Filosofía como cáliz unitivo del saber

Por Gustavo Flores Quelopana
Fuente: Librosperuanos.com
Noviembre, 2016

En este IV Congreso Regional de Filosofía del Norte que nos acoge la Universidad Católica Santo Toribio de Mogrovejo (USAT) en la ciudad de Chiclayo-Lambayeque, bajo el acápite de la “Interdisciplinariedad de la Filosofía para el desarrollo integral de la persona”, expreso mi profunda sospecha de la interdisciplinariedad de la filosofía no es expresión de un desarrollo auspiciador del saber sino que es síntoma de una profunda enfermedad de nuestro tiempo, a saber la disgregación del saber.
 
Debo confesar que la noche anterior de mi ponencia sufrí la interrupción del sueño debido a que mi espíritu no conciliaba la efectiva realidad de la interdisciplinariedad de la filosofía como algo positivo. Con escepticismo guardaba el tema no llegando a resolver lo que sospechaba como una enfermedad de nuestro tiempo. Hasta que unas palabras de mi amigo Raúl Pastor, que hablaba antes que yo, -la palabra era “comunión”- estalló en mi mente para dar una respuesta provisional a la cuestión que me acechaba.  
 
Efectivamente, lejos de su carácter celebrativo la interdisciplinariedad de la filosofía es en el fondo consecuencia de la pérdida del sentido unitivo del saber y un eco epistémico de la disolución de la fe. Para ilustrar esta idea con alguna claridad meridiana debo expresar que sirve de mucho concebir la filosofía como el cáliz unitivo de la comunión del saber humano.
 
Y este cáliz unitivo de la comunión del saber humano se dio tanto en la forma occidental griega como en la forma oriental-americana del filosofar. 
 
Me explico. La filosofía en Grecia fue la cuna de muchas disciplinas científicas. Incluso la matemática estaba subsumida en Pitágoras y en Platón a la filosofía, mucho antes que con Arquímedes se desligara de las preocupaciones filosóficas. Cuando la filosofía aparece en Grecia sólo la acompañan el arte y la religión. Y aun más, cuando la filosofía griega desde Jenófanes y Parménides rompe lanzas con la religión lo hace con la religión politeísta pero no con el sentido unitivo de la religión en cuanto tal.
 
Es así que el eleatismo abre camino al monismo filosófico. La cual sirve de base a las especulaciones metafísicas sobre el primer principio ordenador de Platón y Aristóteles como padres de la teología natural. Pero incluso, a pesar del carácter crítico de la filosofía griega frente a la religión politeísta, no deja de reflexionar sobre los presupuestos metafísicos de la divinidad y las bases fundamentales del arte. 
 
Este carácter unitivo del filosofar también está presente en la filosofía ancestral de Mesopotamia, India, China y América Precolombina. Aquí no hay aquel enfrentamiento crítico con la religión, sino una profunda reflexión por los fundamentos de la existencia y del universo desde posiciones místico-míticas.
 
Esto quiere decir que si Grecia reflexiona filosóficamente desde la hegemonía del principio del concepto lógico de identidad, en cambio en el mundo ancestral se filosofa desde la hegemonía del concepto simbólico de la armonía de los contrarios. Pero en ambos casos se trata de auténtica filosofía.
 
Si esto es justo y cierto entonces estamos ante una serie de hechos incontrovertibles. Primero, Grecia no es la medida de toda filosofía posible. Segundo, la historia demuestra la existencia fáctica del principio de la universalidad de la filosofía. Tercero, dicho principio permite deducir la multivocidad de la filosofía y su no univocidad. Cuarto, la estructura de la razón humana se compone de la dualidad dialéctica del logos de la ratio y el logos del mytho. Quinto, el hombre filosofía no sólo bajo la hegemonía del logos de la ratio sino también bajo el logos del mytho. Sexto, el filosofar bajo el logos de la ratio es eminentemente identitario mientras el filosofar del logos del mytho es predominantemente de armonía de los opuestos. Séptimo, si el hombre ancestral también filosofó ello significa que la filosofía, como la arte y la religión, son manifestaciones de la condición humana
 
Bajo estas aseveraciones nos preguntamos si el desarrollo del saber humano significa de por sí la pérdida del sentido unitivo del saber o al contrario su conservación.
 
La pregunta es compleja y su respuesta aun más. Porque el paso del filosofar mitocrático o unido a la razón mítica al filosofar logocrático o unido a la razón lógica, representa de por sí una revolución teórico-espiritual dentro de la estructura dialéctica de la razón misma. 
 
No obstante, dicho paso no representa la quiebra del esquema metafísico fundamental que mantiene la presencia de la dimensión de lo trascendente. Lo cual de alguna manera garantiza la unidad del saber expresada en la filosofía epocal griega y ancestral. Incluso la enseñanza en la Edad Media de las artes liberales heredado de la antigüedad clásica conserva la presencia hegemónica de la dimensión trascendente.
 
En realidad, mundo ancestral, mundo griego y mundo medieval están unidos por el denominador común de la presencia simultánea del horizonte metafísico de la inmanencia y de la trascendencia. Y esto es lo que conserva el sentido de la filosofía como cáliz unitivo de la comunión del saber humano. 
 
Lo dicho no equivale a negar las sutiles diferencias metafísicas entre lo ancestral, lo griego y lo medieval. De ninguna manera. La filosofía ancestral es simbólica, se plasma en una teoría del destino y su metafísica está presidida por la experiencia de la aletheia o develamiento del ser. La filosofía griega es lógico-racional, se plasma en una teoría de la verdad y su metafísica está presidida por la experiencia de la esencia. Y la filosofía cristiana culmina en una unidad entre razón y fe, se plasma en un saber de salvación y su metafísica está presidida por la experiencia de la persona o de la existencia.   
 
Todo lo cual no significa que en el seno de las tres grandes expresiones civilizacionales de la filosofía no hayan existido corrientes divergentes (el materialismo charvaka en la antigua India; el materialismo de Mozi en la antigua China; atomistas, sofistas, cínicos en Grecia; nominalismo en Edad Media). Pero estas son ilustraciones no sólo de la naturaleza dicotómica de la propia razón humana sino de la propia realidad.
 
Entonces la pregunta que cae por su propio peso es: ¿cuándo acontece  el más dramático desgarramiento de la unidad del saber? De alguna forma esta interrogante fue respondida por Paul Hazard en su explicación de la crisis de la conciencia europea. Al margen de lo cronológico considero que el acierto fundamental de su estudio estriba en señalar que dicha crisis se caracteriza por el hundimiento del fundamento absoluto de la razón humana. 
 
Efectivamente. Desde entonces la razón se vuelve autónoma, celebrada por la Ilustración y lanzada a principio cósmico-espiritual en Hegel. De esto al diosecillo terrestre o deus in terris que pulula en la modernidad solamente hay un pequeño paso. La disolución de la fe y la erección de una sociedad postmetafísica del hombre sin absolutos aceleró la desintegración de la unidad de los saberes, el vaciamiento del cáliz filosófico de la comunión de los saberes, la diáspora de las disciplinas, el nihilismo epistémico y la destrucción de las bases de toda ontología fuerte. En realidad, los primeros mentores (Hume, Compte y Marx) de esta desintegración –ya advertida nítidamente por Vico y Leibniz- quedan modestos ante la avalancha contemporánea de postestructuralistas y posmodernos. Los cuales decretando la muerte del hombre, la verdad y de los valores abren las puertas a la desintegración absoluta del saber y la instrumentalización completa de la filosofía como mera bisagra entre los diversos saberes.
 
Este triunfo actual de la interdisciplinariedad oculta este derrotero metafísico-espiritual y cultural. Por ello mismo, no lo celebro y lo miro con profunda sospecha de lo que se trata es de una profunda enfermedad espiritual. 
 
Lo que tenemos actualmente es la barbarización del saber y la trivialización de la filosofía. Y ante hecho no es posible restablecer el sentido unitivo del cáliz filosófico. Solamente en la comunión del cáliz filosófico puede encaminarse el saber humano a una jerarquización ordenada. Pero bajo el espíritu del empirismo y del cientificismo positivista que niegan el horizonte de la trascendencia ello es imposible.
 
Esto significa que las bases metafísicas de la misma civilización actual deben ser reformuladas por la propia filosofía. En la hora presente donde predomina el bárbaro civilizado, el hombre anético, el especialista estrecho, el ateo práctico y el creyente gélido, se hace necesario más que nunca ir a la raíz del problema mismo de la interdisciplinariedad para reconocer que en medio de un horizonte cultural relativista, historicista, nihilista y empirista no es posible la interdisciplinariedad misma si antes no se procede a rescatar el horizonte de la trascendencia en medio de la inmanencia. 
 
Lima, Salamanca 20 de noviembre del 2016
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