José María Arguedas
Entre la literatura y la antropología Entre la literatura y la antropología

Por Luis Millones Santa Gadea
Fuente: El Comercio, Lima 29/05/07 http://www.elcomercioperu.com.pe/EdicionImpresa/Html/2007-05-29/ImEcDominical0729899.html

"Luego de escuchar a los sabios de las ciencias sociales como escritor que soy, me permitiré introducir un relato recogido en los Andes peruanos". Las palabras de José María estaban dirigidas a los historiadores, antropólogos y sociólogos que componían el selecto grupo de invitados del Centro de Investigaciones de Historia Americana de la Universidad de Chile. Perdido entre los alumnos, me impresionó la auto clasificación del ponente, que pasó a leer "El sueño del pongo". Era una fría tarde de 1965, en Santiago. No podía perderme el evento dirigido por Rolando Mellafe, el asesor de mi tesis. Además, tenía la satisfacción especial de haber conocido personalmente a Arguedas, un par de días atrás, en la casa de Sybila Arredondo.

Mi relación con nuestro autor y su esposa, siguió muy cercana, hasta que mis viajes me apartaron del país y fue en el exterior donde supe de su muerte La lectura de sus obras fue siempre el reclamo de que los temas sociales pueden ser escritos con emoción y buena prosa. Al leerlo nunca pensé que existiera una escisión tajante entre lo que Arguedas consideraba sus estudios antropológicos y una versión literaria de la realidad. Incluso en su tesis doctoral, resultado de su trabajo de campo en España, asoma con frecuencia la ficción por encima de la veracidad de sus cuadros estadísticos y las entrevistas recogidas en Castilla y Extremadura. El mismo Arguedas al hablar de su tesis la describe, seis años más tarde, como "una buena crónica; tiene, por tanto algo de novela y está salpicado de cierto matiz académico perdonable y hasta amenamente pedantesco y temeroso a la vez". Pero más allá de su declaración no puedo dejar de citar las comparaciones teñidas de favoritismo, cuando piensa en su lejana tierra: "La resurrección primaveral del mundo a la que asistimos desde los caminos de Sayago, en los alrededores de Bermillo, es otro acontecimiento nuevo para un hijo de los Andes, donde la naturaleza no se detiene nunca por entero en su función de germinar. Por ejemplo la flor del qantu, que es una de las más hermosas de los Andes, se da en pleno invierno, en plena sequedad. Y los arbustos y pocos árboles jamás pierden sus hojas".

La idea de comparar comunidades españolas con iberoamericanas, no era nueva. En los años 50, George Foster, había caminado por México y la madre patria con ese mismo afán. Tampoco es la única influencia que llega del Norte (México y Estados Unidos), a lo que podríamos llamar el esquema básico de su pensamiento antropológico. En uno de sus artículos ("El indigenismo en el Perú") Arguedas dice abiertamente: "Les debemos mucho a los antropólogos norteamericanos". Lo importante es que al mismo tiempo, es conciente de que tal influencia debe ser tamizada por la experiencia peculiar del área andina. En pleno auge del uso del concepto de aculturación, nuestro autor lo revisa para considerarlo como un proceso en el cual ha de ser posible la conservación o intervención triunfante de algunos de los rasgos característicos no ya de la tradición incaica, muy lejana, sino de la viviente hispano-quechua, que conservó rasgos de "loa incaica".

A José María le tocó la tarea de sostener la indianidad de los Andes en los momentos en que las ciencias sociales de Latinoamérica veían con sospecha la influencia intelectual de los Estados Unidos. Al mismo tiempo, la etnicidad estaba opacada por los manuales de la Unión Soviética y sus muchos repetidores. Sin que dejemos de lado el prestigio de Cuba, de cuyo fervor participaba Arguedas. Su angustia se vería justificada cuando el gobierno que siguió a su muerte decidió abolir a los indígenas y convertirlos en campesinos.

Al fantasma de la aculturación, proceso temido por Arguedas, que percibe que las poblaciones indígenas se someten a la intromisión de factores externos, sin la protección de las políticas del Estado, se suma la migración hacia la costa y el abandono que las comunidades serranas hicieron de sus lugares de origen. Es interesante observar que Arguedas mira este fenómeno desde la traducción del manuscrito de Huarochirí, que es probablemente el más importante de los documentos históricos andinos. Para hacerlo, abandona el rol de etnolingüista y transporta los personajes a la ficción, luego de hacer su trabajo de campo en Chimbote. El resultado es el torturado libro El zorro de arriba y el zorro de abajo, que resume muy bien lo dicho líneas arriba: el tránsito entre literatura y antropología es un su caso una ficción editorial, necesaria sólo en los términos de organizar sus materiales para publicarlos.

Esto no quiere decir que Arguedas no haya sido un observador agudo, con reportes precisos de las comunidades al alcance su de mirada. Al comparar los temas que inspiran la cerámica de México y el Perú, se detiene en los nuevos motivos de inspiración que llegaron a los Andes desde España: "El toro y el caballo hirieron hondo la sensibilidad india; hoy son ambos los temas fundamentales de todo su arte, y principalmente de su cerámica. Poco a poco el indio llegó a ser dueño del ganado vacuno y el caballo logró llevarlo en la mitad del tiempo que empleaba antes, a través de las pampas y de las lomadas frías del altiplano, sobre las cumbres de la cordillera, y hasta lo más hondo de las grandes quebradas andinas. Fue su animal más querido y más útil. Empezó a cantarles waynos y a modelarlo en arcilla y en el barro utilizándolo a su modo, según su alma, y en un esfuerzo apasionado por expresar su alegría y a su amor por la nueva conquista, por el animal extraño y maravilloso que lo hacía más dueño de la tierra y del espacio". Así lo dice en su artículo "La cerámica popular india en el Perú", observaciones igualmente detenidas y expresadas con el mismo cariño, pueden encontrarse en sus trabajos sobre las ferias, en especial aquella que se realiza en Huancayo, también al observar la siembra en la quebrada de Vilcanota o, en el mismo valle, cuando nos habla de la fiesta de las cruces.

La etnografía de Arguedas, aventaja a muchos de los "estudios" de sus colegas, dado que ha sido recogida en el escenario de los hechos. No tiene el refugio fácil de culpar a la guerra interna (1980- 1993) por la falta de trabajo de campo, ni tiene que esconderse tras el "discurso" de la postmodernidad que ha invadido las ciencias sociales, ni en la facilidad de Internet para conseguir información, lo que anularía el esfuerzo de viajar y conseguir fondos para hacerlo. Arguedas caminó el Perú, y habló con quienes le abrieron su cariño, porque lo reconocieron como uno de ellos.

Los que viven la maldición de ser intelectuales en sociedades donde esto resulta un castigo, no tienen por qué pensar que hay límites en el ejercicio de su saber. Si su obra es indispensable para literatos, antropólogos, lingüistas o historiadores, en buena hora. Serán muchos más los favorecidos. En un país donde la producción académica es escasa, mal considerada y peor pagada, lo único que podemos ofrecerle es nuestro agradecimiento. La imagen de José María que siempre aparece en mi recuerdo es aquella que renace cuando interpretaba una y otra vez a los personajes del "sueño del pongo", no en la charla aludida, sino en la familiaridad de su departamento. Al remedar al ángel viejo del indio, que enfrentaba a su amo, Arguedas cojeaba y se encorvaba, en una performance divertida e hilarante ¿Cómo no pensar que había soñado como el pongo? ¿Y al hacerlo, estaba haciendo antropología o literatura?

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