César Vallejo
Los días y las noches de Vallejo en París Los días y las noches de Vallejo en París

Por Raúl A. Mendoza C.
Fuente: La República, Lima 25/09/11
http://www.larepublica.pe/impresa-domingo/los-dias-y-las-noches-de-vallejo-en-paris-2011-09-25

El poeta y periodista Reynaldo Naranjo ha publicado el libro César Vallejo en el siglo XXI, una investigación que sigue los pasos del vate trujillano en París y otras ciudades de Europa. Naranjo descubrió un Vallejo distinto de aquel hombre triste que presentan muchos libros y recopiló documentos inéditos de su recorrido vital.

Hay quienes creen que César Vallejo, el poeta peruano más universal, fue un hombre triste  y extremadamente melancólico. Nada más equivocado. Vallejo era un tipo alegre que cantaba y bailaba huainos, amiguero y conversador, aficionado a la celebración grupal. Revisando su periplo vital en el Perú y en Europa, no queda duda de que Vallejo amaba la bohemia aunque nunca cayó en el exceso.

“Esa imagen del Vallejo triste, reflexivo, silencioso, pertenece a la leyenda que se ha hecho de él, pero no es cierta”, cuenta Reynaldo Naranjo, poeta y escritor que ha investigado sobre todo los 15 años que el autor de Poemas Humanos pasó en Francia y otros países de Europa. Ese trabajo, realizado a fines de los años 70 para la Unesco, aparece por primera vez en el libro César Vallejo en el siglo XXI (Universidad César Vallejo, 2011), un recorrido por la vida del vate liberteño a través de muchas voces y documentos.

Naranjo recorrió las calles parisinas que caminó el creador de Los Heraldos Negros, incursionó en archivos y recopiló testimonios de quienes lo conocieron. Todo eso le ayudó a reconstruir pasajes poco conocidos de la vida de Vallejo. Por ejemplo, que llegó a Europa gracias a su amistad con Julio Gálvez Orrego, “El Chino”, sobrino del escritor trujillano Antenor Orrego, quien cambió su pasaje de barco en primera clase por dos de tercera para ir juntos.

Imagen distorsionada

Así llegó Vallejo a París, para ver de cerca los cambios mundiales de la época, aunque los dos primeros años no le fue muy bien. Poco a poco se estabilizó, pero siempre con altibajos. “Se reencontró con amigos del Perú, hizo nuevas amistades, se vinculó a un círculo de intelectuales y gente de izquierda”, comenta Naranjo. Su primer romance fue con Henriette Maisse, una chica pobre y de escasa cultura, y luego la dejó por Georgette Philippart, de 18 años, que vivía enfrente de su casa. Con ella viviría hasta su muerte.

“Como muchos latinoamericanos entonces y ahora, Vallejo tuvo problemas de dinero y debió pedir prestado a los amigos. Pero ese no era un estado permanente. Tuvo momentos en que le iba bien como corresponsal. Jamás se le vio mal vestido, iba siempre con traje. En muchas fotos lleva sombrero, bastón y pañuelo en el bolsillo. Como un dandi. Una revisión objetiva de su vida en el Perú y Francia revela a un Vallejo distinto del que nos informaron”, cuenta Naranjo.

Por ejemplo, la aparente soledad de Vallejo no es tal. Desde muy joven fue muy dado a la amistad intelectual. En Trujillo formó parte del grupo Norte y en Lima se vinculó al grupo Colónida, que lideró Abraham Valdelomar. Y en París también hizo amistad con muchos escritores que luego tuvieron enorme resonancia, como Pablo Neruda, Alejo Carpentier, Juan Larrea. Alguien que lo recuerda de esas épocas es Elsa Henríquez –citada por Reynaldo Naranjo en su libro–, hija de la bailarina Elba Huara, que fue esposa de Gonzalo More, gran amigo del poeta.

“Ella cuenta que Vallejo disfrutaba muchísimo de las reuniones que Gonzalo More organizaba junto a amigos peruanos, donde participaba también la escritora francesa Anaís Nin. Había noches en que realizaban sesiones espiritistas. En la época de la guerra civil española los invitados convocaban al espíritu de un famoso estrangulador ruso de apellido Gurgoloff, para pedirle que asesinara al generalísimo Francisco Franco y acabara con la guerra”, cuenta Naranjo sonriendo.

Un amigo de ese tiempo también era el guitarrista arequipeño Jesús Chávez, “Chavico”, quien muchas veces solía tocar en los puentes parisinos. “A veces se iba con Vallejo, que era el encargado de pasar el sombrero al final de la actuación”. En otras oportunidades lo recaudado servía para comprar vino y continuar con alguna reunión que había quedado pendiente. Otro amigo de la época era Alfonso de Silva, a quien estimaba como a un hermano.

Otra anécdota que el libro reseña es una ocurrida con el escritor cubano Alejo Carpentier, amigo de More y de Anaís Nin. Cuando llegó a París, el cubano quiso conocer a Vallejo y le pidió una cita. “Vallejo se la dio. Lo invitó a acompañarlo a caminar por París. Pero el día de la cita le dijo: ‘Acompáñeme mientras paseo, pero no me hable’. Y no hablaron”, cuenta Naranjo. Como se ve, Vallejo no era un desconocido, era respetado en el París de entreguerras, en una ciudad llena de artistas.

Capítulo final

El libro de Naranjo también se interesa por Vallejo en España, adonde viajaba esporádicamente cuando podía desde comienzos de los años 30. “Le dolió mucho la caída de la República, por sus convicciones de izquierda y por su amistad con figuras enormes como Federico García Lorca, Rafael Alberti, Gerardo Diego y otros”. Se recoge también el discurso completo del poeta ante el Segundo Congreso por la Defensa de la Cultura en Valencia, así como una foto –borrosa pero reconocible– de Vallejo con el puño en alto.
 
Continuando con la imagen distorsionada de Vallejo, también se ha dicho que murió en París sin el apoyo de sus amigos, sumido en la miseria, liquidado por una enfermedad a los pulmones. Eso no es cierto. “El poeta pasó sus últimos días internado en una respetable clínica francesa pagada por la embajada peruana, visitado por sus amigos y por un buen número de intelectuales franceses interesados en su salud”, dice Naranjo. Incluso ahí mismo, Georgette pagaba tratamientos alternativos para él en su afán de salvarle la vida.

Al parecer Vallejo murió de una fiebre palúdica que adquirió en el Perú y que se mantuvo latente hasta que se le activó en Europa. Su gran amigo Gonzalo More cuenta en una muy sentida carta dirigida al guitarrista arequipeño “Chavico” que el poeta se puso mal unas seis semanas antes de su muerte. En ese lapso se le hicieron placas de los pulmones, pero nada se encontró. Una fiebre que fue subiendo lentamente lo sumió en una convalescencia prolongada. Duró desde comienzos de marzo hasta el 15 de abril. Ese día lo alcanzó la muerte.  

“Todos los diarios de izquierda habían publicado artículos anunciando su muerte, de manera que ese día, sin exageración, los más grandes escritores de Francia asistieron al entierro: Estaban Cassous, Aragon, Malraux, Tristán Tzara, Bloch, etc.”, cuenta Gonzalo More en su carta. “El gobierno peruano se hizo cargo de su sepelio. Fue un acto digno”, precisa Naranjo. Su libro narra esas y muchas historias más. “Cual un reportaje integral, entreteje un elocuente montaje entre las imágenes y las palabras, donde la suma es mucho más que las partes sueltas”, señala el crítico Ricardo González Vigil. En más de 200 páginas de testimonios, imágenes y documentos, un César Vallejo casi desconocido reaparece.

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