Micaela Chirif Camino
Cualquier cielo Cualquier cielo

Por Andrea Cabel
Fuente: Publicado en: Letralia No. 197. 2008
http://www.letralia.com/197/articulo02.htm

Cualquier cielo se reparte en cinco momentos: “Una niña”, “Cualquier cielo”, “La muerte”, “Las mudanzas” y “Lo que queda”, éstos mantienen un hilo narrativo que es un viaje sentimental de dos personajes, de dos compañeros y amantes; porque son dos, sobre todo, los que gobiernan los momentos y la desnudez de los versos: la voz poética, femenina, de versos breves y nutridos de lo cotidiano y el otro personaje, masculino y silencioso que atraviesa los versos silbando por casa, preguntándose, desnudándose con ella, “como cansados / como ancianos / como enfermos / como si nada”. El amor existe en Cualquier cielo, y existe más allá de la muerte. Las palabras se unen a modo de collages, de tejidos que se miran asombrados y se encuentran en un mismo punto: la esperanza.

Entre ellos dos, hay esperanza y estos versos de luto y tristeza son, a la vez, un nuevo comienzo, un nuevo acto de apropiación que se sostiene en las imágenes de una vida cotidiana, en una nueva actitud frente a la muerte y a la vida. Cualquier cielo es leído y escrito como un proceso en el que el silencio se hace voz, en el que se subvierte la distancia entre estar vivo o muerto y donde se confía, y ama igualmente. En los fragmentos de la obra, se deja claro que la rutina en esta pareja, por ejemplo, no es un defecto ni un problema, sino por el contrario es una cercanía llena de códigos y rituales felices. La rutina también se percibe en el espacio de movimiento de los personajes, en todo caso, también de los versos; él y ella conviven en un paisaje que no es como el campo o la arena, no es un lugar escrito desde lo extranjero, sino que es un hogar, una casa en donde ambos atraviesan felicidad y también la enfermedad de morir, en donde ambos mueren y sobreviven; de ahí que, a pesar de que la muerte exista y sostenga el cielo de los versos, no sostenga la desesperación ni el desarraigo. La nostalgia estornuda, sofoca su risa, coloca un ceño fruncido, pero también es introspectiva y continúa el camino —o el cielo. La intimidad de este libro convence y envuelve al lector, incluso, con ironía y ternura, “En la puerta del despacho / he visto a la esposa / y a la amante / cruzándose con fastidio / ¿va a pasarnos? / felizmente tú / no tienes despacho”.

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