Carlos Oquendo de Amat
Libro-objeto Libro-objeto

Por Sandro Mairata
Fuente: Domingo. La República, Lima 15/08/05

Con 5 metros de poemas -majestuoso desplegable, vanguardia de su tiempo-, el puneño Carlos Oquendo de Amat dio inicio a la tradición del libro objeto en las letras peruanas. Amén de una cascada de homenajes y reediciones, nuevas propuestas editoriales revitalizan el mercado local siguiendo el legado de Oquendo que, cien años después, sigue vivo.
 
Le decían Cabeza de Melón. Carlos Oquendo de Amat (1905) era en 1927 un vate puneño afincado en Lima que, según uno de sus biógrafos más reputados, José Luis Ayala, recibió el mecenazgo de José Carlos Mariátegui para publicar en Amauta –su revista– no por algún rasgo de excepción perceptible en él o en su trabajo, sino porque sus poemas servían como relleno en las pruebas de imprenta.

De rostro alargado y aspecto endeble, siempre al borde de la mendicidad, Oquendo Amat (el “de” fue añadido a capricho suyo) se había ganado las simpatías de la bohemia y la izquierda capitalina. Publicó finalmente 5 metros de poemas en un tiraje ridículo de treinta ejemplares por deudas con el taller. Fue suficiente. Inaudito, refrescante y vanguardista, inspirado quizá en La poesía hoy de Jean Epstein, un libro sobre la influencia del cine en la poesía, 5 metros… devino el “libro objeto” angular de la literatura peruana.

Es una pena que Oquendo no haya sabido de publicidad ni computación. Armando Andrade, directivo de la agencia Pragma, describe exactamente qué haría si fuese posible conocerle hoy día. “Contratarlo, ¡por supuesto! Sería un lujo contar con él”. En 1995, el poeta Mario Montalbetti, amigo cercano, llegó con los borradores de lo que sería un nuevo poemario suyo, Fin del desierto. Andrade se prendó de “la prosa, las imágenes, la fuerza” del trabajo inédito de su amigo y decidió publicarlo haciendo de su edición un poema aparte. Reunió un equipo de Studio A (división de diseño de Pragma) y dedicó ocho meses a lo que sería Fin desierto (sin “del”) en formato impensable: doce metros de papel plegado, impreso por uno solo de los lados, de soberbio diseño en tipografía regular y negrita de colores rojo catedral y negro, reinterpretando gráficamente cada verso de las 91 páginas en coordinación cercana con el autor. Resultado, un libro objeto.

¿Fue un homenaje a Oquendo? “No, en realidad yo no había escuchado mucho de los 5 metros… antes de lo de Mario. Recién lo conseguí hace unas semanas. Antes, era imposible, una lástima. 5 metros… es fantástico, súper adelantado a su tiempo. Un libro muy visual, sensorial, lleno de ideas sobre la disposición de los caracteres; es cinematográfico, quién sabe hasta qué punto irrepetible”.


Objetos de afecto

Gabriel Espinoza, poeta y director de la revista Dedo Crítico, se dio el trabajo de buscar a este redactor cuando cerraba este artículo para recalcar sus precisiones en torno al universo de los “libros objeto”, una muestra de lo relevante y obsesivo que se torna cada tiraje de obras cuya materialización en un puñado de ejemplares constituye de por sí una proclama (el libro de la poeta Tilsa, Mi niña veneno en el jardín de las baladas del recuerdo, fue un éxito: agotó 500 unidades. Ya tiene segunda edición). En primer lugar, ¿qué es un libro objeto?, o para las acrobacias mentales de otros, ¿qué no lo es?

“Producir convencionalmente un libro -explica Espinoza– implica hacerlo industrialmente, en serie. Lo contrario sería producirlos de manera artesanal. Por eso, en un libro objeto se valora más el trabajo manual y la sensibilidad plástica en contraste con la fría técnica industrial”. Antecedentes de experimentación en la presentación textual se pueden hallar en el simbolismo de Stéphane Mallarmé o en los caligramas de Guillaume Apollinaire. Un año después de los 5 metros…, el furibundo maestro arequipeño Alberto Hidalgo publicó Descripción del cielo, un voluminoso abanico que se leía como observando la misma esfera celeste. Omar Aramayo produjo en los setenta Axial, poemario de gran formato donde las letras navegan en calculado desvarío.

“El concepto de autoría del libro objeto es distinto al concepto de autor de los libros tradicionales”, continúa Espinoza, cuyo colectivo ha organizado el Primer Concurso Nacional de Libro Objeto ‘Carlos Oquendo de Amat’ (las bases están en www.dedocritico.com). “Se considera autor a quien escribió el texto (elemento literario) y que además diseñó el formato y objeto mismo. Por esa razón, es común que los autores de libros objetos también sean diseñadores y editores, es decir, artistas verbales y plásticos a la vez”.


Objeto el libro objeto

Arturo Higa es la fuerza creativa detrás de Álbum del Universo Bacterial, una colección de poesía que presenta cada uno de sus títulos en formato alternativo. Publican con él Tilsa (Mi niña veneno… simula el diario de una niña traviesa con todo y funda de plástico con broche), Bruno Mendizábal y Emilio J. Laferranderie, entre otros, pero su nueva gran aventura será Los días y las noches de José Carlos Yrigoyen, casi a punto de lanzarse. Higa, pese a las evidencias, niega sin ascos hacer libros objeto.

“Soy editor y como tal, hago libros de editor. Claro que si se mira solo el producto puedes hablar de libros objeto, por eso vamos a la concepción. Yo no alquilo mi sello, no es que venga un autor y le hago el libro a pedido. Tiene que haber una conexión básica con él ineludible”. En esa perspectiva, Higa edita libros “que sirvan de puente entre el autor y el lector, a nivel de una experiencia autónoma”.

Como ya dijimos, puesto que cada uno de estos libros constituye un proceso a veces irrepetible, los tirajes son limitados. En el caso de Higa, sacar 250 cuesta unos mil dólares, a precio de venta “simbólico”. Los materiales antojadizos (cartulina de tal formato, plástico de ese otro, impresor con agallas) están en las Páginas Amarillas. Al obtenerse una especie de coautoría, Higa dice que su papel es el mismo que el de un productor fonográfico y una obra musical: afina, reduce o refuerza.

Editorial Bruño publicó hace unos años Mar de cuentos, de Nilo Espinoza, en una cajita de madera con cuatro perillas que giraban el texto a manera de la apertura de Star Wars. Esa fue una odisea propia. Y la sonada e impecable reimpresión de 5 metros de poemas este año a cargo de la Universidad Ricardo Palma fue un humilde ejercicio de tozudez por parte de sus promotores, Manuel Pantigoso y Miguel Ángel Rodríguez. Este último cuenta que todo fue posible gracias a un convenio con la Asociación Brisas del Titicaca, que en mayo de este año presentó una adaptación teatral de esta, la única obra completa de Oquendo. El éxito del tiraje ha colocado en la agenda inmediata una segunda edición. “Es una gran satisfacción contribuir a difundir un libro que es un lucero en la vanguardia”, confiesa Rodríguez, inflamado. “Un libro ciertamente influyente, que consiguió probar que la poesía no tiene límites para ser audaz”. Oquendo murió en España, enfermo de tuberculosis a los 31 años, en 1936. Como quizá diría Rodríguez, los límites no se aplican ni a su herencia, ni a la fuerza de su retórica feroz.
 

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