Selenco Vega Jácome
La novela como piedra de sacrificio

Por Jorge Eslava
Fuente: Domingo, suplemento de La República, Lima 13/12/09
http://www.larepublica.pe/archive/all/domingo/20091213/14/node/238080/todos/1558

Una conversación con el escritor Selenco Vega Jácome, autor de Segunda persona, la novela que obtuvo el Premio de la Cámara Peruana del Libro 2009.

Proverbialmente parco, de modales corteses y vestido con ropas oscuras —que le dan apariencia de seminarista— es como veo con frecuencia al poeta y narrador Selenco Vega por los pasillos de la universidad donde ambos trabajamos. La conversación de esta tarde es a propósito de su novela Segunda persona, ganadora del Premio Novela Breve de la Cámara Peruana del Libro 2009 y que acaba de presentarse en la Feria del Libro Ricardo Palma. Un libro de ciento veinte páginas de elevado “vuelo poético que, sin embargo, no interfiere con el poder narrativo”, a decir del acreditado jurado. Este reconocimiento se suma a galardones obtenidos por Vega Jácome, como El poeta joven del Perú (1999) y el Premio Copé de Cuento (2006).

–Como lector, puedo asegurarle que usted ha escrito una novela descarnada y sobrecogedora. Nos recuerda que no hay fondo en la dimensión humana. ¿Cómo encaró el proceso intelectual y vital de su escritura?
–El proceso de escritura fue muy complejo, y me tomó varios años. Lo planeé como una novela polifónica, con varios personajes que tomaban la posta en la narración. Eran en total seis historias, con un personaje principal en cada una de ellas, aunque todos se conocían entre sí y aparecían y desaparecían a lo largo del libro. Había un hilo conductor: cada protagonista escondía un fuerte conflicto de identidad: sexual en un caso, racial, cultural, en otro. Fue muy doloroso para mí darme cuenta de que no todas las historias funcionaban adecuadamente.

–La historia muestra un desarrollo creciente de degradación, tanto a nivel personal como social. De un lado están los casos de Ernesto –el protagonista– y su entorno familiar. De otro lado, la corrupción que sacude su lugar de trabajo. ¿Le interesó imbricar estos dos planos para intensificar el clima narrativo?
–Al principio sólo me interesaba rescatar el drama humano, familiar, de Ernesto. Luego me di cuenta de que la historia podía explorar, en paralelo, un problema social y hasta político, que es uno de nuestros males endémicos: la dictadura. Siempre vi la biblioteca en la que trabaja el personaje como un microcosmos de lo que fue el Perú en la época fujimorista. La directora encarnaría la llegada de la intolerancia y el fascismo que, bajo el disfraz del orden y la autoridad, irrumpen en la vida de una comunidad…

–La descomposición moral y física de los padres y la hermana menor de Ernesto encuentran, sin embargo, un momento final de redención. ¿Quiso usted animarnos sobre las posibilidades de salvación que posee nuestra experiencia en el mundo?
–Creo que la salvación de Ernesto y su familia queda en un estado de latencia, más bien. No hay que olvidar que él y su hermana encontrarán su destino final solo cuando su padre ya no esté con ellos, algo que en el libro no ocurre explícitamente. Sin embargo, sí creo que hay una redención simbólica, solo imaginada por Ernesto: me refiero a aquel pasaje en el cual el personaje se tiende en el altar prehispánico e imagina su sacrificio ritual.

–Y de manera contraria: Mario, compañero de trabajo de Ernesto, joven de atributos perfectos y bellos, es quien termina mal parado. ¿Cree que su novela postula o insinúa una tabla de valores?
–No lo había visto de ese modo. Es posible que en la novela se postule una tabla de valores, o mejor dicho una inversión de esos valores culturalmente aceptados que relacionan la belleza con lo bueno y lo agradable. No obstante, siendo Mario como es, casi podría apostar que él y su belleza luciferina se las arreglarán para salir adelante y para seguir embaucando a otra gente.

–El símbolo del fuego juega un papel importante: el protagonista está atenazado por el recuerdo del incendio de la casa vecina, donde vive el “pirómano” en constante acecho; la asfixia de todas las noches que lo obligan a despertarse para consumir agua a borbotones; y la reminiscencia de una fábula hindú, que se convierte en su propio destino. ¿Le parece pertinente esta lectura?   
–Definitivamente. Ernesto es un personaje confundido, pero que se abre paso en el mundo interpretando símbolos. Él encuentra signos en las cosas y procura fijarles sentidos que le permitan a sí mismo descubrir quién es. La fábula hindú de la polilla y la figura indomable del pirómano definitivamente son sus símbolos mayores. Creo que, de una u otra forma, esos símbolos son su verdadera coraza para enfrentar el problema de identidad oculta que arrastra.

–Como la vela que antes de extinguirse cobra, de pronto, una llama fulgurante.
–Sí pues, como esa vela que termina siendo un símbolo de nuestras pasiones desatadas.  

–En ese ambiente de sordidez el único personaje que parece íntegro es el poeta Aldo Barragán, amigo cercano de Ernesto. Sin conocer las intimidades del protagonista, hace una interesante analogía de lo que está sintiendo y le abre otras perspectivas.
–Aldo fue uno de los personajes abortados del proyecto inicial. Su historia y sus conflictos con el padre prometían al principio. Me costó sacrificarlo, descubrir que había fallas en él. Sin embargo, espero resucitarlo pronto en otra obra. Y tienes razón, en cierto modo siento que Aldo, que aparece poquísimas veces, se convierte en una suerte de consejero casi espiritual de Ernesto.

–Un pasaje que tiene al lector sin aliento es cuando Ernesto ingresa al santuario de su madre –que no es sino el dormitorio que ha dejado– e inicia el rito de transformación sexual. ¿Ser su madre por un momento íntimo es lo que lo impulsa a tomar la determinación?
–Es uno de los pasajes que más me costó escribir.  Definitivamente, él descubre su identidad sexual allí. Esa transformación, ese culto por los objetos personales de la muerta lo empujarán finalmente a descubrirse a sí mismo.

–La transfiguración de Ernesto en su madre despliega y confirma la intencionalidad del título. “Segunda persona” es más que un recurso narrativo y más que la consideración por el prójimo: es el lado oculto de cada ser humano. ¿Fue ese su propósito desde el comienzo o el empleo discursivo del “tú” lo obligó a indagar más en la primera persona?
–El empleo de la segunda persona fue todo un descubrimiento. En su primera versión, la historia de Ernesto estaba contada en primera persona. Luego advertí que la historia resultaba poco sincera. Probé con la tercera persona, pero me salió una historia demasiado lejana. Hice un último intento y probé con la segunda persona. Entonces comprendí que todo encajaba y que esa novela solo podía ser contada de esa forma. Si me permites la comparación, lo sentí muy íntimo, me pareció que era el propio Ernesto contándole su historia a un espejo.

–El doblez de los personajes, lo intrincado de sus relaciones y el desenlace que ofrece un descubrimiento se prestan para una novela de estructura policiaca. Incluso tiene un aire oscuro y macabro. ¿Considera que podría leerse dentro de ese género?
–Aunque no concebí “Segunda persona” como una novela policial, imagino que debe de haber en ella elementos provenientes de aquellas lecturas que tanto me marcaron de niño.

–Al final la novela se exhibe como una piedra de sacrificio, lisa en su superficie, pero donde todos los personajes han sido sometidos a una disección reveladora. ¿Está usted de acuerdo?
–Si bien “Segunda persona” no es autobiográfica, algo que creo compartir con el protagonista es esa obsesión por encontrar símbolos en las cosas. Una novela vista como una gran piedra de sacrificios me parece un símbolo potente y hermoso. Un novelista visto como un sacerdote que somete a sus personajes a una “disección reveladora” también lo es.

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