Inca Garcilaso de la Vega
Garcilasismo en la era de la globalización Garcilasismo en la era de la globalización

Por José Antonio Mazzotti
Fuente: Suplemento Identidades del diario El Peruano.

Fuente indispensable para entender el Perú hasta el siglo XVIII, la obra del Inca Garcilaso sufrió un revés durante el XIX para ser descalificado como herramienta histórica a principios del siglo pasado. Sin embargo, esa situación ha permitido que la escritura del Inca sea recuperada por los estudios literarios de manera más sutil, pues en sus textos no sólo se lee el drama de un sujeto colonial, sino la manera en que su obra se ha estudiado en distintas épocas.*

Como pocos, el estudio del Inca Garcilaso, o garcilasismo a secas, es uno de los campos que ha rendido frutos perdurables para la reflexión sobre las identidades latinoamericanas. Igual que su homólogo el sorjuanismo (o estudio de la monja mexicana Sor Juana Inés de la Cruz), el garcilasismo ha servido de termómetro de las tendencias críticas y políticas que se desarrollan en busca de figuras ancestrales, modélicas y definitorias. Casi podría decirse que el garcilasismo es, en sí mismo, una historia intelectual del Perú y, por qué no, de América Latina. Por tal motivo, el reciente libro de Christian Fernández no puede ser leído de manera aislada. Pertenece a un sector del garcilasismo que considera la complejidad de la figura y la obra del Inca desde ambos lados del Atlántico, es decir, de manera atenta a la naturaleza bicultural, multiestrática y heterogénea del Inca, y sin reducirlo a la interesada versión, dominante hasta el día de hoy, de una identidad aculturada y europófila, muy a tono con preferencias políticas conservadoras dentro de la academia.

Para apreciar los valores de este nuevo libro, hay que señalar que se trata de una investigación sustentada sobre dos pilares teóricos novedosos en el campo del garcilasismo. En primer lugar, y como su autor declara, se trata de prestar atención a las circunstancias históricas y culturales, es decir, a toda la red de complejas relaciones y diálogos imbricada en el proceso de composición de los Comentarios reales. En ese sentido, el Nuevo Historicismo sirve de herramienta de análisis que no traiciona la especificidad textual del objeto de estudio. A la vez, esa misma mirada respetuosa al contexto lleva a Fernández a examinar el carácter "híbrido" de la obra de Garcilaso, a partir de lo que Bajtin y más tarde un sector de la teoría postcolonial han señalado sobre la hibridez discursiva y las apropiaciones que algunos sujetos coloniales ejercen de la escritura alfabética, a fin de llevar adelante las negociaciones y sub-versiones necesarias a su grupo familiar, étnico y político.

Por eso, Fernández declara desde el principio de su estudio que hay que entender la obra mayor del Inca como una superposición de planos de discurso, es decir, como un palimpsesto no sólo textual, sino sobre todo cultural, en el más amplio sentido del término. ¿Pero cómo distinguir la paja del grano dentro del océano de información biográfica e histórica con la que contamos alrededor del Inca? Pasemos a un breve recuento de los capítulos de este libro y luego a un examen somero del garcilasismo en general para situar en su justo valor la presente contribución crítica.

Fernández comienza con un primer capítulo que pone varios puntos sobre las íes en relación con el nombre de "comentarios" escogido por el Inca para el título de su obra cumbre. Aclara razonablemente que el nombre de "comentarios" no deriva necesariamente de los Comentarios de Julio César ni del género del comentario filológico, como sostiene Margarita Zamora en un difundido estudio que sin duda merece revisión pasados dieciséis años de su aparición (me refiero a Language, Authority and Indigenous History in the Royal Commentaries of the Incas de 1988). El comentario filológico, corrige Fernández, estaba dedicado sobre todo a la interpretación de la Biblia y generalmente iba acompañado por ilustraciones, como ocurre con los comentarios del jesuita Juan de Pineda, obra que José Durand había mencionado en 1967, pero al parecer sin mayor examen. Continúa Fernández explicando que tampoco es enteramente confiable la hipótesis del comentario o estilo notarial como base de la Historia general del Perú, como sostiene el estudioso cubano Roberto González Echevarría en el segundo capítulo de su Myth and Archive (1990). Fernández añade que mucho menos se trata de la existencia a secas de un "master texto" oral quechua (que ninguno de los dos críticos mencionados ha estudiado plenamente) sobre el que Garcilaso habría ejercido su retórica y extraído muchos de sus temas. La contribución de este capítulo del libro de Fernández consiste en ubicar el tipo comentario abierto y múltiple derivado del Contra Rufinus de San Jerónimo como filiación textual más evidente. Esto permite a Garcilaso introducir opiniones, correcciones y estructuraciones de su propia obra a fin de crear un subtexto cuyos significados son diversos y dejan vislumbrar una subjetividad andina alternativa dentro del conjunto de la prosa historiográfica de tema americanista durante el Renacimiento tardío.

En su segundo capítulo, Fernández aborda el espinoso tema del cambio de nombre de Gomes Suárez de Figueroa a Inca Garcilaso de la Vega con miras a desarrollar la idea de la existencia de esa subjetividad andina ya aludida y reconstruida desde los primeros años de su vida en la península, vale decir, desde la década de 1560. Fernández discute las hipótesis de Juan Bautista Avalle-Arce y Francisco de Solano, entre otros, para establecer que si bien hubo un homenaje explícito a la figura paterna del Inca, es decir al capitán Sebastián Garcilaso de la Vega y Vargas, con el objetivo de restituir su honor puesto en duda por diversos historiadores como Gómara, Zárate y el Palentino, también se debe considerar el homenaje a Garci Lasso de la Vega el Mozo, antepasado heroico de la familia en la batalla del Salado en 1340. Con este rastreo literalmente genealógico se relativiza el lugar común del homenaje al tío lejano Garcilaso de la Vega, el prestigioso poeta toledano de las Églogas. Sin negar esa posibilidad, Fernández subraya la necesidad de escudriñar mejor el origen del cambio de nombre fuera de la tautología renacentista, pues la derivación directa del nombre desde el poeta toledano tiende a reducir la complejidad del estilo del Inca a los paradigmas estilísticos que hoy consideramos de mejor gusto, pero que en la época alternaban con modelos textuales diversos y pre-rrenacentistas. Más aun, Fernández incursiona por el difícil terreno del análisis interdisciplinario para ofrecer una explicación aun más interesante: la de la posible conexión con la costumbre andina de los cambios de nombre en determinadas edades de la vida humana. Así, habiendo partido del Perú a los veinte años de edad, Gomes Suárez de Figueroa habría operado el cambio de nombre inicial en coincidencia con lo que hubiera ocurrido con cualquier otro joven de la misma edad de estirpe indígena en los Andes. Ciertamente que la hipótesis no llega probarse con una declaración explícita del Inca en tal sentido, pero sí sirve para sustentar la explicación de la subjetividad andina en transformación, hasta el punto que la fijación del nombre de Inca Garcilaso de la Vega en 1596 implica asumir un apodo, el de Inca, que antepuesto al nombre español revela las tensiones subyacentes a los Comentarios reales.

El tercer capítulo examina la significación de los símbolos heráldicos escogidos por Garcilaso en el escudo que aparece entre los paratextos de la edición príncipe de 1609 de los Comentarios. Como se recordará, Garcilaso incluye en su escudo, aparentemente creado por él mismo, un campo izquierdo con símbolos andinos de alto prestigio. Entre ellos, el que se estudia con mayor detalle es el del amaru o serpiente bicéfala o doble, que representa poderes de renovación cosmogónica. Asimismo, el amaru era símbolo de la realeza cuzqueña y, específicamente, de la panaca de Pachacútec Inca Yupanqui, pero a la vez podía ser considerado sospechoso en tiempos coloniales por el celo de los extirpadores de idolatrías, que identificaban la serpiente con el demonio y por lo tanto encontraban una excusa para el predominio político y cultural sobre la población indígena. Al mismo tiempo, Fernández no desecha la posibilidad de una explicación del amaru heráldico dentro de la tradición europea, al examinar el símbolo del caduceo hipocrático, derivado del caduceo mercurial, para proponer que Garcilaso habría sumido plenamente en su adultez la función de comunicador entre culturas y mundos diversos, tal como se atribuía al dios griego.

En su capítulo final, Fernández analiza la "textualización de la memoria andina" como práctica reconstructiva e inventiva de la identidad personal que el Inca fue forjando a lo largo de las décadas vividas en la península. No se trata, pues, de una reproducción transparaente del legado incaico, como ha querido ver el indigenismo radical en el Inca, sino de una transformación válida en términos personales y de un desarrollo de la agenda étnica aristocrática, mestiza y cuscocéntrica en tiempos coloniales.

Hay muchos puntos que me gustaría discutir dentro de este importante libro, como por ejemplo la afirmación de que el nombre quechua aristocrático del Inca Garcilaso habría sido el de Amaru, o la posibilidad de que los capítulos etnográficos y de historia natural también podrían servir para rastrear el subtexto andino de los Comentarios, o el mismo concepto de hibridez, que puede tener connotaciones despectivas y no necesariamente se resuelve en una unidad armónica y coherente, así como la presencia de algunas odiosas erratas y detalles de estilo y de precisión informativa. Pero prefiero pasar a situar el trabajo de Fernández en el campo del garcilasismo, pues una breve evaluación de éste nos puede dar luces sobre la trascendencia de su ejercicio crítico en la reflexión acerca de nuestras identidades.


Los senderos del garcilasismo (1)

Cada vez es más evidente que ha llegado el momento de reconocer la necesidad de un diálogo abierto entre especialistas de distintos campos y disciplinas que autorizan su propio discurso desde paradigmas epistemológicos a veces divergentes. Se trata precisamente de explorar los numerosos ángulos que la obra del Inca ofrece aun más allá de sus propias genealogías textuales. Asumiendo que el diálogo de Garcilaso no es únicamente con los ocho cronistas (Acosta, Cieza, Fernández de Oviedo, López de Gómara, el Palentino, Román, Valera y Zárate) que él "comenta y glosa", sino también con toda una corriente de pensamiento y con discursos y prácticas discursivas oficiales que amenazaban directamente el ascenso y el acomodamiento de los grupos mestizos e indígenas descendientes de la realeza incaica al aparato administrativo español, es fácil colegir que el garcilasismo que se quiera más actualizado no puede dejar de prestar atención a ese "universo" en su totalidad. El formato interdisciplinario de estudios como el de Fernández tiende puentes entre la antropología, la historia y la crítica literaria, con provechosos resultados.

Sin embargo, pesa la pregunta sobre cómo relacionar rigurosamente la valiosa información de los actuales antropólogos e historiadores con una obra que consuetudinariamente fue concebida como mero apéndice de la gran tradición letrada del Siglo de Oro español. Para contestar mínimamente la pregunta se requiere de un vistazo, aunque sea modesto, al garcilasismo desde principios del siglo XX.

Había comenzado este texto con la alusión al garcilasismo como una de las ramas de los estudios "coloniales" hispanoamericanos más reconocidas y valiosas, junto con el sorjuanismo. No sorprende esta importancia, dada la inherente calidad de la prosa y las estrategias narrativas del Inca, pero más aun por la figura misma que el mestizo cusqueño ha representado en los avatares de una definición de la identidad nacional peruana y latinoamericana durante el período republicano. Como se recordará, la polémica sobre la veracidad y la sinceridad del Inca en sus informaciones, cuestionadas por el historiador González de la Rosa, fue aparentemente resuelta por la defensa que del Inca hizo José de la Riva-Agüero al insistir en que Garcilaso constantemente citaba de manera explícita a Blas Valera y que, por lo tanto, resultaba injusto acusarlo de plagiario y poco original. En la época, después de todo, ésa era una práctica común. Nada fuera de lo anecdótico tendría la polémica si no fuera porque el propio Riva Agüero se encargaría en 1916 de hacer un "Elogio del Inca Garcilaso" en que delineaba la que para él era la característica más valiosa de la obra y figura del Inca: su latinismo, es decir, su completa integración al universo cultural sur europeo, cuyas coordenadas y tradición supuestamente llegó el cusqueño a dominar de manera magistral. Es decir, se resaltaba la cultura de elite de Garcilaso, pero enfatizando únicamente su raigambre renacentista.

Era lógico que con el vigoroso desarrollo del indigenismo desde esos mismos años se intentara recuperar a un Garcilaso menos europeizado y más afín a la agenda de autorreconocimiento de la identidad peruana a partir de sus bases nativas. El emblemático título de Garcilaso el Inca: visto desde el ángulo indio, acuñado por Luis E. Valcárcel en 1939, intenta recuperar los elementos de expresión afectiva desplegados en los Comentarios reales en relación con el universo indígena, para concluir que la subjetividad del Inca era más afín a la sensibilidad andina que a la española. No entraré en detalles sobre los argumentos esgrimidos por Valcárcel, pues son muchos y no todos fácilmente desechables, aunque sí cabe anotar que en relación con el análisis textual dentro del desarrollo de una disciplina con su propia terminología y sus propios parámetros epistemológicos, no será hasta la década de 1950 que se vean los primeros frutos.

Fue entonces que empezó a cobrar más importancia la figura de Garcilaso en la crítica literaria (recordemos que tanto González de la Rosa como Riva Agüero y Valcárcel eran historiadores). Esta labor fue principalmente desarrollada por José Durand y Aurelio Miró Quesada, aunque las importantes investigaciones de Raúl Porras Barrenechea por esos mismos años ampliaron las bases biográficas para el rastreo de la inmensa cultura humanista del Inca. El gran legado de Durand y Miró Quesada consistió en la revisión sistemática de los tópicos y fuentes textuales visibles en la obra de Garcilaso, principalmente en los Comentarios reales. Así, Durand pudo identificar numerosos elementos que tenían correspondencia con la tradición filológica, la literatura de los anticuarios, los tratados neoplatónicos renacentistas, la filosofía política neotomista, la literatura, la prosa historiográfica y otros sectores de la producción cultural europea hasta entonces apenas vislumbrados. Por su lado, Miró Quesada sistematizó mejor que nadie los datos biográficos del cronista (v. El Inca Garcilaso de la Vega, su obra cumbre), articulándolos con sus posibles lecturas de la literatura española y el Renacimiento en general, y complementando así las filiaciones inicialmente planteadas por Durand en el ya mencionado artículo "La biblioteca del Inca" y muchos otros dispersos en revistas y compilaciones.

Curiosamente, fueron los propios Durand y Miró Quesada quienes insinuaron que no debían soslayarse los aspectos de la tradición oral indígena cusqueña, aunque apenas llegaron a señalar la incaica costumbre silenciadora del pasado histórico negativo (v. "Los silencios del Inca" de Durand) y, más tarde, la veracidad de las fuentes en algunas informaciones de carácter mítico (v. "Garcilaso Inca jura decir verdad", también de Durand). Este acercamiento fue complementado en buena medida por el historiador Franklin Pease, quien reconoció que la información sobre el tributo indígena en tiempos del incanato era en Garcilaso mucho más exacta que la de otros cronistas y equiparable a lo que los modernos estudios sobre antropología y etnohistoria andina han establecido (v. su "Garcilaso andino").

Sin embargo, la fascinación ejercida por la imagen de un Garcilaso prácticamente inagotable en cuanto a sus fuentes clásicas y renacentistas prevaleció en buena medida por el propio entrenamiento de la crítica literaria, que pocas veces se ha arriesgado -en lo relativo al garcilasismo, al menos- a incorporar conocimientos surgidos fuera de su perímetro epistemológico o de los consabidos datos históricos y biográficos. De este modo, se fue reforzando lentamente el paradigma del mestizo aculturado como referencia modeladora de la identidad latinoamericana, con énfasis en su amplio dominio de la bibliografía más allá de la propia España, aunque sin salir de los límites del Mediterráneo. Se consolidó de este modo una heroica figura cultural que adelantaba la supuesta permeabilidad latinoamericana a las fuentes occidentales, superando las estrictamente hispánicas. El sueño de Riva Agüero y su mentado latinismo parecía, pues, haberse cumplido. Muchos estudios de gran valor se han publicado dentro de esta perspectiva y se han constituido como el corpus crítico más importante dentro del garcilasismo. Los ejemplos sobrarían, y no me detendré aquí en hacer un resumen que podría resultar interminable. Ni mencionemos que esa ruta aún merece desarrollos y profundizaciones en relación con muchas fuentes a veces no aludidas por la crítica, o al menos no siempre estudiadas. En este sentido, el reciente ensayo de José Luis Rivarola que acompaña la edición facsimilar de la princeps de 1609, aparecida en España en 2002, es la continuación de un gesto crítico incapaz de trascender las fronteras disciplinarias textualistas y las referencias europeas y europófilas.

Sin embargo, gracias a la influencia de las reformulaciones postestructuralistas y al saludable borramiento de las fronteras disciplinarias, el objeto de estudio llamado "la obra del Inca Garcilaso" se ha convertido en algo más que la mera y muchas veces compleja enumeración y análisis de sus fuentes y tópicos principales. Los ya mencionados artículos de Durand y de Pease fueron el antecedente de estudios más cercanos y amplios como los de César Delgado Díaz del Olmo (El diálogo de los mundos), el que esto escribe (Coros mestizos del Inca Garcilaso), y Song No (tesis doctoral en la Universidad de California-Berkeley). Ahora se suma a esta trilogía el libro de Christian Fernández, producto de una investigación seria emprendida como tesis doctoral en la Universidad Johns Hopkins de Estados Unidos. Lo cierto es que pocos garcilasistas se animan a emprender los senderos del conocimiento, siquiera somero, del quechua y sus distintas oralidades, así como la revisión de la amplísima bibliografía etnohistórica y antropológica sobre el universo del Inca Garcilaso, incluyendo, ciertamente, ese sector indígena y cusqueño -el menos explorado- del conjunto.

En tal sentido, este primer libro de Christian Fernández anuncia a un crítico ya maduro y vuelve a abrir el debate sobre las posiciones críticas y epistemológicas que algunos intelectuales asumen cuando hablan del "aculturamiento" del Inca Garcilaso, sin ver que, irónicamente, podría tratarse más bien del aculturamiento de cierta crítica no comprometida con la actualización teórica más fructífera de los últimos años.

 

Notas

(1) Esta sección reproduce con ligeras variantes parte de mi artículo "Donde se cuenta la historia de un muerto renombrado y de algunos nuevos avatares del garcilasismo (crónica de las novenas Jornadas Internacionales Inca Garcilaso: El universo de Garcilaso, 2002)", aparecido en: Colonial Latin American Review XII, 1, pp. 119-128.

(*) Profesor del Departamento de Lenguas Romances de la Universidad de Harvard. Su más reciente publicación es Poéticas del flujo. Migración y violencia verbales en el Perú de los 80.
 

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