Novedades de la literatura guatemalteca actual Novedades de la literatura guatemalteca actual

Por Edgar Montiel
Fuente: Librosperuanos.com
Abril 2013

Presentación: Apuesta por las nuevas escrituras de Guatemala

Así como el mar es barroco y el río clásico, los volcanes son telúricos y los lagos románticos. La revolución es heroica y utópica,  y los tatuajes en la cara góticos. Estos son los signos a descifrar.

    Viajar por la literatura guatemalteca de hoy es navegar por un río serpenteante que deja atrás un viejo modelo que muere en las hélices de vapor  que conducen a un puerto desconocido. Territorio poblado de interrogantes sobre una nueva generación de escritores, pasajeros que se desplazan cargados de expectativas, ávidos de decir lo Nuevo de otra manera.

    No por casualidad en la inmediata posguerra se da una ruptura en la evolución literaria que se venía produciendo. A lo largo de varias décadas van surgiendo generaciones y con ellas se activa la crítica a una serie de proyectos políticos de cambio –que anteriormente no podían cuestionarse–. De esta metamorfosis emerge la reinvención de una nueva producción cultural, con estéticas consonantes al tiempo nuevo.

    En una reciente entrevista sobre “literatura de posguerra”, Sergio Ramírez apunta que hay un cambio de escenario, pues ahora se va del campo a la ciudad: las ciudades centroamericanas se han convertido en un caos; las guerras insurgentes centroamericanas crearon una producción literaria y luego la posguerra trajo las maras y el narcotráfico. “Los centroamericanos siempre estamos en el conflicto, en la anormalidad, nutriendo así una literatura de historias no felices”.

    Si creyéramos a Ramírez, seríamos estoicos lectores de una literatura despreocupada de la felicidad, que no busca salir del dolor, se regodea con los conflictos y el sufrimiento, de espaldas al amor y la naturaleza. ¿Cómo interpretar ese juego laberíntico entre ausencia y presencia de amor y de dolor, de esperanza y desesperanza? Cierto, hay más desencanto que canto. No vamos a culpar al mensajero –a estas nuevas escrituras– sino a la extremosa realidad.

    Leemos a mujeres y hombres en su mayoría de la urbe, jóvenes maduros que plasman sin miedo sus tribulaciones en sus poemas, cuentos crónicas y ensayos, un corpus que deja ver otro tipo de sensibilidad. Escritos tironeados por el deseos de entender por igual la Historia y lo cotidiano, de comprender los sucesos vividos, tratando de compaginar Imaginarios con Textualidades. En este libro sólo hay cuatro autores provenientes de la mayoría maya. Sintomático. Predomina así el mundo de la burguesía pequeña y ladina.

    La literatura de la posguerra ya no se preocupa por el estudio testimonial, no es una literatura consagrada a la denuncia de la injusticia social, se esfuerza más bien por crear una ficción contemporánea, una escritura que explora la intimidad propia y ajena, marcada por la subjetividad de la cultura urbana. Son textos que auscultan los deseos más oscuros del individuo, sus pasiones sus desilusiones ante toda utopía. Se trata ahora de intercambios rudos con el mundo violento y caótico, donde no hay lugar al heroísmo. Ya se sabe que la realidad no es Ni hermosa ni maldita.

    En esta literatura se produce un recio arreglo de cuentas con la realidad social y cultural del país, evidenciado en la ruptura con las formas literarias del pasado inmediato. Es la caligrafía de un nuevo imaginario urbano que adhiere una estética de la aflicción, una escritura de la impaciencia, la evasión y el caos, buscando hacer legibles los tatuajes en la cara violenta de la sociedad.

    Estas nuevas escrituras plantean un deseo por negociar una identidad cultural perdida o nunca lograda, patente al contar sus experiencias vividas en tanto generación que ha transitado un periodo accidentado entre la adolescencia y la adultez. Los escenarios narrativos son casi siempre la ciudad y los personajes son criaturas de la urbe: seres humanos comunes y corrientes, diurnos o nocturnos, que forman tribus que se identifican por sus hábitos vestimentarios y por una relación fetiche con determinadas plazas y calles (“mi patria es el Puente Belice”). Algunos se transforman en personajes vampíricos, travestidos, trashumantes, seres llenos de engaño, entre diversas formas góticas. Estos se encuentran en “El travesti embarazado” (Javier Payeras: Días amarillos, 2009),  “Bar” (Maurice Echeverría: Sala de espera, 2001), “I. Escena. No todas las mamadas son ricas” (Estuardo Prado: Los amos de la Noche, 2001) y “Suicidio zen” (Eduardo Juárez: Mariposas del vértigo, 2005).

    Destaca un personaje centran en esta nueva narrativa: la incertidumbre. Los protagonistas viven en una sociedad que no les promete nada, se mueven en escenarios moribundos, sin fuerzas de vida o a punto de perderla.

El dolor engendró la palabra que lo nombra, la palabra engendró a la civilización y esta a las ciudades que engendraron la basura, la contaminación y la muerte.
                                                                                                            Javier Payeras, Raktas (2002).

    Los personajes no encuentran su lugar y lo único que logran es encontrarse en medio de una sociedad en decadencia:


La hermosa TRASTORNADA recogiendo MARIPOSAS PUTREFACTAS en un bosque NOCTURNO Y ENJAULADO […]
Manuel Tzoc, Esco-p(o)etas Para uNa MuErtE en ver(Sos) B-A…L…A (2006).


    En esta “negociación” hay tanto una búsqueda por encajar en la sociedad como dilemas que se intentan resolver a través del lenguaje. Se manifiesta un sinfín de reflexiones sobre lo impuesta en el día a día por una sociedad vertical. Una literatura que ha perdido el afán del goce:

        Las piedras fuimos marcadas con hierro candente
        quemados nuestros ojos
        vimos con la mirada volteada
Rosa Chávez, Piedra Abaj  (2009).

        Y que ese dolor que nos raspa la garganta
        es el que nos hace uno con el mundo que me obligo a
                            /redescubrir a diario  
        a medida que te lo explico
Vania Vargas, Quizá este día tampoco sea hoy (2010).

        la angustia es un pequeño compañero
        que duerme en la espalda
        y despierta dando gritos en medio de la noche
        una acumulación de vida que se arruga
        se arruga con la consciencia ser un destino desconsolador  
Carmen Lucía Alvarado, Poetas astronautas (2010).

    La poesía y la narrativa femenina de esta generación trasmite un sentimiento de desazón, la escritura va del disgusto al malestar físico de una eventual experiencia sentimental.

[…] mi hijo no nato murió. […] echó por boca, nariz y oídos toda mi miseria. […] Desde entonces, espero día tras día tenerlo frente a mí para contarle con detalle lo que sentí ese preciso instante. Con mis palabras haré que lo invada el dolor y cuando eso suceda tomaré mi agilado cuchillo y lo destrozaré…
Lorena Flores-Moscoso. “Uma: la novia” (2005).

    Se opta por hacer de la adversidad y el dolor una obra de bellas artes.

        Mi madre tiene una cicatriz vertical
        que le parte el vientre a la mitad

        Se la hice yo
        hace varios años
        el día que nací
        de espaldas a la salida.
Vania Vargas, Quizás este día tampoco sea hoy (2010).

    En contraste, la poesía masculina es desafiante, da la impresión de que el hombre juega su papel: retador, protector, irónico, el súper héroe…

    Me está doliendo el fémur
    de tirar tanta patada contra el universo.
    Me está doliendo el mundo
    con su furor de última noticia.
    Me están doliendo los párpados.
    Me estoy doliendo por dentro.
Pablo Bromo, Alicia (2010).

    Tanto  la narrativa masculina como la femenina exploran situaciones de engaño y experiencias adversas:

Lo que D ignora es que su esposa ha entrado con su amante al bar y se ha sentado al fondo, en un sitio oscuro pero no oculto, vago pero secreto.
Maurice Echeverría, “Bar” (2001).

    La narrativa masculina entra al amor por la vía del desamor:

[…] que finja, que se sienta muy sola. Luego ambos se dan la espalda un par de horas; más tarde, se recuestan alternativamente uno sobre el otro, y suspiran […] derrotar la angustia de sí mismo en la vulva de su esposa.
Leonel Juracán, “Deshaciendo el amor” (2008).

    Es sabido que las sociedades satisfechas y conformes no siempre producen una gran literatura. A veces es al revés, es en una sociedad de escasez, de lucha por los derechos al buen vivir, donde se escribe poesía de carácter experimental, rebelde, afligido, sobre lo que se siente y lo que se quiere decir con palabras propias. En esta tendencia se inscriben las nuevas escrituras de Guatemala.
    Tomando distancia de los modelos canónicos, no es raro encontrar tanto en la narrativa como en la poesía eficaces recursos coloquiales propios del habla de los guatemaltecos: “a la gran puta, puta, ah puchis”, unidades fraseológicas comunes y menos comunes como: “patojito de mierda” (Alan Mills) o “hijo de puta”, mostrando la cotidianidad del lenguaje de esta sociedad. Estas expresiones de disfemismo sirven para realizar el retrato íntimo de una colectividad humana que desconfía de ella misma, que hace el insulto una práctica defensiva de “guardar distancia” entre los propios ciudadanos.
    Es usual en estas nuevas escrituras recurrir a locuciones nominales con construcciones apocopadas, como: “hijuelagranputa” e “hijueputa”. Construcciones que no sólo muestran la versatilidad de estas locuciones como recurso estilístico sino que sugieren al lector la idea del uso frecuente. Revelan una realidad conflictiva en la que el insulto, como expresión de desprecio, es un recurso para poder convivir en una urbe que puede devorar a sus habitantes.
    Esta generación tiene una escritura fluida, sin recatos para mostrar imágenes escatológicas urbanas: el desagüe apestaba, los basureros, las larvas de zancudos, mierda, etc., que comunican sentimientos desgarrados, un caótico paisaje de cemento y calles que marca a escritores nacidos en esta época (Ver al respecto Ana Acevedo-Halvick, “La cortesía verbal entre los jóvenes guatemaltecos”, Oralia: Madrid, 2006).
    La literatura de la posguerra guatemalteca saca así de la sombra a jóvenes-sin-destino sometidos a las normas sociales que rigen sus espacios públicos, obligados a cumplir los patrones oficiales hegemónicos de la identidad. Generación intercultural que se encuentra bajo amenaza de exclusión precisamente por mantener aún sus propias identidades. Con palabras feroces y tiernas narran los espacios privados, la soledad, el anonimato en medio de la multitud, el deseo latente de romper con las normas establecidas por las estructuras de la marginación. Con todo esto se construye la ficción chapina contemporánea y logran hacer de la adversidad y la aflicción una señalada categoría estética.

I
Narrativa
Muñeca (fragmento)
De Sobrevivir para contarlo (Editorial Praxis, 1999)
Francisco Alejandro Méndez (1964)

    El escenario es un tanto patético. Quizá parecido a los encuentros de fútbol que se juegan los fines de semana en el barrio. La mayor cantidad de público ingresa por las gradas de concreto. Otros, los que no han cancelado su boleto, están subidos en los árboles o en los tejados de las casas vecinas. En las dos entradas, un rótulo amenaza que no es permitido el ingreso de niños. Sin embargo, se percibe la presencia de algunos de ellos corriendo entre los corredores de preferencia.
    Los que han pagado un precio más elevado para observar de cerca el espectáculo saben, sin preocupación, que su asiento está reservado. Algunos beben cerveza, fuman cigarrillos y conversan de los anteriores combates en una caseta que exhibe un hermoso trofeo de primer lugar. Cada uno hace alarde de que será el ganador en las apuestas.
    Hasta arriba, amarrada con dos lazos anaranjado y azul a un poste de luz eléctrica, y una centenaria jacaranda, cuelga una manta en la que se lee: “Hoy pelea estelar: Muñeca versus Mandíbula”. La primera de ellas soy yo.
    Tengo seis meses de entreno forzado a diario. Bueno, sin o me han identificado aún, soy una American Pitt Bull Terrier. Mis ojos son amarillo tirando a fuego, mi nariz es roja y tengo seiscientas libras de presión en la mandíbula. A la fecha no he perdido una pelea, y es por eso que estoy metida en este pequeño cuartucho, de no más de dos metros cuadrados, a la espera que el reloj marque las dos de la tarde para lazar la primera tarascada a mi rival.  
    Muy pocas veces me ha inquietado  conocer quién será mi adversaria. A menos que mis entreno varíen de intensos a suaves, o que las carreras bajen de cuarenta y cinco a veinte kilómetros diarios. No me inquieta la idea de preocuparme contra quién tendré que luchar…

Bar (fragmento)
De Sala de espera (Magna Terra Editores, 2001)
Maurice Echeverría (1976)

[…] La esposa de D se ha levantado y ha ido a traer algo al carro. Afuera, en la calle, se siente ligeramente infiel y una suave sensación de tristeza la inunda de pronto: ¿y si D la estuviera engañando?, ¿y si la ingenua fuese ella? No soporta demasiado la idea pero al fin de cuentas toma lo que tenía que tomar de su auto (un objeto delator, una sustancia comprometedora) y regresa al bar, a su amante.

D a todo esto y ya está hablando con la chica: la está emborrachando. El tema de conversación es anodino pero la conversación del tema es sensual, y esto es suficiente. Siguen charlando por una hora y el bar se reduce paulatinamente al espacio que ocupan: al recinto de gestos, palabras, sensaciones que han inventado. De pronto D se acerca a la chica y le murmura algo al oído. Se levantan los dos y se dirigen al baño de mujeres. Entran, se encierran, se tocan. Ella lo toma del pelo. Él la levanta y la coloca sobre el lavamanos. Todo funciona a la perfección: de un modo rápido, violento, higiénico.  

Lo que D ignora es que su esposa ha entrado con su amante al bar y se ha sentado al fondo, en un sitio oscuro pero no oculto, vago pero no secreto.

    Por fortuna, la chica con la cual D ha entrado al baño se ha ido presurosamente. De seguro ha sentido un ligero pánico, se ha sentido culpable, irreversible: es una chica joven y sus padres la esperan.
    A D no le importa mucho lo de la chica. Se dirige a la barra y se sienta (imposible ver a su mujer desde allí, pues su mujer está detrás de él). Pide un whisky y cancela su cuenta. Una caja negra distrae su atención. Está sobre una mesa, no es muy grande, no es muy negra: sólo lo suficiente. D imagina que el bar está dentro de una caja negra y que nadie puede salir de un bar que está dentro de una caja negra.
    De pronto se rompe un vaso. D se pregunta si es conveniente darse la vuelta y observar el accidente (que le ocurrió, por supuesto, a su esposa, aunque eso él no lo sabe) pero al fin de cuentas piensa que darse la vuelta y observar el accidente es equivalente a formular y repetir una actitud colectiva que viene a corroborar lo previsible que es el ser humano, cuya peor tara es estar sujeto a una morosa cadena de causas y efectos, a una forma de determinismo que acude a ciertos mecanismos de resignación, de indolencia mutua, de mimesis injustificada, mecanismos consumidores del mensaje individual, de la penetración subjetiva, de la voz particular ajena en todo sentido al cuerpo social y gregario. En suma: D no quiere darse la vuelta.
    D termina su whisky, se levanta y se va. Su esposa, que recoge los vidrios rotos del vaso roto, lo mira.  

El hombre de cartón
(Letra Negra, 2011)
Gustavo Adolfo Montenegro (1971)
La fricción cero apesta
Yo creía que el hierro oxidado sólo hedía al estar mojado. A toda velocidad, por el paraíso de las montañas verdes, descendiendo de las mismas nubes gloriosas, nunca imagine que sentiría el hedor de la desesperación y del miedo. De hecho, huele a acero candente que sigue dando vueltas magistralmente elípticas sin detenerse. Intento colocar la primera velocidad, pero es inútil. El auto parlotea, cuesta abajo. Es gracioso y completamente inútil el sonido de la transmisión mecánica que no entra para frenar con motor tras constatar, con sorpresa, que los frenos han fallado.
Dios mío, sálvanos.
Las piedras que tanto obstáculo representaron mientras íbamos cuesta arriba, ahora parecen carcajearse y convertirse en hule suave y resbaloso. Son el factor de fricción cero que me recuerda las clases de física fundamental, cuando el profesor explicaba el concepto de la viscosidad, también la gravedad y el de la aceleración constante. Lo que nunca pensé es que esas tres cosas juntas apestaran a pastillas de freno quemadas, ramas quebradas, agua fresca mezclada con sangre de mi familia en el fondo del barranco.

Pronóstico del tiempo
La bandada de mil pericas enfiló hacia el sur, en un vano intento por eludir la tremenda nube de tormenta que era más ancha que la cordillera del Mico. ¡Es increíble!, dijo la perica número 633 a la 997, pero creo que podremos pasar justo a un lado antes que empiecen a caer los goterones gigantes. Si nos alcanza la tormenta seremos derribadas una por una, o de dos en dos o de cien en cien, todo depende de la Ley de Murphy. ¿Y de qué trata esa ley?, preguntó, de metiche, la 443, quien se había pasado toda la mañana acicalando las plumas verdes, verdes, verdes, que ese día le parecían un poco amarillentas, lentas, lentas, lentas. La 633 le contestó que podría explicarle en un rato, que tan solo pasara el peligro y que aletearan más porque los nubarrones estaban cada vez más cerca. Un rato después, la Ley de Murphy se cumplió.

V o del anuncio de la Madre a la Nena (fragmento)
De Las flores (F&G Editores, 2001)
Denise Phé-Funchal (1977)

    A primera hora Madre ordenó que se le sirviera el desayuno a la Nena en su habitación: huevos pochette bañados en salsa de queso, jugo de naranja, panecillos calientes, mantequilla, confitura de fresa, una selección de quesos y fruta fresca en trozos espolvoreados de canela. Salió de la cocina dejando tras de sí el bullicio de las cocineras y la voz del ama de llaves enviando a una mucama por los panecillos, mermelada, brie y chaumes. Madre se dirigió a la habitación de la hija con el pretexto de mostrarle los magazines de modas que habían llegado de París la semana anterior. Notó en la pared, junto a las gradas, que la fotografía nupcial de sus padres estaba inclinada. Se detuvo en el décimo escalón, contempló a su padre sentado, viejo como siempre, flaco, sonriente. Empujó suavemente la esquina derecha del marco, su madre adolescente, rígida, de pie, vestida de blanco y mirada taciturna. Madre no pudo evitar imaginar a la Nena sofocada, perdiéndose entre las prominentes carnes del señor obeso que en el momento de la consumación cambiaría de rosa a rubí.

    Entró sin tocar y la encontró como siempre, dibujando frente a la ventana. La mirada fija en el papel y la mano crispada eran la única manifestación de pasión en la Nena, que no notó la presencia de Madre sino hasta que sintió su respiración tras ella. Posó el carboncillo en total silencia, dijo como siempre buenos días con la mirada fija en la unión de las baldosa, limpió sus dedos con el paño gris que sobresalía de la bolsa de su mandil, y esperó a que Madre hablara…

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