La crisis civilizatoria actual
La verdadera Edad Oscura


Por Gustavo Flores Quelopana
Fuente: Librosperuanos.com
Marzo, 2019

I
 
La filosofía actual está en crisis. Pero no se trata de una crisis de crecimiento sino de senectud. La crisis de senectud de la filosofía se denomina posmodernidad. La filosofía posmoderna se vincula con la erosión nihilista de la sociedad posmetafísica. Esta cultura nihilista es escepticismo y el escepticismo es la fase terminal que padece toda cultura cuando ha madurado en civilización. Así fue en los egipcios, chinos, hindúes, árabes, antiguos y ocurre hoy en Occidente.
 
La filosofía posmoderna con su renuncia a la verdad refleja la extinción de la fuerza creadora del espíritu. En su lugar comienza a predominar la tendencia ético-práctica de una humanidad cosmopolita, ametafísica e irreligiosa. El hombre se convirtió en un pequeño diosecillo en medio de la orgía inmanentista del regnum hominis madura de la modernidad tardía. Lo cual facilitó el brote de los Estados totalitarios, las guerras mundiales, el genocidio a escala industrial del Holocausto, el lanzamiento de las bombas atómicas y la acumulación de la riqueza mundial en el puñado de las élites neoliberales.
 
Si eso ocurre a nivel del pensamiento –“el hombre es una pasión inútil” declaraba Sartre y “el hombre ha muerto” proclamada Foucault- en el arte predominan las formas sin contenido. En la arquitectura se impone el neobrutalismo. En la cultura campea la vulgaridad, la obscenidad, la moda carcelaria de marcarse el cuerpo con tatuajes, el lenguaje procaz, la vestimenta andrógina, el mal gusto y el bandolerismo.
 
En la música se rompe la unidad entre armonía, melodía y ritmo, y brota el ruido-palabra bestial que sólo se dirige al cuerpo y ya no al alma. En la política se difunde el imperialismo cesarista, el afán de pillaje, la anomia, el anetismo.
 
Y todo este hominismo antihumano acontece a pesar de vivir en medio de formas tecnológicas civilizadísimas. Sin voluntad de vivir ni voluntad creadora la historia mundial sumida en una era de escepticismo profundo pone en riesgo la superación de la presente edad oscura por el riesgo creciente de descontrol del arsenal nuclear existente.
 
 
II
 
Con optimismo ingenuo vemos cómo se desea para el Perú, como para los demás países en desarrollo, la prosperidad económica y social de los Tigres del Asia, China y demás países occidentales. E incluso con ello se mide el índice de felicidad humana.
 
¿Pero no será todo ello mera ilusión y mentira? ¿No será todo ese espectáculo del presente el olvido profundo de la diferencia que existe entre cultura y civilización? ¿No es la civilización el momento finisecular en que llega toda cultura?
 
Las culturas tienen alma, las civilizaciones tienen intelecto. Así fue entre los egipcios, babilonios, hindúes, chinos, y es hoy en Occidente. La cultura tiene genio, la civilización practicismo. Cultura es don Quijote, civilización es Sancho Panza.
 
¿No será un nuevo mito la capacidad de autocorrección que se atribuye a Occidente para que se imagine eterno? Pero mientras la cultura es vida y elevados ideales, la civilización es fantasía e idolatría. La civilización es el final irrevocable de la cultura. Así ha sido y parece que seguirá siendo.
 
Por tanto, estamos inmersos en un problema de civilización, donde el dinero pierde toda relación con los valores, se extiende una aversión a la vida agrícola, no impera el pueblo sino la masa, las grandes urbes absorben el jugo nutricio de hombres completamente ametafísicos, en las ciudades mundiales pululan hombres sin tradición, parásitos nómades sin religión. Cultura florece en las aldeas, civilización en las urbes. Y aquí impera el dinero, todo es cosa de millonarios.
 
Esta forma nueva, postrera y sin porvenir es la del imperialismo. En tales periodos de la humanidad mortecina y decadente se desarrolló el budismo, el estoicismo, el capitalismo y el socialismo. Por eso símbolo de primer orden de nuestro era decadente es la existencia de multimillonarios como Bill Gates en medio de la miseria más espantosa en que la que se sumen las tres cuartas partes de la población mundial porque la desigualdad es mayor que en tiempos del colonialismo.
 
En las actuales urbes pululantes como hormigueros poseer un lecho carísimo vuelve la vida invivible. El ricachón de hoy, como el de ayer, entiende tan poco de cultura porque vive satisfecho con la sibarita civilización actual. En una palabra, si la civilización va contra lo humano lo que hace falta es edificar una nueva cultura.
 
 
III
 
Tres son las ideas centrales de esta obra: 
(1) El pensar evoluciona con el lenguaje pero no es lenguaje, en cierta forma el lenguaje distorsiona la relación con el ser en el juicio. De ahí que el pensar en el conocimiento científico-natural rebasa el lenguaje y va hacia la fórmula matemática, que en buen romance es otro fracaso más al describir tan sólo la estructura formal del fenómeno. La relación multívoca del ser con el lenguaje reafirma los dos sentidos del ser como esencia y existencia.
 
(2) El positivismo creyó separar el Logos de la Ratio, pero no comprendió que no hay separación lógica nítida y definitiva entre mito y logos. Del mismo modo no hay separación clara entre éstos con lo numinoso del filósofo prehistórico y lo mitomórfico del filósofo chamán. Lo numinoso, lo mitomórfico, lo mitocrático son formas de pensamiento que no se extinguen sino que se transforman en medio de la hegemonía del pensamiento logocrático.
 
Y (3) si el nuevo concepto de objeto no es substancial sino funcional ello no es óbice para que persista lo transinteligible. Y de ese modo en la lucha por la objetividad es irrenunciable fundar lo epistémico sobre el sentido óntico real, o sea sobre la metafísica.
 
Lo crucial de todo este asunto es que sea en la declinante etapa civilizatoria cuando la cultura occidental da la espalda a los dos sentidos del ser como esencia y existencia, quedándose tan solo con el formalismo matemático. Pero además, a instancias del pensamiento logocrático insurge en el horizonte el pensamiento de la máquina autónoma.
 
Aún no sabemos si ello representará la separación definitiva entre Logos (creatividad) y Ratio (cálculo). Si la máquina autónoma se llegase a plantear problemas existenciales tal separación no se concretará. De lo contrario al devenir del pensar le espera el triunfo avasallante del pensar funcional sobre el pensar substancial. Pero el naufragio del pensar creativo no podrá anular la óntica objetividad de lo transinteligible ni la prioridad de lo metafísico sobre lo epistémico.
 
 
IV
 
Cuando leemos esta obra recordamos a Goethe: todo lo fáctico es ya teoría. No hay facticidad como dato absoluto. Todo lo fáctico tiene una orientación teórica. Y esto sucede de modo distinto tanto en los hechos de la física como en los hechos de la historia. 
 
Principal y voluminosa obra del filósofo trujillano Víctor Baltodano. Invirtiendo el núcleo del orden significativo sostiene en sentido neonominalista que en vez que el pensamiento represente a la cosa, es el lenguaje el que está antes del pensamiento. Así la palabra representa el concepto y el pensamiento representa el lenguaje. El concepto sólo significa lenguaje. No hay cosa en sí. El Orbis Conformacional baltodaniano signico y de existencias culmina con su aserto "no hay hechos sin conceptos".
 
A su postura se le dirigen varias observaciones:
(1) carecer de la noción de lo transinteligible,
(2) obviar que entre los hechos y los conceptos no hay igualdad sino hiato y divergencia,
(3) incurrir en un reduccionismo lingüístico,
(4) su radical simbolismo conceptualista vuelve problemático justificar la validez objetiva del mundo,
(5) olvidar que epistemología sin ontología es derivar hacia el idealismo lógico -habla de las existencias indeterminadas en un proceso de antropormorfizacion pero al mismo tiempo combate las cosas en sí-,
(6) anular la diferencia ontológica entre lo óntico real -declara que la cosa en sí no existe- y lo ontológico pensado -lo único válido-,
(7) toda ciencia estricta exige que la idea se libre del yugo de la palabra y del lenguaje emancipándose de éstas,
(8) los conceptos de la ciencia hablan de la cosa misma justamente porque la palabra cede su lugar al signo,
(9) el abismo entre el concepto científico y el concepto del lenguaje es ignorado, por lo demás ese abismo es el mismo el que tuvo que cruzar el pensamiento al convertirse en pensamiento lingüístico.
 
Al margen de las observaciones quizá lo más valioso de su contribución sea su conclusión voluntarista y simbólica de que el mundo es un orbis conformacional signico y de existencias creado por el hombre. Este proceso de antropomorfizacion es un llamado a la libertad y creación responsable. ¿Pero será posible emprender dicha creatividad en momentos en que la cultura occidental sucumbe en su etapa de civilización hipertecnológica pero yace moral y humanamente bárbara?
 
 
V
 
En una interesante y reciente conversación privada con el intelectual y escritor Hugo Chacón éste se interrogaba contrafácticamente un apasionante tema de reflexión: ¿Hubiera seguido siendo mítico el pensamiento andino sin la Conquista europea? 
 
Ahora bien, tal pregunta se puede responder desde dos perspectivas: la eurocéntrica y la nativista. La primera responde con NO rotundo, mientras que la segunda con SI decidido. Pero cabe una tercera respuesta, la cual se alza más allá de ambas para ver por qué las culturas mueren (Walter Schubart, Oswald Spengler), o se congelan y otras sobreviven (Arnold Toynbee).
 
Desde la cuestionable idea occidental de progreso la respuesta es negativa, y se podría suponer que por sí solos la civilización andina hubiera superado el modo de pensar mítico por el modo de pensar conceptual. Detrás de la idea de progreso está sin duda el supuesto de la superioridad de Europa occidental como una especie de culminación de la historia universal. No obstante tal razonamiento es anacrónico ni la experiencia histórica lo confirma en alguna cultura. Por el contrario, la mentalidad mítica tiende a ser inmóvil y se condensa en una síntesis cerrada.
 
Con lo cual no tiene sentido identificar el espíritu racional de Occidente con el sino de la historia universal misma. Tal cosa ya fue vista especialmente por las críticas antieurocéntricas de O. Spengler y A. Toynbee. Por otro lado, los poderosos complejos mentales míticos de la cultura egipcia, babilónica, india, china, semítica y americana tampoco duraron para siempre. Lo cual, sin embargo, no refrenda que la imagen de historia universal creada por Europa sea la imagen de la humanidad misma.
 
Y es que detrás de la interrogante del comienzo está la permanente pregunta central de la Historia: cuál es su sentido y qué leyes la gobiernan.
 
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