fundador y director, José Carlos Mariátegui, el pensador social más importante del Perú. La estrategia es válida, pues consiste en realizar el seguimiento del proceso intelectual a partir de figuras representativas1,  en este caso Mariátegui, y de la influencia de su obra, la revista Amauta. Por esta ruta se puede calibrar la importancia del personaje, de su obra escrita y entender el contexto en el que surgió. Pero en este caso particular, Mariátegui y Amauta no solo nos permiten la reconstrucción intelectual de su contexto, sino que nos iluminan sobre su proyección en el tiempo, su permanencia en nuestro imaginario y, por qué no decirlo, sobre su actualidad, lo que les dan el carácter de clásicos tanto al autor como a la publicación.
 
Si bien es válido realizar un análisis específico de las páginas de Amauta esto no niega el carácter enriquecedor que porta la auscultación de su creador, pues Mariátegui como figura intelectual actúa como signo y guía del proceso cultural e ideológico del Perú, y no solo de su tiempo. Seguir a las representaciones de intelectual, a sus transformaciones como sujeto social y su ubicación dentro de los contextos particulares en los que le tocó actuar, constituye una vía tan válida y valiosa como pueden ser otras en la indagación intelectual. En otras palabras, el Mariátegui que da vida a Amauta es uno en un momento que no siempre fue así, pues basta recordar sus años juveniles, o los de su viaje a Europa o los que fueron sus momentos finales de vida, en los que redefine algunos conceptos y puntos de vista sobre la realidad que analizó y vivió. En estas, y otras etapas seguramente, Mariátegui representó distintas representaciones de intelectual: el frívolo esteta, el funcionario propagandista o el ideólogo socialista propiamente dicho.
 
Del pensador social general al pensador social revolucionario
En ese sentido, deseo recordar que la figura intelectual de principios del siglo XX en América Latina fue la del pensador social2.  En tal contexto, Mariátegui realizó un recorrido personal/intelectual/político que va desde su primera adscripción a la figura del cronista esteticista, para luego ubicarse como pensador social general con preocupaciones sociales hasta llegar a encarnar la figura del pensador social revolucionario.3  Considero que esos son las estaciones por las cuales transitó Mariátegui desde muy joven hasta el momento de su muerte.
 
Subrayemos que la figura del pensador social general fue encarnada en nuestros países por el escritor uruguayo José Enrique Rodó.4  Él fue su expresión más cristalina, y se traducía en sus postulados ceñidos a un idealismo romántico que lo alejaba explícitamente de las pasiones políticas.
 
Rodó fue inspirado por el escritor Emilio Zola y su reconocido protagonismo cuando, en París, hacia fines del siglo XIX, en 1894 específicamente, surgió como el adalid de valores generales en el famoso caso Dreyfus.5  Fue entonces cuando los intelectuales, dirigidos por el mencionado escritor, emergieron como la figura determinante que influenciaría a la opinión pública basados en la defensa de los mencionados valores generales, postura que se convirtió en una especie de programa para los intelectuales de la época.
 
Uno de los defensores de Dreyfus, Julien Benda, afirmaba que el intelectual, al igual que el clérigo, debía estar en la capacidad de decir “mi reino no es de este mundo”.6  De esta manera, el pensador, el intelectual o el escritor como se prefería decir en aquel entonces, debía estar lejos de las pasiones políticas para no perturbar sus reflexiones, las que debían tener siempre un carácter general, con pretensiones de comprender a toda la sociedad. Las pasiones políticas, por el contrario, ubicaban al intelectual, siempre, en un bando de la sociedad, obstaculizando que cumpla con su papel social definido.
 
Curiosamente, esta idea que primaba sobre el sujeto de ideas concluiría en 1917 por dos hechos independientes: la muerte de Rodó y el triunfo de la Revolución rusa. En efecto, las élites intelectuales de principios de siglo de América Latina se verían sacudidas por la desaparición física de quien había sido su modelo a seguir; pero lo más dramático fue que la influencia de sus ideas se esfumaría casi al mismo tiempo. La vorágine histórica de aquellos años se llevó todo vestigio de una forma de pensar que rápidamente quedaría identificada con el pasado. Esos años tumultuosos son los de la Gran Guerra (1914-1918) y, como señalé, los de la Revolución bolchevique (1917) que, para el tema que nos interesa ahora, rompió el molde del intelectual celestial para imponer otro a su medida: el intelectual comprometido, el militante-soldado, el revolucionario. Otra generación insurgía.
 
A diferencia del tiempo anterior a la conflagración mundial, el sujeto de ideas que se valoraría en adelante sería muy distinto al enarbolado por Zola y los dreyfusards. El nuevo intelectual que emergía sería aquel que se comprometiera apasionadamente con las lides políticas, abrazaba una ideología, tomaba parte por un sector específico de la sociedad, el de los pobres, el de los excluidos, en suma, apostaba por el pueblo y su redención.
 
En sentido opuesto, aquel sujeto de pensamiento que no quería arriesgar un compromiso era mal visto y objeto de las críticas más severas. No ubicarse en uno de los lugares del conflicto social era estar en contra de la historia, era ser un reaccionario, incluso fascista y, por ello mismo, debía ser rechazado y condenado. Por el contrario, autoidentificarse con el sector de la sociedad (el pueblo) que llevaría a ella hacia el futuro era considerado vanguardista, además de políticamente acertado.
 
De este modo, Rodó sería prontamente superado y olvidado  ̶y con él sus discípulos latinoamericanos quienes habían sido los maestros iniciales de la generación que asumiría el papel de las ideas como un compromiso político̶ . Lo que había empezado a mostrarse con la triunfante Revolución mexicana (1910), en 1917 era ya un proceso irreversible con la Revolución rusa y se consolidaría con el movimiento de la Reforma Universitaria en Argentina en 1918.
 
Para el nuevo intelectual que surgía su reino sí era de este mundo.
 
El pensador social general Mariátegui y Europa
Poco tiempo después de estos acontecimientos Mariátegui viajaría a Europa, en 1919 exactamente, en donde cumpliría labores de propaganda del gobierno desde una posición privilegiada de diplomático. Iría con su gran amigo de aquel entonces, César Falcón. Esto era una práctica común: el poder oligárquico buscaba neutralizar a los intelectuales críticos con ciertos honores y privilegios. Mariátegui había dejado sus años juveniles marcados por el esteticismo y decadentismo, y ya era un pensador social general cuando viaja a Europa, como se descubre leyendo sus crónicas y artículos periodísticos de fines de los años diez del siglo XX.
 
Con Mariátegui y Falcón ocurrió todo lo contrario a lo esperado por quienes sostenían el orden oligárquico, pues ambos periodistas se volvieron marxistas en Europa en vez de ser seducidos por los privilegios del prestigio y la cercanía al poder. Desde esa nueva adscripción ideológica, Falcón iniciaría su periplo político revolucionario que lo llevaría hasta España en donde participaría militantemente en la guerra civil desde el lado de los republicanos; mientras que, por su parte, Mariátegui encauzaría su sensibilidad social ya demostrada por los caminos del pensamiento revolucionario.
 
Antes de ahondar en la nueva concepción de Mariátegui es importante señalar algunos hechos que moldearon su visión política e ideológica, que luego plasmaría en la conducción de Amauta.
 
Entre las experiencias personales de Mariátegui es fundamental el tiempo vivido en Europa, y entre las de contexto se deben mencionar varios hechos, como la amplitud del debate indigenista que caló profundamente en los círculos intelectuales, artísticos y políticos, hasta el punto de aceptar que la definición de la identidad nacional pasaba por tomar posición frente a este tema crucial. La Asociación Pro-Indígena (1909-1916) y voces como la del diputado puneño Santiago Giraldo, la de escritores como Clorinda Mato de Turner, Gamaliel Churata, y obras de artistas plásticos como José Sabogal o Julia Codesido, entre muchos más, confluyeron en hacer visible la tragedia del indígena sometido al abuso de los poderes locales.
 
Por otra parte, la aparición del billinghurismo (1912-1914) contó con una presencia popular que influyó de manera inédita en la lucha política electoral de 1912, campo que antes se dirimía solo dentro de los campos formales establecidos por la legalidad oligárquica caracterizada por la marginación de la mayoría de la población, que era indígena. La imposición de un contendiente como Guillermo Billinghurst como Presidente de la República desplazando a los poderes establecidos constituyó un hito en la vida política oligárquica cuyas lecciones las élites oligárquicas jamás olvidarían.
 
Tanto el reconocimiento del problema del indio como la aparición de la plebe urbana dejaron constancia de la efervescencia de nuevos sujetos dentro del orden oligárquico. Por un lado, se supo que era posible expandir los límites de este; por otro lado, se percibió que esa expansión podía darse desde los sectores excluidos del orden vigente.
 
Se planteó entonces, aunque no de manera necesariamente explícita, el debate entre la exclusión oligárquica y la inclusión popular. La asunción de uno u otro locus expresaba la definición ideológica de los actores: por el orden vigente o por la construcción de uno nuevo, lo que además después ayudaría a definir las generaciones que en términos gruesos se pueden identificar dos: a la del novecientos novecentista y a del Centenario de la Independencia. Digo de manera gruesa porque al interior de cada una de ellas es posible identificar a múltiples grupos generacionales (positivistas, arielistas, espiritualistas o idealistas dentro de la primera, y socialistas, apristas, reformistas dentro de la segunda).
 
Sobre este tapiz general habría que mencionar la modernización de Lima gracias al ingreso del capital de Estados Unidos que posibilitó de nuevos sectores sociales (la clase media), generó nuevos espacios públicos y simbólicos de comunicación y nuevas formas de socialización que posibilitaron a su vez nuevas formas de actuación política.7
 
No está demás decir que el tiempo de Mariátegui fue uno privilegiado, de renovación cultural, estética e intelectual. Mucho protagonismo tuvo en ese contexto el nuevo periodismo que surgió después de la Guerra del Pacífico (1879-1883). La palabra escrita cobró un auge y calidad inusitados, y nuevas formas de decir fueron el envoltorio de emergentes formas de mirar la realidad y de pensarla. El arte gráfico, especialmente las caricaturas políticas, fue el acompañante obligado de la escritura.
 
Entre las ideas y la acción política
Para ubicar a Amauta en el proceso de aparición de publicaciones periódicas de su tiempo y desde ahí descubrir su originalidad o posición singular en la cultura general y la cultura política específicamente, se debe dejar establecido que la década del veinte trae una nueva forma de comprender el papel del intelectual, visto ahora como parte de procesos revolucionarios de transformación social.
 
Sin embargo, hubo quienes, a pesar de establecerse en el lado transformador de la sociedad, incorporan en sus proyectos políticos a los sujetos de ideas en un lugar secundario, como fue el caso de Víctor Raúl Haya de la Torre, el fundador del aprismo. A primera vista esto es contradictorio, pues al APRA y a su propio líder los distinguieron siempre su mirada renovadora de los problemas nacionales y del mundo, sus análisis de la realidad de los actores de la vida peruana, su seguimiento de los debates de ideas y atención permanente al proceso cultural en general. Si bien no se puede soslayar la importancia del ejemplo de Lenin en tanto organizador político, agitador de masas y analista de calibre al mismo tiempo, que Haya de la Torre siempre admiró, y por ello fue quizás el primer leninista peruano, no se debería menospreciar la experiencia personal de Haya de la Torre, un elemento biográfico que quizás explique este aparente anti-intelectualismo suyo.
 
En efecto, en un principio Haya de la Torre (ya líder universitario reconocido) quiso ser un crítico literario (había difundido un interesante análisis de la obra de Ricardo Palma negando su supuesto colonialismo, tesis que fue compartida por Mariátegui), proyecto que se frustró en el año de 1923 cuando una nota desaprobatoria del profesor Luis Miro Quesada (filósofo y ex diputado y ex alcalde de Lima) lo alejaría del camino universitario y marcaría el inicio de la enemistad del líder aprista con la familia Miro Quesada.8  Con toda seguridad, este hecho le produjo frustración y gran resentimiento, y empujó a Haya de la Torre a despreciar, como la zorra a las uvas verdes, la vida y el prestigio universitarios. Como reacción compensatoria no solo abrazó la vida política sino que lo hizo denostando el papel de las ideas y de los intelectuales. Y precisamente fue Mariátegui, el antiuniversitario y autodidacta por excelencia, quien representó al intelectual que Haya de la Torre rechazaba, más aun proviniendo de las clases menos favorecidas y que además le disputaba el liderazgo político dentro del mundo popular.
 
Son conocidas las frases proferidas por el líder aprista con el pensador socialista atacándolo por su intelectualismo, que para él era lo mismo que soñador o fantaseador, es decir, sin anclaje con la realidad lo que sí podía provenir de la actividad política. De esta manera, buscaba descartar a Mariátegui como político y autoproclamarse como el líder indiscutible.
 
¿Qué habría pasado si Miro Quesada no hubiera desaprobado a Haya de la Torre?, es difícil o imposible saberlo. Es probable que Haya de la Torre igualmente habría sido el gran conductor de masas que fue pero con la diferencia, quizás, de tener ninguna resistencia a acercarse a Mariátegui, aunque sería más preciso decir que a profundizar su relación iniciada desde antes que este se dirigiera al Viejo Mundo. Y seguramente la izquierda peruana hubiera sido otra. Pero esto es pura especulación. Lo cierto es que todo derivó en falsas adscripciones: uno, Haya, terminó identificando al político, y el otro, Mariátegui, al intelectual, cuando en realidad los dos tenían de ambas características. Ideas y acción unidas estaban en estos personajes portentosos de nuestra vida nacional.
 
En todos sus escritos Mariátegui deja en claro que entendía que la idea y la práctica constituían un todo integrado, pero específicamente, ya marxista él, que la práctica y la idea revolucionarias eran indisolubles. Pero también hay que relevar que la visión que tenía sobre el escritor era dual y complementaria que se manifiesta en la dureza con que juzga al intelectual desvinculado de la política, por ello, consecuentemente, consideraba necesario e imprescindible que este participe en la construcción de un proyecto revolucionario.
 
Guardando distancia abismal con la concepción de la época anterior, en Mariátegui el compromiso reemplaza al diletantismo. En su nueva forma de mirar estos temas, hablar de intelectual a secas es insuficiente e incompleto, pues se trata inevitablemente, siempre, del intelectual revolucionario. Y en esta definición el elemento subjetivo y pasional está presente.
 
Su libro La escena contemporánea es fundamental en este sentido. En algún momento Mariátegui afirma: 
 
Pasa, sobre todo, que a la revolución no se llega sólo por una vía fríamente conceptual. La revolución más que una idea, es un sentimiento. Más que un concepto, es una pasión. Para comprenderla se necesita una espontánea actitud espiritual, una especial capacidad psicológica.9  
 
Prisma y APRA
Si miramos lo anteriormente dicho sobre el derrotero en las primeras décadas del siglo XX de la figura de intelectual (de pensador social general al intelectual militante-soldado), debemos convenir en que la revista que representa aquel primer momento es definitivamente Prisma (1905-1907). Dirigida por Julio S. Hernández, Carlos Germán Amézaga y Clemente Palma consecutivamente, sus páginas fueron tribuna de una elite intelectual hispanófila, sofisticada, autora de grandes tratados, de estudios laboriosos, de reflexiones generales.10  Allí escribieron por ejemplo, Angélica y Clemente Palma, José Riva Agüero, Ventura García Calderón, Zoila Aurora de Cáceres, José Santos Chocano, José Gálvez Barrenechea, entre otros destacados historiadores y literatos nacionales y extranjeros. Prisma es la expresión cultural y literaria más acabada de la República oligárquica.
 
Prisma, cuyo primer número apareció el 16 de agosto de 1905, fue una revista cosmopolita de pensadores sociales generales portadores de grandes conocimientos, que dejarían su ejemplo en la generación posterior, la militante del Centenario de la Independencia. Los libros, la escritura y el conocimiento serían considerados como los pilares de una nueva interpretación de la vida nacional. Para los intelectuales de Prisma conocer al Perú ya era transformarlo. No olvidemos que Francisco García Calderón había afirmado en algún momento que el Perú se salvaría bajo el polvo de una biblioteca. Su frase resume la convicción de muchos de sus pares en esos momentos, y que tomaban distancia de las posiciones de, por ejemplo, el magnífico Manuel González Prada. Por esta concepción, la participación política era un tema que devenía como consecuencia de otras razones y espacios, pero no le otorgaba autonomía.
 
Los artículos publicados en Prisma giraban sobre dos áreas fundamentales: literatura e historia. No podía ser de otra manera quizás, luego de la derrota de 1879. Fue un momento en que se debía revisar todo, aunque los intelectuales de Prisma lo hicieron desde su particular mirador: desde la cima social y cultural. Por ello no deben extrañar sus revisiones a lo hecho para detectar los problemas históricos a resolver. Para tal fin echaron una vista a hechos de la historia, realizaron balances sobre la literatura peruana, examinaron personajes de la vida nacional, aunque no dejaron de presentar a las promesas de las letras.
 
En la otra orilla cronológica y del propio proceso de producción editorial encontramos a APRA (1930-1931), la primera revista del naciente aprismo, cuyo número inaugural (12 de octubre de 1930) aparecería luego de la muerte de Mariátegui.11  Sus páginas se enganchan perfectamente con la emergente figura del intelectual militante-soldado. El aprista revolucionario como soldado de una causa a la cual se somete hasta la propia individualidad. El propio Haya de la Torre se definía como el soldado de la política y exigía a los militantes del aprismo que siguieran su camino.
 
En APRA cada número divulgaba los acuerdos de la organización política, definía la táctica del partido, identificaba enemigos, a los aliados, delimitaba el debate doctrinario. En otras palabras, la revista APRA, escrita por intelectuales políticos (aunque solo se quisieran autoidentificar como políticos), otorgaban a sus escritos de coyuntura una profundidad analítica poco usual. Las firmas de Luis E. Heysen, Magda Portal (quien había dejado la poesía por la militancia política), Serafín del Mar, Manuel Seoane, entre otros, nos dan una idea cabal del sentido de esta publicación. La publicación de la revista era entendida como una extensión fundamental de la vida orgánica del partido. Ello no excluía la colaboración de jóvenes intelectuales como Jorge Basadre que en un momento estuvieron cerca del aprismo pero que después decantaron por otras opciones. APRA representó la emergencia política de los nuevos sujetos sociales anti-oligárquicos.
 
Ambas publicaciones fueron expresivas de dos tipos de pensador social: Prisma encarna el proyecto del intelectual clérigo, y APRA representa al intelectual militante.
 
La revista Amauta
Entre ambas revistas, entre Prisma y APRA, debemos ubicar a Amauta (y también a su hermana, Boletín Titikaka).
 
Amauta surge en setiembre de 1926 bajo el manto de una figura respetada, el propio Mariátegui, el máximo ideólogo del Perú de su momento y de ahora. Además portando una gran conciencia histórica. Recuérdense sus palabras de presentación, “No se necesita ser demasiado perspicaz para darse cuenta que le nace una revista histórica al Perú”.12  Expresión de un nuevo espíritu. Amauta la funda y dirige un Mariátegui como pleno pensador social revolucionario.
 
Su nombre mismo es simbólico del debate que se estaba produciendo en el país, aunque curiosamente el nombre fue sugerencia del artista plástico José Sabogal, quién fue el autor de varias carátulas de la publicación y quien en última instancia definió su estética.
 
Recordemos que Mariátegui había regresado de Europa en 1923 con una misión: fundar el partido marxista así como la publicación de su órgano de difusión. Y precisamente en este punto emerge con claridad la característica de Amauta. Se suponía que debía ser su órgano de propaganda, de difusión política doctrinaria. Sin embargo, Amauta derivó por otra ruta. Mariátegui, intelectual al fin, priorizó la discusión, el debate intelectual como base de la definición política, incluso de la coyuntural. El propio Mariátegui lo dice explícitamente a Luis Heysen en dos cartas:
 
Lima, 25 de octubre de 1925
 
El diletantismo por el diletantismo, a la Ortega y Gasset, no debe ni puede ser nuestro camino, cualquiera que sea nuestra simpatía por el talento y el garbo de los escritores de la ʽRevista de Occidenteʼ. Nuestro caso y nuestro temperamento son distintos. En nosotros la inteligencia no se mira en el espejo. No coquetea consigo mismo y con el diablo. En nosotros lo primordial es la pasión, la fe. Por lo que menos esta es mi posición. Y creo que debe ser también la posición de todo intelectual revolucionario, mandemos al infierno los escepticismos infinitamente comprensivos y risueñamente nihilistas a lo Anatole France. Triunfarán los creyentes, los apasionados.
 
Y sobre la revista Amauta y la naciente fuerza política, APRA, el pensador socialista dice lo siguiente: “Usted sabe sobre la función que debe llenar esta revista. Su objeto es la definición doctrinaria, la clasificación ideológica de nuestro movimiento” (JC Mariátegui a L. Heysen, Lima, 25 de octubre de 1926). Es cuestión también de cómo se entendían los tiempos históricos: para Haya de la Torre era el hoy inmediato, la urgencia de la acción; para Mariátegui era por lo menos el mediano plazo, la calma del pensamiento.
 
En contraposición a Mariátegui, su amigo César Falcón, se muestra en desacuerdo. Para él Amauta no estaba cumpliendo con el papel que debía interpretar. Aunque suene irónico, Haya de la Torre, Falcón y también Eudosio Ravines tenían más coincidencias entre sí en su concepción de la política que con Mariátegui, especialmente en lo referente al tema de la acción política y la subordinación a ella del esclarecimiento doctrinario. Falcón, por ejemplo, fustigaba a Mariátegui por hacer de Amauta, según decía, una revista literaria y no un órgano de construcción del Partido Comunista, retardando, pensaba, la promesa hecha en Italia junto a Carlos Roe, Palmiro Machiavelo y el propio Falcón.
 
Lo que identificaba a Haya de la Torre, Ravines y Falcón es su explícito anti-intelectualismo funcional. Los tres consideraban que el debate que planteaba Mariátegui era un aspecto secundario y subordinado a la lucha política. Pero Amauta no era APRA, revista que buscaba formar soldados de la revolución marxista; y Mariátegui más que un militante-soldado encarnaría la figura del ideólogo revolucionario. Mantiene la identidad reflexiva del pensador social del periodo anterior pero sin llegar al extremo del intelectual militante soldado encarnado por Haya de la Torre.
 
Mariátegui representó un estadio intermedio que no significa indefinido, la del ideólogo revolucionario. Esto se condice con la función que le concedió a Amauta y los temas que difundió: no más balances estéticos ni poéticos, ningún homenaje a figuras literarias del pasado y tampoco ningún estudio sobre la evolución de la plástica peruana. Por el contrario, las páginas de la revista estaban dedicadas a conocer el Perú actual y prever sus tendencias futuras, a identificar los actores sociales portadores del cambio, a incidir en los problemas sociales más significativos, a entender la ubicación del Perú en el panorama mundial; asimismo, rendía homenaje a los escritores más originales y vanguardistas, como José María Eguren, por ejemplo. (Nos podemos imaginar cómo habrían recibido este homenaje al antipolítico autor de “Los Reyes Rojos” Falcón y Ravines, por ejemplo). Los artículos y contribuciones los firmaban jóvenes de la nueva generación. 
 
A diferencia de Prisma, los colaboradores de Amauta daban a la revista una identidad cosmopolita y vanguardista, interesada en entender la realidad internacional, especialmente de nuestra región. Como resume Edgar Montiel:
 
…las luchas del movimiento sandinista en Nicaragua, el impacto de de la revolución agrarista mexicana, las peripecias de las nacientes democracias uruguaya y chilena, el debate sociocultural sobre el movimiento indigenista, el estudio de la intervención estadounidense en el continente, etc.13
 
En suma, sus temas y preocupaciones iban dirigidos a un sujeto social que Mariátegui consideraba en formación: el revolucionario político y cultural. Amauta representaba ese proyecto. Ya no había vuelta atrás. De una u otra manera, la ruptura con la generación anterior, con el pensamiento conservador pre-1914 era absoluta, aunque no se soslayaron los debates al interior de su propia generación. 
Como sabemos, Amauta atravesó por dos momentos básicos en sus cuatro años de existencia, hasta la muerte de su fundador ocurrida el 16 de abril de 1930. El primer momento, el de 1926 hasta 1928, estuvo caracterizado por la amplitud de colaboradores pero dentro del terreno revolucionario. Ello incluía al insurgente aprismo, del cual el propio Mariátegui era parte. El segundo momento (1928-1930) lo marcó la ruptura Mariátegui-Haya de la Torre motivada por el ansia de formar la APRA en partido y que en el fondo era la pugna por obtener la conducción legitimada del auge revolucionario de entonces. Había llegado el momento de la criba. Pero lo común en ambos momentos de la revista fue su ubicación indudable en lo que se pude definir como la izquierda peruana.
 
En ese segundo momento es cuando mejor se pueden percibir las preocupaciones de Amauta: la nación ligada al socialismo; la revolución proletaria; la nueva sociedad y el legado indígena en tanto fuente ética como estética para el socialismo actual. Y, además, con valores nuevos: igualdad, solidaridad, emancipación, bien común. La diagramación y los recursos gráficos de Amauta remitían a esta nueva forma de interpretar la realidad nacional, desde donde derivaría la opción revolucionaria. A diferencia de Haya de la Torre, Mariátegui no postulaba la revolución continental, si no primero por la nacional. Cada uno de estos líderes optó por una vía distinta, pero que nunca fueron complementarias, aunque debieron serlo.
 
Dentro de todo este panorama, no soslayemos el hecho de que Mariátegui ya había ido y regresado de Europa entre los años 1919 y 1923, el mismo año en el que Haya de la Torre recién (aún influenciado por el anarco-sindicalismo) viajaría, entre otros países, a los del Viejo Continente. En otras palabras, Mariátegui ya era marxista, su proceso de maduración ideológica fue más temprano que el seguido por el fundador del aprismo. Por esta razón, es ahistórico afirmar que Amauta era una revista aprista en el sentido ideológico. Esta temprana madurez hizo que Mariátegui buscara vincular a Amauta con las corrientes ideológicas de vanguardia de su tiempo. Amauta era, al mismo tiempo, una revista arraigada en lo nacional y vinculada con el mundo. “Todo lo humano es nuestro”, ntendía Mariátegui y lo reflejaba en su obra.
 
Después de Amauta el mundo de las revistas se modificó sustancialmente en el Perú, ya no era posible regresar a Prisma sin ser tachado de retrógrado. Aunque también es verdad que sus propios contemporáneos no entendieron del todo el sentido de Amauta, como hemos mencionado acudiendo a los casos de Falcón, Haya de la Torre y Ravines. La publicación que estos deseaban llegaría después de la muerte de Mariátegui con APRA.
Notas
____________________________  
1 Said, Edward. 1996. Representaciones del intelectual. Barcelona: Paidós- Coser, Lewis. A. 1966. Hombres de ideas. El punto de vista de un sociólogo. México: Fondo de Cultura Económica
2 Gonzales, Osmar. 1999. “El pensador social latinoamericano: sobre el hombre y la nación latinoamericana (1850-1930)”, en Horacio Cerutti y Carlos Mondragón (compiladores), Nuevas interpretaciones de la democracia en América Latina. México: Colección Democracia y Cultura, Editorial Praxis-UNAM
3 Gonzales, Osmar. 2002. Pensar América Latina. Hacia una sociología de los intelectuales latinoamericanos. Siglo XX. Lima: Ed. Mundo Nuevo
4 Podetti, Ramiro (compilador). 2018. Lecturas contemporáneas de Rodó. Montevideo: Sociedad Rodoniana
5 Sirvent Gutiérrez, Consuelo. 2015. “Dreyfus. Historia de una injusticia”, Revista de la Facultad de Derecho de México tomo LXV, núm. 264, julio-diciembre
6 Benda, Julien. 1941. La traición de los intelectuales. Santiago de Chile, Editorial Ercilla
7 Panfichi H., Aldo y Felipe Portocarrero S. (Editores). 1995. Mundos interiores: Lima 1850-1950. Lima: Universidad del Pacífico
8 Larrea, Enrique. 2014). “El día en que Haya jaló un examen. La semilla de la legendaria historia de odio entre el APRA y el diario El Comercio”, https://redaccion.lamula.pe/2014/06/02/el-dia-en-que-haya-de-la-torre-jalo-un-examen/enriquelarrea/ Consulta: 30 de marzo de 2018.
9 Mariátegui, José Carlos. 1925. “La revolución de la inteligencia”, en La escena contemporánea. Lima: Editorial Minerva, pág. 197
10  Osorio P., Gian Marco. 2018. “Prisma: la tricromía del color y el desarrollo de las artes gráficas en el Perú”, inédito
11 Villanueva, Armando. 2015. Los inicios. Lima: Fundación Armando Villanueva del Campo
12  Autores varios. 2009. Amauta, 80 años. Simposio internacional. Lima: Instituto Nacional de Cultura
13 Montiel, Edgar. 2018. Ensayos de América. Interrogar nuestro tiempo. Lima: Universidad Nacional Mayor de San Marcos, p. 79
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