Lo contingente en la historia: República y Bicentenario

Por Gustavo Montoya Rivas
Fuente: Librosperuanos.com
Mayo, 2020

Uno de los postreros libros de Jorge Basadre lleva el sugerente e imaginativo título El azar en la historia y sus límites. Contiene ensayos escritos ya en su madurez, pero donde es posible hallar ideas audaces y sugerentes horizontes reflexivos para pensar el derrotero incierto que significó la independencia a la par del establecimiento de la República. Basadre nunca fue un historiador jubilado, como tampoco lo fueron Alberto Flores Galindo y Pablo Macera. 
 
Tito Flores en su libro Tiempo de plagas – Antonio Cisneros fue el editor –, tiene una serie de ensayos ágiles y nerviosos, hace fluir personajes, épocas, procesos políticos y sociales, los cuales tienen como común denominador avizorar una sociedad alternativa. Su asombrosa erudición estaba al servicio de la búsqueda de esos nudos históricos irresueltos, justamente por ser coyunturas de crisis, pues tales escenarios daban lugar a repensar una sociedad, un país, buscar respuestas y soluciones a los atolladeros contemporáneos.  Su obra Aristocracia y plebe se ocupa precisamente del tránsito entre la sociedad colonial y el período republicano.   Un escenario y una época donde emergieron diversos y sui géneris proyectos de sociedad y Estado. 
 
Pablo Macera reunió en su texto Las furias y las penas un conjunto de entrevistas, artículos de opinión y notas, en donde fluyen imágenes por momentos dantescas de un país al borde del abismo; representaciones de una República hecha a jirones, levantada sobre el abandono y el desprecio de sus mayorías sociales. Es la furia del historiador que afina su puntería hacia unas élites que nunca quisieron convertirse en clase dirigente.  Pero la amargura, la rabia y el desconcierto de Macera nada tienen que ver con alguna modalidad de fatalismo existencial. Por el contrario, es el intento de instalar una voz colectiva, casi un clamor desde las entrañas de una nación expoliada. 
 
El ejercicio del ensayo histórico en coyunturas de crisis, permite precisamente establecer relaciones inéditas entre acontecimientos dispares. Hallar lo imponderable, lo contingente en determinadas coyunturas, y que pone a prueba a los individuos, a los grupos sociales y a las instituciones.  De manera que el uso fructífero de la historia, no debiera reducirse a dar solo consejos e insinuar tendencias, también tiene que servir para cuestionar cualquier noción del presente perpetuo como realidad indiscutible o, lo que es aún peor, una suerte de resignación para la coartada del oprobio.   Interesa pues rescatar ese ir contra la corriente, y que habita en tantos pensadores peruanos. 
 
Ahora nos hallamos justamente ante una de esas encrucijadas históricas, donde está en juego el destino de toda una colectividad. La actual crisis, so pena de ser global e inequitativa para las sociedades emergentes, sin embargo, puede ser pensada desde nuestra historia y a escala nacional.  Y en pleno Bicentenario resulta pedagógico y cáustico a la vez verificar algunos paralelismos contemporáneos, con las circunstancias de la independencia y el establecimiento de la República.  
 
Entre otros tantos, se trata por ejemplo de la intervención de factores exógenos, como la presencia de las expediciones extranjeras que impusieron una independencia controlada. Los efectos devastadores de epidemias y fiebres que diezmaron ambos bandos y que prolongaron la guerra, o los proyectos alternativos de Estado y sociedad; léase el temprano federalismo o la derrota de los proyectos de gobernabilidad regionales y plebeyos. Lima pudiera no haber sido la capital, o el racismo no hubiera sido tan pernicioso en los vínculos sociales y determinante en la violencia pública y privada en estos 200 años.  
 
Esa guerra silenciosa, y la desconfianza estructural entre Estado, sociedad y regiones, es lo que nuevamente emerge y se contemplará en las semanas y meses que se avecinan.   Como un acelerado proceso de aprendizaje, sin duda el imaginario político de las mayorías sociales ya no será el mismo. Pero también se ha mostrado descarnadamente, la naturaleza de las elites económicas y políticas, el autismo que les caracteriza y la tendencia recurrente del Estado en anteponer sus intereses a los de las mayorías que son justamente las que producen la riqueza.   
 
La idea y el contenido de soberanía, de esa majestad simbólica o razón de Estado a la que se suele apelar para invocar la unidad de los peruanos, también ha terminado agrietada, cuestionada.  El desafío flagrante y hasta temerario de los sectores más vulnerables contra la cuarentena y el aislamiento social son solo una faceta de las lacerantes y grotescas desigualdades sociales, que la dictadura neoliberal había logrado encubrir, a la par de demonizar toda disidencia que “atentara” contra la “estabilidad macro económica” de las últimas décadas.  
 
No es caer en el desánimo y la fatalidad advertir que se avecinan tiempos sombríos, pero también acompañados de prometedores desafíos por ensayar alternativas justicieras. Las elecciones generales del 2021 serán una oportunidad singular para atemperar los referentes políticos y los horizontes de expectativa entre los electores.
 
La prueba de fuego para que cada ciudadano sepa discernir entre el oprobio o la dignidad en su cédula de sufragio estará en la actitud con que afronte y dé cara a las consecuencias subsecuentes del Coronavirus y las medidas de aislamiento inteligente del gobierno central.
 
Empero, lo que se avecina puede ser la configuración de un escenario de guerra no declarada, de la ley del más fuerte, de conflictos entre sensibilidades alteradas, que cundiría en primera instancia en los territorios más golpeados y entre los grupos humanos con menores recursos. Las exigencias sociales por el desembalse de demandas básicas de sobrevivencia inevitablemente provocarán colisiones y fricciones, no lejos del sálvese quien pueda, donde la ley del que tiene mayor capacidad de gasto ha de imponerse.  La disolución de nociones básicas de disciplina, regulación de impulsos y de tolerancia, estarán doquier, como una tentación y caldo de cultivo a favor de bandas barriales y del fascismo social ya instalado entre los más pobres. Un dantesco horizonte y caldo de cultivo para todas las formas de arbitrariedad social y las pulsiones más perversas de los grupos de poder.  
 
Pero a contrapelo, dialécticamente, también harán acto de presencia los colectivos cívicos que enarbolen nuevas formas de democracia directa y sensibilidad económica comunal.  Esas prácticas que ya recorren el país y que cuenta con eficaces instrumentos de autogobierno, podrían ser una vía alternativa para sortear las consecuencias del tan mentado martillazo. Y germinar dicha gobernanza en las municipalidades. Solo entonces podría volver a tener sentido el leitmotiv más prometedor y enérgico que estuvo en la base misma de las guerras por el establecimiento de la Republica. Esto es, que se imponga el interés y bienestar de las mayorías como el mandato imperativo más preciado de la soberanía popular.  
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