Wladimiro Giovannini
Para complacencia de Neptuno: submarinos en el Perú

Por Alberto Loza Nehmad
Fuente: Librosperuanos.com
Abril, 2022

Una historia de submarinos que ocurre en las costas del Perú, en Cartagena de Indias, Kinshasa (República Democrática del Congo) y en las ciudades puertos de Murmansk (Rusia) y Chittagong (Bangladesh). Tejen la trama, submarinistas y criminales internacionales; la salpican aventuras amorosas, espionaje, asesinatos. Estamos bien servidos. Y ante una colección de personajes, suspenso y acción que hacen difícil despegar los ojos del libro. 
 
Se trata de una novela con múltiples personajes y escenarios internacionales: el hilo común son los submarinos y, más particularmente, los submarinistas. Una organización criminal transnacional se propone delinquir en el reino de Neptuno y debe ser neutralizada. La novela,
en tres partes, describe la vida y tareas de dos submarinos peruanos, las sofisticadas y mortales gestiones de los malhechores, y el duelo final, que le da título a este relato. El autor, almirante Wladimiro Giovannini (Huánuco, 1957), quien fue comandante de dos buques de ese tipo y director de la escuela de submarinos de la Armada peruana, tiene los conocimientos y la experiencia para describir las complejidades de la navegación, así como las acciones, conductas y motivaciones de esa fuerza de elite. Y, de manera más importante, tiene el arte para crear una historia y contarla manteniendo en vilo al lector.
 
Es la primera novela de este tipo en el Perú. Pertenece a un género con abundantes historias que transcurren principalmente durante la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría. El contexto peruano no es ni debería ser ajeno a este tipo de historias pues la fuerza peruana de submarinos es parte natural de este selecto mundo de máquinas y tripulantes. Considerando las cosas, la Naval es el arma de las fuerzas armadas peruanas más naturalmente internacional, y su fuerza submarinista es parte de una comunidad de marinos muy consciente de su importancia y estatus. En Duelo en las profundidades se evidencia la comunidad de valores y experiencias de todos los submarinistas involucrados, sean del bando de los buenos o de los malos.
 
La primera parte, “Seleccionando a los mejores”, nos presenta a los protagonistas peruanos tripulando dos buques en ejercicios navales. Un aspecto notable es la descripción desde dentro de las relaciones entre oficiales de diverso grado y entre oficiales y subordinados en el contexto de su trabajo y tareas. Por ejemplo, se muestra con detenimiento y detalle la tensión en las relaciones entre oficiales, según la psicología y la formación profesional de cada uno. Lógicamente esto se da por debajo de la chaqueta de las formalidades del trato militar, y el autor las resalta para el lector:
El Jefe del Estado Mayor, tenía la misma sensación que la conversación podía derivar en una confrontación, con la ventaja que le daba tener un mayor grado, decidió terminarla […]. Mario, que se dio cuenta del esfuerzo del Comandante Navas por terminar una situación que evidentemente iba por mal camino, agradeció internamente su decisión y dijo con alivio:
--Muy bien, Comandante, voy a ver qué podemos hacer con los aviones asignados.
Guillermo no dijo nada más y volvió a tomar el documento que había estado leyendo, señal para Mario que debía retirarse, lo cual hizo directamente, como una forma de devolverle lo que él consideraba una descortesía [p. 53].
 
Los jóvenes oficiales parecen tener-- algo muy humano-- un ego muy vulnerablemente susceptible al elogio o la crítica:
--¡Muy bien, Comandante Fernández, muy buena sugerencia!
Mario tomó asiento, poderoso en su interior como un pavo real.
 
La segunda parte, “Resucitando al Leviatán”, toma por sorpresa a cualquier lector. La algo plana descripción de la vida en dos submarinos peruanos y de su navegación durante ejercicios navales da paso a la narración de una compleja conspiración de crimen, mentiras y traiciones que lleva a una variopinta colección de protagonistas desde Chittagong a Murmansk, ciudad portuaria rusa del Atlántico Norte, y antes una muy importante base soviética de submarinos. En un bar frecuentado por esa gente,
--¿Qué significa lo que está escrito en el letrero? – preguntó Joao.
“El refugio de los submarinistas”—y los delfines son parte de la representación de las insignias de los submarinistas en casi todo el mundo.
[…]
Mientras caminaban por el tradicional local, Dos Santos fijaba su atención en los numerosos cuadros con fotos o pinturas de casi todos los modelos que habían tenido desde que empezaron a usarlos, así como retratos de algunas dotaciones, sobre todo de épocas más recientes, con escuetas dedicatorias. Había tanto de historia, de vida contenida en esas fotografías que trataban de reseñar momentos de gloria y de adversidad [p. 121].
 
En esta segunda parte, la presencia de negociantes como Joao Dos Santos permite contrastar los diferentes códigos y valores que diferencian a los submarinistas de ambos bandos, buenos y malos, de quienes no lo son. El inescrupuloso abogado gestor de la operación criminal está motivado por la codicia; los submarinistas conspiradores siguen distintivos códigos de valor y lealtad, aunque en el camino se hayan pervertido luego de haber dejado la fuerza naval de la disuelta URSS.
 
En esta parte destaca un personaje, uno de los negociantes, quizá el menos maligno, el portugués Joao Dos Santos, quien es una colección de contradicciones y debilidades, impulsivo y lenguaraz a pesar de su profesionalismo: “Su mente y su autocompasión trabajaban rápidamente, tenía la necesidad de justificarse todo y de darse valor” [p. 203]. Es el malo menos malo, y hasta víctima de los más malos de la historia, además de mostrar la psicología y motivaciones más complejas entre todos. Es inevitable pensar en los personajes de alivio cómico del cine a quienes les pasa de todo, en este caso, hasta una detectivesca aventura amorosa rusa que constituye el lado más débil y menos verosímil de toda esta novela.
 
En la tercera parte, “Cazando al Romeo Negro”, se resuelve la historia, siempre con quiebres narrativos completamente sorpresivos, y se resume en un enfrentamiento entre buques y submarinistas. Son estos cambios súbitos en el desencadenamiento de la acción los que evidencian la afinada calidad de narrador y creador de historias que tiene Wladimiro Giovannini. Son esos momentos de “¿Y ahora qué?” los que aseguran el ojo a la página.
 
Uno de los momentos más emotivos de la narración describe una reunión de trabajo de oficiales navales de las fuerzas submarinas panamericanas, que se congregan en Cartagena de Indias para recibir información para combatir al enemigo común, una fuerza criminal potencialmente letal. Informa sobre inteligencia un oficial estadounidense en servicio y, sobre los detalles técnicos, un comandante de submarinos retirado de la marina soviética. La urgencia de la ocasión y el espíritu de cuerpo profesional lleva al viejo marino a exhortar, en castellano, a los oficiales latinoamericanos, dirigiéndose a ellos como “¡Camaradas!”, para sonrisas de algunos. Sonrisas que luego dan pie a la común emoción cuando el comandante soviético aclara: 
“Sobre lo de llamarlos camaradas, espero que lo sepan entender, pues como comprenderán soy un viejo submarinista soviético, con sus costumbres y modos arraigados, además, lo hago con el mejor de los ánimos, y finalmente, ¿estamos entre camaradas o no?” – dijo mientras una leve sonrisa se dibujaba en su redondeada cara.
“¡Sí!, fue la respuesta de la mayoría de los asistentes [p. 238].
 
La mayoría, hasta en ese detalle se muestra la fidelidad del autor. Y luego viene el remate del momento:
Miró a los asistentes quienes estaban prestando la máxima atención y luego continuó:
“Como ustedes saben bien, la Unión Soviética…”
 
En ese momento no sabía qué palabra usar en español, por lo que volteó hacia el traductor y le dijo algo en ruso, lo que este tradujo como “disolvió”.
Le agradeció y luego siguió con su intervención, diciendo:
 
“La Unión Soviética, mi querida patria—dijo con sincero sentimiento—se disolvió práctica e inevitablemente a inicios de los noventa…” [p. 238].
 
Y continúa con detalles altamente técnicos sobre submarinos y torpedos, ante la admiración y el afecto de los presentes. “…[M]i querida patria”; esa frase resalta la línea de base valorativa común a todos los submarinistas del relato, que el autor comparte plenamente. Y es de resaltar que al inicio de la novela, un oficial peruano diga la frase “regímenes totalitarios, antioccidentales”  [p. 23], que es tabú en la prensa y la conversación pública domésticas.
 
Vayamos ahora a algunas observaciones. La novela abunda en memorables frases que solo le podrían salir con espontaneidad a un marino de profesión y vocación como el autor. Sobre el zarpe de un submarino: “Parte en chispas cada maretazo que indómito recorre hasta su popa” [p. 14]; sobre la denominación de Almirante: “…acentuando la denominación genérica del grado con que se conoce a los contralmirantes y vicealmirantes de la Armada, dijo enérgicamente: -- ¡Atención, Almirante en el puesto de comando!” [p. 41]. Por otro lado, a ratos se nota cierta rigidez en el uso del idioma: demasiado formal a ratos, y encorsetado. Y, finalmente, las grandes distractoras del relato: las muy numerosas comillas usadas para, ¿resaltar?, términos o frases que quizá les suenen informales, tanto al autor, el relator como a los personajes. La novela estaría mucho mejor servida sin esas comillas innecesarias, o con algunas palabras que las remplacen. 
 
Volviendo a la carnecita, en definitiva, una gran novela.
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