Izquierda Peruana: Debate Abierto sobre el Sujeto Político

Por Osmar Gonzales Alvarado
Fuente: Buenos Aires, marzo 2012

La reciente aparición y presentación pública del libro Apogeo y crisis de la izquierda peruana 1 ha generado, como era de esperarse, inmediatas reacciones, lo que expresa su indudable pertinencia. Su publicación, siendo un objeto cultural (no académico, como algunos han querido verlo erradamente para criticarlo), se ha constituido en un hecho político tanto por su objeto de atención (en general la izquierda, pero específicamente Izquierda Unida) como por quienes son los entrevistados (en su mayoría ex dirigentes de los partidos que integraron dicho frente). Reitero, no es un texto académico, pero tampoco una guía o un manual para la acción política, aunque puede constituirse en el mejor pretexto para pensar políticamente sobre las razones del fracaso de la izquierda peruana, así como sobre los caminos que esta tendrá que tomar para su reconstitución, siendo esto responsabilidad directa de los actores políticos.

En las páginas de dicha publicación se analiza la imposibilidad de IU para constituirse como un sujeto político. Esto aclara el interés por conocer específicamente las evaluaciones de quienes fueron sus dirigentes, pues son ellos los obligados a dar explicaciones de las decisiones que tomaron en diferentes momentos de la trayectoria del frente y que lo llevaron a su derrota y desaparición. En ese sentido, pese a algunos reclamos, no se trata de un recorte elitista en la selección de los entrevistados, se trata de una elección imprescindible. Sus páginas hay que leerlas desde ese mirador. Conocer y comprender lo que las bases piensan y evalúan con respecto al rompimiento de IU son intereses legítimos de indagación, pero en general ellas fueron sujetos pasivos de lo que los liderazgos determinaban (con escasa o nula democracia interna), y no fueron los objetivos propuestos en el momento de diseñar el volumen en cuestión.

Más allá de discutir si el título expresa poco o mucho del propio sujeto analizado, si los entrevistados peinan canas, si algunos apellidos se repiten o si los autores citados tienen más o menos de 50 años (¡tremendos debates!, me eximo de participar en ellos), de lo que se trata es de buscar explicaciones a por qué un frente que había logrado ser la primera fuerza política del país en los años ochenta se diluyó tan dramática y rápidamente, y prácticamente en el mismo momento, como recuerda Raúl Wiener (“El apogeo y la crisis en el mismo momento”, La Primera, 28/2/12), y estando además ad portas de la posibilidad de ser gobierno. En ese sentido, me parece insuficiente el argumento de que a IU le faltó incentivos para mantener una estructura organizativa y superar su sectarismo, como sostiene Daniel Nogueira Budny (“Izquierda dividida”, diario16, 4/3/12), porque los diferentes partidos que constituían el frente no tenían “un enemigo común”.

Me parece insuficiente ese argumento porque el hecho de estar a las puertas de ser gobierno luego del descrédito del Partido Aprista —debido a su pésimo gobierno— era el incentivo por excelencia, pues al final de cuentas ¿qué es lo que busca una fuerza política sino alcanzar el poder y dirigir el país para llevar a cabo no solo un programa político sino, sobre todo, para dar forma a un tipo de sociedad que honestamente considera puede ser mejor que el existente, que era lo fundamental para IU? Además, recordemos que la aparición de la derecha política mediante el Movimiento Libertad primero, y luego con el Fredemo, bajo el liderazgo de Mario Vargas Llosa, constituía un adversario que no solo había logrado una impensada presencia pública sino que también había forjado una mirada inédita sobre el país gracias al libro de Hernando de Soto et. al., El otro sendero. Recordemos que la izquierda había alcanzado ser electoralmente la segunda fuerza política con proyección a ser la primera, también que había logrado una presencia importante en la cultura, en la opinión pública, así como en los predios académicos; por otra parte, en el proceso organizativo de su Primer Congreso (que también sería el último) había logrado la inscripción de 130 mil personas, entre otros aspectos. Por ello, decir que le faltaron incentivos para mantenerse unida me parece una afirmación insuficiente.

Las explicaciones quizás habrá que buscarlas en otros lugares. Quienes participamos en la elaboración del libro no pensamos en dar la respuesta definitiva, como reclama Carlos León Moya (“Un pasado sin futuro: una mirada crítica del libro Apogeo y crisis de la izquierda peruana”, La República, 4/3/12), pues aparte de ser pretensioso y de caer en una especie de mesianismo teórico se trata todavía de un debate abierto, paradójicamente por falta de debates, pues sus dirigentes se habían mantenido reacios a ofrecer públicamente sus evaluaciones de lo ocurrido. Más allá de esfuerzos puntuales y de sinceramientos individuales, hasta hoy no había sucedido que una gran parte de quienes fueron dirigentes de los diferentes partidos que integraron IU hubieran expuesto su palabra públicamente para tratar de entender las razones de la derrota de dicho frente.

Ese silencio prolongado ha impedido llegar al menos a un consenso mínimo que trate de dar sentido al rompimiento de IU ocurrido en enero de 1989. Ese silencio es precisamente el que vuelve más necesario recuperar el tiempo, pues además, se trata de un silencio que involucra por lo menos a dos generaciones. Ha faltado un debate abierto y franco; las entrevistas que componen el libro es un paso, ahora corresponde a los actores del campo político tomar decisiones. Es cierto que en estos años se han realizado tesis al respecto dentro y fuera del país que no se han publicado, salvo algunos fragmentos de ellas en el mejor de los casos, pero que tampoco han contribuido al debate público por su circulación restringida. Igual ocurre con otros ensayos y testimonios; más allá de cualquier consideración y punto de vista, el libro Apogeo y crisis de la izquierda peruana constituye el paso necesario para que ese debate ocurra, por ello se agradecen todos los comentarios aparecidos en diversos medios. En este contexto, pensar que pueda existir la respuesta única o más o menos consensuada es extremadamente desproporcionado. El debate producido no corresponde al tiempo transcurrido y tenemos que ser conscientes de esa realidad.

No sé si el propio León Moya tenga la respuesta que reclama, al menos ello no se puede colegir después de leer sus comentarios, por lo menos yo me he sentido incapaz de encontrar en sus textos esa explicación exigida a otros. Es cierto que se ha perdido tiempo para debatir, pero no por ello se debe dejar en el olvido el pasado. Un nuevo silencio con relación a lo ocurrido tampoco favorece a una autocrítica. Así como no hay presente sin historia, igualmente no puede haber futuro sin memoria.

Pero nos podemos preguntar algo más profundo: ¿puede haber política sin pasado? Salvo que se entienda política solo como gestión del presente absoluto, la política incorpora el tiempo pasado, el presente y el futuro. El descrédito o la crisis de la política actual se debe entender precisamente por esta amputación de lo ocurrido y de lo deseado: sin historia y utopía. Parece haber ganado cierto consenso para entenderla como un ejercicio de competencias para ganar en el aquí y ahora;  en términos generales se puede decir que la política ha sido invadida por criterios económicos, incluso nuevos politólogos realizan sus análisis desde el sujeto maximizador. Pero esto tiene un riesgo, pues aparte de perder identidad la política, se abandona la dimensión de futuro y del proyecto, dejando el espacio para la búsqueda privada de la mejor oportunidad para satisfacer sus intereses privados. Así se justifica el pragmatismo que en sociedades con escasa institucionalización política deviene fácilmente en oportunismo. No olvidemos que la política es una actividad pública que busca actuar sobre las sociedades. La mirada economicista sobre la política, entonces, diluye la conformación de las identidades colectivas, estas pierden referentes y, en consecuencia, el sentido prospectivo de la política se diluye. Me niego a aceptar que la política sea solo la administración de lo dado, y menos que lo sea para la izquierda, obviamente.

Por otra parte, tengo dudas de que la inclusión de más argumentos de otros autores hubiera contribuido a alcanzar esa explicación final y concluyente, esperada por León Moya, tanto en el ámbito de la discusión académica como, sobre todo, en el del debate político. Las explicaciones de diversos analistas (que el comentarista menciona y a los cuales se pueden agregar varios más como, por ejemplo, el reciente texto que Martin Tanaka ha incluido en su portal: “Izquierda Unida: vagones sin locomotora”, en Virtú e Fortuna, para no mencionar las que ya circulan desde hace algunos años) no pueden considerarse definitivas. Todos ellos incrementan la discusión pero no clausuran el debate. Explicable además porque la izquierda sigue existiendo —aun en la fragmentación y habitando los márgenes—, y actuando sobre la realidad. Pero lo curioso es que al mismo tiempo que reclama esta filigrana académica, León Moya exige encontrar la salida definitiva para la crisis política de la propia izquierda. La resolución, si es que puede haberla, a la crisis de la izquierda peruana, corresponde —obviamente— al campo político, y no se puede pretender exigirle ello a un libro. Los argumentos expuestos por León Moya son los que prácticamente reproduce José Godoy (“Izquierda: entre los balances y el wishful thinking”, diario16, 8/3/12); hubiera esperado que reseñe el libro mismo y no que glose el comentario de aquel (un buen consejo: antes de escribir sobre un libro hay que leerlo), y por lo tanto no añade nada nuevo a lo dicho.

El reclamo por volver la mirada a Mariátegui ―que León Moya observa como un ejercicio explicativo estéril― tiene como objetivo recordar que en la historia de la izquierda peruana existe una tradición que abortó tempranamente con la propia muerte del autor de 7 ensayos, lo que no sucedió en el APRA, por ejemplo, pues fue su propio fundador, Haya de la Torre, quien encabezó la constitución de la organización política y de su interpretación de la realidad (aun con todos sus virajes). Pero también recordemos que la izquierda sufrió otra ruptura fundamental cuando los guerrilleros de 1965 fueron prácticamente aniquilados, incluso físicamente, lo que la obligó a reiniciar la configuración de su identidad y organización. La tercera ruptura fue el estallido de la propia IU, ahí sí, responsabilidad exclusiva de sus dirigentes. Ello nos regresa a la pertinencia de los entrevistados para la publicación. Nuevamente, mirar la política solo como movimiento presente, me parece una estrategia parcializada y, finalmente, también inútil.

Miremos si no a otras fuerzas políticas para entender la necesidad de recorrer la historia, aunque sea sumariamente. Por ejemplo, el PPC, que tiene como padre ideológico a Víctor Andrés Belaunde, fundador del pensamiento socialcristiano en nuestro país, pero que es prácticamente olvidado por sus supuestos herederos. Más allá de símbolo de una agrupación política, mantener vigente la importancia de Belaunde hubiera significado conocer, difundir y discutir el programa político y social que esbozó, el cual incluía atisbos de reforma agraria, reconocimiento de los derechos de los trabajadores por parte del Estado, abordaje del problema indígena, formación de un Estado funcional y otros elementos que, en conjunto, cuestionaban al orden oligárquico vigente; todo ello sin mencionar sus críticas severas al caciquismo parlamentario, al militarismo y al poder omnívoro del Presidente de la República. La derecha utilizó a Belaunde como figura y lo utilizó cuando quiso oportunistamente, pero sin buscar genuinamente comprender las razones de su diagnóstico. Pero, tramontando el aspecto intelectual, si los poderes que usualmente controlaron el Estado peruano hubieran aplicado aunque solo parte del programa del autor de La realidad nacional quizás el país habría avanzado mucho más en su constitución como comunidad política de lo que hoy exhibe; la propia oligarquía habría desaparecido antes de 1968. Seguramente ni conocieron a Belaunde, y quienes controlaron el poder también pensaban que la mejor política era la que no se ejercía, que lo mejor era gestionar el presente, que el pasado era irrelevante y el futuro solo le atañía a unos pocos: los continuos golpes militares auspiciados por la oligarquía son la máxima expresión de cómo los poderes económicos entendían el ejercicio del poder político.

Sospecho que a los autodenominados herederos ideológicos de Belaunde no les interesó conocerlo, precisamente por ver a la política solo como la suma de decisiones ancladas en un presente perpetuo. Este desconocimiento y lejanía del pensamiento de Belaunde lo constaté en una charla que ofrecí hace unos años en el local del propio PPC. Si para León Moya dicho partido es un ejemplo que debe seguir la izquierda peruana (véase “Elogio del adversario”), es porque supongo no percibe que hay una crisis política e ideológica que trasciende a la propia izquierda, que se refiere a la imposibilidad por parte de los actores políticos de pensar qué tipo de sociedad se proyecta constituir. La democracia interna es una condición necesaria pero no única ni suficiente para dirigir el país, el propio PPC es ejemplo de ello. Considero que para que la izquierda salga de la crisis debe decidir qué tipo de política quiere ejercer; he ahí otro debate de fondo.

Buscar explicaciones al fracaso de la izquierda como sujeto político, reitero, obliga a voltear la mirada a sus dirigencias. Muchas veces les he oído decir que hablar de fracaso de la izquierda es exagerado porque ahí está el movimiento social activo, luchador, atento a defender sus derechos. Pero precisamente ese es el problema. Las dirigencias descargaron lo que eran sus obligaciones, directamente establecidas, en las posibilidades de movilización que tenían los sectores populares; pero sus manifestaciones, por muy masivas y convocantes que pudieran ser, tienen, como sabemos, espacios y consecuencias acotadas. Lo que les da proyección amplia es, justamente, la constitución de un sujeto político que represente a los diversos movimientos sociales y los busque unificar. Ahí falló IU. Me parece que tal mirada sobre los movimientos sociales o populares como supletoria de la actividad política propiamente dicha se trasluce en la mayoría de las entrevistas que componen el volumen: si ellos―los movimientos sociales― son activos el sujeto político va bien, pero eso es mezclar ámbitos dejando pendiente la función de la representación política. Es cierto que unos dirigentes son más autocríticos que otros, pero en general nunca antes habían sido tan explícitos.

En la presentación pública del libro, Antonio Zapata (que también es uno de los entrevistados) así como en una de sus habituales columnas (“Las palabras y los hechos”, La República, 22/2/12), analiza la ruptura de IU como el resultado de una oposición más ficticia que real: la que separó a extremistas de moderados, pues luego de la división integrantes de ambos bandos terminaron mezclados en los campos de los que supuestamente eran irreconciliables. Entonces, no fue la cuestión ideológica la que predominó sino la sencilla lucha por el poder al interior de IU; aunque fue una lucha que buscó ser explicada u ocultada debajo de una montaña de “argumentos” ideológicos. En este caso, la ideología sí funcionó en los dirigentes de IU como encubridora de la realidad. Para algunos, esto se exacerbó durante las campañas electorales, donde el aseguramiento de una plaza constituyó lo más importante de las pugnas. Al final de cuentas, el resultado siguió siendo el mismo: la no institucionalización del sujeto político que estaba pensado —al menos idealmente— para representar a las clases populares y ejercer otro tipo de política.

Ciertos temas están planteados ya, y en voz de los propios dirigentes, corresponde ahora a la intensidad de la vida política dar fin a la crisis de la izquierda peruana. ¿Será posible?

1  Alberto Adrianzén (editor), Apogeo y crisis de la izquierda peruana. Hablan sus protagonistas, IDEA Internacional-Universidad Ruiz de Montoya, Lima, 2011. La publicación contó con el apoyo de la cooperación española y noruega.

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