Carmen Mc Evoy
"La guerra fue un pésimo negocio para Chile"

Por Enrique Patriau
Fuente: Domingo, La República, Lima 25/03/07

¿Es posible superar los traumas que asedian a los peruanos cada vez que se habla de la Guerra con Chile? Carmen Mc Evoy, historiadora peruana y profesora de la Universidad de South-Sewanee, cree que sí. Aquí fundamenta su optimismo, pero considera que antes es preciso cumplir con un rito: volver al escenario del crimen, aunque no nos guste.
 
–Usted sostiene que la censura de Epopeya resulta un error estratégico por parte del Perú. ¿Por qué?
–Porque nos confina al papel de víctimas atrapadas en el trauma, lo que reafirma nuestra condición de derrotados y ofendidos en lugar de promover una mirada hacia adelante. Además, no nos permite confrontar el hecho de que tuvimos una derrota donde perdimos una parte importante de nuestro territorio, y que todo ello fue en gran parte responsabilidad de los gobiernos peruanos, comenzando por el de un presidente cobarde que no se le ocurrió nada mejor que irse en pleno conflicto (Mariano Ignacio Prado) dejándole el mando a un general anciano (Luis La Puerta).
 
–El nombre Epopeya revela, en cambio, el papel que se asume en Chile. 
–Da mucho en qué pensar. La interpretación de la guerra como gesta heroica sirve para corroborar cuán atrasado está Chile en el viejo discurso republicano-nacionalista, que le resultó útil en el siglo XIX pero que ahora se convierte en una suerte de trampa mental, incluso diplomática, que permanentemente le ocasiona problemas con sus vecinos y que no lo deja enfrentarse a los desafíos del siglo XXI, que son de convivencia y de cooperación.
 
–Un viejo discurso epopéyico. 
–Cerrado, heroico, romántico. Así como los peruanos debemos hacernos cargo de nuestras equivocaciones, los chilenos deberían hacerlo de sus propias trampas mentales, o de sus propios errores en la guerra.
 
–¿Entre ellos?
–Las acciones tan poco epopéyicas, como el incendio de Chorrillos, la expedición Letelier a la sierra, el saqueo en la Biblioteca Nacional. Eso, de epopeya…
 
–No tiene nada. 
–Claro. Siempre recuerdo una frase que el diplomático boliviano, Mariano Baptista, pronunció en una reunión luego de la batalla de Arica, en el barco Lakawanna, cuando los estadounidenses trataron de mediar para lograr la paz. Los chilenos, que iban ganando, de ninguna manera iban a ceder, pero Baptista, en un último intento, le vaticinó a Eulogio Altamirano, jefe de la delegación chilena, que si la guerra continuaba a la región le esperaría un escenario de vencedores y vencidos, donde los últimos se dedicarían al sordo trabajo del desquite y los primeros al estéril trabajo de impedirlo. A la larga, creo que la guerra fue un pésimo negocio para Chile.
 
–¿A pesar de conquistar territorio? 
–Pero mira los problemas que le está causando. ¿De qué le sirvieron a Chile las salitreras, que al final cayeron en manos de los ingleses, si ahora no puede acceder al gas boliviano? En la coyuntura del momento lo ayudó a remontar una crisis económica, pero se creó un escenario en el que siempre se le recuerda todo lo que hizo. 
 
Mirada al pasado
 
–¿Por qué los peruanos no hacemos una versión honesta de la guerra?
–Porque no terminamos de comprender toda la historia de nuestra nación. Lo que Chile nos recuerda, y que nosotros no queremos admitir, es la contradicción entre nuestras inmensas riquezas materiales y culturales y la incapacidad de concretar proyectos políticos sólidos.
 
–De largo aliento. 
–Esa es la real tragedia, no la guerra. Ellos son el espejo de lo que podemos ser y no somos. Nos conformamos con ver el pasado de reojo, a través de las hazañas de Grau, Bolognesi. Es por el temor de comprobar que existen temas por resolver, no con Chile sino con nosotros mismos.
 
–Pero el trauma de la guerra existe. 
–Es real y legítimo. Mira, desembarcaron 20,000 hombres a las puertas de Lima y Manuel Baquedano, el general chileno, llegó hasta las trincheras peruanas en inspección nocturna, a la víspera del combate, y se dio con la sorpresa de que no había centinelas. En la batalla por Lima todo era una confusión. Luego, los chilenos tomaron la capital, izaron su bandera en nuestro Palacio de Gobierno, saquearon a su gusto y antojo todo lo que encontraron, publicaron sus propios diarios en los que la consigna diaria era que la nación peruana no existía. ¿Te puedes imaginar eso? Algo falso, pero que el historiador chileno Sergio Villalobos sigue creyendo a pie juntillas.
 
–¿Perdimos autoestima?
–Creo que no. ¿Cómo entiendes una etapa tan espectacular y tan poco estudiada como es la reconstrucción nacional, que es la posguerra? La paradoja es que mientras el Perú se reconstruye, Chile ingresa a un conflicto civil, donde mueren enfrentados varios de los militares que lucharon contra nosotros. El problema de la autoestima peruana tiene que ver, más que con la guerra, con el pesimismo de nuestros intelectuales, que han tenido, y tienen, una visión catastrófica de la vida y del país.
 
–Pero sí hay razones para esa actitud peruana hacia el pasado. 
–Sin embargo, se están cerrando las heridas y hay historiadores jóvenes que están empezando a reescribir episodios importantes. Epopeya nos puede hacer un favor: forzarnos a repensar la guerra. Mientras el pasado sea presente, no vamos a resolver nuestro problema con Chile.
 
–¿Qué se debería investigar?
–La guerra te permite ver muchas cosas de la condición humana. Por ejemplo, en mi caso, estudiar la ocupación del Perú como una extensión del proceso de consolidación estatal chileno es imprescindible. Resulta fascinante que la guerra de Arauco, que ellos libraron contra sus indígenas, la ganaron en simultáneo a la del Pacífico. Y tras la victoria en esta última, vino una guerra civil. Eso significa que Chile, en ese momento de su historia, transcurrió por una trilogía bélica. Esa es una visión totalmente diferente a la epopéyica porque los fundamentos de su Estado se encuentran bañados con sangre propia y ajena. Chile es un país que se forma en la guerra. 
 
 
Desencuentros
 
–Muchos pueblos pasaron por enfrentamientos largos y sangrientos y se las arreglaron para dejarlos atrás. ¿Por qué aquí no ocurre eso?
–Uno de los motivos es que la característica de nuestra relación con Chile han sido los desencuentros. La frase "ahí vienen los chilenos" ha sido el recurso fácil para mantener esa unidad nacional tan compleja y frágil como la peruana.
 
–El gasto militar chileno triplica al peruano. ¿En esas condiciones es posible de hablar de una convivencia pacífica?
–Pero con un ADN guerrero, que es su certificado de nacimiento, y con los precios del cobre por las nubes, lo más probable es que gasten en eso. Con dos vecinos que están permanentemente recordándole lo que hizo, el Ejército chileno compra armas para cuidarse. Sin embargo, Chile no es solamente el Estado brutal sino también su sociedad civil, desde donde debe construirse una convivencia pacífica y duradera, por fuera de las esferas del poder.
 
–Hay elementos que nos pueden unir. 
–Como los exilios políticos. Estoy pensando en el caso de Bernardo O`Higgins, padre fundador de Chile, y que fue acogido en el Perú tras ser deportado de su país, y que vivió muy agradecido con nosotros. En su testamento él dice que solamente la inmensa generosidad peruana le permitió tener una vejez tranquila y no mendigar su subsistencia y la de su familia. Él regresó a Chile muerto.
 
–¿Cree que la guerra pueda quedar en el pasado?
–Creo que sí, y que vamos a poder mirar con optimismo el futuro, pero antes debemos cumplir un rito: regresar al escenario del crimen, aunque no nos guste. 
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