Martín Adán
Literatura: El arte de navegar Literatura: El arte de navegar

Por Peter Elmore
Fuente: Fuente: Domingo, El Comercio, Lima 24/09/06

Sesenta años de Travesía de extramares. El libro de Martín Adán, que es un conjunto notable de sonetos dedicados a Chopin, no solo rinde homenaje a la tradición, sino que la expande, la quiebra y la reinventa. Travesía de extramares es la obra madura de uno de los poetas más singulares del idioma.

Libro hermético, deslumbrante e insólito, Travesía de extramares, de Martín Adán, marca uno de los horizontes de la poesía peruana moderna. Fue exactamente hace sesenta años, en 1946, que los 52 "sonetos a Chopin" que conforman el volumen recibieron el Premio Nacional de Poesía. Cuatro años más hubo que esperar para que Travesía de extramares saliera de la condición de inédito prestigioso y se incorporara a las lecturas de los poetas jóvenes de una generación -la del 50- que probó no estar a la zaga de la generación vanguardista del 20, en la cual había destacado precozmente Adán.

"Poesía no dice nada/ poesía se está callada,/ escuchando su propia voz", declaran, sentenciosamente, los versos que le sirven de corolario a Travesía de extramares. Quien se pronuncia de ese modo -lacónico, seguro- sabe que ha recorrido ya las escalas del aprendizaje: tiene el derecho a hablar como un iniciado. Termina así un recorrido que comenzaba con el homenaje (pero también la despedida) al poeta modernista Alberto Ureta, que fue profesor de Adán tanto en el Colegio Alemán como en la universidad de San Marcos. Ciertamente, la escritura de Adán, exigente y extrema como es, no estuvo nunca bajo la sombra del lirismo discreto y melancólico del autor de Rumor de almas. Libre de lo que Harold Bloom llamó "la ansiedad de la influencia", Adán se permite reinventar y transfigurar a Ureta, que en los tres poemas iniciales de Travesía de extramares es exaltado a la condición de Maestro: "¡Tú, que sabes el monte y la llanura,/Ala espiritual, místico viento,/Arráncame de hogar y de contento/Y elévame a tu alero de aventura!", dice la primera estrofa del tercer poema, que -a diferencia de los que vendrán más adelante en el libro- no somete la forma clásica del soneto renacentista a una torsión rigurosa y audaz.
 
Marginal y excéntrico

Cuando los mil quinientos ejemplares de Travesía de extramares salieron de la imprenta, en un tiraje inusual entonces y ahora para un libro de poesía, a Adán lo rodeaba por más de una década un aura de poeta bohemio, marginal y excéntrico. En 1936 se había producido su primer ingreso a Larco Herrera, donde lo acogió -más como a un amigo que como a un paciente- el siquiatra Honorio Delgado. En Los geniecillos dominicales, de Julio Ramón Ribeyro, cuya trama discurre en los años 50, se lee el siguiente pasaje: "(...) el hombre que lo había saludado era un viejo escritor, un hombre que no había partido de cero, pero que había llegado a él, de soneto en soneto, hasta no ser otra cosa que un inquilino de hotel sórdido y un paciente de manicomio". El que piensa así, por cierto, es Ludo Totem, ese adolescente que no llega a ser artista. Por eso, la cita debe leerse como un elogio oblicuo al poeta, cuyo renombre es tal que Ribeyro no necesita poner el seudónimo de Rafael de la Fuente Benavides para que el lector de su novela sepa a quién alude.

En todo caso, fueron pocos los lectores que, como el poeta Javier Sologuren, entendieron la cabal importancia de Travesía de extramares, esa piedra de toque de la poesía peruana posvanguardista. Martín Adán estaba ya lejos de ser el muchacho que había escrito, con humor irreverente e imaginería ultraísta, los "Poemas Underwood" que destellan en La casa de cartón (1928). Al filo de los cuarenta años, el lector oceánico, políglota e intenso que era Adán escribe a partir de su canon personal, que abarca desde la poesía medieval y renacentista española hasta el simbolismo francés, pasando por el romanticismo alemán e inglés. En los epígrafes -entre los cuales hay no pocas citas de su misma obra-, convoca a Berceo, Mallarmé, Shelley, Keats, Hölderlin, Byron, Nerval, Apollinaire, Fray Luis de León y al anónimo autor del Cantar de Roncesvalles, para mencionar solo a algunos de una nómina muy vasta. Citar no es, en absoluto, una mera costumbre erudita, sino la marca de la vocación. Ser poeta, dice Adán, es "oir las sumas voces", metáfora que en Travesía de extramares significa, a la vez, la entrega a la inspiración y la apertura a la tradición.
 
Chopin y Adán

La palabra de la poesía no se inscribe en una tabula rasa, porque ella misma es -sobre todo- un caudal sonoro, pleno de sugerencias. De ahí que, como los simbolistas, el creador de Travesía de extramares considere que la música es el modo emblemático de la poesía. No en vano es Frederic Chopin el destinatario y el guía de la persona poética. La elección puede parecer curiosa, porque la admiración por Chopin y sus "Nocturnos" distingue a los modernistas, de José Asunción Silva a Darío, antes que a los poetas de la vanguardia, cuyos oídos apreciaban más al jazz y a Stravinsky. Adán precisa que el suyo no es "aquel Chopin de la melografía", sino el "antiscio de su travesía", que se expresa en la dolorida e introspectiva melodía del segundo "Preludio". Esa es la obra que el poeta asume explícitamente como leit motiv -es decir, como clave y emblema- de su libro.

Los sonetos de Travesía de extramares no declaran, como un tratado en verso, qué es la poesía y cuál es su sentido. Su propósito no es didáctico, sino experimental y especulativo. Así, por ejemplo, el símbolo de la Rosa (del jardín, del museo platónico, de la percepción, de la retórica, de la tradición clásica y de los vientos) permite, en el estupendo ciclo de las ocho 'ripresas', considerar la relación entre el poeta y su materia como un drama de la escritura. Ese drama es múltiple y nunca está fijo, porque la relación que trata se teje tanto con pérdidas y ausencias como con encuentros y hallazgos. En la lírica latinoamericana hay que remitirse a Muerte de Narciso (1937), de José Lezama, para encontrar una inquisición en el proceso de la creación poética que iguale a estos sonetos en intensidad y aliento.

Adán, que leía en varios idiomas, escribió Travesía de extramares en una lengua que no es extranjera sino, literalmente, extraña: un vocabulario arcaico, técnico y castizo se plasma en una sintaxis entrecortada, propensa a las interrupciones enfáticas y los saltos enérgicos. El poeta, que no navega sobre las aguas del lugar común, inscribe la dificultad de su viaje en la dicción y la textura de sus versos. "¿A qué tu cuadratura, Mi Piloto,/mi grímpola, mi tumbo, mi arganeo?.../¿Mi constancia no es la de mi deseo ?", apostrofa en un terceto ejemplar. Antes de entender el significado de todas las palabras, el lector aprecia la cadencia ansiosa de la interrogación y al aura de los vocablos, que parecen neologismos pero son, en rigor, voces del léxico marítimo: 'grímpola' significa banderola o gallardete; 'arganeo' es una parte del ancla. Así, el proceso de leer replica, de alguna manera, la experiencia del misterio y la aventura del descubrimiento que, intensamente, orientan a los 52 sonetos. Con este libro, su autor probó que no era un náufrago de la bohemia, sino un navegante temerario y lúcido. Sesenta años después de escrito, Travesía de extramares sigue llegando lejos.

Boletín semanal
Mantente al tanto de las novedades ¿Quieres ver nuestro boletín actual?
Ingresa por aquí
Suscríbete a nuestro boletín y recibe noticias sobre publicaciones, presentaciones y más.