Jaime Guzmán Arada
Jaime Guzmán Aranda o la impetuosa carrera de un editor peruano

Por Ricardo Ayllón
Fuente: Librosperuanos.com

Diez años antes de que el Ministerio de Educación lo pusiera en funcionamiento, Jaime Guzmán Aranda había inventado el Plan Lector en los colegios de Chimbote. El poeta, el cronista, el sociólogo, el periodista, pero sobre todo el editor, había fundado previamente –durante la primera mitad de la década del 90– Río Santa Editores, el sello con el que decidió meterse en el corazón de su pueblo publicando los libros locales más representativos, e inventando para ello una frase tierna y ocurrente, un slogan categórico e inolvidable: “Un estudiante sin un libro, es como un cebiche sin ají”.

Así comenzó a recorrer aquel puerto ‘violento y peliculero’ (como lo bautizara Arguedas) colegio por colegio, consiguiendo instituir rápidamente en Chimbote –de forma rotunda y cotidiana– la literatura regional, aquella manifestación cultural que en todos los pueblos del interior se busca siempre como un trofeo, como un signo verdadero de identidad y tradición.
“Pero para lograrlo, en este país maldito para la literatura, hay que estar loco o hay que nacer poeta”, decía siempre el mismo Jaime Guzmán, y él lo fue sin duda casi desde que aprendió a leer y escribir.

Nació en Chimbote en 1951, y durante su formación como sociólogo en la Universidad Inca Garcilaso de la Vega se hizo del Primer Premio en sus Juegos Florales. Fue la misma época en que consiguió ser columnista del histórico diario La Prensa de Lima, recomendado nada menos que por el propio Luis Alberto Sánchez, y los mismos años en que decidió integrar una de las cofradías decanas de la literatura peruana: el Grupo de Literatura Isla Blanca, fundado por Óscar Colchado Lucio en Chimbote, en 1977.

Tendrían que llegar los años 80, sin embargo, para que Guzmán Aranda publicara Patio de prisión (1981), su primer volumen de poemas, robándose para el título aquellos versos de Bob Dylan que rezan sabiamente: “A veces pienso que este mundo / no es más que un gran patio de prisión / algunos somos presos / los otros somos guardianes”. Desde entonces no se detuvo y aparecieron ininterrumpidamente sus otros poemarios: En la plaza (1984), Las muchedumbres (1987), Los palaciegos (1987), Lugar de nacimiento (1992) y En la otra orilla (1999); haciendo un alto únicamente para poner alma, corazón y vida en su otra gran aventura personal que fue Río Santa Editores.

Como editor, puso en circulación nuevamente importantes libros de narrativa casi olvidados (o ignorados por un Chimbote renuente a la lectura), entre los que destacan: Las islas blancas de Julio Ortega, Banchero, los adolescentes y alucinantes años 60 de Chimbote de Guillermo Thorndike, y Del mar a la ciudad de Óscar Colchado. Junto a ello, se arriesgó a lanzar al mercado regional otros títulos por decenas de millares y se encargó personalmente de preparar antologías locales de contenidos diferentes: Los juglares de Chimbote, volumen de cuento y poesía; Sobre las olas. Selección de narrativa chimbotana; ¡Síganme los buenos!, libro de cuentos infantiles; Chimbote entre el fuego y el amor, conjunto de crónicas; Los hervores de Chimbote en El zorro de arriba y el zorro de abajo, con ensayos sobre la última novela arguediana, y La santa cede. Selección de narrativa erótica de Chimbote. Y todo aquello, cabalgando dichoso sobre aquel otro axioma que repetía a diario y que le funcionó tan bien: “Para dejar de ser forasteros en nuestra propia tierra, leamos lo nuestro”.

En su ingeniosa tarea, fundó Altamar, quizá la revista cultural más importante del departamento de Ancash, inventó ‘polladas culturales’, organizó ferias populares, ‘descubrió’ nuevos y valiosos narradores locales (como Luis Fernando Cueto, Premio Copé de Oro de Novela, o Braulio Muñoz, ganador del Premio Latino Book Award de Nueva York), llevó a Chimbote espectáculos de teatro, realizó ‘marchas culturales’ haciendo desfilar por las bullangeras calles chimbotanas a conocidos escribas nacionales; y organizó presentaciones de libros en burdeles, únicamente en su frenético afán de llevar literatura a todo el mundo.

Dicen que padeció de sonambulismo por andar pensando solo en sus libros, dicen que estaba loco, dicen que era un ‘chimbotano hasta las lágrimas’, y dicen ahora que ha muerto, que nos dejó para siempre el lunes 27 de mayo de este año. Pero quienes lo conocemos, sabemos que Jaime Guzmán sigue vivo y recorre aún colegios y avenidas proclamando con regocijo la aparición de un nuevo libro.

En algún momento llegó a ser el empresario editorial más importante del interior del Perú, y sin duda ha dejado la valla bastante alta para quien desee continuar su legado. La meta está allí, esperando por todos nosotros.

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