Luis Hernán Castañeda
Ataque al canon literario Ataque al canon literario

Por Ricardo González Vigil
Fuente: El Comercio, Lima 26/12/11
http://elcomercio.pe/impresa/notas/ataque-al-canon-literario/20111226/1352789

Entre las novelas publicadas este año, sobresale “La noche americana” de Luis Hernán Castañeda (Lima, 1982). Desde su primera novela (“Casa de Islandia”, 2004) Castañeda se reveló como un autor fuera de lo común, con un dominio notable de los recursos literarios y una compleja exploración de los nexos entre la realidad y la ficción, así como entre el hilo narrativo que sus páginas van tramando y un plano metaliterario, en el que el tema es la escritura misma del libro que estamos leyendo. Le siguieron tres novelas y un libro de cuentos que confirmaron esos atributos, y sirvieron de antesala a una obra de envergadura: “La noche americana”, digna de figurar entre lo mejor que se ha publicado en el Perú y, en general, en Hispanoamérica en lo que va de este milenio.

El título no remite a la noche artificial de los estudios de Hollywood, conforme hace la famosa película de Truffaut. Aunque sí hay una honda afinidad con dicho filme, en tanto aborda la plasmación de la cinta que estamos viendo, y la novela de Castañeda denomina “La noche americana” a un plan en dos partes: una masacre ritual a cargo de la secta de los “gallos resplandecientes” (inspirados en un escritor maldito peruano: Calavera de Gallo) para exterminar a todas las personas posibles en un Departamento de Lenguas Modernas de una universidad norteamericana. En su segunda parte, proyecta la escritura de un libro que narre la crónica de dicha masacre, con “un final apoteósico, con múltiples guiños y referencias a la totalidad de la historia literaria peruana […]. Ese libro será publicado por un gran sello editorial limeño […]. Si llegan a extraditarnos, basaremos nuestra defensa en la infinita libertad que concede al hombre la ficción. Así el juicio se convertirá en un jugosísimo debate sobre el límite entre ficción y no-ficción, entre la vida y la literatura […] los chicos latinoamericanos desde México hasta Chile cantarán la alabanza de aquellos que se atrevieron a desafiar la ira del Gigante Yanqui […]. Nos convertiremos en ‘best sellers’ globales de la noche a la mañana, cumpliendo el sueño de todo artista auténtico: ser reconocido y admirado por un público vastísimo, pero sin hacer ninguna concesión al mercado, conservando a tope la honestidad del creador y la calidad del trabajo” (pp. 211-212).

Protagonizan ese plan dos amigos que se reencuentran “en la mitad del camino de la vida” (35 años en términos de Dante) y que estudiaron juntos en la Universidad de Lima donde se proclamaron neovanguardistas dispuestos a “espulgar el canon literario de nuestra patria” (p. 49). La semejanza con los dos “detectives salvajes” de Roberto Bolaño (neovanguardistas del infrarrealismo en pos de una legendaria vanguardia del estridentismo de los años veinte, así como en Castañeda tenemos el legado de Calavera de Gallo) no debe omitir la diferencia: Bolaño dinamita el canon forjado por la argolla de los escritores que dominan en México los sellos editoriales, los premios, etc. (es decir, Octavio Paz, Carlos Fuentes y luminarias similares), ejecutando una crítica parecida a la que en el Perú han formulado los poetas de Hora Zero (recordemos que Bolaño se consideraba horazerista) y los escritores de la revista “Narración”. En cambio, Carlos, el narrador de “La noche americana”, ataca a una “mafia” de “críticos, periodistas y demás bárbaros […] que dirigen y corrompen la maltrecha república de nuestras letras“. Esa supuesta mafia excluiría a los autores de “familias pudientes” que integran “una élite conservadora, la responsable de salvaguardar los valores más nobles de la cultura occidental”, ignorando o mezquinando sus méritos literarios para consagrar “solo los miserables, los ágrafos, los indios, los zambos y demás chusma” (p. 58) esgrimiendo criterios sociológicos e ideológicos, y no artísticos.

Esa reelaboración satírica de la disputa peruana entre los andinos y los criollos, igualmente de la óptica izquierdista dominante en los profesores de literatura de las universidades norteamericanas, responde al rencor traumático de Carlos, y no a la realidad del sistema literario. En el trasfondo, Carlos no quiere recordar el ‘agravio’ (usamos un término central en “La violencia del tiempo” de Miguel Gutiérrez) que su amigo Casaverde sufrió vejado por sus familiares, a causa de los prejuicios racistas y clasistas. Para vengar ese agravio, Casaverde destapa otro trauma de Carlos: ser un padre que nunca se ha interesado por su hija. No solo con ingenio, también con hondura para hurgar los abismos psicológicos y éticos de la culpa, Castañeda arremete contra rasgos de eminentes escritores peruanos, verbigracia José María Arguedas (el “mayor narrador peruano de todos los tiempos” p. 191, el cual destruyó los límites entre la realidad y la ficción suicidándose de verdad, cumpliendo lo escrito en “El zorro de arriba y el zorro de abajo”), Mario Vargas Llosa (el apellido Casaverde, el ‘demonio’ del padre ausente), César Vallejo (en “Trilce” se siente culpable por dejar a Otilia embarazada) y Ciro Alegría (deseando triunfar en Estados Unidos, abandonó a su primera esposa y a sus hijos).

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