Carlos Calderón Fajardo
"Ahora los escritores jóvenes y viejos sólo piensan en matarse"

Por Francisco Izquierdo Q.
Fuente: La Primera, Lima 13/08/06

En la narrativa peruana, la figura de Carlos Calderón Fajardo está ligada a un culto impasible. Con libros memorables como El que pestañea muere o Así es la pena en el paraíso, el escritor vuelve luego de seis años con La segunda visita de William Burroughs (Fondo Editorial de la UNMSM), una novela que trata sobre una ficticia segunda llegada del novelista de la generación beat a nuestro país.

Empero, el libro también es recuento de las generaciones del sesenta y noventa, y asume una pregunta clave, a través de los personajes Portillo y Moreno: ¿Cuál es el verdadero escritor? Con ello, Calderón Fajardo habló con nosotros.

 

-La novela presenta contextos reales y personajes fáciles de ubicar en la literatura peruana. ¿Es acaso un ajuste de cuentas?
-El libro parte de hechos reales, pero con personajes imaginarios. Parecería un ajuste de cuentas con ciertas personas, pero no. En todo caso, si es un ajuste de cuentas, sería conmigo mismo.

-Pero guarda relación con dos generaciones claramente definidas...
-Sin embargo no es una novela testimonial, ni del 60 ó 90, como Los geniecillos dominicales, que sí es el reflejo de la generación del 50.

-Es una novela dentro de la novela, con dos personajes encontrados: Montero y Portillo...
-La historia sigue la vida de dos personajes. Montero tiene el don literario, pero renuncia a él, se traiciona a sí mismo. El otro, Portillo, no tiene el don, pero sí una vocación. De todas formas, la vida de ambos es de sufrimiento. Luego surge la aparición insólita de William Burroughs, como fotógrafo, en la casa de Portillo.

-Donde se centra la especulación entre la fotografía y la realidad...
-Las dos dimensiones tangenciales de la novela. El establecimiento de un juego entre lo imaginario y lo real.

-¿Que llevaría a dónde?
-A la pregunta de la novela: ¿Cuál es el verdadero escritor? ¿El que escribe por vocación o el que escribe por don?

-¿Y cuál es su respuesta?
-Considero que por vocación, pues la única manera de ser escritor es trabajar mucho. Leer y escribir mucho. Tener dos características: ser incansable frente al trabajo, e indiferente, pues luego de este trabajo las compensaciones son pocas.

-El escaso reconocimiento...
-Eso pasa en todas partes y en todas las épocas. Sin ir muy lejos, el caso de Vallejo es el mejor ejemplo para nosotros.

-¿Usted cómo asume esto?
-Para mí, escribir es una tontería. La fama es muy pasajera y todo lo que está alrededor de ella se centra en cosas por demás superfluas. Entonces, ¿cuál es la compensación para el escritor? Ninguna. Aquel que escribe o es tonto o tiene una pasión ineludible. Pero esta persona debe su vida al arte. La pasión es el motor fundamental de su existencia.

-¿De dónde parte su escritura, entonces?
-Yo me formé, como escritor y lector, con la escuela alemana. Ya luego viajé a Francia, buscando el surrealismo. Fue allí donde me vi influenciado por la generación beat. Igual, todo lo que he escrito ha partido de mi vida, de mi transcurrir de todos los días.

-Este libro es un buen ejemplo de lo que usted afirma...
-Lo que pasa es que con esta novela me di cuenta que había sido influenciado, y de gran manera, por elementos de los sesenta. Algo que en su momento yo había descartado de lleno.

-Es una afirmación extraña, luego de sus primeros libros...
-Mis primeros libros fueron oscuros. Los lectores me consideraban un raro. Ya a partir del año 2000, con La conciencia de la plenitud, estoy en otra etapa de mi carrera. Pero siempre he creído que para escribir había que partir de la vida, no de lo imaginario, que es lo que hacen los escritores del 2000 para adelante.

-¿Pero eso, un trabajo a partir de lo imaginario, descalificaría acaso un texto?
-En absoluto: cualquier tipo de literatura puede ser buena o mala. Pero cuando digo que todo, desde mi punto de vista, debe partir de lo vivencial, no sugiero la bohemia o ponerte a beber y hablar tonterías hasta las cinco de la mañana. Ojo que la lectura, de por sí, implica una vivencia extraordinaria; se puede vivir, y mucho, así.

-Si la literatura del 2000 parte de lo imaginario, ¿cuál cree que es el referente de las generaciones anteriores?
-Voy al realismo sucio de los noventa, donde considero que sólo sobresale Óscar Malca. Fuera de él, el resto es una mala copia de los libros de Bukowski y Bret Easton Ellis.


Vargas Llosa, Goldemberg y Gutiérrez

-¿Cree que las figuras de Vargas Llosa o Bryce han opacado a los escritores de su generación?
-Yo diría que frente a eso hay dos factores. El primero sería la guerra interna. En los setentas éramos un grupo fuerte, de 20 ó 25 escritores. La mayoría de ellos escribió un primer buen libro, y los que vinieron después no fueron del todo importantes.

Ahí están los casos de Isaac Goldemberg, Gregorio Martínez, y hasta el propio Miguel Gutiérrez. Y entonces la guerra obligó a que ellos se callen, pues casi todos hacían literatura social, ya sea del modo militante o blandengue.

-¿Y el segundo factor?
-Es el fenómeno del mercado editorial, que ya en los ochentas surge y en los noventas se establece. Pero este mercado es muy limitado, y eso se ve en la actual lucha entre escritores, ya sean viejos o jóvenes: todos se quieren matar. En mi época no ocurría eso. Yo compartía muchas cosas con los llamados ahora "andinos" y "criollos".

-A propósito de eso, ¿qué opina de la última polémica entre ambos bandos?
-Esos bandos no existen. Todo surgió de una ocurrencia de Miguel Gutiérrez en un congreso de escritores en Madrid. Lo que en verdad pasa es una lucha por el mercado que, te repito, es pequeño. Y la realidad va por ese lado.
 
Perfil

Carlos Calderón Fajardo (Juliaca, 1946) es sociólogo de profesión (PUCP). Ha publicado trabajos de su especialidad en varias revistas académicas y en diarios de circulación nacional. Entre sus obras figuran: La colina de los árboles, El que pestañea muere, Así es la pena en el paraíso, La conciencia del límite, El hombre que mira el mar, El viaje que nunca termina y La conciencia de la plenitud.
 

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