El emperador Adriano y las bibliotecas

Por Isabel Cristina López Eguren
Fuente: Librosperuanos.com
Agosto, 2016

“El sentido de lo divino en el hombre sin sacrificar lo humano”


El presente artículo está basado en la obra de Marguerite Yourcenar Memorias de Adriano.1  En esta novela la autora describe la vida del emperador romano Publio Elio Adriano, nacido en Itálica en el año 76 d. C., territorio cercano a Sevilla y que ejerció su reinado en el siglo I de la Era Cristiana.

La historia tiene como punto de partida la carta de Adriano a su amigo Marco contándole de la enfermedad incurable que padece, motivo por el cual retrocede en el tiempo y decide narrar su biografía. En ella describe la vida cotidiana de Roma, Grecia y las provincias conquistadas de Oriente como Persia, Siria y Egipto; es por su admiración hacia la cultura helénica que a Adriano lo llamaban el Griego.

Es necesario mencionar que la relación de los intelectuales con el poder político fue muy intensa, especialmente entre los siglos II – I a. C., tiempo en que se desplegó el pensamiento helenístico, y que coincide con la gran expansión del Imperio  Romano. Dentro de este contexto debemos ubicar a Adriano, tanto como hombre de gobierno como de cultura.2

El gobierno y la sabiduría
Adriano destacó como hombre erudito amante de las artes y las letras, en su papel de estadista y por su deseo profundo de pacificar el imperio. Uno de los aspectos más significativos de Adriano era su calidad de humanista, la cual se traducía en su interés por el ordenamiento social desde la creación o modificación de las leyes que hicieran más llevadera la vida de los pueblos. Adriano se sentía ciudadano del mundo en todas partes, amaba y respetaba todas las culturas por diversas que fueran, pues consideraba que todas eran manifestaciones humanas con un valor propio y de las cuales siempre había algo maravilloso que aprender y digno de imitar.

La sensibilidad que supo enseñar Adriano le valió ser reconocido por su adversario Osores, emperador de los partos, pueblo que en gratitud erigió un santuario en  honor suyo en la ciudad de Vologeso; pues supo instaurar la paz y mantenerla entre Roma y Siria.

Adriano fue gran estadista y mejor gobernante porque fue un hombre sabio, esta condición le permitió conducir el imperio romano durante el primer siglo de nuestra Era con gran éxito. Dicho contexto político y social se encontraba agudizado por la corrupción, la compra de votos y el pago de favores. Aun cuando contraviniera las diferencias sociales, que en su tiempo se consideraban normales, mediante una habilidad política muy aguda supo administrar el estado como un servidor honesto y un buen amo.

Concebía su relación con lo divino colaborando con las formas de ordenamiento del mundo, mediante la promulgación de leyes justas que propiciaran vivir en un clima de paz y con las condiciones mínimas de convivencia que permitieran disminuir el desangramiento de los estados y la guerra harto ociosa e infecunda que sumía al hombre en la degradación de su alma. Consideraba que era justo un adecuado tratamiento de los esclavos, que en muchos casos pasaban la mayor parte de su vida haciendo duros trabajos en condiciones crueles e inhumanas, lo que explicaba su rebeldía y su rencor hacia la aristocracia gobernante que los mantenía subyugados.

Otro aspecto de interés en Adriano era el referido al desarrollo de las ciudades y villas y la limpieza pública, propiciando que estas estuvieran provistas de baños, acueductos, sistemas de cloacas, alcantarillas y de agua limpia que corriera por los campos dando así mejores frutos. En otras palabras, este nuestro emperador quería que a todos llegara la inmensidad de la pax romana.

A decir de Adriano, sólo existen tres medios de los cuales nos podemos valer para evaluar la existencia humana: el estudio de uno mismo, observar a los demás hombres y los libros. Al primero se refiere como el método más complicado y peligroso, pero que nos va a reportar mayores conocimientos; el segundo, se refiere a que los hombres están permanentemente preocupados en mentir a los otros y en mentirse a sí mismos, en mostrar una apariencia que no tienen; y el tercero, nos habla del libro que -a pesar de ser un cimiente del saber-, también recoge comprensibles errores de perspectiva en sus páginas.

A partir de su admiración por la cultura helénica y los tiempos fabulosos de la antigüedad, revaloraba y rememoraba constantemente las culturas del pasado. Viajaba constantemente a Grecia, experimentaba la necesidad de acercarse y sentirse imbuido por el arte, la música, la escultura, la arquitectura, la poesía, la historia, la literatura y el teatro. El conocimiento de las manifestaciones culturales de los griegos estimuló en Adriano un profundo amor por el saber universal, con el que trataba siempre de relacionarse, no solamente desde Roma, sino en cada una de sus expediciones de conquista. Por este helenismo y ansias de saber en cada viaje que Adriano realizaba a Grecia o a cualquier otra ciudad regresaba con un cargamento de libros que acompañaban a otros objetos artísticos.

En algunos lugares se solían organizar veladas literarias en las que Adriano era el invitado de honor y a las que concurrían los filósofos e intelectuales más destacados de todos los campos del saber, convirtiéndose en un espacio muy rico de ideas. Alguna vez Próculo organizo una de estas reuniones literarias en la ciudad de Nicomedia. Quienes compartían con ellos eran los Sofistas de paso, algunos grupos de estudiantes, gente interesada en la literatura y los libros. Próculo era un hombre sabio y de gran cultura que reunía a sus invitados en los jardines “al borde de una fuente consagrada a Pan”.3

Una de las personas con las que Adriano se sintió más cercano e identificado fue con la emperatriz Plotina, esposa de su primo el emperador Trajano. Esta era una mujer de amplia cultura y compartía con Adriano el interés por el conocimiento, su amor por los libros y las artes. Ambos pasaban horas interminables conversando sobre grandes autores de la literatura, tanto de los clásicos griegos como de los romanos. Esta costumbre entre Adriano y Plotina continuó aun después de la muerte de Trajano; la emperatriz viuda seguía recibiendo al nuevo emperador en su modesta casa entregándose a las bondades de la lectura y los libros, meditando sobre las enseñanzas de sus contenidos.4

El emperador y los libros: la importancia de las bibliotecas
Adriano era un amante de las bibliotecas. Para él que preveía el advenimiento de una época de oscurantismo espiritual, se hacía necesario cultivar al hombre con el fin de dotarlo del conocimiento necesario para pasar una dura prueba durante las épocas difíciles en las que la ambición del hombre pervierta o impida su deseo de actuar sabiamente en beneficio de la humanidad. Por ello, consideraba de vital importancia fundar bibliotecas tanto “como graneros públicos”,5  es decir, poner a disposición de los ciudadanos el conocimiento universal.

La ruta preferida de Adriano era siempre regresar a Grecia. Cada vez que volvía a verla le parecía más hermosa. Hallamos  entonces  perfectamente comprensible que Adriano donara una biblioteca a la ciudad de Atenas construida con un lujo impresionante en alabastro y oro, a la que dotó de todas las comodidades inimaginables para la época como calefacción, asientos cómodos, lámparas y ambientes amplios que permitieran la paz y la quietud que una biblioteca necesita para darle, a los que acudieran a ella, posibilidades de meditación y reflexión.

El emperador concibió la idea de construir la biblioteca llamada el Odeón, a la que habría dotado de salones de clase y de conferencias, con el interés de convertirla en un centro de la cultura griega en Roma. Asimismo, en la ciudad de Éfeso construyó otra biblioteca, pero no tenía la elegancia que quería darle con el fin de que se pareciera a la del Museo de Alejandría. Adriano recordaba la inscripción que Plotina deseó grabar en el umbral de una biblioteca: Hospital del alma. El rey Tolomeo I fue quien heredó la parte más rica del imperio de Alejandro, y fue quien fundó el Museion (museo) de Alejandría. Plutarco narra que el bibliotecario Demetrio aconsejó a Tolomeo que compilara libros que versaran sobre el arte de gobernar y las formas del ejercicio del poder.

Las bibliotecas de Atenas y Rodas fueron centros en donde se realizaban con frecuencia el comercio de libros griegos. Tolomeo III (246-221 a. C.), ordenó que todos los barcos que legaran al puerto de Alejandría debían de ser inspeccionados y todos los libros que llevaran a bordo tenían que ser requisados posteriormente para la biblioteca. En la biblioteca de Alejandría se copiaban estos libros y una copia era entregada a su dueño, pero el original se quedaba en la biblioteca. La biblioteca de Alejandría fue la más grande del mundo antiguo, algunos investigadores afirman que su destrucción fue lenta debido a  la permanente sucesión de guerras, tal como la ocurrida “en el año -48, durante la breve guerra de Alejandría de Julio César, la Biblioteca Real fue accidentalmente destruida o, al menos, reducida por el fuego; se perdieron cuatrocientos mil rollos”.6

La ciudad de Pérgamo se encontraba ubicada en una colina, en ella se encontraba una biblioteca que se consideraba la única que podía competir con la de Alejandría. En el Palace Atenea se rendía culto a la deidad patrona de esta ciudad, y en la biblioteca se encontraba una gran estatua de la diosa Atenea, copia de la famosa obra del escultor Fidías. La sala mayor de la biblioteca tenía alrededor de 200,000 rollos, contenía materiales griegos y no griegos, pero en mayor volumen que la biblioteca de Alejandría. Uno de los relatos de Plutarco menciona que la biblioteca de Pérgamo fue el obsequio que entregó Marco Antonio a la última reina tolomea de Egipto, Cleopatra, la misma que contaba con cerca de doscientos mil libros.

Existe una leyenda que dice que Demetrio de Falero, un bibliotecario real, convenció al rey para que solicitara a los sacerdotes setenta eruditos, quienes debían traducir las sagradas escrituras del hebreo al griego. Producto de este largo y dedicado trabajo fue la llamada “versión de los setentas”, que es utilizada hasta la actualidad por la iglesia ortodoxa griega.

Podemos decir que Adriano era un bibliófilo desde todo punto de vista, su preocupación iba más allá de la simple –que no era nada simple- concepción y edificación de una biblioteca. También tuvo gran interés en conservar documentos importantes y preservar las copias de los mismos. Para este especial encargo buscaba el apoyo importantísimo de escribas que reproducían los documentos. Guardar adecuadamente el legado cultural que significaba preservar el patrimonio cultural era de una gran responsabilidad que Adriano cumplía con gran fruición; incluso temía la posibilidad de que las guerras tan frecuentes echaran a perder el trabajo de proteger tan delicados objetos solamente hechos de fibra y tinta.

El valor que Adriano concedía al libro como elemento a través del cual se devela el conocimiento de la existencia de los hombres, lo señala claramente cuando manifiesta: “La palabra escrita me enseñó a escuchar la voz humana, un poco como las grandes actitudes de las estatuas me enseñaron a apreciar los gestos. En cambio, y posteriormente, la vida me aclaró los libros”.7

Durante su mandato como emperador, Adriano solía convocar a funcionarios públicos que debían ser poseedores de gran cultura e interés por el bien de los ciudadanos. Siendo el caso de Suetonio, a quien nombró como encargado de los archivos del gobierno y quien posteriormente realizaría su famosa biografía sobre los Césares. Era común encontrar a Suetonio, también apodado Tranquilo, en la apacibilidad de una biblioteca.

En Roma, existían ciertos archivos en donde se guardaban informes policiales. Adriano tenía especial interés en leerlos, hecho que le valió muchas críticas. Mencionó alguna vez que había encontrado en ellos historias sorprendentes de desconocidos, amigos y hasta familiares; especialmente el caso de un anciano magistrado que, a pesar de tener una apariencia honorable, había cometido un crimen. Decía que esta información no le permitía conocer mejor al personaje, pero que distinguía dos fenómenos: la apariencia y el hecho perpetrado.

Las obras artísticas, culturales, sociales y políticas que los griegos desarrollaron en los siglos que precedieron a Adriano de su “Amada Atenas”, como la llamaba, fueron posibles en gran medida gracias a la existencia de los esclavos, quienes posibilitaron que las polis griegas tuviesen tiempo para dedicarse al ocio, que era muy apreciado por los helenos, lo que les permitió potenciar su capacidad creadora durante las épocas de paz. Los tiempos de paz tenían para Adriano gran  sentido e importancia porque eran propicios para el ejercicio de las actividades creadoras del hombre y le permitieron idear formas de civilizar su imperio y acrecentar el orden público. Para Adriano el Estado era una enorme maquinaria que debía ser capaz de servir al hombre.

Hubo una vez en que Adriano viajó a unos de los territorios conquistados por Roma en un lugar en donde había una mina, un esclavo se le abalanzó con un cuchillo en la mano, Adriano lo desarmó rápidamente y le preguntó cuál era la razón de su ira, el esclavo le respondió que había permanecido trabajando en esa mina durante cuarenta años de su vida. El emperador se sintió conmovido porque seguramente recordó las palabras de Aristóteles quien decía que un esclavo no era un hombre completo porque se le estaba privando de la mitad de su vida. Posteriormente a este episodio, Adriano decidió llevar al esclavo a servirlo en su palacio convirtiéndose en uno de sus sirvientes más fieles que tuvo durante su reinado.

Notas
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1 Yourcenar, Marguerite. Memorias de Adriano (1974). Editorial Planeta, España, 2003.
2 Hidalgo de la Vega, María José. El intelectual, la realeza y el poder político en el Imperio Romano. Ediciones Universidad de Salamanca, Salamanca, 1995.
3 Memorias…, Op. cit. pág. 129.
4 La relación que sostuvo Adriano con Plotina se afianzó a lo largo de los años, desde que este fuera uno de los generales del ejército del emperador Trajano, hasta convertirse con el paso del tiempo en una amistad íntimamente pura. Mucho después de la muerte de Plotina, Adriano mantenía una especie de veneración y respeto por ella, razón por la cual fundó una ciudad en su honor llamada Plotinópolis, motivado por el “...tierno deseo de honrar a Plotina”. Nunca pudo olvidar a esta mujer que fue su mejor amiga y protectora.
5 Op. cit., pág. 107
6 Lerner, Fred. Historia de las bibliotecas. Editorial Troquel, Buenos Aires, 1999, pág. 38.
7 Memorias…, Op. cit. pág. 23

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