Carlos Oquendo de Amat
Carlos Oquendo de Amat, el eterno desterrado

Por Milagros Olivera
Fuente: Diario16, Lima 03/04/13
http://diario16.pe/noticia/24464-carlos-oquendo-de-amat-el-eterno-desterrado

Tenía 19 años cuando su madre alcohólica murió. No pudo soportar el exilio, que contrastaba tanto con su vida acomodada, de bisnieta del virrey Manuel Amat y Junient. Ella pensó que su esposo, Carlos Belisario Oquendo Álvarez, médico graduado en la Universidad de Paris, le proporcionaría la vida que creía merecerse. De viajes, lujos y lectura. Pero no, vivieron ambos a salto de mata, huyendo de los sectores conservadores que rechazaban las ideas progresistas que proclamaba Carlos Belisario.

Era 1923 cuando Zoraida murió y su hijo empezó a escribir “5 metros de poemas”, su único libro publicado. “Estos poemas inseguros como mi primera hablar”, nos dice el poeta antes de instarnos a abrir el libro como quien pela una fruta, “los dedico a mi madre”. A la bella Zoraida, la mujer más triste de Moho.

Carlos Oquendo de Amat vivió su infancia huyendo de la persecución, e hizo de esta fuga parte de su esencia. Nunca perteneció a ningún lado, ni siquiera al grupo de intelectuales que alentaba su talento. Como Manuel Beingolea, quién adoptó al joven Carlos al comprobar su capacidad de introducir las palabras en el lugar exacto, recreando espacios y sensaciones sinceras. Al comprobar la prolijidad de su poesía decidió hacerse cargo del aspecto económico de la vida del poeta.

El libro, editado por primera vez en 1927 por la Editorial Minerva, está compuesto por dieciocho poemas y se difundieron 300 ejemplares. En palabras del poeta Carlos Germán Belli, la concepción de este libro tiene su punto de partida en el pensamiento de Jean Epstein, quien, en un estudio acerca de la poesía vanguardista afirmó que "antes de cinco años se escribirán poemas cinematográficos: 150 metros y 100 imágenes en rosario en un hilo que seguirá la inteligencia". Además, es el primer escritor que intenta renovar la poesía peruana. Luego le seguirían Juan Parra del Riego, Alberto Hidalgo y César Vallejo.

Hay escritores que tienen pesares, que realizan lo indecible para, en el exterior, darle cabida a sus creaciones. En aquellos años era común viajar a España o París para buscar el reconocimiento negado en la propia tierra. Muchos cuentan sus travesías y la finalizan con un certero “no morí en el intento”. Otros, como el poeta en mención, no gozan de esa suerte y su fin no se enlaza con la celebridad póstuma. Solo y tuberculoso, así murió Carlos Oquendo.

ERES INJUSTO, MANUEL

Según cuenta Rafael Méndez Dorich, una tarde Manuel Beingolea revisó sus cuentas. Fue entonces que el autor de  "Mi corbata”, tras meses de proporcionarle dinero y alimentos a su joven amigo, le comunicó su situación. Beingolea le dijo: “Te voy a leer los apuntes de mis gastos mensuales” y sacó la libretita de cuero que siempre llevaba consigo. “Casa, 300 soles, lavado, 25 soles, ropa, 100 soles, putas, 80 soles, Oquendo, 195 soles; lo que hace un total de 700 soles”. Y el hombre, que trabajaba en la biblioteca del senado, solo ganaba 650 soles y muchas veces debía ingeniárselas para tomar el tranvía.

“Como tú comprenderás, hay que resolver esta clamorosa situación. Tu ‘lunch’ (almuerzo) en adelante habrá de ser de una franciscana frugalidad”, le dijo Manuel, dejándole en claro que le daría menos dinero, a lo que Carlos respondió: “Eres injusto, Manuel, pero no me dejas otra alternativa y no tengo más remedio que aceptar".

La carátula original del libro, compuesta por rostros delante de un telón, fue diseñada por Emilio Goyburu y Oquendo ideó la emisión de unos "bonos literarios de suscripción" para conseguir la cantidad que le permitiera editar el texto.

REIVINDICACIÓN TARDÍA

Mario Vargas Llosa se ha declarado en numerosas oportunidades un admirador del poeta, e incluso le rindió un homenaje tras recibir el premio Rómulo Gallegos, allá por los 60. “En Lima fue un provinciano hambriento y soñador que vivía en el barrio del Mercado, en una cueva sin luz, y cuando viajaba a Europa, en Centroamérica, nadie sabe por qué, había sido desembarcado, encarcelado, torturado, convertido en una ruina febril”, leía el nobel, acaso recordando que el pensamiento marxista con el que el vate se enfrentaba a los gobiernos de Benavides y Sánchez Cerro le valieron el destierro a Panamá, Francia y España, lugar de su deceso.

Rememora Vargas Llosa que incluso, luego de muerto, su infortunio pertinaz continuaría. “Los cañones de la guerra civil española borraron su tumba de la tierra, y, en todos estos años, el tiempo ha ido borrando su recuerdo en la memoria de las gentes que tuvieron la suerte de conocerlo y de leerlo”. Pues es cierto que la ubicación de su tumba fue un misterio, hasta que el trabajo esmerado de su biógrafo, Carlos Meneses, reveló la ubicación donde estaba enterrado el cuerpo del poeta, en el libro de investigación “Tránsito de Oquendo de Amat”.

Sus lectores lo nombran para reivindicar su figura, esa que España vio morir tan amarga y triste. El único poeta que se prohibía la tristeza, que hacía de la pena una inacabable sonrisa, estaba triste, muriendo de tuberculosos en un hospital de caridad, aguardando por su muerte en medio de la soledad y el anonimato.

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