La poesía como arma de crítica política

Por Juan Carlos Lázaro
Fuente: Librosperuanos.com
Lima, abril 2012

La poesía como arma de crítica política tiene larga tradición en la historia de Occidente. La practicaron en la antigua Roma, entre otros, poetas como Propercio y Catulo, cuyas desafiantes sátiras despertaron la ira de los césares. Fue usada por Dante para enviar al Infierno a sus enemigos que lo derrotaron y lo deportaron de su patria florentina. En la Revolución Francesa, por ser quizá la exaltación de la razón, la poesía no tuvo barricada propia. Pero años después, en el siglo XIX, los románticos la devolvieran a las calles en  armas, identificándola definitivamente con la revolución. Fue la denuncia  antimperialista de los primeros modernistas hispanoamericanos como Rubén Darío, José Martí y Manuel González Prada. En Rusia el gran Mayakovski la usó para anunciar a los cuatro vientos la Revolución de Octubre de 1917. Forma parte de los Cantares de Ezra Pound en los que el autor no inhibe su toma de posición a favor del fascismo. Y fue el grito silenciado de muchos poetas que en el exilio o en las catacumbas mantuvieron viva la llama de la libertad en los países comunistas  antes de la caída del Muro de Berlín. La historia enseña pues que según sus propias circunstancias, pero principalmente ante los abusos del poder, hubo poetas que introdujeron la crítica política en sus versos de manera directa o implícita, pero siempre en forma libre y soberana, sin sujetarse a ningún otro mandato que no sea el de su propia conciencia y el de la misma poesía.

Sin embargo, el uso de la poesía como arma de crítica política empezó a degenerar a partir de 1934, en la Rusia de Stalin. Ese año, mediante decreto de Estado, se implantó la política del “realismo socialista” que convertía al arte y a la literatura en meros instrumentos de propaganda en favor del partido comunista en el poder. La figura de Andrei Zhdánov es clave para entender esta experiencia. Bajo la hegemonía cultural de este siniestro “comisario del pueblo”, el arte y la literatura fueron domeñados e instrumentalizados para exaltar al partido y al líder y justificar sus decisiones. La política del realismo socialista se extendió a todos los partidos comunistas del mundo, de tal manera que por mucho tiempo, los artistas, poetas y novelistas que adherían a sus filas renunciaron a su independencia y a las facultades críticas de su arte para pasar a exaltar las hazañas del partido y de su gran “héroe”,  es decir, de Stalin, uno de los más grandes asesinos de masas del siglo XX. Notabilidades poéticas como W.H. Auden, Louis Aragón, Paul Eluard, Rafael Alberti y Pablo Neruda, entre cientos de escritores, se tornaron áulicos del poder comunista y de sus “hazañas”. Justificaron los crímenes del poder totalitario a cambio de tentadoras recompensas: premios otorgados a dedo pero altamente promocionales, ediciones de circulación internacional, traducciones a varios idiomas, “invitaciones de honor” a los “congresos de la paz”, espacios de intercambio cultural a través de las “casas de la amistad”, etc. Fue la etapa más ominosa del arte y la literatura del siglo pasado.

El llamado “caso Padilla” en la Cuba de Fidel Castro, en 1971, reeditó una vez más la intolerancia de un régimen totalitario -esta vez tropical- contra la crítica de la poesía. Tras un recital en La Habana, donde leyó poemas de su libro inédito Provocaciones, Padilla fue detenido por la policía de Seguridad del Estado acusado de “actividades subversivas”, y luego de varios días de reclusión e interrogatorios se le obligó a retractarse públicamente. Su caso levantó una ola de protestas de escritores de América y Europa –como Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Julio Cortázar, Susan Sontag, Octavio Paz, Juan Rulfo, Alberto Moravia y Mario Vargas Llosa, entre muchos– que dio lugar a la vez a su ruptura con la llamada revolución cubana. Otros, generalmente escritores de dogmática militancia estalinista como Neruda, se mantuvieron al lado del régimen castrista. En el Perú sorprendió la actitud del insurgente y juvenil movimiento Hora Zero que mediante un comunicado reprobó al poeta Padilla y respaldó a su verdugo.

A propósito, la poesía como arma de crítica política tiene su propia historia en el Perú, un país fecundo en poetas y en alta poesía. A fines del siglo XIX, un impetuoso joven llamado José Santos Chocano fue a dar a la cárcel con sus huesos por la publicación de un puñado de versos, Iras santas, que denostaban contra el general Cáceres, un héroe convertido en dictador. Alberto Hidalgo, provocador por antonomasia, practicó la poesía de agit-prop tanto en su época de aprista como de comunista con admirables logros como su “Biografía de la palabra revolución”. Vallejo, con su España aparte de mí este cáliz, surgido en el contexto de la Guerra Civil Española, hizo de la poesía un paradigma de solidaridad. En los años 40, una agrupación denominada a sí misma Los poetas del pueblo, de filiación aprista, enfrentó al dictador de turno con sus versos de denuncia y protesta social. Una década después, la voz vigorosa y rotunda de Alejandro Romualdo convirtió la gesta y el sacrificio de Túpac Amaru en un canto a la resistencia del pueblo contra sus opresores. Hizo poesía política, hasta inmolarse en sus propios versos, el puro y trágico Javier Heraud. Y como expresión de la nueva actitud libertaria de las juventudes de Europa y Estados Unidos –con mucho de hipismo, marcusianismo o neoanarquismo, pero enemigas de toda forma de totalitarismo, sea de derecha o de izquierda– Rodolfo Hinostroza escribió el bellísimo “Imitación de Propoercio”.

 España aparte de mí este cáliz, de Vallejo, “Canto coral a Túpac Amaru que es la libertad”, de Romualdo, e “Imitación de Propercio”, de Hinostroza, están entre las máximas expresiones de la crítica política desde la poesía en el contexto de las letras  hispanoamericanas. Esta observación tiene en cuenta que en estos poemas la invención verbal en ningún momento es sofocada por la imprecación, la indignación o la protesta. Y es que la verdadera poesía, cualquiera que sea su tendencia, siempre será antes que nada poesía.
 

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