Osmar Gonzales Alvarado
La utopía de José María Eguren La utopía de José María Eguren

Por Osmar Gonzales Alvarado
Fuente: Lima, mayo 2006.

Son muchas las cosas que se pueden afirmar sobre José María Eguren, y ya lo han hecho sus comentaristas y críticos. Por ello, es difícil decir algo que resulte novedoso. No obstante, su sobrina nieta, Isabel López Eguren, ha descubierto datos nuevos sobre la vida de nuestro vate y su familia; aún no concluye su investigación, y esperemos que la información que busca la encuentre pronto para beneficio de todos. Algunos de los detalles que ofrezco me los ha proporcionado Isabel y su madre doña Josefina, gracias a los papeles familiares que han consultado.*
 
Eguren nació el 8 de julio de 1874, es decir, cinco años antes de que se iniciara la Guerra del Pacífico. Tuvo una vida larga, 68 años, y entre sus parientes encontramos a miembros de familias como las de Rodríguez de Mendoza, Hercelles, Miro Quesada. Y el árbol genealógico se vuelve más frondoso con las relaciones familiares con los García Calderón, Basadre, Tealdo, entre otras.
 
Eguren pasó su infancia y juventud entre la hacienda familiar, Chuquitanta, y Barranco, distrito evocador y pletórico de cultura y tradición. En ambos espacios Eguren cultivó mucho de su identidad personal y artística.
 
Enfermizo como era, Eguren no podía asistir al colegio, por eso su instrucción estuvo a cargo de un tutor. Es muy posible que la soledad de Eguren en su casa, al no poder socializar con otros niños de su edad en la escuela, agudizara su carácter solitario y lo estimulara a dejar volar la imaginación, empezando a crear desde muy temprana edad ese mundo que luego plasmaría en imágenes literarias y plásticas; todo esto sin olvidar su gran ingenio inventivo (ahí está, como muestra, la micro máquina fotográfica que él ideó y construyó).
 
Ahora ya reconocemos las bondades de la poesía de Eguren y la renovación que significó en el mundo de la creación literaria su primer libro, Simbólicas, de 1911, que ya es parte de las lecturas que se imparten en la escuela y de las antologías poéticas, pero en su momento nuestro autor no fue entendido, por el contrario, fue colocado en los márgenes de los cánones de la crítica literaria, cuyo centro lo ocupaba la figura vigorosa de José Santos Chocano.
 
Chocano no solo es el opuesto de Eguren en el terreno de la poesía, también lo era en el del carácter, en el de la personalidad. Las creaciones de ambos son reflejo fiel de sus formas de ser. Mientras Chocano era contundente, declamatorio, fuerte, ególatra y extrovertido, Eguren, por el contrario, era suave, tímido, liviano, introspectivo. Incluso, físicamente se condecía con su personalidad: pequeño, delgado, enfermizo. Copa de cristal, por la fineza de su sensibilidad, que se podía quebrar al más leve contacto. Por ello, no soportaba maledicencias ni ingratitudes.
 
No es casualidad que mientras a Chocano lo elogiaban los críticos de principios del siglo XX como José de la Riva Agüero, Ventura García Calderón, Clemente Palma y otros, no entendieran a Eguren. No obstante, la poesía de este fue prontamente alabada por Manuel González Prada (quien lo conminó a publicar su primer libro), Pedro Zulen (que realizó una selección de sus poemas en 1924), César Vallejo, Abraham Valdelomar, José Carlos Mariategui, es decir, por aquellos que constituían la vanguardia cultural de la época. Y, claro, sin olvidar al muy joven Jorge Basadre. Todos ellos críticos, con diversas intensidades, de los intelectuales del 900.
 
¿Qué explica esta sintonía de Eguren con la mencionada vanguardia?, ¿acaso se trataba de un autor que se ubicaba al frente de los nuevos procesos sociales que ya empezaban a estremecer el Perú de entonces, como sí lo hacían los escritores citados?
 
Recordemos que cuando aparece Simbólicas la sociedad peruana era remecida por la presencia de obreros y artesanos con sus reclamos laborales que se harían contundentemente visibles cuando apoyen la candidatura de Guillermo E. Billinghurst en 1912; también son los momentos de las grandes movilizaciones de campesinos portando sus reivindicaciones culturales y de justicia que se cristalizarían en la Asociación Pro-Indígena de Dora Mayer, Joaquín Capelo y Pedro Zulen.
 
Pero no, Eguren no se colocó en la vanguardia por ser expresión de la movilización popular, ni porque recabara la legitimidad social como intelectual de las clases emergentes. No era un intelectual orgánico ni de lejos. Pero sí fue vanguardia porque expuso una sensibilidad distinta en el muestrario sentimental del Perú de su tiempo. Esa sensibilidad solo podía ser comprendida por espíritus afines, como la que encarnaban los personajes mencionados, y que también, en su momento, sufrieron el desprecio y la marginación de quienes ocupaban el parnaso peruano. Incluso, recordemos, Enrique Bustamante y Ballivián comentaba que la poesía de Eguren era motivo de risa para los críticos del establishment oligárquico. Estaban incapacitados para entender su poesía.
 
Para ahondar un poco más en la experiencia de Eguren quiero acudir al sociólogo alemán Norbert Elias. En la biografía que realiza sobre Mozart, demuestra que las bellas melodías creadas por el gran músico son debido a su genio individual pero también al momento social e histórico que le tocó vivir, de transición de una sociedad cortesana a otra burguesa. Mozart fue incomprendido precisamente porque, por un lado, se alejaba de los patrones estéticos cortesanos que decaían pero que seguían vivos, y porque, por otro lado, anunciaba a la sensibilidad burguesa que se expandía pero que todavía no era hegemónica. Prácticamente en el limbo, Mozart no perteneció a uno ni otro mundo de una manera total y, por lo tanto, ni uno ni otro lo acogió ni entendió. Algo parecido sucedió con nuestro poeta.
 
Desde que apareció, Eguren tomó distancia de la sensibilidad que prevalecía en los patrones predominantes durante los años oligárquicos, pero al mismo tiempo pasó por encima, o eludió la literatura comprometida que se hizo carne en los siguientes años. Más bien construyó (anti)modelos literarios que valían solo por ser tales y no por su referencia a una realidad fáctica. Así, entre el confort oligárquico y el compromiso rebelde, Eguren conformó un mundo en el que solo se sentirían cómodos aquellos artistas capaces de sublimar sus condiciones reales de vida en bellas rimas y juegos literarios.
 
Mariategui lo comprendió muy bien cuando decía: "Eguren, en el Perú, no comprende ni conoce al pueblo. Ignora al indio, lejano de su historia y extraño a su enigma. Es demasiado occidental y extranjero espiritualmente para asimilar el orientalismo indígena. Pero, igualmente, Eguren no comprende ni conoce tampoco la civilización capitalista, burguesa, occidental. De esta civilización, le interesa y le encanta únicamente, la colosal juguetería. Eguren se puede suponer moderno porque admira el avión, el submarino, el automóvil. Mas en el avión, en el automóvil, etc., admira no la máquina sino el juguete. El juguete fantástico que el hombre ha construido para atravesar los mares y los continentes. Eguren ve al hombre jugar con la máquina; no ve, como Rabindranath Tagore, a la máquina esclavizar al hombre."
 
Con estas palabras, Mariategui evalúa a Eguren como el poeta puro que era, y el propio Amauta se despoja de su compromiso ideológico conocido para permitirnos visualizar la creación de un alma diferente. Desde su posición ideológica y política no hubiera podido comprender a Eguren, necesitaba de otras pautas, de otras claves para ingresar al misterioso mundo de imágenes (visuales y literarias) que Eguren construía.
 
Otros entusiastas lectores de Eguren fueron Valdelomar y Federico More. En 1916 nuestro personaje publicó La canción de las figuras, y ese fue el año en el que aparecieron los cuatro números de la revista Colónida dirigida por ambos niños terribles profundamente cuestionadotes de la sociedad oligárquica. Revista de vanguardia, aplaudió la vanguardia, la que representaba en este caso Eguren. Carlos A. Carrillo, con su artículo "Ensayo sobre José María Eguren", en el número 2 de Colónida, fue fundamental para el reconocimiento y difusión de su poesía.
 
Después, los miembros de Colónida, pero desaparecida ya la publicación, celebraron al también incomprendido Vallejo. Mientras la crítica oficial mantenía en una esquina oscura a estos revolucionarios de la estética, los colónidos los alzaron al pedestal de los nuevos dioses de nuestra literatura.
 
El universo egureniano está lleno de sombras, de misterio, de evocaciones a su mundo interior y privado. Y este se reflejó tanto en sus acuarelas como en sus versos. Ambos universos eran uno solo, no representaban ninguna dualidad, constituían una misma forma de colocarse ante la vida. Es como si las imágenes que dibujaba sobre el papel se trasladaran a las palabras. Dicho de otra forma, Eguren hacía poesía con los colores y dibujos con las rimas. El arte de Eguren se parece al espíritu del exiliado: se nutre de dos mundos, de dos realidades y a las dos pertenece; ambas son partes indisolubles en la construcción de su identidad. Aunque sospecho que se sentía más cómodo en el orbe artificial que su imaginación daba forma.
 
Pero no debemos dejar de recordar que Eguren, como Valdelomar, cogió el pincel antes que la pluma. Ambos, antes de definir su vocación de escritores optaron por los colores. Aquél para plasmar en acuarelas el mundo infantil que portaba íntimamente, y este para corroer, mediante sus caricaturas, los vicios de nuestros políticos y personajes públicos.
 
Deseo tomar nuevamente a Elias para explicar otro aspecto de Eguren. El sociólogo alemán señala que la humanidad ha producido dos tipos de utopías: las utopías-sueño y las utopías-pesadilla. Las primeras son la idealización de un mundo -próximo o lejano- en el que prima la vida en común, solidaria y fraterna. Las segundas, producidas especialmente luego del estallido de la Gran Guerra (1914-1918) con la carnicería que conllevó y el fin de la confianza en la ciencia y en el progreso indetenible, nos hablan de un provenir amargo, individualista y catastrófico.
 
Eguren, por medio de su arte (plástico-literario), construye las utopías-sueño, según la terminología eliasiana, aunque quizá sea mejor decir utopías-ensueño. Sus acuarelas, en las que predomina el azul y la noche, las sombras y lo enigmático, las figuras alegóricas y fantasmales; y sus rimas, que transmiten un mundo infantil, pero no necesariamente feliz y armonioso, crean, ambos, como lenguajes inseparables, un mundo fantástico, vaporoso e inasible. Como si se tratara de un ensueño, justamente. Ese es el universo que Eguren dibuja con colores y con palabras, con el pincel y con la pluma, con las acuarelas y con la tinta.
 
Como en el caso de Mozart, intervienen en el mundo egureniano tanto su genio creador personalísimo, como un proceso social que no necesariamente era visible en su tiempo y que discurría por debajo de las expresiones tangibles de las masas. El torrente social inconsciente y no planeado del que nos habla Elias en sus investigaciones se manifiesta también en el caso peruano, y configurará el nuevo panorama sentimental de al menos un sector de nuestro país, representado por la creatividad poética de las siguientes décadas gracias a las composiciones de Carlos Germán Belli, Emilio Westphalen o César Moro, por citar algunos casos.
 
Al respecto es ilustrativa la respuesta de Belli a Trilce, revista chilena de poesía, creación y reflexión (www.letras.s5.com), sobre su propia ubicación literaria: "Creo hallarme dentro de una cierta tradición de revolución poética, que si no me equivoco está representada, entre mis mayores, por González Prada, Eguren, Vallejo, Moro y Westphalen. Proseguir esa línea, mal o bien, sería la función natural de mis versos; pero yo mismo no puedo saberlo a ciencia cierta, porque no tengo la perspectiva suficiente." Eguren fue, pues, un revolucionario, pero de las letras; la revolución social la dejó para que la hicieran otros, si es que acaso se enteró que existía.
 
El mundo ensimismado que caracterizó a Eguren se manifestó, aunque pueda parecer paradójico, en una personalidad cálida. Era reservado pero generoso, callado pero amable, introvertido pero sensitivo. Vallejo, otro espíritu sensible, comprende a Eguren cuando en una entrevista se queja del olvido y marginación al que lo han postrado los críticos. Para Valdelomar, Eguren es la encarnación del mejor amigo, así se lo dice en una carta a Enrique Bustamante y Ballivián. Mariategui recibió a Eguren con entusiasmo en esta misma casa, para que participara de sus famosas tertulias, a las que, entre muchos otros, también acudió Martín Adán.
 
Adán y Eguren ya se conocían desde hacía algunos años, ambos eran barranquinos y era frecuente entre ellos el intercambio de ideas sobre literatura y libros. La afinidad surgió rápidamente, a pesar de las diferencia de edades. Adán calificaba a Eguren como "un hombre excepcional" que solo vivía para la poesía, y fue Eguren quien presentó a aquel ante Mariategui. En sus tertulias, Adán iría dando forma a su novela paradigmática, La casa de cartón, que dedicó a nuestro poeta, precisamente: "A José María Eguren", reza la inscripción. Adán tenía solo 20 años, y Eguren 54.
 
Hablar de Eguren es referirse a la poesía pura. Cosa rara en nuestro país, acostumbrado a observar que la gran mayoría de sus creadores ingresan, en un momento u otro, a los predios de la política, aunque luego, algunos, terminen arrepintiéndose de esa decisión. No solo no ingresó a la lucha política, ni siquiera fue una preocupación de Eguren emitir opiniones o expresar alguna posición ante las luchas del momento. Su mundo y preocupaciones estaban perfectamente delimitados. Su poesía, en este aspecto, es muy diferente, por ejemplo, a la de Vallejo. Eguren era un intelectual químicamente puro.
 
Tampoco era un rebelde Eguren, aunque su poesía trastocara los cánones imperantes. Estaba muy lejos de las actitudes de los poetas malditos y, en ese sentido, se distanciaba de su gran amigo Valdelomar, quien permanentemente buscaba irritar a las élites oligárquicas de su tiempo. Tampoco se puede encontrar en Eguren una prédica patriótica, aunque se sentía orgullosamente peruano. Menos aún, fue consejero de alguno de los príncipes (el término es una generosidad mía) que pueblan nuestro paisaje político.
 
Un aspecto más para concluir: Eguren también fue, como Zulen en San Marcos, bibliotecario, solo que él ejerció esa función en el Ministerio de Educación. Fue el único trabajo que le conocemos. Y seguramente aprovechó esa labor para leer y leer. Entre libros, Eguren se sintió como pez en el agua. Pero pronto se quedó sin empleo, pues la plaza que ocupaba fue suspendida. Quizás pensaron los funcionarios que un bibliotecario no era necesario, menos si se trataba de un poeta, y menos aún en el Ministerio de Educación. Eguren, entonces, calladamente, volvió a sus labores amadas: la poesía y la pintura.
 
En 1942, en su casa de Jr. Quilca, sumergido entre colores y palabras, el fino creador de "La niña de la lámpara azul" y de "Los reyes rojos", fue consumiéndose lentamente hasta que murió el 19 de abril de ese año. Ahora sus restos descansan en el Presbítero Maestro, en el Pabellón San Melchor, Cuartel B-7.
 
A Eguren se le puede admirar por muchas cosas: por su poesía, por ser un artista total, por sus inventos pero, sobre todo, por ser una persona admirable, generosa y sensible. Solo una persona pura como Eguren podía producir una poesía pura como la suya, y crear un mundo de imágenes en el que todos podemos cobijarnos cuando sintamos que las calamidades de este tiempo, vertiginoso y tanático, acechan nuestras vulnerables existencias. Siempre será bueno, de cuando en cuando, volver a sus poesías y evadir, como en un sosegado oasis, las angustias que origina la competencia desenfrenada que caracteriza a la hora actual.
 
Recordar a Eguren es poco usual, hoy es uno de esos momentos infrecuentes. Por eso aprovecho la ocasión para felicitar a Gustavo Espinosa y a la Casa Mariategui por este merecido homenaje a nuestro poeta, que cuenta además con la presencia de algunos de sus familiares para recordarnos que la cultura es, al final de cuentas, lo que nos comunica y lo que renueva nuestra humanidad.
 
 

* Texto leído en el homenaje realizado al poeta en la Casa Mariategui el 12 de mayo de 2006, en el que participó también Sonia Luz Carrillo.

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