Carlos Augusto Rivas
El retorno al culto de la oralidad y a la sabiduría ancestral de los pueblos

Por Eduardo Arroyo Laguna
Fuente: Librosperuanos.com
Lima, junio 2012

En realidad, Carlos Augusto Rivas no necesita ya de mayor presentación porque a fuerza de estudiar, investigar y escribir, se ha convertido en el tradicionista central del Sur Chico, centralmente del valle de Lurín y Pachacámac hasta San Bartolo. El recupera las versiones orales locales y las transmite historiándolas, aderezándolas literariamente. Recupera así la sabiduría popular, un cúmulo de saberes  que la ciencia regular ha denostado como si fueran producto de la ignorancia, como nos lo ha hecho saber el eurocentrismo, esa visión de la vida que nos han impuesto, no por la fuerza de la razón sino por la razón de la fuerza bruta desde la invasión hispana.

Rivas recupera el acervo popular, de la gente de a pie, Él  es especialista en pedagogía y la literatura, su pasión. Toda su obra es producto de su amor al terruño que lo ha visto nacer y él devuelve por escrito su afecto a su región.

Los mitos son parte de la realidad cotidiana y el verdadero creador de toda literatura es el pueblo. Este un trabajo testimonial que recupera la memoria colectiva de los pueblos de esta región, indaga siempre por el origen de los pueblos, sus razones formativas, las leyendas en su origen y sus utopías posteriores. Es un trabajo histórico y literario. Trabaja por tanto, la identidad de los pueblos yendo a sus raíces, a sus dioses originarios, típicos, emblemáticos, paradigmáticos. Y así avanzamos en la construcción teórica del fenómeno identitario de nuestro antiguo Perú. Historia, antropología y literatura al alimón.  

Rivas ha publicado numerosos libros siempre integrados por los mitos regionales. Es pues un literato de la sabiduría popular, del mundo fantástico de su comarca. Ha ganado diversos premios y hoy es Secretario General del SUTE local dirigiendo los esfuerzos formativos de los profesores de la región como sus luchas contra la patronal.

Conocí a Rivas cuando, junto con César Ángeles Caballero, comentamos la obra “La leyenda de Curayacu” de Rivas. Era, además, mi zona porque yo había pasado parte de mi niñez y juventud en las playas de San Bartolo y Curacayu recorriendo sus acantilados desde Arica, Punta Hermosa, Punta Negra, Santa María del Mar, Chilca, Pucusana. Yo que pasaba mis veranos en San Bartolo desde el año de 1956, participaba también del mundo de intereses de Carlos Augusto, vg. indagar por el mito de Caringa y su fuente de la eterna juventud.   

Mientras Pachacámac es el dios que habla, que ruge, que truena cuando está furioso, dios de los temblores de nuestra comarca limeña, Curayacu es hijo de Mamacocha, diosa de las aguas, el dios del agua que cura, dios de las profundidades del alma de las personas, dios del fondo del mar. Curayacu es una bella y serena ensenada al costado de San Bartolo,  playas de olas muertas, en donde es posible nadar. Son varios dioses en esta región, finamente estudiada por la doctora María Rostworowski, región de los antiguos ychmas. Aquí Pachacámac es el que da origen y vida, Curayacu es la deidad que restituye la vida.

Carlos Augusto Rivas se mueve en una zona de leyenda. Recordemos la recopilación del llamado extirpador de idolatrías, Francisco de Ávila, durante la colonia que permitió en 1572 la obra Dioses y hombres de Huarochirí, traducido por José María Arguedas al quechua. En esta obra desfilan todos los dioses que Rivas trabaja: Pachacámac, Pariacaca, Cuniraya, Yanañamca, Tutañamca, Curayacu y otros. En esta zona legendaria, que es el valle de Lurín, su comarca y sus alturas cordilleranas, que eran toda una unidad panandina, cada piedra es un hito, un ser momificado; cada piedra tiene un significado, una historia, encarna una leyenda. Cuenta, por ejemplo, la clásica leyenda de un dios que, enamorado de la bella doncella Kawillaca, la sedujo y, fruto de esos amores, nació un hijo. Cuando ella descubrió que su amado era un dios, escapó, pero fue perseguida por el dios. Bajó de las alturas, de los Yauyos, a la yunga y a la chala costeña, y ya frente al mar, se arrojó con su hijo. Ella es esa gran isla que está frente a Lurín y su hijita, la isla pequeña que la acompaña desde tiempos sempiternos.
Pachacámac, por su parte, lidiaba con los dioses de las alturas. Sus bramidos ocasionaban los temblores de Lurín y de toda la comarca limeña. Así se entendía la actividad sísmica de esta localidad, explicada por su origen divino, ideológico, mítico y no geológico. Por ello, ante un Pachacámac prehispánico, creador de los temblores de nuestra comarca, el mundo cristiano limeño le antepuso el Cristo de Pachacamilla, el Señor de los Milagros.

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