Gustavo Flores Quelopana
El problema de Dios y el extravío metafísico de la filosofía contemporánea El problema de Dios y el extravío metafísico de la filosofía contemporánea

Por Gustavo Flores Quelopana
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I
La Subjetivización de las Esencias
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El hombre de la modernidad separándose de las esencias se ha separado del Ser y del propio Dios. La modernidad colocó a la Subjetividad como fundamento, lo cual implicaba una destrucción de la metafísica de las esencias, porque las esencias no dependen del Sujeto. Pero Heidegger para recuperar el Ser preconizó una “demolición del Sujeto”, implicando con ello una destrucción de la metafísica de las esencias, porque consideró que las esencias dependían del sujeto. No obstante, la subjetivización de las esencias en conceptos es un hecho propio de la modernidad y es parte de una metafísica del conocimiento que debe ser subsanada, cuando no superada. Todo lo cual indica que de poco sirve la “demolición” del Sujeto como fundamento, si ello no implica la recuperación de Dios como cimiento del mundo.

II
Dios y El Ser


La filosofía moderna entronizó a la Razón en lugar de Dios, mientras que lo posmoderno destronó a la Razón y a la Ciencia para declarar que el mundo es Voluntad, individual por cierto, o que el mundo es lo que decidimos acerca de él. El mundo deviene en interpretación, de ahí que la nueva reina de las ciencias sea la hermenéutica. El nuevo ideal no es Dios, ni la Razón, sino la Voluntad libre. ¿Qué fue lo que determinó el extravío de la metafísica en el mundo occidental? Es indudable que la secularización del pensamiento y de la vida ha influido sobremanera para que el Yo moderno transite en un proceso de autodeificación de Dios a demonio y para que el hombre pierda el sentido de criatura.

A propósito hay autores que han sostenido con indudable exageración que ningún aporte original hace Europa en materia de filosofía religiosa. Su supuesta absoluta incapacidad para superar lo que hereda de Oriente a partir de la idea de la divinidad única contrastaría de modo extraordinario con su aptitud creadora en otros terrenos (arte, filosofía, ciencia y tecnología). Pero esta idea no es exacta y menos cierta, porque en materia de filosofía religiosa se debe a Europa el inicio de las formas secularizadas de religión. El alicaído marxismo y hoy el triunfante neoliberalismo, por ejemplo, son las últimas formas de religión secular creadas por Occidente. Pero estas son versiones inmanentes del sentido de lo religioso.

Aquí se tratan de ideologías que afirman un tipo de Absoluto terrenal: la Justicia social, uno, y la Libertad económica, el otro. Sin embargo, el absoluto del neoliberalismo es un absoluto relativizado por un yo egocéntrico y sibarita. Los absolutos en sentido fuerte, como eran el Absoluto metafísico de la filosofía, el social de las ideologías revolucionarias, y el natural de la ciencia están abolidos.

El extravío de la metafísica en la actual erosión nihilista posmoderna es sólo parte de un proceso más grande que lo involucra, y en el que tiene la batuta rectora la revolución tecnológica, incluso sobre la globalización económica y el neoliberalismo político.

En el fondo se trata de un problema metafísico, porque la revolución tecnológica al hacer inestable y virtual lo real, con preponderancia de lo artificial, lo que hace en definitiva es poner en cuestión la propia realidad de lo real. En una palabra, el histórico extravío actual de la metafísica es por sí mismo un crucial problema metafísico para nuestra época.

El extravío de la metafísica y el auge del ateísmo son consecuencia del fenómeno de secularización sólo porque la secularización misma representa todo un acontecimiento metafísico. La modernidad desembocó hacia la búsqueda de un imposible encuentro conceptual con Dios, basada en la reducción subjetivista y antropocéntrica de la esencia a concepto y representación, que terminó obliterando su encuentro existencial.

De este modo, la trascendencia y la fe cristiana sufrieron aceleradamente un proceso de extrañamiento que desalojó la revelación de Dios por la fría objetivación del mundo. La pretensión de interpretar lo religioso objetivando lo trascendente terminó disolviendo a Dios en el análisis filosófico conceptual para anular su encuentro existencial.

La filosofía de la esencia y de la existencia en sus principales líneas se negó a igualar el Ser con Dios, para sostener que el pensamiento sin Dios está más cerca del Dios mismo. Lo cual reforzó la idea que el dios de la imagen eclesiástica ya no es creíble, haciendo que el hombre deje de ser el protagonista de dios que lleva lo inmanente a lo trascendente y proceder hacia una antropotecnia antropolátrica que se regodea en su finitud e historicidad.

La secularización es la representación del mundo como objeto de la libertad humana, pero esta representacionalidad avasallante del mundo sólo sería inconcebible sin la idea equívoca que subyace en su seno, cual es, el sentido de la univocidad del ser. La univocidad del ser, que alcanza su pináculo en el hombre absoluto y autónomo del panteísmo hegeliano, coloca erróneamente la existencia del hombre y de Dios en el mismo orden temporal. El dios trascendente queda cancelado en el ateísmo contemporáneo por la sustancia metafísica del Sujeto histórico y absoluto.

Esto es, que la esencia misma de la representacionalidad de la secularización lo constituye el acontecimiento metafísico de la univocidad del ser, que va imponer un esquema ontológico de lo exclusivamente inmanente cancelando en la teoría y en la práctica la posibilidad de un dios trascendente.

El proceso de secularización es consecuencia del proceso de extrañamiento del ser mismo, por el cual el marco onto-teológico es reemplazado por otro exclusivamente ontológico.

Hace falta una completa inversión del panteísmo idealista, de la filosofía del sujeto autárquico y del origen humano de la verdad; para asumir la diferenciación entre ser y ser conocido. Hace falta un sano realismo metafísico, donde el mundo tiene un sentido que el hombre lo descubra, pero que no lo incapacita para crear valor y sentido a la vez.

Hace falta superar el olvido del ser, reemplazando el Yo único y soberano que elimina toda verdad extrahumana y todo encuentro existencial con dios. Se impone así, en medio de la crisis de la razón universalista de la modernidad, un verdadero giro metafísico capaz de superar la contradicción entre lo divino y lo humano, lo trascendente y lo inmanente.

Ya en “Ser y Tiempo” Heidegger realiza una “demolición” del Sujeto como fundamento, que es la base de la Modernidad y una llamada de atención que nos despierta a “recordar” lo “olvidado” en medio de todo este proceso. Aunque se trata de una “demolición” que involucra desacertadamente a la metafísica de las esencias.

El maestro Eckhart solía decir que para que Dios pueda entrar en ti, deben salir de ti tres cosas: el tiempo, la corporalidad y la multiplicidad. Y es que así como no hay mayor obstáculo para llegar a Dios que el tiempo, del mismo modo no hay mayor impedimento para salir del Sujeto que el hombre permanezca en sí mismo como una propiedad.

El hombre, dice el Bhagavad Gita, es hecho por su creencia, según cree así es. Y el Dhammapada subraya que la mente es lo que da a las cosas su realidad. Quien obra con mente impura, el pesar le sigue. Así, el hombre desde la modernidad gira en torno a su espacio egocentrado, ha pensado más en lo que debería hacer y menos en lo que debe ser.

Una verdadera “demolición del Sujeto” no implica una destrucción de la metafísica de las esencias como preconiza Heidegger, porque las esencias no dependen del Sujeto. La subjetivización de las esencias en conceptos es un hecho propio de la modernidad y es parte de una metafísica del conocimiento que debe ser subsanada, cuando no superada.

La modernidad colocó a la Subjetividad como fundamento, y esta ubicación montada sobre los hombros del escepticismo antiguo, el nominalismo medieval, el temporalismo racionalista y el empirismo moderno facilitó el surgimiento del humanismo antropocéntrico, el extravío de la metafísica de las esencias, la erosión nihilista y la convergencia hacia la sociedad postmetafísica.

Los males de la modernidad tampoco son consecuencia de ella misma o de su lógica interna exclusivamente, sino que pertenecen a la propia estructura de la condición humana. Dios, escribe Tomás de Aquino, no crea directamente el mal, pero permite la presencia de los males físicos y morales, consecuencia del pecado original, para recordar por contraste la perfección de todo el universo.

Además, en el entronizamiento del Sujeto como fundamento de la modernidad también influye el hecho de que Dios y las verdades de la metafísica de las esencias no son verdades evidentes. Las cosas que son primero en el orden del ser no lo son precisamente en el orden de los conocimientos humanos, pero el hombre de la modernidad rompiendo con la distinción metodológica entre los que es “por sí” y lo que es “para nosotros” se queda con éste último hasta constituirse en el creador de la totalidad de la realidad.

Existe un antiguo Proverbio Sufí que dice: “Si no has visto al diablo, mira a tu propio Yo”. El libro de la Teología Germania dice algo parecido: “Nada arde en los Infiernos, sino el Yo”. Así se hace comprensible que un místico como William Law diga que “Tu propio Yo es tu Caín que asesina a tu Abel”. En un sentido parecido insiste el maestro Eckhart cuando escribe: “Dios una sola cosa espera de ti, que salgas de ti mismo para que El pueda entrar”. El gran novelista ruso León Tolstoi también constata el hecho que: “Está en mi facultad servir a Dios o no servirle. Sirviéndole aumento mi bien, no sirviéndole renuncio a mi bien”. Y en el Lejano Oriente Chuang Tsé también afirma: “Si tu mismo cuerpo no es tuyo ¿por qué lo sería el Tao?

El hombre de la modernidad separándose de las esencias se ha separado del Ser y del propio Dios, ha renegado de su propia condición de criatura. Y esta es la condición por excelencia del avance de un mundo luciferino. El mundo luciferino no es el mundo del reino exclusivo del mal, sino que como el propio Evangelio lo señala: “La cizaña y el trigo crecen juntas hasta el final de los tiempos”. Y esto es parte de la naturaleza ambivalente del mundo, donde crecen al mismo tiempo el reino del mal y el reino del bien. Claro está que existen épocas en que un reino prevalece sobre el otro, y este el es caso nuestro, en el que despunta el reino del mal.

El problema del mal es un misterio sui géneris que penetra incluso en el orden superior preternatural, irrumpe en la propia región de lo sobrenatural con la intención de destruirlo, por eso se constituye en un misterio que contradice no sólo la región de la gracia sino incluso de las Personas divinas. El mal es contrario al orden de la santidad, siendo común al hombre en estado original, al hombre actual y hasta a los ángeles. La propia Caída del hombre es sobrenatural y sobrehumana, de ahí que Dios envíe a su Hijo en el misterio de la Redención para salvar de la ruina a la vida divina del hombre, vida que no radica en el hombre mismo y sí más bien en Dios.

No obstante, esto no quiere decir que el mal exista per se, y esto es debido a que Dios crea todas las cosas buenas. Ontológicamente el ser y la bondad son buenas, incluso los virus son por sí mismos buenos aunque sus efectos sean malos. Todo ser en sí mismo es bueno hasta que desordena o se corrompe. En términos tomistas, la completa maldad es un imposible metafísico pero no es un imposible moral. De ahí, que el extravío egolátrico del hombre realzado en la modernidad es profundamente de carácter moral, fruto de la privación con la ley moral natural o con la ley divina en el acto humano libre.

La esencia de Dios y de la verdad permanecerá por siempre desconocida para el hombre temporal y preternatural, y esto ocurre porque la existencia de la verdad en general no hace que la existencia de Dios sea evidente por sí misma. Como su esencia nos es desconocida son posibles el antropocentrismo, el ateísmo y el agnosticismo. Sin la experiencia de la “dependencia existencial” –que no es una vinculación lógica sino ontológica- entre lo finito y lo infinito es imposible descubrir la relación existencial de dependencia de los seres empíricos respecto a un ser invisible que los trasciende.

Heidegger coincide con Tomás de Aquino en que el ser no es Dios ni el fundamento del mundo. Dios no es el ser, es la causa de todas las cosas y no puede ser subsumido bajo el ser categorial. Dios no es, más bien es el principio de todos los modos de ser. Dios es impredicable, es Espíritu que sólo puede ser adorado en espíritu. William Law tiene una mejor frase: “La salvación no viene de ninguna doctrina, sino de la vida de Dios o el Cristo de Dios renacido en ti”. San Juan de la Cruz afirmó, por su parte, que “en silencio ha de ser oída el alma”, y de modo similar se puede afirmar que en Espíritu ha de ser escuchado Dios. A Dios sólo se le puede mentar, más no explicar. Dios existe aunque no se pueda saber positivamente lo que Dios sea.

Pero Heidegger se empeña en conquistar el ser, porque no siendo un ens in communi abstracto, se aproxima más al actus essendi o fundamento ontológico del que derivan las esencias y también la materia individualizadora de las formas del ser. Con esta estrategia cuasidivinizadora pretende superar el olvido del Ser. Pues, si Dios no es el ser sino su causa, entonces qué sentido tiene conocer primero la consecuencia antes que la causa. Obviamente que la conquista del ser no resuelve su olvido subjetivizante, al contrario lo profundiza, porque en la raíz del olvido del ser está el olvido de Dios, como su verdadera causa y fundamento último.

“¿Qué es Dios?”, se preguntaba San Bernardo respondiendo: “Aquel que es. Nada más apropiado a la eternidad que Dios es. Todo está incluido en las palabras El es”. El olvido del ser no se superará por eso precisamente, porque sin recuperar la “dependencia existencial” con Dios no se podrá reconquistar el ser perdido entre las brumas del nihilismo. El extravío metafísico es en el fondo un extravío teológico del hombre moderno, porque la pérdida de Dios trajo consigo la pérdida del ser.

Sin caer en el campo de la experiencia ni del conocimiento, sin que sea posible comprender positivamente lo que sea la divinidad, Dios mismo es ontológicamente la Causa primera del ser. La dependencia existencial sólo hace posible la predicación analógica de la esencia de Dios o de sus atributos, pero nada positivo se puede decir adecuadamente de su esencia. El misterio de la trascendencia divina que atraviesa a toda la creación es la condición sine qua non por la cual el hombre sólo puede connotar algún predicado que pueda aplicarse a Dios, sin por ello se pueda afirmar positivamente algo de la sustancia divina.

A la criatura racional sólo le queda el método analógico, como lo precisó el Aquinate, para hablar y pensar en Dios, pues el conocimiento positivo de Dios haría imposible el ateísmo y el agnosticismo. Tampoco la predicación analógica significa que la criatura racional tenga una idea adecuada de lo que Dios es. Dios es océano infinito de sustancia, actualidad pura que no recibe la existencia porque no admite en su ser distinción entre esencia y existencia, idea que no puede ser aclarada cabalmente por la criatura racional.

Al respecto San Bernardo indicó que: “Dios en su simple sustancia está igualmente en todas partes, en las irracionales y en los racionales, sin embargo puede ser comprendido por el conocimiento y por el amor”. La comprensión analógica y el amor son las vías regias para el conocimiento de Dios por parte de la criatura racional. Desde el plano metafísico podemos mentar las perfecciones Dios, entre ellas su Amor Perfecto, lo cual no significa que el hombre tenga una idea adecuada del amor de Dios.

Nuestro entendimiento y sentimiento imperfecto sólo alcanza una configuración muy limitada de la naturaleza perfecta de Dios. Es por esto que San Agustín decía que: “en la oración Dios espera que le pidas cosas espirituales, que pidas a Dios mismo”. San Francisco de Sales tiene otra forma hermosa de expresar la misma limitación humana: “No tengo deseos, ni deberíamos pedir nada, salvo querer que Dios quiera de nosotros”. El místico hindú Kabir, tejedor de profesión, también expresa lo mismo en una máxima de gran influencia: “Conocer te libra de todo deseo, siempre que conozcas a Dios”. Por último Fenelón, guía espiritual francés, lo expresa con mayor emoción: “Padre, mi oración es que me concedas lo que yo mismo no sé cómo pedir”.

La perfección superlativa de Dios es lo que hace que no podamos captar lo que Dios es y sí lo que no es. Sankara, reformador religioso hindú y figura sobresaliente del renacimiento del brahmanismo, escribió que Dios no puede ser definido por palabras ni por ideas, porque es aquel ante el cual retroceden las palabras. Y Dionisio el Aeropagita dijo: “Esto es en verdad ver, conocer y alabar a Aquel que está más allá de todas las cosas. A Dios hay que alabarle quitando que atribuyendo, subiendo de lo particular al Todo Uno”.

Como se comprende de suyo, la recuperación del ser requiere ir más lejos de lo planteado por el mismo Heidegger, lo cual no se trata de completarlo sino más bien de ir hacia el origen de las cosas, hacia el origen del ser. Superar la común negación de toda concepción de Dios que marxistas, existencialistas, posestructuralistas y posmodernos sostienen -señalando el horizonte de la finitud histórica sin la dimensión de lo trascendente, la revelación y lo inobjetivable- significa recuperar la “dependencia existencial” como criaturas.

Dios es el creador del mundo y del hombre pero el hombre es el responsable del acceso de la inmanencia a la trascendencia, es el protagonista que lleva lo mundano a lo divino, somos experiencias de la Eternidad, ante lo cual sólo cabe comprender que la subjetividad es una de las comarcas que sólo se hace metrópoli cuando recupera su dependencia con el Absoluto y comprende que Dios no es una doctrina ni un libro sino la Persona Jesucristo.

Para Arnold Toynbee todas las sociedades mueren porque no han podido vencer un último desafío. Muere el Imperio romano por no haber podido vencer el desafío de su desintegración interior y el empuje de los bárbaros. Murieron las polis griegas porque a pesar de luchar con éxito contra el gigante del Imperio persa, cayeron víctimas de propia lucha interna. El particularismo mató a Grecia. ¿Y en qué etapa de la Historia se encuentra nuestra sociedad posmoderna?

Epílogo

La sociedad occidental se encuentra ante un desafío tan terrible como hasta ahora ninguna otra sociedad de la Historia había tenido jamás. No existe determinismo ciego que nos conduzca infaliblemente a la muerte, pero para ello hay que resolver el desafío de la destrucción moral y la destrucción de la naturaleza. Resolver la última es menos complicado, aun cuando el tiempo se va agotando, que dar solución a la primera, que nace en corazón del hombre.

¿Ante este desafío moral nuestra sociedad tiene que morir? Entre el fatalismo de Spengler y el optimismo de Toynbee ¿es posible suponer la sobrevivencia indefinida de una cultura? ¿El extravío hermenéutico de la sociedad postmetafísica no indica, más bien, que nos deslizamos hacia el desastre? Schubart supuso que la cultura occidental es heroica y tiene una fase gótica y otra prometeica. Y sin embargo el nihilismo posmoderno no se parece a ninguna de ellas. El dinamismo de Occidente ha perdido profundidad, carece de optimismo metafísico y se hunde en la Nada nihilista.

Todo lo cual indica que de poco sirve la “demolición” del Sujeto como fundamento si ello no implica la recuperación de Dios como cimiento del mundo.

 

* Gustavo Flores Quelopana, Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía. Lima, octubre 2007.

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