Osmar Gonzales Alvarado
Las formas del olvido. La correspondencia entre Francisco García Calderón y José de la Riva Agüero (Parte I) Las formas del olvido. La correspondencia entre Francisco García Calderón y José de la Riva Agüero (Parte I)

Por Osmar Gonzales Alvarado
Fuente: Lima, diciembre 2008

Una de las amistades tan entrañables como mal conocidas fue la que unió a dos intelectuales de principios del siglo XX: Francisco García Calderón y José de la Riva Agüero. Ambos pertenecieron a la generación que algunos prefieren denominar novecentista, y que yo me inclino por llamarla arielista, como lo sostengo en otro lugar.[1] Tanto García Calderón como Riva Agüero fueron pensadores de excepción y recabaron el reconocimiento de las grandes figuras intelectuales de aquellos años.[2]

 

La generación de principios del siglo pasado destacó por su interés central de tener al Perú como un objeto de reflexión. Fueron sus intelectuales los primeros que pensaron al país de una forma totalizadora, proponiendo un proyecto nacional y fundando el pensamiento político peruano. Se trata de una generación marcada a fuego por acontecimientos desgarradores como la derrota frente a Chile en la Guerra del Pacífico (1879-1883), en donde apareció al desnudo la precariedad de la unidad nacional. También por la guerra civil —que estos intelectuales vivieron siendo muy niños aún— que permitió el ingreso de Nicolás de Piérola al poder, inaugurando la República de Notables (1895-1919). Vivieron, pues, en un país que ingresaba a un momento expectante de su vida política y social. Culturalmente, los intelectuales de principios de siglo fueron sus abanderados.

 

A pesar de la importancia de dichos pensadores, existen pocos testimonios biográficos (y menos autobiográficos) sobre ellos, pero sí está al alcance de los interesados abundante correspondencia ubicada en el Archivo Histórico Riva Agüero (AHRA), de la cual ya se ha publicado gran parte. De dicha correspondencia he recogido las cartas que permiten reconstruir el derrotero intelectual y personal de García Calderón y Riva Agüero, sostenido por la gran amistad que unió a ambos. En total, se trata de 122 piezas, entre cartas y algunas tarjetas postales. De García Calderón son 92, y de Riva Agüero 30. De este total, 116 han sido publicadas y 6 no.[3] Pancho y Pepe, como se llamaban, siempre fueron enfáticos en afianzar los sentimientos de cariño que los hermanaban.

 

No se puede asegurar que las cartas publicadas sean todas las cursadas entre ambos arielistas (no es descabellado suponer que se ha perdido una cantidad de ellas, especialmente las que Riva Agüero dirigió a su amigo, pues no se cuenta con el archivo de García Calderón), pero sobre las que tengo a mano realizo un análisis que dista mucho de ser exhaustivo y total. Se trata solo de pergeñazos acerca de una correspondencia extensa, de simples aproximaciones a temas específicos. Las fechas que median entre la primera y la última carta son 1906 y 1941. Es un epistolario que permite conocer no solo a los personajes, sino también al tipo de amistad que los vinculó en una época determinada. En todo caso, el paquete de la correspondencia entre García Calderón y Riva Agüero nos permite ver el rostro íntimo de dos personajes cuyas personalidades conocemos distorsionada o, por lo menos, parcialmente.

 

Breve bosquejo de interpretación

 

Lo primero que se confirma de la revisión de las epístolas es algo ya evidente a partir de la lectura de documentos secundarios: que se trata de una amistad entrañable. Que García Calderón y Riva Agüero son dos amigos del alma; que están unidos por lazos afectivos generados desde la infancia, ya porque fueron vecinos, ya porque fueron condiscípulos. Además, por medio de esta correspondencia se puede seguir con gran fidelidad las evoluciones sicológicas, intelectuales y políticas de García Calderón y Riva Agüero.

 

Adelantando algunos aspectos que podremos observar, se puede decir que en García Calderón trasunta una permanente búsqueda de independencia económica para escribir lo que cree sin temer a la censura del gobierno del cual es representante diplomático; piensa que su alejamiento del Perú puede ser beneficiosa para escribir sobre este de manera más objetiva, además de que es clara su conciencia de emigrado. En cierto momento escribe: “Yo no deseo volver a Lima —a establecerme, se entiende— sino cuando tenga una posición económica independiente. No hablo de riqueza, a que no aspiro, sino de independencia. A medida que me acerco a los 30 años ésta se me antoja cada día más necesaria, más preciosa” (París, 11 de junio de 1911). En Riva Agüero, en cambio, se percibe un espíritu muy distinto: de tranquilidad de quien posee fortuna y tiene el futuro asegurado; la creciente auto-convicción (alimentada en parte por el propio García Calderón, precisamente) de que es la encarnación de la nacionalidad y que por ello debe tener un rol protagónico, sea en lo intelectual o en lo político, y su paulatina derechización o conservadurización, que no es otra cosa que su desconcierto ante un país que se modificaba velozmente.

 

Otro signo es el paso del entusiasmo juvenil al desencanto de la madurez. Se puede sentir con claridad la confianza y la frescura que manifestaban de cuando jóvenes, la fe que tenían en sus obras y en su participación política. El futuro les pertenecía. Posteriormente vino el descalabro moral, y en ello el segundo gobierno de Augusto B. Leguía, el “oncenio” (1919-1930), cumplió un papel fundamental, pero también la aparición aprista. La apuesta de los intelectuales del novecientos en sus primeros años de autores por la aristocracia de la inteligencia o por los caudillos modernizadores fue desplazada por el apoyo a caudillos que solo ofrecían impedir la subversión de las masas, y no más.

 

La evolución espiritual de García Calderón y Riva Agüero es expresiva de un Perú que dejaba de existir para dar paso a otro muy distinto. Frente a ese tiempo de cambios dichos intelectuales se fueron quedando rezagados ocasionando un desfase personal, intelectual y político. Quedaron desprovistos de claves interpretativas ante una nueva realidad que los desbordaba; se revelaron incapaces de formular un nuevo episteme. Ante ello, retrocedieron y se aferraron a las certezas más primarias.

 

Finalmente, y en estrecha relación con lo anterior, es evidente cómo sus temas y preocupaciones son cada vez más distantes y extraños en relación a los tiempos agitados que les tocó vivir en los años finales de sus vidas. No fueron capaces —no podían hacerlo, además— de colocarse en el centro de los nuevos debates que surgían y cobraban primacía: el indigenismo en las polémicas sobre la constitución de la nacionalidad, el surrealismo en el terreno del arte, el papel de la masa en lo político, entre otros. Ello le tocó a las nuevas generaciones, cuyos integrantes, cuales verdaderos parricidas, intentaron negar toda influencia sobre ellos de sus maestros.

 

La dulce infancia

 

Como había dicho, tanto García Calderón como Riva Agüero estudiaron en el mismo colegio, el de Los Sagrados Corazones o Recoleta. Ahí destacaron rápidamente por su aguda inteligencia y la avidez por el conocimiento. Pero igual mencioné que no solo fueron condiscípulos, también fueron vecinos. Mientras el primero tenía su solar en la calle de la Amargura, el segundo vivía en la calle de Lártiga, en el centro de Lima. Los espacios y los intereses compartidos ayudaron a unirlos más estrechamente. Construyeron una amistad sólida, cuyos primeros cimientos se echaron en sus años infantiles y que se mantendría por siempre. Todo lo anterior sin hablar de las vinculaciones que habían establecido sus respectivas familias. Definitivamente, eran muchas las cosas que los hermanaban: la vocación por la lectura, la avidez por el saber, la devoción por las tertulias amenas y eruditas, la preocupación por el Perú, la renovación de la política…

 

A pocos metros de la casa de los García Calderón se ubicaba la Plaza de La Recoleta, donde se reunían las promesas intelectuales de principios de siglo, jóvenes que estaban entre los quince y veinte años y que ostentaban una madurez intelectual precoz como Ventura García Calderón, Juan Bautista de Lavalle, Manuel Gallagher, entre otros. Por eso, la obligatoria separación de ambos muchachos —de Francisco y José, de Pancho y Pepe— debido al viaje a Europa de la familia García Calderón —por la muerte del Presidente de La Magdalena, don Francisco García Calderón Landa, que indujo al joven Francisco a intentar suicidio— debió ser dolorosa, casi desgarradora, más aún si tomamos en cuenta el carácter introspectivo de ambos. Al menos García Calderón tenía hermanos y se iba al centro cultural del mundo en los inicios de siglo, París. Riva Agüero, en cambio, era un ser solitario, quien se refugiaba en los libros de su voluminosa biblioteca (la que prefería a la escuela) y que vivía con sus padres, tía y sirvientes. Es decir, con nadie de su edad. Por esa condición, la sensación de soledad debió ser más intensa en Riva Agüero. Para entonces tenía 21 años, mientras que su querido Francisco contaba con 23. Eran dos jóvenes llenos de expectativas, imbuidos de futuro y confiados de su porvenir.

 

Sobre el testimonio de las cartas acerca de una amistad

 

La amistad de García Calderón con Riva Agüero se singulariza por su carácter fraternal, eran confidentes mutuos, interlocutores permanentes, apoyos oportunos en los momentos de dolor, consuelo en las horas de pena. En este sentido, la correspondencia también nos sirve para reconocer las angustias existenciales por las que atravesaban. En relación a esto último, se trasluce una tensión permanente entre el que se ha marchado (García Calderón) pero que sentimentalmente quiere volver y cimienta su cosmopolitismo, y el que se ha quedado (Riva Agüero) y acendra su nacionalismo.

 

Lo anterior es interesante puesto que nos explica los distintos talantes con los cuales observaban el Perú y, por qué no, el mundo. Para García Calderón la lejanía, si bien personalmente le produce nostalgia, considera que tiene algo de positivo en el terreno intelectual al permitirle alejarse de las intrigas menudas de la vida nacional: “De lejos veo muchas pequeñeces y me inclino a un relativo pesimismo. Me parece más fecunda la obra en favor del país, cuando se esté lejos de él, compatriotismo [sic] sereno, sin sentir el choque turbador de las pasiones minúsculas y de las envidias incomprensibles. Así he escrito mi libro sobre el Perú [El Perú contemporáneo], desapasionadamente, mirando a un ideal; y creo que nunca lo hubiera podido hacer y concebir, con la misma imparcialidad dentro del país” (París, 19 de noviembre de 1907).

 

Pero hubo otros temas, más cotidianos, que recorren las cartas cruzadas por los dos intelectuales mencionados como la salud, las pérdidas de seres queridos, los planes personales, las andanzas y las aventuras, el intercambio de libros, la nostalgia, algunas malas jugadas de los amigos,[4] entre muchas otras cosas.

 

Al parecer, García Calderón había estado mal de salud, motivo por el cual Riva Agüero le escribe una carta (que no se conoce), a la que el primero responde tranquilizándolo y diciéndole que su salud ya es completa: “Creo que no sufriré más de crisis neurasténica”. El viaje a Suiza fue “de recreo y descanso”. Por lo que dice, se puede deducir que cometió excesos: “Pasados los primeros entusiasmos y la época de hazañas faunescas, este capítulo sexual ha quedado moderado, si no menos intenso y exquisito que antes” (París, 8 de octubre de 1906). (No obstante, hay que tener presente que los problemas de García Calderón se mantuvieron y agudizaron, y que al final de su vida volvió a Lima para morir en un sanatorio mental).

 

Riva Agüero se enteró por Carlos Zavala que García Calderón estaba enfermo de la vista, mal del que padecería toda su vida (incluso, tuvo que ser operado en los inicios de 1931). Pero además lo interroga por algo que le han contado y que revela cómo respiraba París por todos los poros García Calderón: “¿Es cierto como no sé quien me dijo, que con frecuencia escribes de noche, en un café concierto, al son de la música y del baile? Si tus musas inspiradoras son las bailarinas, ya comprendo por qué es tan salpimentado y de tan marcada delectación el acento de algunos de tus artículos sobre la célebre pieza de Bernstein. Supongo que igual ha de ser el gabinete de estudio de Ventura, a juzgar por ciertos pasajes de su crítica a Salomé” (Lima, 14 de agosto de 1907). Por su parte, García Calderón le escribe en otra oportunidad: “Desde el bulevar te escribo sentado en la terraza de un café: ¡qué exquisita combinación de placeres!” (París, 15 de mayo de 1909).

 

 

Riva Agüero también le comenta a García Calderón sus pesares:

 

Las desgracias nunca vienen solas, desde la muerte de mi padre[5] ha caído sobre mí una serie de contratiempos. Primero fue el cansancio que me produjeron los exámenes. Por mi luto y otras circunstancias, no tenía bien preparados los cursos, y para salir con lucimiento uno debe hacer un gran esfuerzo para el cual mi resistencia era mucho menor que en los años pasados. Vinieron en seguida los asuntos de mi casa, cree que me han dado bastante trabajo. Felizmente, se han desembrollado, ya estoy por esa parte casi tranquilo. Después, desde Enero se enfermó mi madre, unas fiebres muy largas y tenaces aún cuando no fueron de gravedad, ni siquiera de serio cuidado, los médicos, ignoro por qué, se alarmaron y me alarmaron. Por último, caigo con una enteritis rebelde y molesta, de la que todavía no estoy por completo restablecido (Lima, 26 de febrero de 1907).

 

 

García Calderón se había convertido en un parisino empedernido, tanto que le costaba adaptarse a otra ciudad europea como Londres, por ejemplo, a la que tiene que viajar por sus funciones diplomáticas. Para todo, García Calderón prefiere París, “ciudad tan latina, tan adorable, no por lo que en ella buscan los rastacueros, sino por mil aspectos únicos de arte, de inteligencia, de belleza” (Londres, 12 de junio de 1908).

 

Las charlas fue uno de los elementos fundamentales que ayudaron a cimentar la amistad y los intereses afines. Ellas constituyeron uno de los permanentes motivos de nostalgia de García Calderón, por eso reiteradamente le expresa cómo extraña sus tertulias. Cuando le anuncia a Riva Agüero que viajará en enero de 1909 a Lima para cumplir su compromiso de matrimonio con Rosa Amalia Lores no pierde la oportunidad para decirle que tendrán “charlas sublimes” (Londres, 14 de agosto de 1908). En otro momento exclama: “¡Cómo hubiera querido estar aquí, en Heidelberg, contigo en este Congreso lleno de interés! Pienso mucho en nuestras charlas posibles” (Londres, 1 de setiembre de 1909).

 

La amistad entre García Calderón y Riva Agüero era de absoluta confianza. Solo gracias a esa afinidad es que el Marqués podía hacer confesiones muy personales y hablar sin tapujos de las tribulaciones de su querido Pancho. Los trastornos mentales de García Calderón lo llevaban cada cierto tiempo a cuadros maníaco-depresivos, incluso a intentos de suicidio. Existe una carta muy íntima que Riva Agüero escribe luego de uno de estos cuadros depresivos de su querido Pancho: “No te apresures tanto—le aconseja—, no estudies mucho; diviértete y descansa. La vida a nada obliga después e impone trabajos. Si te cansas ahora, llegarás en condición desventajosa. Ahorra fuerza que las necesitarás” (s/f. Borrador incompleto).

 

Y prosigue en tono mucho más intimista: “Con frecuencia hablo poco de mis sentimientos; y por eso cree la gente que no soy sino vicio de bondad negativa. Tal vez contribuye mi fisonomía y mis modales. Hace poco, uno de mis mejores amigos me confesaba que no aspiro ni provoco familiaridad. Puede ser y no lo deseo; pero me consuelo con que tú y otros tres o cuatro de mis íntimos me tengan por algo más de lo que supone la generalidad de las personas. Después de lo que te ha sucedido, se te puede hablar en cierto tono sin temor de ridiculez” (s/f. Borrador incompleto).

 

Inevitablemente, el dolor estuvo presente en tan larga y auténtica amistad. Las partidas definitivas de sus familiares más queridos. Otro de esos momentos dolorosos fue, hacia fines de 1925, el fallecimiento de la madre de Riva Agüero, doña Dolores, por quien tenía veneración. Recordemos que ella, junto con su tía Rosa Julia, fueron sus adoradas y casi únicas compañeras desde la infancia, luego de la prematura muerte de su padre. García Calderón le expresa a su amigo su pesar por tal pérdida, e incluso le comenta que la había visitado poco antes, y que la había visto tan bien que no podía presagiar el triste desenlace (París, 13 de enero de 1926).

 

Los libros, las ideas, los intelectuales

 

No está demás decir algo obvio, que el frondoso intercambio epistolar se inició apenas García Calderón se instaló en París. Una de las cosas que en él se trasluce es la preocupación por mantener una comunicación fluida acerca de sus planes, de sus libros, de sus ideas. El intercambio intelectual es continuo, el apoyo editorial también, y todo en medio de una amistad inalterable e intensa.

 

El amor por los libros es una presencia persistente en el intercambio epistolar, que traduce o expresa la participación de García Calderón, Riva Agüero y sus compañeros generacionales en los emprendimientos editoriales. Solo mencionaré algunos hechos. En 1909 García Calderón escribe que ya arregló con Garnier la publicación de las poesías de José Gálvez, Bajo la luna de 1910, que contaría con un prólogo de Riva Agüero. Este, por su parte, le envía a Francisco algunos textos que Ventura García Calderón incluiría en su antología Del romanticismo al modernismo, del mismo año. Por otro lado, Francisco le incita a Riva Agüero para que publique en Europa y que él y su hermano Ventura se encargarían de todo lo relacionado con los aspectos editoriales. En fin, varios casos más se pueden mencionar.

 

También hay constantes pedidos por parte de Riva Agüero de obras que desea que García Calderón le adquiera en Europa. Solo algunos ejemplos bastarán para mostrar lo dicho: “Hace un mes te escribí una larga carta —dice Riva Agüero—. Supongo que la habrás recibido. Con ella iba un giro postal por trescientos francos. Si ya no me has comprado todos los libros, mándame de preferencia el tratado de finanzas de Leroy Beaulier y otras obras que me sirvan para los estudios de este año. Los cursos para los cuales necesito obras de consulta son: Derecho Romano, Estadística y Finanzas y Derecho Internacional Privado” (Martes, 9 de abril de 1907). En otra carta: “Si te alcanza para mis encargos el dinero, cómprame obras que se refieran a la ciencia política y al sistema parlamentario. Sobre un tema análogo pienso escribir. Si se puede, subscríbeme a la Revista de estudios históricos que se publica en París” (Ancón, 29 de marzo de 1908). Y en otra: “Te supongo viajando hacia Europa en estos días. No olvides cuando llegues, mis encargos de libros y especialmente los de Boutmy y de Seignobos sobre derecho constitucional y el de Donnat La politique experimentale. Los necesito para mi próxima tesis” (Lima, 1 de marzo de 1909).

 

O los avisos de García Calderón de que ha cumplido con los encargos: “Te he hecho enviar varios estudios sobre la pena de muerte. Es difícil hallar cosas modernas, recientes” (París, 13 de abril de 1930). O también: “Te he hecho enviar la mayor parte de los libros que me has pedido. Con esto y con los demás que recibes mensualmente, se ha agotado tu crédito donde Malot” (París, 26 de octubre de 1910). En otra oportunidad, García Calderón le insiste a Riva Agüero que publique en España, en las editoriales Calleja, Calpe o Renacimiento, por ejemplo (París, 12 de abril de 1926).

 

            No falta el apoyo para el reconocimiento intelectual del compañero. En 1936, García Calderón envía una carta de tono muy formal a Riva Agüero en nombre de la Association des Juristas de Langue Francaise, que está organizando un Congreso internacional para julio de 1937, y espera que Riva Agüero asista a él, puesto que significa un alto honor para el historiador (París, 5 de julio de 1936).

 

El deslumbramiento o emoción por los sujetos de ideas es otra presencia central en las cartas. Conocerlos personalmente es una experiencia que alimenta su vocación por el debate intelectual, por la investigación erudita.[6]

 

En una de sus primeras cartas, García Calderón le cuenta a Riva Agüero que acababa de conocer “a un gran intelectual”, Gabriel Séailles, profesor de La Sorbona. Lo describe como “un hombre profundamente simpático, abierto a todas las ideas, para el cual tiene sugestión todo lo exótico (y lo americano entra aquí en este rango que creíamos reservado a las japonerías de Loti)”. Además, le cuenta que Séailles le escribió cartas de recomendación a Fouillée, Ribot, y otros intelectuales (París, 30 de mayo de 1906). Posteriormente, le cuenta que planea publicar un libro de críticas. Se refiere a Hombres e ideas de nuestro tiempo de 1907, prologado por Emile Boutroux quien además lo invita a dar una conferencia en La Sorbona sobre la influencia francesa en la América Española (París, 8 de octubre de 1906). También le comunica que Rodó —a quien García Calderón le escribió sobre la tesis de Riva Agüero de 1905, Carácter de la literatura del Perú independiente— quiere que le envíe un ejemplar. Finalmente, le cuenta que Miguel de Unamuno le ha dicho que tiene escrito su comentario sobre la mencionada tesis desde hace tiempo, pero que hasta ahora no se lo han publicado (París, 8 de octubre de 1906).

 

García Calderón fue un permanente divulgador y comentarista de la obra de su amigo.[7] Por ello, le envía a Riva Agüero un artículo en donde hace explícita su forma de valorarlos: “No ha salido largo, y, sin embargo, bastante en el tintero ¡Ojalá sea bien corregido!” /París, 19 de octubre de 1906).[8] El propio Riva Agüero se encargó de publicarlo,[9] pero de forma incompleta, pues eliminó la parte más personal. Riva Agüero incide en este tema, disculpándose:

 

 

Como te lo anuncié en mi carta anterior, me he permitido, contando con tu anuencia, reducir tu artículo, reservando para mí solo lo que era apasionamiento de amistad (y que es naturalmente lo que yo más estimo y con más cariño guardo) y presentando al público todos aquellos pasajes en que has sabido conservar para juzgarme [con] tu habitual serenidad é parcialidad. Cuando me leyó tu estudio Carlos Zavala, quedé abrumado y conmovido. No hay sensación más deliciosa y honda, que verse apreciado de tal manera por un amigo como tú. No atinaré nunca á decirte todo mi agradecimiento. Lo único que te expreso es que he jurado con todas las fuerzas de mi alma, corresponder al concepto que de mí tienes. Todavía no soy lo que dices, pero confío con el tiempo en hacerme digno de tus palabras. Ninguna de las críticas que se han escrito sobre mi tesis, con la que se han mostrado todos tan benévolos, me ha llegado al corazón, como me ha llegado la tuya, que en su integridad, mejor que crítica, debería llamarse apologética. Tu noble entusiasmo, tu generosa y finísima amistad me conceden mucho más de lo que ahora merezco y me colocan demasiado arriba. Por lo mismo que somos tan amigos, por lo mismo que siempre hemos sido tan unidos compañeros, me pareció suprimir de tu trabajo, al darlo á la imprenta, lo que á mis ojos es excesivo o de carácter íntimo, como tus recuerdos en las primeras páginas. Lo he dejado así de tono casi imparcial, y, no sé si con razón ó sin ella, me quedo muy complacido de mi arreglo. Leerlo en el número de El Ateneo que te acompaño, y decide: que á tu decisión me someto (Lima, 26 de febrero de 1907).

           

 

Al parecer, a García Calderón tal decisión le produjo cierto malestar, y se lo reprocha sutilmente a su amigo, al decirle que la sección eliminada era “a la que yo daba mucho valor” (París, 13 de mayo de 1907). Esta anécdota nos revela aspectos importantes de las personalidades de ambos intelectuales. Mientras García Calderón se refleja más limpiamente en sus obras, transmitiendo sus sentimientos y estados de ánimo, Riva Agüero es extremadamente cuidadoso en evitar que ambos planos se mezclen. Por ello, conocer la personalidad de Riva Agüero es más complicado, y solo nos queda recurrir a su correspondencia, como es el objetivo de estas páginas.

 

Con respecto al comentario de Miguel de Unamuno a la famosa tesis de Riva Agüero, este impidió que se publicara en Lima. Las razones son delicadas, y expuestas por el propio Riva Agüero extensamente a su querido Pancho:[10]

 

 

En el artículo de Unamuno de seguro habrás advertido las palabras sobre el general Prado. Por ellas no quise que se reprodujera: Deseaba ahorrar una humillación a quien, como Javier Prado, es tan amable conmigo. Ya había decidido yo que el tal artículo no apareciera, cuando de repente me dan la noticia de que Clemente Palma se disponía á publicarlo en El Ateneo. Fui donde él, y me sorprendí al saber que el artículo, ya á medio imprimir, no iba a salir íntegro, sino que se había suprimido todo lo que tocaba á Prado.[11] Yo me considero autorizado para suprimir pasajes como los de tu estudio, que únicamente se refieren á mí, que me favorecen con cariñosa exageración, con exceso de benevolencia y simpatía; pero no podía consentir que se ocultara una apreciación tan severa como cierta, que se falseara el justiciero pensamiento de Unamuno, por no herir á una familia pudiente. Y qué idea se hubieran formado de la dignidad del Perú cuantos conocían el artículo en su forma original (Lima, 26 de febrero de 1907).

 

 

Continúa Riva Agüero con opiniones sobre Ricardo Palma y su vanidad de escritor, por la cual insistiría en publicar el texto de Unamuno, aun con mutilaciones:

 

 

Don Ricardo se empeñaría en publicarlo con la supresión, por supuesto como habrás notado el artículo contiene expresiones muy halagüeñas para él. Pobre viejo, y se le hacía muy duro que en Lima no se supieran las alabanzas que le tributa Unamuno; se incomodó conmigo y me dijo algunas majaderías, que por respeto a su edad tuve que sufrir. Figúrate que me acusaba de falto de carácter, como si la debilidad lamentable no hubiera consistido en consentir palabras tan merecidas por desgracia. Lo peor es que, enfadado como estuvo, se ha guardado un artículo de Altamira sobre mi folleto; y aunque ya me he reconciliado tácitamente con él, porque a la vejez se le deben perdonar muchas cosas, no puedo pedirle el artículo de Altamira; y estoy temiendo que este me tenga por un gran malcriado.[12]

 

Como ya estaba impreso el estudio de Unamuno, me vi obligado a pagar el precio del número mutilado. Además, Clemente Palma me reclamaba artículo para reemplazar al retirado. Yo no tenía que darle de manera que cuando me llegó el tuyo, vi en él la salvación. Lo afean algunas erratas porque los cajistas de El Ateneo son infantes y porque Clemente Palma está cada día más negligente y perezoso. Ha gustado muchísimo, y Deustua me dice que Javier Prado se hace lenguas en tu honor (Lima, 26 de febrero de 1907).

 


Un debate sobre historia y política

 

A continuación, Riva Agüero discute con García Calderón algunas cuestiones históricas, principalmente, el del camino que debió seguir el Perú después de alcanzada la independencia: monarquía o república. Este tema le permite a Riva Agüero ofrecer algunas disquisiciones acerca de la personalidad del ser peruano:

 

 

En el fondo éramos monárquicos; pero como somos tan maleables, tan blandos, bastó que un grupo de entusiastas y de audaces, nos impusieran la república, para que nos resignáramos a ella. En el Perú por lo menos, casi todas las personas de las clases menores eran monárquicas y soportaron la república á más no poder. ¿Por qué? Porque es desdicha de los buenos ser cobardes … Para mí, la monarquía constitucional es el mejor de los gobiernos, porque con el cambio de ministerios y la estabilidad del soberano asegura más el equilibrio y garantiza la libertad de modo y seguimos mucho más perfectos que el sistema presidencial. Para que éste tenga buen éxito y no degenere en dictadura, un gobierno personal, es indispensable una gran descentralización, improvisa en nuestra América Española: lo demuestra el actual estado de la Argentina. Cuando la república es parlamentaria ¿que viene a ser sino un remedo de monarquía sin la estabilidad, sin el prestigio, sin la firme y sólida base tradicional del sistema monárquico? ¿Qué es el presidente de Francia sino una caricatura de rey constitucional, un triste inútil rey burgués? Entre Francia e Italia ¿qué gran diferencia encuentras, a no ser en desventaja de la primera? (Lima, 26 de febrero de 1907).

 

 

Ante esta sustentación, García Calderón contra-argumenta, no sin antes señalar “el justo descrédito de las razas”:

 

 

Es claro que se imitó a la convención; ¿Pero se imita al acaso, a suponer la imitación una primaria analogía. Una anticipación o una intuición, que la copia voluble. Era monárquico el grupo dirigente en América, es cierto. En un libro reciente del argentino Saldías, la demostración se hace con nuevas pruebas; y en Alberdi habrás encontrado lo mismo; pero la multitud de criollos vanidosos oprimidos por la desigualdad española, de mulatos ambiciosos, le era acaso hostil (París, 13 de mayo de 1907).

 

 

            Siguiendo con su análisis, Riva Agüero rechaza la idea de que la monarquía hubiera sido despótica, sostiene, incluso, que hubiera contribuido a evitar convulsiones sociales. Por el contrario, afirma, la república produce mayor poder absolutista, además de corrupción:

 

 

Me parece un error sostener que la monarquía hubiera sido más absolutista y despótica que la república. No al contrario. La monarquía había sido forzosamente un gobierno de clases medias que no solo hubiera contenido las revoluciones, sino que por natural tendencia, nos hubiera dado mayor libertad aunque tal vez menor igualdad. Un presidente sudamericano tiene mil veces más poder que un rey. No es como este un personaje que la permanencia de su puesto y la seguridad de la transmisión hereditaria contribuyen á hacer sereno e imparcial: es un caudillo ambicioso, militar afortunado y audaz ó jefe del partido predominante. En todo caso posee una influencia militante y activa, mil veces más peligrosa para la libertad que la influencia tradicional de un rey constitucional. Gobierna y reina a la vez: es juntamente rey y primer ministro: Y como sabe que sumando no tuviera sino breves años y que las puestas de la reelección están cerradas por la ley, acude a repartir ansiosamente puestos entre todos los paniaguados, á satisfacer á los partidarios para mantener precario prestigio, y á falsear elecciones para asegurarse un testaferro como sucesor ... Los mandones de la república, los generales presidentes; han sido mucho más propios para el servilismo que lo hubieran sido los monarcas. Piensa en Rosas, en García Moreno, en Porfirio Díaz, en Guzmán Blanco y en Castro, y dime si un rey constitucional —pues es claro que con las ideas de la revolución americana una constitución y muy liberal se imponía— si un rey constitucional hubiera podido atreverse á ser lo que aquellos son ó fueron. ¿Por qué? Porque somos siervos de la miserable tiranía de las palabras; y lo que no se toleraría de un rey, por llamarse tal, se acepta de un presidente de república, elegido por la voluntad popular (Lima, 26 de febrero de 1907).

 

 

Cuando se refiere, de modo comparativo, al proceso seguido por Brasil, Riva Agüero libera al imperio de toda responsabilidad de los males que afronta dicho país, en todo caso, las causas las encuentra en la raza o en el clima:

 

 

Hablas como si la experiencia monárquica no se hubiera realizado, en un gran país de sud América, hermano gemelo de los hispanos americanos: en el Brasil. Pacífico, rico, populoso, al imperio debe su prosperidad y tranquilidad. Los vicios de aquel pueblo, la pereza y la cobardía, son imputables al clima, y a la pésima raza; y sería ridículo acusar al imperio de ellos. Pues bien, con tan malos elementos, ¿ha podido resultar humanamente cosa mejor que el Brasil actual, que todo lo tiene: instrucción, riqueza, fuerza? Ese imperio fue reemplazado por la república cuando ya la nacionalidad estaba formada y asegurada, y aún así, su caída es su más glorioso símbolo de honor. ¿Por qué cayó? Por haber libertado a los esclavos (Lima, 26 de febrero de 1907).

 

 

En respuesta, García Calderón le recuerda a Riva Agüero el caso de México:

 

 

Me hablarás con razón el de la invasión extranjera, de la dinastía autocrática, etc., pero no fue el movimiento de Juárez como una segunda etapa libertadora, no fue el emperador nuevo [ilegible], ¿no es hoy un indio genial considerado como padre de la patria? Persuádete de que somos una raza que vive de formas, de máscara, de ilusiones declamatorias. Porfirio Díaz es un Don Pedro, sin cetro con apariencias de reelección y lo [ilegible]. Necesitamos que nos tiranicen conservando las formas, aceptamos la autocracia sobre la nivelación general, la desigualdad racional, la organización de grupos históricos. La armonía de poderes nos son odiosos. ¿Crees tú que la mesocracia no se hubiera levantado contra el poder o hubiera exigido que la asociación del príncipe extranjero fuera interior, acriollada? (París, 13 de mayo de 1907).

 

 

            Y, luego, partiendo del mencionado caso de Brasil, García Calderón sostiene:

 

 

Me hablas de Brasil como caso de adaptación monárquica. Pero, yo lo considero como caso favorable a mis inducciones. Con ese Emperador Sales, especie de Marco Aurelio criollo, desinteresado y liberal floreció el Brasil: le llamaban [ilegible], le admiraban en Europa; y sin embargo, nació la revolución y triunfó, olvidando las excelencias del monarca íntegro y sincero. ¿Qué mejor prueba del espíritu evolutivo, de la ambición mesocrática, de la inclinación a repúblicas mediocres, pero populares, porque presidirán el grupo de las ambiciones, la variedad de razas, y la extenuidad aparatosa del mestizaje? No ves que Brasil está en paz y progresa, y que su única revolución fue la anti-imperial ¿Qué explicación das a este movimiento ingente, ridículo, ingrato, pero real y triunfante? (París, 13 de mayo de 1907).

 

 

            Finalmente, Riva Agüero enfila sus críticas a las clases que controlaron el poder en nuestros países, que solo han demostrado capacidad para la imitación, y a Bolívar, por el que en diversas ocasiones había lanzado duras críticas:

 

 

La desgracia fue que nuestros abuelos se empeñan en imitar a los convencionales franceses y á los norteamericanos, en remedar a Washington y á Francklin (como Belgrano) cuando nó á César, como Bolívar. Y a imitación de César y de Napoleón en el Consulado, apartaron las soluciones francamente monárquicas para imponernos un despotismo intolerable envuelto en engañosos disfraces republicanos, que eso y no otra cosa que la constitución vitalicia, boliviana, y esa y no otra fue la razón por la cual el infausto Bolívar se opuso con tanto tesón á los planes monárquicos de San Martín (Lima, 26 de febrero de 1907).

 

 

El Perú de Francisco García Calderón

 

En una carta posterior, Riva Agüero le comenta a García Calderón que ha leído su artículo publicado en la revista Prisma sobre el fraile dominico Paulino Álvarez: “Me ha parecido de ironía muy sabrosa”, sostiene. Al mismo tiempo, le anuncia que pronto aparecerá en la Revista Histórica un fragmento de su futura tesis, La Historia en el Perú, que saldría publicada en 1910, renovando los estudios de su género en nuestro país. Su intención con dicho artículo es poner a discusión algunas de sus hipótesis e ideas principales para corregir el trabajo final (Lima, martes 9 de abril de 1907).

 

Después, García Calderón le comunica a Riva Agüero algo importante: “publico en estos días un libro sobre el Perú contemporáneo, en francés, que te enviaré apenas aparezca. Me ha costado muchas vigilias y lecturas, y me siento algo fatigado. El prólogo lo escribe Séailles. Cuando te lo mande, hazme el favor de leerlo y con franqueza absoluta decirme lo que piensas de él, para utilizar todo en alguna edición castellana. Lo que me ha costado bastante es escribir en francés, pero he conseguido saber hacerlo, y esto es algo ganado” (París, 13 de mayo de 1907). Lamentablemente, nunca escribió ese texto en castellano y solo fue traducido de modo integral en 1981, gracias al empeño de divulgación de Luis Alberto Sánchez e Ismael Pinto.

 

Por su parte, Riva Agüero sigue avanzando su tesis sobre los historiadores. García Calderón es uno de sus frecuentes lectores y comentaristas, pues recibe periódicamente los avances de la investigación y que no tarda en comentar: “He leído y releído con entusiasmo el fragmento de tesis que me envías. Es soberbio, de primer orden. No quiero extremar la alabanza, y por eso no digo más”. Y luego aplaude la capacidad de trabajo de su amigo: “… has realizado en tres años la obra de diez” (París 18 de julio de 1907).

 

Mientras espera El Perú contemporáneo, Riva Agüero le informa que Salinas Cossio le dio el prólogo de Séailles, y que lo encuentra “muy bueno, a pesar de ciertas inexactitudes” (Lima, 14 de agosto de 1907). Posteriormente, ya con el libro en la mano, el cual debió llegarle en los días iniciales de setiembre de 1907, Riva Agüero le comenta que leyó una parte del libro con Carlos Zavala, otra con Víctor Andrés Belaunde y que hojeó el resto. Su comentario estalla espontáneo:

 

 

¡Colosal, querido Pancho; magnífico! Es un gran libro, dicho sea sin hipérbole y en toda la extensión de la palabra. Eso es mucho más, infinitamente más que, una meritoria y patriótica obra de vulgarización de nuestro país y sus instituciones en Europa. Son las bases de la sociología nacional, puestas con singular maestría, con tino perfecto, con seguridad inconmovible. Esto, descubre un nuevo Francisco, seguro de sí, dueño de su materia hasta agotarla, de muy honda reflexión, de muy elegante y ameno estilo que en ocasiones se hace vigorosísimo, soberbiamente enseñoreado de los campos de la historia de la historia y la política ¡Hurra! (Lima, 12 de setiembre de 1907).

 

 

Riva Agüero continúa con entusiasmo creciente: “Es el libro que yo soñaba. Me lo has arrebatado. No importa. Bien arrebatado está (Lima, 12 de setiembre de 1907).

 

Con respecto al entusiasmo que El Perú contemporáneo despertó en Riva Agüero, García Calderón le dice: “A ti te pasa aquello mismo de lo que me acusas: me estás tomando a lo serio, y esto no es propio de ti que sabes reír de hombres y cosas, que sabes blaguer sonoramente, como lo recuerdo siempre, deteniéndote cuando ibas conmigo en la calle y soltando una carcajada saludable” (París, 19 de noviembre de 1907). Resulta raro encontrar este tipo de comentarios respecto al carácter del circunspecto Riva Agüero, de quien nos ha quedado la imagen de un ser siempre adusto y casi sin sentido del humor. No obstante, junto a la jovialidad recordada por García Calderón, Riva Agüero se mantiene fiel a los libros y a la biblioteca, lo cual le resalta su amigo: “Parece que, burguesamente cumples con la vida y te entregas a una orgía de estudios imponderable. ¡Bravo! vas a ser archisabio. Nuestro orgullo mejor, y la más perfecta oposición a la ociosidad criolla” (París, 19 de noviembre de 1907). No se equivocó García Calderón, pues Riva Agüero encarna la figura del erudito, del hombre de letras pegado a los libros, de memoria prodigiosa y desbordante en conocimientos.

 

La amistad a prueba de todo

 

Dentro del intercambio epistolar analizado existe una carta de Riva Agüero que es realmente sabrosa. En ella se refiere a las características maledicencias limeñas, esta vez circunscritas al ámbito universitario. Lamentablemente, no contamos con la carta en su integridad, aunque lo que tenemos es suficiente para darnos una idea del entorno universitario de entonces. El motivo de esta misiva es la explicación de Riva Agüero a García Calderón sobre la oposición que ejerció, por extraño que parezca, a una candidatura de su amigo que vive en París. Para evitar malos entendidos se apura en explicarle las circunstancias que lo han llevado a asumir tal posición. No se trata de una disculpa sino de informarle directamente para que tenga los elementos de juicio necesarios, sin intermediarios interesados. La urgencia de Riva Agüero por poner las cosas en su sitio se revela en que ya había enviado antes tres telegramas (que no conocemos) y unas cuantas líneas, pero ahora se explaya con generosidad; escribe, según dice, “largo y menudo”: “Quiero solo que conozcas por buen conducto lo sucedido para cuando lleguen cartitas insidiosas si es que alguien se atreve a escribírtelas; y quiero también que correspondas debidamente á los que, aprovechando de tu ausencia, se sirvieron de tu nombre como instrumento de unas intrigas” (Lima, 16 de octubre de 1907). Y prosigue:

 

 

Esa calma de la Universidad, que tanto desesperaba á Deustua, ha cesado por completo. Temo que vayamos á parar en el extremo opuesto. Primero se presentó la cuestión de la erogación para un buque escuela. Ya la conoces. Aquí comenzaron á revolverse los ánimos, con motivo del nombramiento de un comité; porque en cuanto se trata de nombramientos el gremio estudiantil se convierte en un avispero pero de envidias y despechos. Después llegó una invitación que no sé si habrá caído en tus manos, rimbombante y estrepitosa como un castillo de cohetes. Inmediatamente se trató de designar delegados. Durante quince días, á nadie se le ocurrió tu nombre, por la sencilla razón de que no estás ahora incorporado en la Universidad, no sigues sus clases desde hace dos años y por consiguiente no eres estudiante, alumno de ella. No se determinó al principio, en la vaguedad de las conversaciones particulares y de grupos, si la delegación por Letras, Ciencias Políticas y Jurisprudencia, había de ser única o doble. Se inclinaban los más á lo primero; pero la opinión cambió cuando se supo que Medicina y la Escuela de Ingenieros nombrarían cada una a un representante. Se decidió entonces que nuestras tres facultades del local de San Carlos deberían llevar así dos delegados al Congreso. Se lanzó mi candidatura sin mi consentimiento. La Prensa dio la noticia. Iba á ser yo nombrado por aclamación; pero como tengo en mi casa tantas cosas en qué ocuparme, y como un viaje que tomará más de dos meses, sin contar con la preparación anterior de proyectos para el Congreso, me perjudicaría, porque me obligaría á descuidar mis intereses, les rogué á mis amigos que no trabajaran por mí y les declaré que de ningún modo aceptaría, empeñárase quien se empeñara (Lima, 16 de octubre de 1907).

 

 

            Riva Agüero propuso en un primer momento a Belaunde quien por razones personales no aceptó su candidatura, entonces propuso a Óscar Miro Quesada, quien aceptó de inmediato. Luego, Belaunde reconsideró su decisión y acudió donde Riva Agüero para recabar su apoyo.[13] Como podía haber doble representación se terminó eligiendo a ambos (Belaunde y Miro Quesada) sin mayores problemas. El conflicto vino por un decreto del Ministerio de Guerra del 4 de octubre que…

 

 

invitaba á los universitarios á inscribirse voluntariamente como aspirantes á clases en la reserva para recibir instrucción militar por el plazo de cuarenta días, y en seguida formar parte en las maniobras. Nos reunimos en asamblea universitaria y en ella resolvimos concurrir todos cuantos pudiéramos. Se opusieron á esta resolución los dos Barreda y Laos (Ricardo y Felipe), que se pronunciaron porque no se alistaran sino los alumnos obligados á ello estrictamente por el número de sorteo, y por que se declinara la invitación general, para no interrumpir el año escolar y la preparación de los exámenes y las tesis. Por otra parte, el aplazamiento de las maniobras, era imposible y aun ridículo. El gobierno declaró que la fecha de las maniobras se relacionaba con el contingente que iba á licenciarse; y que aplazarlas entrañaría un transtorno completo en la organización del servicio, para el cual no era compensación por cierto la comodidad de 300 ó 400 estudiantes reservistas. Así se lo dijo el presidente al rector Villarán.- No quedaba, pues, otro camino honroso que aquel por el que nos hemos decidido: aplazarnos para los exámenes de Marzo y pedir se cierre desde Noviembre la Universidad. Esto era lo que combatían los Barreda; y lo que defendieron, muy racionalmente á mi ver, Belaunde y Miró Quesada. Pues los Barreda se declararon ofendidos y para vengarse juraron que no saldrían elegidos delegados los que los habían combatido. Y como ardid para incautos sacaron a relucir tu candidatura junto con la mía. El numeroso grupo de sus adulones dirigidos por un tal Patrón que no sé si recuerdas, se puso a trabajar afanosamente. Como para ti se presentaba la dificultad de que no eras en los momentos actuales alumno, se te descartó por un instante … (interrumpida) (Lima, 16 de octubre de 1907).

 

 

            La respuesta de García Calderón es comprensiva, pues confía plenamente en Riva Agüero: “No necesitabas tan larga demostración, y has hecho muy mal en suponer por un instante que yo pueda cambiar de criterio y dudar de tu leal amistad. Eso no te lo perdono” (París, 28 de noviembre de 1907). Mejor amigo, imposible. Más adelante, le comenta algo que se repetiría en la vida de ambos: “Ya había notado el esfuerzo de algunos para ponernos en oposición … ¿Cuánta miseria la nuestra! Aquí sonrío a veces cuando gentes mal intencionadas me preguntan, con ingenuidad aparente, si eres hábil. Esto me indigna y, por supuesto yo fuerzo la nota a riesgo de parecerles adulador. En fin, no saldrán con su gusto, nada podrá separarnos en la vida, y daremos un ejemplo a tanto malévolo” (París, 28 de noviembre de 1907).

 

            En nueva carta, cuando García Calderón se encuentra en Londres, Riva Agüero, luego de agradecer las elogiosas palabras que aquél le dedicó en su libro Hombres e ideas de nuestro tiempo,[14] de comentar a algunos autores de su preferencia (Nietszche, Darío, Hamack, entre otros) y de referirse a un cierto ambiente de descontento en la universidad, pasa a analizar la situación política: “De política nada decisivo hay. Amenazas de revolución, que no pasarán de tales. O si se sublevan, sofocarán la insurrección en un mes. Lo que suceda más tarde dependerá del juicio de Leguía y su honradez” (Ancón, 29 de marzo de 1908). Nótese que el comentario de Riva Agüero sobre Leguía no tiene para nada el tenor que después adquiriría, de mordaz y acerba crítica. Incluso, se puede decir que tenía cierta expectativa en él, explícitamente —lo dice—, en su honradez.

 

Profesores, decepciones

 

Por otro lado, Riva Agüero le informa con entusiasmo a García Calderón que: “El artículo que Deustua ha consagrado á tu Perú Contemporáneo es magnífico”, aunque ello no obsta para que encuentre ciertos reparos: “Para mi gusto, ha dedicado mucho espacio al resumen de tus ideas y se ha excedido en la dureza de términos con que califica á la universidad”. Más adelante, Riva Agüero vuelve a aludir a Deustua, pero esta vez de manera negativa. Se refiere a su carácter pusilánime e inconsistente, según deja entrever. Comenta que Deustua se quiere ir del Perú, según se lo ha confesado a Belaunde, pero que a él no le ha confesado su plan, “y si me lo participa se lo censuraré ¿no sería una fuga indigna? No vale la pena pasarse la vida predicando el culto de la voluntad para luego largarse al menor contratiempo”. Lo peor de todo, dice Riva Agüero, es que Deustua exagera: “¿qué le ha sucedido? Nada, no se atreverán a quitarle las cátedras. La universidad se sublevaría en masa. Sus ideas sobre exámenes y formación de profesorado, cunden y los proyectos que en esas materias ha inspirado él van a ser aprobados. ¿De qué se queja?”. Seguidamente, alude a una disputa entre Deustua y Javier Prado: “Parece que lo que más le duele [a Deustua] es la actitud de Pradito, que lo ha abandonado en la universidad, que se adorna con las plumas ajenas de los proyectos de Deustua y se pavonea con ellos en su memoria sin declarar su verdadero autor; y que, finalmente, se ha declarado portaestandarte y una personificación del industrialismo en el Perú y se ofende en lo más íntimo con todo lo que contra los excesos del industrialismo se diga” (Ancón, 29 de marzo de 1908).

 

Y al final un reproche: “¿Para que le dedicaste tu libro a semejante necio?[15] Quería refutar tu Perú Contemporáneo. Desgraciada ó felizmente está incapaz de escribir. La pereza, el recelo de desmerecer que le inspira su enfermiza vanidad y el estrago que las perogrulladas han hecho en su cerebro, lo han reducido á la más completa impotencia mental” (Ancón, 29 de marzo de 1908).

 

En la siguiente carta, Riva Agüero aborda una decisión que después sería fundamental en la enseñanza universitaria peruana. Le pregunta a García Calderón, quien ha regresado a París: “Sé que ya has contratado á los profesores norteamericanos. ¿Tienes confianza en su buen éxito en los momentos presentes que son de desgobierno y miseria? Pero es de esperar que pasen pronto. No perdamos en ningún caso la esperanza” (Lima, 1 de marzo de 1909). La referencia es a Alberto Giesecke, quien vino a la Universidad del Cusco para renovar la educación superior y dejar perdurable escuela.[16]

 

En una nueva comunicación, Riva Agüero une la reflexión sociológica de García Calderón con la política inmediata diciéndole que la situación política “se está poniendo muy fea”. De Leguía sostiene: “La impresión de todos es que parece que no hubiera presidente, sino un componedor o regateador de las exigencias de los diversos partidos, que por querer satisfacer a todos corre el riesgo de no quedar bien con ninguno”. Y concluye: “Las hermosas expectativas de tu Perú contemporáneo quedaron aplazadas; pero solo aplazadas, no destruidas” (Lima, 2 de abril de 1909). A lo anterior, García Calderón admite con un tono evidente de desaliento: “Mi previsión sociológica está en plena bancarrota” (París, 15 de mayo de 1909).

 

Leguía/Piérola

 

El mes siguiente encontramos una nueva carta con profundas novedades.

 

 

Ayer hubo revolución. Otra más en la larga serie de las de nuestra historia; y la más oprobiosa é inmotivada de todas ellas. Un grupo de demócratas capitaneado por Carlos, Isaías y Amadeo Piérola asaltó Palacio de improviso y forzó la entrada, mientras otros revolucionarios hacían fuego desde la Plaza de Armas. Se apoderaron de Leguía aprovechando el primer momento de desconcierto de la guardia; lo pasearon por las calles de Lima acompañado de Manuel Vicente Villarán; y entre el estupor del pueblo (que permaneció indiferente) los llevaron á pesco[ïlegible]nes hasta la Inquisición amenazándolos de muerte si Leguía no dimitía el mando. El Ejército lo rescató y abaleó á los rebeldes hasta rendir y herir á la mayoría de ellos. ¿Qué te parece? ¿No es para desesperarse? ¿Qué ha de ser del Perú si cada año hay una revuelta? El año pasado Durand pero siquiera en lucha franca, sin alevosía, protestando de una imposición electoral. Este año los Piérola, asaltando como bandidos, asesinando centinelas por la espalda, ultrajando y befando á un presidente cuya única falta (y cierto que es grave) ha sido alentar y proteger á la oposición aplastada el año pasado, colmarla de halagos y de [ïlegible] y desvincularse de su propio partido, de la gente de orden, para perseguir la quimera de [ïlegible] la reconciliación con hombres que jamás han comprendido lo que es la política legal y civilizada, con los juegos [ilegible] malditos del caudillaje, que solo sirven en la violencia y la anarquía.

 

Esta vez no puede negar Piérola su participación en el atentado. Durand, contento con el triunfo de su diputación en Lima, no se ha movido, y ha desaprobado el asalto.

 

Lo más triste es el número de víctimas al parecer inocentes de este estúpido crimen: militares que han sucumbido cumpliendo con su deber, ó paisanos inofensivos [ïlegible] por las balas perdidas ó las [ïlegible] cerradas. Entre estos últimos está muerto nuestro antiguo condiscípulo Armando Mendoza y Almenara, que ha venido á morir en los bajos de mi casa, asistido por su tío, de una herida que le rompió una arteria y le produjo una tremenda hemorragia.

…………………………………….

Vamos á ver dentro de cuanto tiempo amnistían á los criminales de ayer. Quiera Dios que con el ultraje reaccione Leguía y se decida por una política de firmeza y resistencia que todavía puede salvar el país (Lima, 30 de abril de 1909).[17]

 

 

En su respuesta, García Calderón comenta: “Espero que Leguía reaccione y aniquile al clan pierolista que es el autor de estas tentativas” (París, 1 de julio de 1909). En este momento, tampoco era un anti-leguiista declarado, incluso tenía ciertas esperanzas en él. En carta anterior lo había afirmado explícitamente: “Conozco mucho al hermano de Leguía que vive en París[18] … tengo grandes esperanzas en el Presidente. Creo que es de familia enérgica e independiente” (Londres, 6 de noviembre de 1908). Con respecto al motín pierolista específicamente, García Calderón se lamenta mucho, sobre todo por la imagen que proyecta nuestro país en Europa: “Como puedes supones, las noticias de Lima que confirman las tuyas, son del peor género. Nos han inquietado mucho, y agregan algo más a mi pesimismo. Volvemos a 1894. Se pierden 15 años de reforma y paz. El efecto en el extranjero es detestable. ¡Y nada te diré de la nota cómica!” (París, 7 de junio de 1909). García Calderón reclamaba estabilidad. Un tiempo después escribiría a Riva Agüero una frase que sintetiza su manera de ver la política: “¡Ojalá que vivamos en orden aparente hasta que venga un nuevo orden de cosas!” (París, 28 de noviembre de 1910).

 

Para entonces, García Calderón y Riva Agüero coincidían no solo en su mirada benevolente hacia Leguía sino también en sus enjuiciamientos en contra del pierolismo revoltoso. Este dato es sumamente importante porque el núcleo intelectual de inicios de siglo se revelaría después profundamente anti-leguiista y pro-pierolista.

 

El intento de golpe contra Leguía a manos de los Piérola sería un acontecimiento decisivo en la biografía de Riva Agüero. En efecto, en 1911 saldría a la escena pública a defender la amnistía de los amotinados mediante la publicación de su artículo “La amnistía y el gobierno”, por el cual fue encarcelado. En otras palabras, salió en defensa de aquellos a quienes antes había llamado “criminales” y preveía una posible absolución con evidente ironía. Desde esa aparición pública, Riva Agüero —que fundaría en 1915 el Partido Nacional Democrático, nutrido de una parte de la juventud pierolista— se convertiría en el líder político de su generación y tenaz adversario del político lambayecano.

 

A mediados de 1909 comienza a percibirse un cambio en la mirada que nuestros personajes tienen de Leguía, aunque todavía muy ambiguamente. Nueva carta de García Calderón expresa esta dualidad. Primero, se sigue refiriendo a la mala impresión que ha causado los hechos de mayo de 1909 en Europa: “Comprenderás como habrán visto en el extranjero el caso de un presidente robado. Ha sido un tema de burla para los cronistas. El crédito del Perú —lo sé de buena fuente— ha perdido un 50% … Espero que Leguía reaccione y aniquile al clan pierolista que es el autor de estas tentativas. Veo, en efecto, que demócratas y liberales parecen separados del movimiento” (París, 1 de julio de 1909). Pero más adelante llega la confesión personal que trasunta cierto resentimiento: “Me voy pronto a Inglaterra a mi puesto. He perdido el de París, con carta de Leguía [sic] en que me decía que me había nombrado. ¿Qué quieres esperar del Perú? Han nombrado a alguien que no sabe francés, y yo he cansado mis ojos escribiendo un libro sobre el Perú. No desespero de conseguir pronto una situación independiente aquí que es hoy mi único ideal” (París, 1 de julio de 1909). Al parecer, su estancia en Londres no duró mucho (“Estoy nombrado para París”, escribe desde Londres el 1 de setiembre de 1909), pues en adelante volverá a escribir desde la capital francesa.

 

Planes intelectuales de dos estudiosos

 

Meses después, García Calderón comentaría con entusiasmo un artículo de Riva Agüero publicado en El Comercio:[19] “Cuando seguimos de aquí las cosas, vemos en ti a la única esperanza para el Perú” (París, 15 de octubre de 1909).

 

Pareja a la sincera admiración que siente García Calderón por Riva Agüero corre su empeño intelectual por producir nuevas obras. En ese sentido, le anuncia al ya notable historiador que, si puede, empezará un libro nuevo. Se lo dice con suma reserva, pues tiene dudas de hacerlo efectivo. Se llamará, le confiesa, “La creación de un continente”: “Mi idea central es que la América decae, que fue grande cuando se comprendió la solidaridad de los intereses americanos, por Bolívar, San Martín, etc., y más tarde ante España que quería reconquistarnos; y que establecer hoy una política de equilibrio o de lucha por la hegemonía, imitar servilmente el conflicto europeo, hijo de cuestiones de raza, de tradición, obra de siglos; es una torpeza y un crimen” (París, 12 de noviembre de 1909).

 

Ante un comentario de Riva Agüero, seguramente crítico de la idea de la integración sub-continental, con respecto a su proyectado libro, García Calderón responde conciliatorio: “Tus ideas son las mías. Yo defiendo uniones parciales y una unión moral de todas las repúblicas” (París, 23 de febrero de 1910). Para entonces, su libro sobre América Latina constituye casi una obsesión para García Calderón. También le dice a Riva Agüero que quiere escribir sobre el Perú completando el libro de 1907 (que califica como “demasiado optimista”), aunque manifiesta algunas aprensiones: “Pero ¿no crees que mi posición oficial, dependiente del Gobierno, me daña y me impide hablar con toda franqueza? Mientras no sea independiente, temo tomar actitudes violentas (porque ante la estupidez nuestra no queda otro camino). ¿O crees que sería útiles algunos estudios míos, desde Europa, sobre nuestra diplomacia, nuestras finanzas, nuestra política, y que no se tomarían a mal?” (París, 13 de abril de 1910). Estas líneas son interesantes porque nos revelan el conflicto por el cual pasa García Calderón en Europa siendo funcionario oficial: entre ser fiel a sus ideas y decirlas libremente o permanecer callado por la posición dependiente del gobierno que ostenta.

 

No obstante, hay que mencionar que García Calderón tuvo una oportunidad de volver al Perú asegurando un sueldo respetable (300 soles) y con posibilidades de allanar su camino profesional. Fue cuando Ricardo Palma, ya anciano, pensaba retirarse de la dirección de la Biblioteca Nacional y deseaba poner a un sucesor digno de él: en ese momento fue cuando pensó en Francisco García Calderón, y Riva Agüero se lo hizo saber a su amigo. Palma no quería que lo sucediera su hijo Clemente “por flojo”, Patrón “por informal”, Izcue “por imbécil”. Siendo director de la Biblioteca podría aspirar a decanatos y luego al Rectorado de la Universidad (Lima, 15 de enero de 1905). García Calderón desechó la oferta prefiriendo su carrera diplomática (París, 29 de febrero de 1905). Son razones que Riva Agüero encuentra comprensibles y lo apoya en su decisión (Lima, 21 de abril de 1907). De esta manera, se perdió la oportunidad de que García Calderón regresara definitivamente y desarrollara su carrera académica en el Perú. Su sentimiento de emigrado se profundizaría.

 

Luego, la correspondencia se vería cortada debido a un prolongado silencio por parte de Riva Agüero, quien después se disculparía y explicaría que se debió a las amenazas de guerra con Ecuador y a su enrolamiento en el batallón concentrado en Chorrillos. Pero además, prosigue explicando, ese amago de conflicto lo ha retrasado en la conclusión de su libro sobre la historiografía peruana. Finalmente le comenta: “Yo estoy personalmente muy bien, dándole la última mano a mi libro, tan asanderado, tan pesado y tan prometido. Estoy de buenas, avanzo con rapidez en mi trabajo; y para colmo de felicidad relativa en medio de la desgracia pública acabo de ganar en segunda instancia un pleito sobre una chácara mía, muy largo y para mí muy importante. No hay duda de que mi sino es el de historiador; las vejeces me persiguen. Figúrate que el asunto sobre el que versaba este pleito se remontaba al año 1696” (Lima, viernes 22 de julio de 1910). El resultado, como ya mencioné, sería el voluminoso libro La Historia en el Perú, de 1910, fundador de la ciencia histórica moderna en el Perú.

 

Por su parte, García Calderón también le confiesa sus planes. Si Riva Agüero decide internarse en los vericuetos de la historia peruana, García Calderón desea tomar distancia de ella y tomar un vuelo más alto. Luego de terminar La creación de un continente quiere dedicarse a problemas generales: “Me pica la ambición de hacer algo aquí, formarse un nombre, si puedo, en Francia: me parece digno empeño para una alta ambición, pero todavía no sé. Ello depende del éxito de ciertos negocios en que estoy metido y que me darían, si me salen bien, completa independencia económica” (París, 22 de setiembre de 1910).

 

La independencia económica sería otra de las obsesiones de García Calderón. Consideraba que era un requisito indispensable para escribir lo que piensa en la medida que le daría libertad respecto del Estado del cual recibe un sueldo. García Calderón se ajusta a la descripción que hacía Belaunde en 1914 (en “La crisis presente”) respecto al carácter dependiente de la clase media respecto del Estado. Mientras tanto, García Calderón espera con curiosidad el prometido libro de Riva Agüero, y le reitera su ambición de hacerse un nombre en Francia: “La idea de ser escritor aquí, te confieso que estimula mi imaginación de continuo. Me parece digna ambición, alto empeño en que el mismo fracaso sería menos triste. En fin, ya veremos” (París, 26 de octubre de 1910).

 

Cuando por fin le llega el libro de Riva Agüero, García Calderón comienza su carta así: “Me llegó tu libro, aunque esperado, como una sorpresa. ¡Y qué grata, qué emocionante!”. Le dice que el libro es un “monumento a la erudición”, que es una obra comparada con las de Mommsen, Gastón París, Niehbur, Menéndez Pidal, los grandes historiadores del siglo XIX. Pero también le hace un tenue reproche: haber deprimido a Bolívar, quien para García Calderón es una “figura estupenda” que admira cada día más. Y concluye: “Cierro esta carta donde no sé si habré sabido expresarte todo mi entusiasmo afectuoso. Consuela en la bancarrota nacional un libro como el tuyo: anuncia futuras glorias, si no militares o políticas, en un pueblo mutilado, al menos intelectuales” (París, 29 de diciembre de 1910).

 

El intercambio epistolar sería incesante. La preocupación por sus respectivos planes seguiría vigente. Dentro de esa preocupación, y con respecto al libro de García Calderón, Riva Agüero le hace algunas preguntas: “¿Cómo va a ser todo esto? ¿Es siempre la idea directriz de él el panamericanismo, latino o hispanoamericano se entiende? te confieso que la tesis panamericana no me seduce. Sería su realización el aquietamiento absoluto dentro de la mediocridad, el enervamiento y la abdicación a que ya propendemos demasiado a pesar de nuestra anarquía y quizá por ella misma” (Lima, 14 de enero de 1911).

 

Como era de suponerse, García Calderón, luego de agradecerle a Riva Agüero la mención a su libro, aclara que no habla de confederación americana o utopías por el estilo, sino de fusiones parciales que permitan enfrentarse al peligro yankee o japonés: “¿por qué no fundar un equilibrio americano, juego de alianzas, condenación de intereses, que impedirían esa quietud octaviana que temes y daría a la América un aspecto de más coherencia y unidad. No hallarás, pues, en mi libro idea de confederación: la considero, como tú, utópica y absurda” (París, 17 de mayo de 1911).

 

Nuevamente, estamos ante dos formas distintas de ver los problemas históricos, políticos y sociales. La predilección de García Calderón por Bolívar, por un lado, y el proyecto de uniones parciales de nuestros países, por el otro lado, nos están diciendo de su formación que se presenta como mucho más moderna que la de su fraternal amigo. De parte de Riva Agüero, su crítica a Bolívar y su nacionalismo —ya para su época y en relación con ciertas corrientes sociales— demodé, nos atestiguan de un espíritu más tradicionalista del gran historiador.

 

Dicho espíritu tradicionalista de Riva Agüero se observa con mayor transparencia en dos anécdotas. Primero, en la frase que con evidente fastidio le suelta a García Calderón: “Maldito sea eso que quieren llamar espíritu práctico, que nos ha traído a Elguera, en el gobierno a Leguía, en los negocios a Alzamora y Mariano Prado, y en la oposición a Ulloa” (Lima, 21 de abril de 1907). Segundo, en su despectiva manera de enjuiciar al modernismo, la que obliga a una rectificación de García Calderón: “Creo que no conoces el espíritu del movimiento [modernista]. Hay libre pensamiento, pero también sinceridad, profundidad y heroísmo, nunca farsa. Podrán errar, pero son sinceros, calurosamente” (Londres, 12 de junio de 1908). Se trata, en definitiva, de dos sensibilidades diferentes frente a un mundo cambiante.

 

Es interesante para el analista ver de qué manera se van concibiendo los libros, las esperanzas o temores que van tejiendo alrededor de las obras proyectadas, el intercambio de ideas, las distintas formas de ver los problemas que se expresan de manera sutil porque lo más importante para los corresponsales es mantener inalterable su amistad ya de años. Se trata, en suma, de un proceso genético de sicologías, de personalidades, de posturas intelectuales. Las cartas nos revelan ese proceso subterráneo que luego emergerá a la vida pública con distinto resultado o éxito. En este caso, las obras proyectadas y anunciadas obtuvieron gran influencia. Por parte de García Calderón, La creación de un continente fue un éxito total, pues se convirtió en una obra de consulta obligatoria para todo latinoamericanista del momento y fue traducido rápidamente a los idiomas hegemónicos de la época. Y con relación al libro de Riva Agüero, La Historia en el Perú, se trató de la primera visión integral sobre la historiografía nacional y que echó las bases para una nueva ciencia histórica; las ideas vertidas por Riva Agüero en esa obra fundadora hegemonizó la cultura peruana hasta poco más de mediados del siglo XX.

 

En la carta del 24 de noviembre de 1911 García Calderón anuncia un proyecto importante: “Estoy en trance de fundar una revista de Sud-América, con un vasto plan y buenos colaboradores” (París, 24 de noviembre de 1911). Esa publicación se llamaría Revista de América, que fundaría en 1912 y que terminaría al estallar la Gran Guerra en 1914, y en donde, efectivamente, escribirían las mejores inteligencias de nuestros países. El proyecto se lo comenta a Riva Agüero para pedirle su colaboración en la sección “Letras peruanas”.

 

Dos torrentes que corren juntos: la creación intelectual y la crisis política

 

En el mes de marzo de 1912, García Calderón le comenta a Riva Agüero que está cuidando las últimas pruebas de su nuevo libro que aparecerá muy pronto, aunque primero en francés. Se refiere al ya aludido La creación de un continente. Y luego pasa al tema político demostrando gran fineza en su análisis (París, 28 de marzo de 1912). Deplora, en primer lugar, la fractura que experimentó el Partido Civil por medio de la creación del civilismo independiente. No está de acuerdo con esa decisión porque, afirma, se necesita fortalecer los partidos que ya existen. Luego habla del candidato Ántero Aspíllaga, de quien tiene buena opinión personal, no así como político. Considera que lo más prudente hubiese sido rodearlo de buenos consejeros antes que abandonarlo a su suerte. Es evidente que García Calderón lo considera el inminente nuevo presidente del Perú, pero sostiene su tesis ya expresada en otros momentos que el Perú necesita de una autoridad fuerte para organizarse y detener la anarquía. “Ese interés nacional exige abnegación, olvido de justos resentimientos, austera preparación de una edad mayor” (París, 28 de marzo de 1912).

 

En otras palabras, García Calderón está previendo una crisis política que, en efecto, ocurriría, apenas dos meses después, con la aparición en escena de Guillermo E. Billinghurst, quien buscó remover los cimientos del edificio oligárquico generando un masivo —el más grande hasta entonces— apoyo popular. La plebe asomaba como un sujeto social y político que había que tomar en cuenta.[20]

 

Entrando en el plano personal, García Calderón le escribe a su amigo que se encuentra fatigado, un poco triste, y esto porque ya tenía ¡29 años!, y comprende cómo se le va la vida, ¡y está en París! Como se ve, el tedio no solo era de los limeños ni de Lima. Y luego lanza una frase que incluso hoy puede ponernos a pensar: “¡Cómo envidio a nuestras mediocridades satisfechas de sí mismos! Pero me espanta para el Perú esa suficiencia” (París, 28 de marzo de 1912).

 

Pero 1912 es importante también por que es el año en que aparece la proyectada Revista de América, ya anunciada en una carta anterior. Riva Agüero es responsable de la sección “Letras Peruanas” y Francisco le escribe diciéndole que ha gustado mucho su colaboración (Ostende, 12 de agosto de 1912); le recuerda que envíe sus nuevas colaboraciones (París, 5 de setiembre de 1912).[21]

 

El entusiasmo de García Calderón con la revista es desbordante, por ello le dedica tiempo y esfuerzo. En nueva comunicación, le envía a Riva Agüero una encuesta de cinco preguntas que está distribuyendo entre diversos intelectuales de la América española y portuguesa acerca de la literatura en nuestros países. Firma la carta, con membrete de la revista, el Comité Directivo de la Revista América, compuesto por Francisco García Calderón, Hugo D. Barbagelata y Ventura García Calderón (París, 7 de diciembre de 1913).

 

Por su parte, desde 1913, Riva Agüero está de paseo en Europa. Francisco supone que le habrá “encantado” Roma. Se queja de las pocas noticias que recibe sobre Lima, aunque le comenta que ha escuchado que Billinghurst “ha renunciado a su tentativa de convocar a un Congreso Constituyente” (París, 6 de enero de 1914). Proyecto, al parecer, que fue susurrado a su oído por Mariano H. Cornejo, aunque la historia no es muy precisa al respecto. Se comentaba que Billinghurst ya había firmado el decreto de disolución de las cámaras y que había ordenado la clausura de La Prensa. Es curiosa la forma en que da vueltas la vida política, pues en carta de algunos años después, García Calderón le comenta a Riva Agüero que el Congreso “por servicios prestados al país … ha votado doscientos mil soles a Cornejo” (París, 6 de febrero de 1929). En esos años, Cornejo era un convencido leguiista.

 

Esta supuesta pretensión exacerbó los ánimos de las élites oligárquicas, que ya no toleraban a Billinghurst, un advenedizo para ellas, en el poder. En diferentes oportunidades, el presidente había desmentido el proyecto de cerrar el Congreso. Poco menos de un mes de escrita la carta anterior, el 4 de febrero, Billinghurst fue derrocado por el contubernio entre el general Óscar R. Benavides y los hermanos Manuel y Jorge Prado, principalmente. Así, “el bajo instinto de la plebe” era aplacado y el orden mantenía su continuidad. Al parecer, ante tales sucesos, Riva Agüero, que estaba en París, le escribe a García Calderón una carta que no se conoce. Este le responde con una amigable reconvención: “Se requiere un cataclismo del Perú para que me escribas”. Efectivamente, el derrocamiento de Billinghurst fue un cataclismo (París, 9 de febrero de 1914). Los militares habían comprobado que el terreno de la política no les estaba vedado. Pocos años después harían uso inclemente de su poder.

 

Después de algunos meses, Riva Agüero se vuelve a comunicar, aunque solo contamos con una copia corregida de la carta. En ella, pone en conocimiento de su amigo la preparación de su discurso sobre Garcilaso (su famoso “Elogio al Inca Garcilaso”). Le pregunta por sus hermanos Juan y José, y sobre este último “¿Sigue siempre en las dirigibles?”. Poco tiempo después, José moriría en la batalla de Verdún en un dirigible defendiendo el territorio francés de las fuerzas alemanas (1915).

 

Con respecto a Ventura, Riva Agüero le informa a Francisco que también le ha escrito carta aparte poniendo en su conocimiento “que un tal Federico More, de la hampa literaria, que aquí se ha desencadenado, borracho y ratero por más señas, ha brotado en su despecho, en la efímera revista Colónida un grosero libelo contra tu hermano. Lo mejor, la única respuesta contra tales gentes, es el silencio” (1915). Que a Ventura ni se le ocurra responder.[22]

 

Luego, Riva Agüero pasa a hablar de su partido, el Nacional Democrático, y le reclama a Francisco por qué no publica nada en el Perú, más aún, con la guerra europea en pleno fragor. Finalmente, Riva Agüero aprovecha la ocasión para deslindar con el germanismo, pero también con el afrancesamiento fofo de nuestros compatriotas (1915).

 

La producción intelectual siguió un curso prácticamente natural. García Calderón publicaría en 1913 Las democracias latinas en América, mientras que Riva Agüero continuaría con sus trabajos históricos y jurídicos. Entre los primeros resalta el discurso pronunciado en homenaje al gran cronista cusqueño, el Inca Garcilaso de la Vega, de 1916, ya mencionado. En Post-Data de una carta en la que García Calderón agradece a Riva Agüero su pésame por la muerte de su hermano José (“el más dotado de nosotros... un muchacho casi genial”) le confiesa que el “Elogio” a Garcilaso es magistral, “lo mejor que has escrito” (París, 1 de setiembre de 1916).

 

En los inicios de los años 20, Riva Agüero había tenido que salir del Perú para vivir en Europa, luego del ingreso al gobierno de Leguía. Quizás esto explique la inexistencia de cartas personales, es posible que el historiador limeños haya perdido en los viajes su correspondencia, porque con García Calderón la amistad se mantuvo imperturbable, no hubo distanciamiento entre ambos.

 

            Luego vienen pequeñas cartas y notas sobre temas diversos, en las que García Calderón le comenta de libros y amigos comunes que ha visto en Europa. En 1930, Riva Agüero decide volver al Perú, justo en el momento en que Leguía era derrocado.

           

El Marqués y el consejero

 

Hay un tono que recorre toda la correspondencia entre nuestros dos personajes, y es el que muestra un tipo de relación en el que mientras Riva Agüero se encuentra en una lucha permanente por imponerse en el medio nacional, García Calderón lo apoya desde Europa comprometiéndose fraternalmente con los proyectos de aquél. Desde el inicio de la correspondencia, García Calderón insta a Riva Agüero a tomar protagonismo político: “Entrenós, te diré que hay algo que me viene llamando la atención desde hace tiempo: es tu prestigio popular, si así puedo hablar. Conversando con gentes extrañas, y con muchas gentes, unánimemente te consideran como el llamado a realizar la nueva evolución en el Perú. Esto ya es una fuerza, es como una conciencia difusa, que debe servirte de criterio. No creí yo encontrar esta opinión en gentes, que no entienden de letras y son extrañas a la universidad” (París, 13 de mayo de 1907). García Calderón no escatima elogios para su amigo, incluso lo llega a calificar como el símbolo del porvenir de la nacionalidad. Quizás la confianza transmitida a Riva Agüero por García Calderón cobra eco en la frase que aquél le escribiera a Luis Alberto Sánchez, cuando en carta personal le dijera que era él quien personificaba a la nacionalidad peruana.

 

García Calderón es un permanente alentador de los planes de Riva Agüero tanto en lo intelectual como en lo político. Se constituye en una especie de consejero pero nunca, y esto es prueba de una fidelidad sin límites, trata de ponerse por encima de su amigo. Por el contrario, García Calderón asume el papel gris en la relación, a pesar de sus indudables cualidades intelectuales. Sin complejos, García Calderón se ubica a la sombra de su amigo. Desde esta postura, está permanentemente insistiendo sobre Riva Agüero para que tome el lugar que le pertenece, según su punto de vista. Cartas como la siguiente son comunes: “Siento que no puedas venir a Europa, a la terminación de tu carrera. Pero el motivo que nos das es imperioso. Ante todo, está tu porvenir, que es el porvenir de muchos ideales y esperanzas de un grupo y que no lo serán de una nación. Tú te debes a muchas cosas, estás predestinado a altos fines, que desde ahora debes tener en mira continua” (París, 8 de octubre de 1906).

 

García Calderón no concibe su labor en el Perú separada de la que deberá cumplir Riva Agüero. Pero es curioso, al lado de su sentimiento de lejanía frente a las pequeñas intrigas de la vida política peruana, a las ventajas que ve en el estar lejos, se manifiesta su permanente angustia por pensar en el regreso. Pero para que ello suceda, García Calderón imagina ciertas condiciones. Así, le escribe a Riva Agüero:

 

 

Tienes razón en pensar que estaremos juntos en una misma empresa en el porvenir. No pido ni deseo otra cosa. Como dices, preciso volver al Perú, dentro de dos o tres años para recibirme de doctor en letras, y volver aquí a completar un período de seis o siete años que me parece más que suficiente. Después iré allá a que la suerte me empuje. Espero que entonces, cuando tú tengas veintiocho o veintinueve años, te encontraré en plena época de actividad política e intelectual. Ella determinará en el Perú una nueva dirección, que habrá que impulsar con toda energía, y en la que yo estaré a tu lado siempre (París, 8 de octubre de 1906).

 

 

Siempre en su papel de consejero, García Calderón queda sorprendido por el “prestigio popular” que, dice, goza Riva Agüero. Ello le da pie para insistir en el protagonismo de su amigo: “He pensado, pues, mucho en la importancia que esto tiene para tí. A mi ver, te conviene influir en política inmediatamente y con todas las fuerzas que te dirá tu situación y tu talento; formas paralelamente un círculo y una opinión, y entras progresivamente más y más en la marcha de la política, sin precipitarte, pero también sin esperar mucho. Perdona que te dé consejos a tí que no los necesitas, pero mi amistad me lleva a ello” (París, 13 de mayo de 1907).

 

Para entonces Riva Agüero aún no está muy convencido de su posible participación en política. Por ello reacciona de la siguiente forma:

 

 

Me hablas de ambiciones políticas y otras cosas del mismo jaez. Por Dios, querido Francisco, no me tomes tan en serio y trágico. Parece que no me conocieras. ¿Sé yo acaso lo que seré; la dirección que he de tomar? Que mis compañeros me estimen y crean que algún día puedo no ser del todo inútil, me halaga sin duda y tal me servirá. Pero de aquí a allá, hay tiempo de sobra, y ha de llover mucho. Nada sacaría entrar ahora en política, a tontas y locas. Necesito primero formarme un nombre consistente publicando libros, enseñando y administrar mis bienes en forma y si es posible aumentándolos, iré a Europa dentro de tres o cuatro años. Respecto a viajes por el Perú, proyecto emprender uno por el sur el año entrante; pero con miras menos trascendentales que las que apuntas: solo para ver campo y ruinas indias (Lima, 14 de agosto de 1907).

 

 

La política para Riva Agüero es todavía una nube lejana en su horizonte personal. El viaje que proyectaba sería el que daría origen a uno de sus libros de más carácter y bellos: Paisajes peruanos.

 

Sin embargo, ya para entonces Riva Agüero era un destacado intelectual, de castizo modo de escribir, de frase redonda y rotunda, poseedor de polémico estilo que no siempre es bienvenido en la Lima de inicios del siglo XX. Ese protagonismo y ascendencia crecientes mortifica a algunos personajes de la época, y García Calderón se lo hace saber diciéndole que ya tiene enemigos, y que lo ha notado incluso en París cuando “alguien me dijo un día que yo podría enfrentarte alguna vez, sin conocerme seguramente ¡Qué te parece! En un país de vanidad y envidia como el nuestro, eso tiene que seguir creciendo. Convendría, pues, que te alejaras y que solo entraras para un triunfo seguro y definitivo... Tú tienes ciertos altos deberes, por aquello que dice Guyau de que poder engendra deber. Nadie ha reunido en el Perú lo que tú tienes, tu suma de poder social, económico, intelectual y moral” (Londres, 12 de junio de 1908).

 

Si bien García Calderón es un optimista respecto al porvenir, se trata de un pesimista cuando se trata de la realidad presente. Los continuos brotes de revoluciones (básicamente de pierolistas y durandcistas), la incertidumbre en el manejo de los gobiernos, la perpetua rivalidad con los países limítrofes, le hacen comentar que aún no somos una nación civilizada. Y nuevamente resalta el papel principal que le espera a Riva Agüero: “O tú nos salvas, o vendrán otros hombres de razas fuertes a dominar el país” (París, 12 de noviembre de 1909).

 

Estos criterios se afianzarían en García Calderón cuando, en setiembre de 1911, Riva Agüero salga a la palestra política oponiéndose a Leguía y exigiendo la liberación de los amotinados de 1911, con el ya mencionado artículo “La amnistía y el gobierno”, que le valió la cárcel pero también el prestigio político. García Calderón sigue con entusiasmo la carrera política de su querido Pepe a quien le envía “un fuerte abrazo por tu viril protesta, sobria, de cierta enérgica concisión…” (París, 13 de octubre de 1911). Le dice, además, que ha adquirido “significación excepcional” en la vida nacional: “Quizá ni tú adivinas lo que ya eres”, pero expresa temores por las envidias que saldrán a la luz: “¿Qué te falta gran Dios, fortuna, nacimiento, talento, ambición? Eso no se perdona. De hoy más te van a odiar, a adular. A tratar de manosear o de gastar… Tú tienes que ser en el Perú algo excepcional, lo que nadie ha sido, salvarnos, redimirnos. Y una larga conspiración querrá reducir tu papel al de los vulgares caudillos. Ya lo veo o lo adivino” (París, 13 de octubre de 1911).

 

En su respuesta, Riva Agüero comenta dos datos, el primero ya divulgado y el segundo prácticamente desconocido. El primer dato es que Ventura García Calderón fue el artífice del movimiento de la juventud que presionó al gobierno para liberar a Riva Agüero, así como el banquete de homenaje a este (lo que está descrito en la defensa generacional del propio Ventura, titulado Nosotros); el segundo dato, que fue el mismo Ventura quien ayudó a la redacción del discurso de agradecimiento que leyó Riva Agüero en el banquete realizado en el Parque Zoológico: “Mi discurso en el almuerzo, que te ha parecido discreto, es en la mayor parte obra suya, porque suprimió los pasajes inconvenientes y redactó los que debían reemplazarlos y que tan buen efecto produjeron” (Lima, 8 de diciembre de 1911). Pero continúa con cierta desazón porque el clima político se “ha enfriado”, y se lamenta que ya no hay condiciones para una revolución (así se llamaba en ese tiempo a las revueltas y golpes de Estado). Afirma que deben acostumbrarse a la mediocridad de la vida política peruana. Y, cuenta, se susurran algunos nombres para las nuevas elecciones, como los de Ántero Aspíllaga, Germán Leguía y Martínez, Porras, Billinghurst, pero que él prefiere la candidatura de Javier Prado, aunque sabe que sería un gobierno de “debilidad, mediocridad e impotencia”, un régimen de “dieta, emolientes y tisanas” (Lima, 8 de diciembre de 1911).

 

La fundación de un partido propio —el ya mencionado Nacional Democrático—, tendría como misión representar a la joven intelectualidad de los inicios del siglo pasado; tal era una ambición permanente de García Calderón. Para este, la fundación de una agrupación política constituiría la plataforma necesaria que respaldaría la acción personal de Riva Agüero y que permitiría llevar adelante el plan de la nueva generación, con toda la renovación de ideales y valores que portaba consigo. Por eso es comprensible el entusiasmo con que le escribe a Riva Agüero las siguientes líneas: “Acabo de leer que eres jefe de un partido político. Al fin se cumple mi deseo y el de muchos. Entrar en la política por la puerta grande, por un arco triunfal. Te felicito de corazón y te abrazo efusivamente. El manifiesto o programa es soberbio de intensidad y de sabiduría política. Me has dado horas de entusiasmo y de emoción. Estás a la cabeza del Perú nuevo y eres, como te decía en mi última, la postrera encarnada esperanza” (París, 31 de mayo de 1915). En su respuesta, Riva Agüero le dice que ha fundado su partido para acostumbrar a la opinión “a una política limpia y alta”, para que algún día el Perú sea “una nacionalidad verdadera, y no una larva y un simulacro de país” (1915).[23]

 

En la carrera política de Riva Agüero, en tanto conductor principal del Partido Nacional Democrático, estaba su postulación como candidato a una diputación por Lima, la que García Calderón saluda con alegría (París, 19 de octubre de 1916), pero después le muestra su desazón cuando conoce el retiro por parte de Riva Agüero de su propia candidatura (París, 7 de marzo de 1917), básicamente por el boicot de la oligarquía dominante.[24]

 

El exilio, el retorno

 

Dos años después de la carta anteriormente mencionada ocurre el triunfo de Leguía y su consecuente ingreso a Palacio por segunda vez. Su política se dirigió a no dejar escombros del régimen civilista anterior (del que él mismo fue integrante). Muchos partieron voluntariamente; otros, como Riva Agüero, se vieron obligados a exiliarse. El exilio europeo del historiador limeño transcurrió básicamente entre Roma y Madrid. Ahí permaneció hasta los meses finales del “oncenio” leguiista (1919-1930). Cuando se acercaba a las costas peruanas se enteró que había triunfado la revolución comandada por el comandante Luis M. Sánchez Cerro. No imaginaba el Perú tumultuoso que encontraría. Pero para entonces, Riva Agüero ya había reivindicado su título de Marqués, asumido la ideología fascista, el catolicismo ultramontano, el nacionalismo a ultranza y exhibía orgulloso su derechización. Muchas cosas habían cambiado en Riva Agüero, en el país, en el mundo que conoció el rostro de la barbarie con el estallido de la Gran Guerra derribando la “torre de orgullo” del feliz mundo europeo. Sin embargo, algo continuaba imperturbable, la amistad entre García Calderón y Riva Agüero, la que soportó todos los maretazos de las transformaciones mundiales.

 

La primera carta accesible de esta nueva época es de García Calderón, en la que le dice a Riva Agüero: “He pensado mucho en ti que has llegado en días tan interesantes al país y que has tenido un destino favorable. Van a ser gratos los años de tu estada en Lima, y podrás trazar planes con libertad completa” (Lausana, 27 de setiembre de 1930). Es evidente que el cariño se mantiene vivo, pero uno no puede dejar de experimentar una sensación un poco extraña ante estos arrestos de devoción, que parecen ser expresados forzadamente.

 

García Calderón sigue confiando —o al menos así se lo dice a Riva Agüero— en el papel protagónico que le ha reservado el destino a este: “Has llegado a un admirable progreso espiritual; has dado lecciones de un alto y sereno patriotismo. Como tu desinterés es evidente espero que tu influencia vaya creciendo y que puedas encauzar los acontecimientos y dirijas siempre admoniciones oportunas” (París, 15 de abril de 1931). En cierta medida, efectivamente, Riva Agüero adquiere cierto relieve político. Ello se traduce en su selección como Alcalde de Lima que García Calderón saluda con entusiasmo (París, 11 de junio de 1931). Pero se trataba de momentos dramáticos para el país. El Partido Aprista, fundado por Víctor Raúl Haya de la Torre, paulatinamente iba adquiriendo una inusitada influencia popular convirtiéndose en un adversario de riesgo para la oligarquía. Su líder, además, se empinaba como un gran conductor de multitudes. Un momento de resolución serían las elecciones generales de 1931. La candidatura de Sánchez Cerro supera a la de Haya de la Torre. Mientras la oligarquía celebra, los apristas mascullan su derrota y aducen fraude. Es la antesala de una guerra civil.

 

Sánchez Cerro contó con el apoyo de ciertos sectores populares a los que no había llegado el aprismo. En eso residió su éxito electoral. Por su parte, Riva Agüero apoyó con su voto al militar que había destronado a Leguía y acabado con los sueños seculares de este (ya se hablaba del “siglo de Leguía”). Riva Agüero explica del siguiente modo su voto (“sin vacilar”) por Sánchez Cerro a García Calderón. Le dice que solamente ha cumplido con severidad lo que entiende es su deber: “no obstante la candidatura de nuestro querido José María de la Jara”, la que consideraba platónica y que para lo único que ha servido es para quitarle votos a la derecha personificada en el militar capaz de contrarrestar los avances del APRA, “tan funesta y radical como la revolución mejicana o como el fallido laborismo inglés” (Lima, 17 de octubre de 1931. Borrador).

 

La candidatura de De la Jara expresó la presencia de un núcleo pequeño que aún mantenía una posición moderada frente a la polarización creciente que se evidenciaba en el Perú de inicios de los treinta. Núcleo que estaba compuesto además por ex-compañeros del propio Riva Agüero, cuando los años del Partido Nacional Democrático. El fundador de dicho partido era el más escéptico de la vigencia de sus principios, su más tenaz opositor. Su nueva posición la expresa en las siguientes líneas dirigidas a García Calderón: “Mis antiguos amigos, que se siguen creyendo futuristas y no son sino retardados, con criterio formalista y abogadil, de estrechez nociva, no atinan a comprender que para la causa del orden, para esos mismos intereses de centro y justo medio que dicen representar, ha sido una felicidad inesperada la pujanza de Sánchez Cerro y su misma calidad de caudillo indio, pues de otro modo la cauda popular que lleva y el entusiasmo que suscita irían a engrosar el aprismo, cuyo triunfo sería entonces matemáticamente infalible” (Lima, 17 de octubre de 1931. Borrador).

 

En carta posterior, Riva Agüero le informa a García Calderón que las habladurías señalan que Sánchez Cerro no resistiría físicamente para seguir en el gobierno por mucho tiempo. De ser así, dice, “se podría pensar nuevamente en Benavides, como provisorio o Presidente del consejo” (Lima, 5 de mayo de 1932). El militar que derrocó a Guillermo E. Billinghurst en 1914 volvía a aparecer como un as debajo de la manga para restaurar el orden de la oligarquía. En efecto, Sánchez Cerro no pudo concluir su periodo porque fue asesinado en 1933 y quien lo reemplazó fue el general Óscar R. Benavides. En dicho año, Riva Agüero culminaría su labor como Alcalde de Lima. Al abandonar dicha responsabilidad García Calderón le dice que puede estar muy satisfecho: “Has demostrado a todos que eres hombre de acción y hombre de ideas” (París, 12 de abril de 1932).

 

Riva Agüero se expresa de Benavides en buenos términos diciendo que ha superado sagazmente los primeros escollos (Lima, 27 de mayo de 1933). El optimismo es compartido por García Calderón quien le confiesa: “Tengo gran fe en Benavides que junta a la inspiración patriótica muy firmes dotes de político” (París, 2 de setiembre de 1933).

 

Uno de los problemas limítrofes que agitaba el país era el irresuelto con Colombia. Incluso, hubo momentos en que se temía un desenlace armado. Este contexto propicia a Riva Agüero a escribirle una larga carta a su amigo (Lima, 20 de octubre de 1932. Copia corregida). Estaba al tanto del asunto, no solo por sus estudios históricos, sino también gracias al prolífico intercambio epistolar que mantuvo con Víctor Andrés sobre este tema, en el que este le informaba con lujo de detalles los intríngüilis diplomáticos.[25] García Calderón también participa de la preocupación (París, 10 de enero de 1933).

 

Alta cultura, baja política

 

A inicios del año 1933, García Calderón recibe una gran noticia. Una parte de intelectuales franceses lo había propuesto al Premio Nobel de Literatura, reconociendo sus capacidades intelectuales y nos habla del profundo prestigio que ya había logrado el pensador peruano en un medio extraño y tan difícil.[26] Como no podía ser de otro modo, Riva Agüero felicita a su querido amigo “por tu probable consecución del premio Nobel” (Lima, 27 de mayo de 1933). Ya estaban lejanos los días en que García Calderón se mostraba temeroso e incierto frente a su proyecto de hacerse un nombre como escritor en París. La meca de los intelectuales de principios de siglo se rindió a sus pies.

 

A su vez, el protagonismo de Riva Agüero aumenta cuando es nombrado para la Presidencia del Consejo y Ministro de Instrucción y Culto durante el gobierno del general Óscar R. Benavides. García Calderón se sorprende que haya aceptado el cargo estando enfermo. Después vuelve a su tono fraternal e incondicional diciéndole que tiene plenisísima fe en él y que será el gran colaborador del general (París, 4 de diciembre de 1933).

 

Cuando Riva Agüero empezaba a ser una figura incómoda para el gobierno este decide aprobar la ley de divorcio, la cual se enfrentaba directamente con los principios católicos que había abrazado Riva Agüero. Fue la mejor forma de obligarlo a dimitir sin pedírselo. García Calderón se entera de la renuncia de Riva Agüero y le dice: “Mucho me ha entristecido esta noticia de la que todavía no tengo explicación. Te alejas de la política en que tu acción se había impuesto ya en horas difíciles para el país”. Después le dice que le alegra saber que se ha convertido en “jefe natural de la opinión y en conductor necesario de los destinos nacionales”. Sin embargo, concluye confesando que su renuncia lo tranquiliza porque Riva Agüero se iba convirtiendo en el blanco de arteros ataques (París, 25 de mayo de 1934).

 

Posteriormente, Riva Agüero le explica a su amigo las razones de su renuncia y afirma: “soy, en toda sinceridad y hasta lo más hondo de mi alma, un derechista, y no podía sin disminuirme, sin rebajarme ante mis propios ojos, resignarme a la promulgación de una ley disociadora y anticatólica, cuya postergación me habían garantizado los propios dirigentes de la Cámara. Que aprendan a cumplir con sus compromisos personales y de consecuencia ideológica”, y concluye que, a pesar de cierta debilidad del gobierno, sigue creyendo en Benavides (Lima, 4 de julio de 1934. Copia corregida).

 

Al año siguiente, a Riva Agüero le encargaron formar un nuevo grupo de derecha. Le comenta a García Calderón que, aunque prefiere que fuese Manuel Vicente Villarán el candidato, el resto no lo acepta. La situación, según la evalúa, es un pandemonium, por lo que teme una revolución. Ante esa posibilidad afirma que prefiere la muerte al destierro, “porque el pasado me costó carísimo” (Lima, 17 de octubre de 1935).[27] Riva Agüero le sigue contando a su amigo, en el mismo sentido, que “el favor oficial” se inclina por Manuel Prado y no por Manuel Vicente Villarán (y, efectivamente, Prado llegó a ser presidente del Perú). El peligro que observa es que con Prado se legalizaría la candidatura aprista, con lo que estaba radicalmente en desacuerdo. Después se queja de los ataques de los leguiistas Clemente Palma y Ernesto Denegri, quienes le deben grandes favores como la reducción de la condena en prisión y evitar duplicación de destierro (Lima, 4 de setiembre de 1936. Copia corregida).

 

En el plano internacional, la guerra civil española se mostraba encarnizada. Riva Agüero le pide a García Calderón que, aprovechando su posición diplomática, ayude a unos conocidos suyos para salir de Madrid (Lima, 6 de enero de 1938). García Calderón le contesta que utilizará todos los recursos a su alcance para servir su pedido (París, 2 de febrero de 1938). En nueva carta le pide más información sobre sus recomendados (París, 26 de febrero de 1938). Ahí queda la comunicación sobre ese tema, hasta donde existen las evidencias epistolares.

 

Riva Agüero parte a una gira, en 1938, por Japón y Egipto, y algunos otros lugares. Sus horizontes de experiencias y conocimientos se expanden. Ese mismo año, publica Por la Verdad, la Tradición y la Patria, libro que hace llegar a García Calderón. Este no escatima elogios, lo felicita por su nuevo estudio “en el cual culmina todo tu esfuerzo histórico anterior y tu curiosidad se patentiza con singular gallardía” (París, 7 de febrero de 1940). La última carta que tenemos fechada es en la que García Calderón reclama a su amigo por noticias suyas, y además le pide que le diga a Víctor Andrés Belaunde que le conteste (Vichy, 29 de noviembre de 1941).

 

La lectura cuidadosa de estas cartas permite observar con nitidez, y por medio de Riva Agüero especialmente, la conservadurización de un núcleo intelectual que en su tiempo de juventud fue modernizante y propulsor de reformas. De los cambios propugnados en un primer momento, estos intelectuales se afincan en el apoyo a militares que asegurasen el control de las masas y de los partidos multitudinarios. En suma, se trata de la priorización del orden. Pero un orden que recibieron y no uno que ellos coadyuvaron a constituir. Fracasado el protagonismo inicial que ellos mismos se habían asignado, optaron por asumir un papel secundario en la vida pública. Ya no encarnaban el futuro, sino el ayer que las nuevas fuerzas políticas y sociales trataban de enterrar.

 

Final

 

Riva Agüero terminaría sus días en un hotel —en 1944—, mientras remodelaban su casona colonial, casi en completa soledad. Lleno de tristeza, García Calderón publicaría, en Ginebra, un folleto escrito en francés como homenaje a su amigo de siempre: In Memoriam[28] es un repaso, por momentos hiperbólico y desmesurado —resultado de los trastornos mentales que se iban agravando— de Riva Agüero y de la vida peruana. En 1947 regresa al Perú, pero sumamente enfermo. El año siguiente es internado en la casa de salud Víctor Larco Herrera. Aun así, en 1949 dio a conocer en Lima el que sería su último folleto, titulado José de la Riva Agüero. Recuerdos[29]. Para poder pronunciarlo tuvo que salir temporalmente del nosocomio; se trata de un testimonio lleno de nostalgia y pena sobre el Marqués, a quien, como hemos visto, siempre le había augurado un papel principalísimo en la formación de un nuevo país.

 

Soledad y locura fueron los signos que caracterizaron el fracaso de estos intelectuales, que llegaron a la vida pública para refundarlo todo, pero que apenas pudieron soportar los cambios de una sociedad que ingresaba a la vorágine del tiempo de las masas.

 

            Soledad y locura son algunas de las formas con las que se disfraza el olvido... sobre todo si se trata de intelectuales.

 



[1] Véase mi libro Sanchos fracasados. Los arielistas y el pensamiento político peruano, Ediciones Preal, Lima, 1996. En gran parte, las biografías de García Calderón y Riva Agüero —entre otros— se encuentran reseñadas en él, por eso, para los propósitos de este artículo me ciño primordialmente a los tópicos que aparecen en las cartas que ahora utilizo.

[2] Dos muestran bastan. Por ejemplo, de García Calderón, Rubén Darío expresaba lo siguiente en relación a El Perú contemporáneo: “Es una obra fuerte de médula ... La obra está escrita, á pesar de la particularidad patriótica, bajo un concepto universal, y puede ser leída con interés en cualquier parte, pues su fondo filosófico, su hondura ideológica, llamarán la atención á no importa que hombre de pensamiento, en todo lugar del mundo”. La Prensa, Lima, jueves 20 de junio de 1912.

            Por su parte, de Riva Agüero Miguel de Unamuno afirmaba desde Salamanca, a propósito de El carácter de la literatura del Perú independiente, escrita cuando tenía 20 años el historiador limeño: “una tesis tan llena de sana y sólida doctrina, de juicio independiente y sereno, que sorprende en un estudiante que termina su carrera”. En “Algunas consideraciones sobre la literatura hispanoamericana. A propósito de un libro peruano”. En Carácter de la literatura del Perú independiente, tomo I, Obras completas, Pontificia Universidad Católica del Perú, pág. 347.

[3] Las cartas que pertenecen a Riva Agüero se conocen porque él mismo guardó copias de ellas, en algunos casos se conocen sus borradores o las copias de las misivas que corrigió. Las cartas están publicadas en José de la Riva Agüero, Obras completas. Epistolario. Fabián-Guzmán, tomo XV, vol. I, Instituto Riva Agüero-Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima, 1999. Las inéditas se conservan en el IRA.

[4] Por ejemplo, en carta que envía Riva Agüero desde Lima el 25 de junio de 1908, le indica a García Calderón que le está enviando con su común amigo, Raymundo (¿Morales?), la suma de 500 francos para que le enviara algunos libros. El dinero no llega al destino previsto. Desde Londres, el 14 de agosto de 1908, García Calderón le informa que aún no ha recibido nada. En carta del 2 de abril de 1909, Riva Agüero le insiste para que reclame y le den la suma mencionada. Finalmente, desde Spiez, el 5 de agosto, García Calderón le escribe a Riva Agüero que se trató de “un juego oscuro de nuestro amigo. ¡Triste cosa que guardaremos en reserva absoluta!”.

[5] En 1905 murió el padre de Francisco y en 1906 el de Riva Agüero. La ausencia paterna fue un elemento más que acercó a nuestros dos personajes. García Calderón no deja de reconocer en Riva Agüero su solidaridad ante el dolor por la pena de su padre: “En nombre de mis hermanos y el mío, agradezco tu amable tarjeta que nos llegó a hacernos recordar los tristes días del año último. Tuvo el mérito de ser única y de darnos nuevo testimonio de algo que todos sabemos, de tu fraternal y sincera amistad. Recordamos entonces tu discurso en la tumba de nuestro padre, lo más notable por el estilo, por su simpatía y por la creencia, que entonces, se dijo, y renovamos nuestro agradecimiento a esas palabras que siempre nos deleitan y enorgullecen” (París, 26 de octubre de 1906). Y cuando ocurre la muerte del padre de su entrañable Pepe, lo consuela: “Por extrañas coincidencias, lo vienes a perder en condiciones análogas a las que yo me encontré, en el mismo mes, sin verlo morir, y sin enfermedad que te preparara a tan inesperado abandono. Yo siquiera tenía como anuncio la ancianidad de mi padre. Comprendo, pues, mejor que nadie tu situación dolorosa que sólo podrá aliviada por el cariño de tu madre” (París, 2 de noviembre de 1906).

[6] Las cartas también sirven como medio para presentar a otros intelectuales. Por ejemplo, a los que llegan de otros países. Un buen ejemplo es el siguiente. A inicios de 1912, García Calderón le envía una pequeña carta a Riva Agüero en la que le informa que “un excelente” amigo suyo llegará a Lima. Se trata del pensador argentino Manuel Ugarte, “que va recorriendo las grandes ciudades de América en viaje de propaganda a favor de ideas que conoces —unión americana, defensa contra Estados Unidos, etc. Es un noble y vigoroso espíritu” (París, 12 de febrero de 1912). Es parte de la intensa interacción que tuvieron los intelectuales latinoamericanos de principios del siglo XX.

[7] La carta de García Calderón, enviada desde París el 13 de enero de 1911 es muy explícita, le recomienda a Riva Agüero que divulgue su actividad intelectual y le da nombres (Manuel Ugarte, Hugo Barbagelatta, Rufino Blanco Bombona, José Enrique Rodó, Carlos Arturo Torres, Pedro Henríquez Ureña y Francisco García Godoy. Se trata de nombres de los futuros colaboradores de la Revista de América (1912-1914) que fundó el propio García Calderón) y direcciones.

[8] En la misma carta, García Calderón le hace una confidencia intelectual a Riva Agüero: “Yo estoy escribiendo un libro en francés sobre el Perú. Me estoy esforzando algo, para que sea útil, aquí donde es tan desconocido nuestro país” (París, 19 de octubre de 1906). Se refiere, obviamente, a El Perú contemporáneo.

[9] Francisco García Calderón, “La tesis de José de la Riva Agüero”, en El Ateneo núm. 41, tercer trimestre de 1906

[10] Sobre este tema, César Pacheco Vélez había adelantado información: “Las razones por las cuales Riva Agüero no procuró la difusión en el Perú del ensayo de Unamuno, que habría sido para él tan halagüeña, se pondrán en evidencia cuando se publique su epistolario, pues a este asunto se refiere con interesantes revelaciones en carta al propio D. Miguel de Unamuno y a Francisco García Calderón”. “Nota preliminar” a Carácter de la literatura del Perú independiente, op. cit., pág. 57. Las razones a las que se refiere Pacheco Vélez son las que se divulgan en esta oportunidad. Por circunstancias que no conocemos, esta carta no fue incluida en el tomo respectivo de la correspondencia de Riva Agüero.

[11] Unamuno había escrito lo siguiente: “Y este hombre [Reus y Vahamonde] aquí, en España, se preparó a esta labor ingente estudiando filosofía, discutiendo los temas más sublimes y, al parecer menos prácticos, escribiendo de cosmogonía, traduciendo a Spinoza el filósofo. Y, en cambio, ahí están los grandes rapaces de la historia americana: Guzmán, Blanco, Daza, Prado, etc.; ¿qué hicieron con el fruto de sus rapiñas? Ir a gastarlo a París o a cualquier otra parte. No eran grandes ambiciosos, no eran hombres sedientos de gloria eran codiciosos sedientos de goces”. Miguel de Unamuno, “Epílogo. Algunas consideraciones sobre la literatura americana. A propósito de un libro peruano”, en Carácter de la literatura del Perú independiente, op. cit., pág. 381. Por estas aseveraciones, Riva Agüero le dirigió una carta a Unamuno explicándole las razones de la no conveniencia de publicar en Lima su comentario: “En la última parte de ese estudio califica Ud. muy merecidamente al general Prado … Muy difícil me habría sido conseguir que un periódico publicara el artículo de Ud. sin suprimir esa justa apreciación sobre el famoso mandatario desertor del año 1879” (Lima, 24 de diciembre de 1906). Además, le confiesa que la consideración que tiene por el hijo del general Prado, el filósofo Javier Prado, quien fue su maestro en la universidad, y con quien mantiene una relación personal cordial, le impide dar a conocer el mencionado texto en el Perú. De esta manera, el elogio de Unamuno solo salió publicado en La Lectura de Salamanca en 1906. Habría de esperar al mencionado volumen de 1962 dirigido por Pacheco Vélez para que el lector peruano pudiera conocer el texto.

[12] La respuesta de García Calderón es jocosa: “Me dio risa y mucha el carácter de don Ricardo, y su manifestación de energía al suprimir la que se refería a Prado en el notable estudio de humanismo. Pero; ¿Qué pasa allí? ¿Se van pediendo las nociones psicológicas y nombres elementales? Es de reírse a carcajadas. Felizmente, supiste poner coto a esta cobardía vergonzosa y a esta vanidad irritable” (París, 13 de mayo de 1907).

[13] El Congreso Universitario de 1908 se realizaría en Montevideo, Uruguay, y el presidente de la delegación peruana fue, precisamente, Belaunde. Los otros representantes fueron Óscar Miro Quesada, Orestes Botto y Manuel Prado Ugarteche. En dicha reunión, el poeta mexicano, Amado Nervo, entablaría gran amistad con Belaunde, y moriría en los brazos de este, como lo refiere el peruano en sus memorias, Trayectoria y destino. Memorias, 2 tomos, Ediciones Ediventas, Lima, 1967.

[14] Lo que había escrito García Calderón fue lo siguiente: “No quiero citar aquí muchos nombres. Sería largo enumerar á los universitarios que, en tesis jurídicas y en conferencias, han entrado de lleno en el camino nuevo. Otros triunfan en la revista y el libro, algunos se han impuesto desde su primera aparición … recordaré, entre otros muchos, á José de la Riva Agüero, Oscar Miró-Quezada, José Gálvez, Leónidas Yerovi y Luis Fernán Cisneros”, en Hombres e ideas de nuestro tiempo, F. Semperer y Compañía, editores, Valencia, 1907, pág. 14. Para ser sinceros, a pesar de los diversos nombres que menciona, García Calderón está pensando fundamentalmente en Riva Agüero.

[15] García Calderón escribió lo siguiente: “Un gran maestro, por su brío y ciencia, que por su fuerza conductiva y su contacto con la nueva juventud —Alejandro Deustua—, nos recuerda la labor de los maestros franceses, como un Lavisse o un Liard, ha inspirado esta renovación, en la que Javier Prado a través de su notable tesis de filosofía [La evolución de la idea filosófica en la historia, de 1903] y de una activa enseñanza ha sido desde 1891, actor brillante y generoso”, El Perú contemporáneo, Interbanc, Lima, 1981, pág. 222.

[16] Como señala Julio Antonio Gutiérrez Samanez, Giesecke fue uno de los más importantes animadores del estudio de la cultura cusqueña, pues promovió las exploraciones que resultaron con el descubrimiento de Machu Picchu (1911), e influyó “en la decidida orientación por el estudio de la historia, arqueología y sociología prehispánica entre los intelectuales, generando paralelamente un indigenismo romántico que rescataba en las letras la tradición oral de los mitos y leyendas del pueblo quechua”. “Humberto Vidal Unda, creador de las fiestas del Cusco”, en el Blog titulado Cuzqueños ilustres.

[17] Increíblemente, Riva Agüero confunde el mes al fechar como abril, pues debería ser mayo. La razón es sencilla: el paseo a Leguía fue el 29 de mayo de 1909.

[18] Se refiere a Roberto Leguía, quien después sería vice-presidente en el gobierno de Guillermo E. Billinghurst (1912-1914).

[19] Quizás se refiere a “El conflicto con Bolivia”, publicado en El Comercio el 31 de agosto de 1909.

[20] Véase Osmar Gonzales, El gobierno de Guillermo E. Billinghurst (1912-1914). Los orígenes del populismo peruano, Editorial Mundo Nuevo, Lima, 2005

[21] Al parecer, por estas mismas fechas, García Calderón recomienda a Riva Agüero que reúna sus discursos en un libro, por otro lado se lamenta por la dispersión de la derecha: “Sigo esperando en que el buen sentido al cabo imperará” (Ostende, 24 de agosto).

[22] Paralelamente, Riva Agüero le escribe a Ventura carta en la que es más directo con respecto a More: “Las mismas diatribas estúpidas que le ha sugerido al infeliz More, prueban tu acierto. No te extrañe esa andanada de groserías que te propinó Colónida. Yo también he tenido mi parte aunque muy leve, y me enorgullezco de que he de seguir teniéndola, sino me entontezco o me muero. Es el más triste y lamentable caso de envidiosa impotencia literaria” (Lima, 24 de abril de 1916). Pero los años aquietan las pasiones. Transcurridas algunas décadas, Ventura y More serían amigos, incluso, cada vez que el primero visitaba Lima se reunía en la casa de More para conversar y comer frejoles negros, que tan bien preparaba, según testimono del colónido, Ana More.

[23] El la “Declaración de principios” del Partido Nacional Democrático se lee: “… el propósito de crear una nueva entidad política que responda á las exigencias actuales y que sin cuidarse de los provechos de hoy trabaje con los hijos físicos en la mañana del Perú”, en Pedro Planas, El 900. Balance y recuperación, CITDEC, Lima, 1994, pág. 267.

[24] El mismo tono de consejero-líder se mantendría a lo largo de los años, en el que García Calderón mantendría su confianza en el papel conductor de su amigo: “Creo que te corresponderá ser en la acción pública, sea por medio de directivas de carácter privado una influencia esencial y preponderante en los destinos nacionales” (París, 12 de octubre de 1934). A lo que Riva Agüero responde: “Me complacen, me enorgullecen y enternecen mucho tus benévolas expresiones sobre mi modesta actividad. Mi influencia en asuntos políticos, es con todo, escasísima (Lima, 8 de noviembre de 1934).

[25] José de la Riva Agüero, Obras completas. Epistolario. Baca-Byrne, tomo XIII, Instituto Riva Agüero-Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima, 1996, págs. 344 y ss.

[26] Jean Giraudox y Jules Romains, fueron los que dieron mayor impulso a la candidatura de García Calderón.

[27] Hay que anotar que Riva Agüero viajó a Europa con su madre y su tía. “Los gastos del viaje y estadía en Europa fueron inicialmente financiados por un cuantioso crédito de 10,000 libras esterlinas, a 8% de interés anual, concedido nuevamente por el Banco del Perú y Londres, con la garantía del Fundo Pando al momento del boom agrícola”. Alfonso W. Quiroz N., “Grupos económicos y decisiones financieras en el Perú, 1884-1930”, en Apuntes. Revista de ciencias sociales, Universidad del Pacífico, segundo semestre de 1986, pág. 80.

[28] Francisco García Calderón, In Memoriam, Editions de la Frégate, Genéve, 1945

[29] Francisco García Calderón, José de la Riva Agüero. Recuerdos, Imprenta Santa María, Lima, 1949

 

Boletín semanal
Mantente al tanto de las novedades ¿Quieres ver nuestro boletín actual?
Ingresa por aquí
Suscríbete a nuestro boletín y recibe noticias sobre publicaciones, presentaciones y más.