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DE EDITORIALES

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PEISA y el florecimiento de sus proyectos editoriales en medio de la crisis
PEISA y el florecimiento de sus proyectos editoriales en medio de la crisis

Entrevista a Germán Coronado
Por Virginia Vilchez
Lima, julio 2008
 

Como actor y testigo privilegiado de la evolución del sector editorial y del libro peruano, el Director Gerente de Ediciones PEISA, Germán Coronado, nos cuenta sobre la crisis que afrontó este sector en la década del noventa, en especial su sello editorial, por el embate de la piratería, y la forma cómo supo superar esta situación con proyectos de edición conjunta con los diarios, lo que le permitió la publicación y venta de libros en cantidades nunca antes vista. Conocido como un ferviente luchador contra la piratería y como uno de los artífices de la Ley del Libro, Coronado encuentra en esta ley dos falencias: no obliga al Estado peruano a invertir recursos en la instalación de una red nacional de bibliotecas públicas y no crea un fondo de recursos financieros para apoyar al editor nacional y a la librería. Asimismo, expresa su preocupación por la “baja lectoría” en el Perú y aconseja cómo revertirla. Pese a todo, se siente optimista, porque hay señales de que “las cosas van mejorando”. Una de ellas es la recomposición de la red de comercialización del libro, hecho que se ha producido en los últimos años.

Para empezar, cuéntanos cuándo surge PEISA
-PEISA fue fundada en 1968, de tal manera que este año 2008 celebramos cuarenta años de actividad ininterrumpida en el campo de la publicación de libros, especialmente los de temas y autores peruanos. La empresa fue fundada por don José Muñoz Rodríguez, un ciudadano ecuatoriano afincado en el Perú desde mediados de la década del 40, dedicado a tiempo completo a actividades vinculadas con la circulación del libro. Él era un importante distribuidor de libros y revistas: fundó la Distribuidora Inca, luego abrió las librerías La Familia y a finales de la década del 60, exactamente el 9 de diciembre del 68, funda Ediciones PEISA.

¿Cuándo ingresaste a PEISA?
-Yo entré a la editorial formalmente a trabajar en junio de 1983. Había terminado mis estudios de Arquitectura y tenía un taller de carpintería dedicado a los acabados de obra y al desarrollo de proyectos de arquitectura. Una circunstancia tan significativa como el nacimiento de mis hijas gemelas me sacó de estos menesteres y me insertó directamente en el mundo editorial. Mi esposa, Martha Muñoz —hija de don José Muñoz—, quien gerenciaba la editorial hasta el nacimiento de mis hijas, me pidió quedarme “temporalmente” en ese puesto. Yo ya venía colaborando con ella desde tiempo atrás. Las Artes Gráficas no me eran extrañas porque mi papá fue autor y editor de sus propios libros: él era autor de varios textos escolares. En la casa familiar he visto a mi padre trabajando en sus textos; de niño lo he acompañado a las imprentas, he visto trabajar a los cajistas de linotipos, he conocido las pruebas de galera. He visto a los ilustradores y a los fotógrafos que venían a casa para hacer el trabajo de acabado… A la muerte de mi papá, en 1963, siendo aún niño, ayudé a mi mamá a continuar con la publicación de los textos de mi papá. Yo era, junto con mis hermanos, uno de los asistentes de la editora, que era mi mamá. Iba a las imprentas a contratar la producción de estos libros que cada año se hacían para los colegios; respondía las llamadas telefónicas de librerías de Huancayo, de Ica, de Ayacucho, de Tacna, Piura, Chiclayo, que pedían los textos de los que era autor mi padre. Yo había vivido todo esto y no me resultó nada difícil insertarme en el mundo editorial. Al iniciar mi gestión recibí el pleno respaldo de la familia Muñoz, que me apoyó decididamente en mi ingreso a este fascinante mundo de las ediciones. Como me iba bien, empecé a gestar proyectos, a generar ideas. Busqué a Juan Mejía Baca y él también me apoyó, con lo que terminé de insertarme en el mundo editorial. Cerré mi empresa de carpintería, vendí mis máquinas, liquidé a mi personal y me he dedicado desde entonces al trabajo como editor de libros, labor que comparto con Martha Muñoz.

¿No te arrepientes de haber abandonado la arquitectura?
-No, no me arrepiento. En el mundo editorial he tenido oportunidades realmente excepcionales de emprender y de culminar proyectos que ojala hayan significado un aporte para algunos ciudadanos. Con eso me conformo. No tengo una camioneta cuatro por cuatro y mi casa es una casa común (que necesita una buena remodelación varias veces postergada), pero siento que el mundo editorial ha resultado ser muy gratificante para mí en muchos aspectos, como el de la realización de tantos proyectos en los que nos hemos embarcado, con éxito. Claro que también ha sido ingrato en otros, pero así es la vida.

¿Cuál ha sido el mejor y el peor momento de tu permanencia en PEISA? ¿Por qué?
-El mejor momento, en términos de realización de proyectos, ha sido, al mismo tiempo, el período más difícil que me ha tocado vivir. A finales de los años 90, entramos en una profunda crisis económica por causa de la piratería orientada contra PEISA durante una década por Montesinos que, estoy seguro, quería quebrar la empresa. Estoy persuadido de que Vladimiro Montesinos enfiló el ataque de la piratería contra PEISA, porque nosotros éramos, en aquel entonces, los editores exclusivos en el Perú de Mario Vargas Llosa, quien se había convertido en el principal crítico del régimen corrupto. Hay que recordar que el 6 de abril de 1992, al día siguiente del autogolpe de Fujimori (disolver, disolver…, recordemos), Vargas Llosa pidió a la comunidad internacional organizar un bloqueo económico contra el Perú para expulsar a la que él llamó “dictadura cívico-militar”. Desde ese momento Vargas Llosa fue vilipendiado por el fujimontesinismo, a través de la prensa adicta al régimen, y hasta se le inició un proceso penal por presuntamente haber cometido un acto de traición a la patria. En un artículo publicado en un diario de circulación nacional, un conocido escritor y catedrático universitario pidió a sus lectores que no compraran los libros de Vargas Llosa en edición original. El absurdo argumento que esgrimía este personaje es “que un traidor a la patria” no merecía que le compraran libros originales y si alguien quería leer alguna de sus obras, debía comprarlas en edición pirata. Ese fue el inició de una campaña de demolición contra Vargas Llosa, y de carambola, ¡contra PEISA!. Cada vez que PEISA sacaba algún libro de interés nacional, como, por ejemplo, Ciudadano Fujimori de Luis Jochamowitz, o Desafíos a la libertad, del propio Vargas Llosa, inmediatamente se me lanzaban los piratas encima, me despedazaban. Esto fue así a lo largo de 10 años, del 92 al 2001 más o menos. Ya a fines del 2000 había caído el régimen corrupto pero los piratas seguían actuando bajo la misma lógica. PEISA era el blanco sistemático de sus ataques. Pienso que debe haber sido Augusto Bressani el encargado de esta campaña contra Vargas Llosa y contra PEISA, pues él era el enlace entre el SIN y la prensa basura, en particular el periodicucho ese llamado El Tío, que dirigía en pseudoperiodista José Olaya Correa. Estoy convencido de que Montesinos, por vía de estos siniestros personajes, nos echó encima las huestes de la piratería para que quebraran a PEISA. El presidente del directorio de PEISA, Alfonso Muñoz, fue secuestrado el 7 de junio de 1993 y al día siguiente del secuestro empezaron a aparecer, en la prensa amarilla adicta al régimen, notas agraviantes contra él, contra mi familia política, contra mi suegro, contra el señor Benites, gerente de La Familia. contra mí mismo. Esos artículos periodísticos hablaban de nosotros como si fuéramos delincuentes de la edición y comercialización del libro. De Armando Benites decían que era un infiltrado de Cuba en el Perú y que había que investigar sus “millonarias” y “secretas” cuentas. De mí decían que era quien manejaba la Cámara Peruana del Libro a mi antojo y, por supuesto, “con fines oscuros”, en fin, una serie de acusaciones absurdas. Yo comprendí que Montesinos estaba detrás de todo esto cuando leí el libro de Sally Bowen, El espía imperfecto (PEISA, 2003). Ella refiere, en esa obra en la que traza la trayectoria infame de Montesinos, que en 1993, cuando había bajado la intensidad de la lucha armada contra Sendero —Abimael Guzmán había sido capturado en septiembre de 1992 y la cúpula terrorista había sido rápidamente desarticulada, con lo que la organización había caído como un castillo de naipes—, el SIN y la Policía Nacional se quedaron sin enemigo al frente y, para no perder poder (y para que no le quitasen el presupuesto), Montesinos se inventó, desde el SIN, una ola de delincuencia común. No es que él participara directamente, sino que la dejó florecer. Esa ola de delincuencia que aterrorizó a la ciudadanía se desató, precisamente, el año 93. Aparecen entonces, en escena, las bandas Los Destructores y una terrible ola de delincuencia común... y también empiezan los secuestros. Lo que vivimos con el secuestro de Alfonso Muñoz (que estuvo cautivo, en condiciones inhumanas, durante de junio a noviembre de 1993) fue atroz. Nos extorsionaron durante los cuatro meses que duró el secuestro. Hasta la lectura del libro de Bowen yo no había relacionado estos eventos con la campaña de demolición contra la imagen de Vargas Llosa que había montado el mismo régimen corrupto, pero ahora puedo decir, con altas probabilidades de certeza, que el secuestro de Alfonso Muñoz está vinculado con la campaña que emprendió Montesinos por liquidar a PEISA, para molestar a Vargas Llosa, para quitarle presencia a sus obras, y, para que, como reclamaba el catedrático universitario Escajadillo en su malhadado artículo, cito de memoria: “impedir que Vargas Llosa saque un sol de este país por la venta de sus libros”.

¿Perdiste mucho dinero?
-Acumulé un millón y medio de dólares de deudas en esa década. Aunque, hechas las cuentas, perdimos el doble de esa cifra, por lo menos. Cada año perdía doscientos mil, ciento cincuenta mil, trescientos mil dólares. En realidad, yo veía que se me venía la noche pero seguía trabajando con intensidad. Mientras más golpes me daban, más rápido reaccionaba lanzando proyectos, libros, y luchando contra la piratería. Recordarás que yo encabecé el movimiento contra la piratería pero no lo hice para beneficio exclusivo de PEISA, sino para beneficio de todo el gremio. También por eso mientras más figuración adquiría a la cabeza de ese movimiento antipiratería, más duro me daban los piratas (alentados por Montesinos, qué duda cabe). Esa era una manera de bajarme la moral y las fuerzas. La lucha fue tan delirante que hasta me amenazaron de muerte y tuve que pedir garantías para mi vida. Como comprenderás, quedé sumido en una profunda crisis económica y anímica, pues en el gremio fueron pocos los que me respaldaron.

¿Cómo enfrentaste la crisis?
-Ya en medio de la crisis, me dije: ¿qué hacemos? O cerramos la empresa o la peleamos. Gracias a la solidez del equipo de colaboradores que tenía y aún tengo en parte, logramos desarrollar proyectos para los diarios. Es así cómo, en medio de la peor crisis sacamos adelante los proyectos más grandes que se han hecho en la historia del libro en el Perú sobre temas peruanos. Recordarás que el año 2001, PEISA sacó con el diario El Comercio la Enciclopedia Ilustrada del Perú del doctor Alberto Tauro del Pino. Fueron 17 tomos con un tiraje total de alrededor de 500 mil ejemplares. El año 2002 sacamos la Gran Biblioteca de la Literatura Peruana de El Comercio, que constó de 25 tomos y que tuvo un tiraje de un millón de ejemplares y el año 2003 sacamos La Gran Biblioteca de la Literatura Latinoamérica, encabezada por Cien años de soledad. Creo que soy el único editor peruano que ha publicado a García Márquez, cosa que me enorgullece. Esta colección vendió, si no me equivoco, 900 mil ejemplares. No tengo las cifras a la mano pero ese ha sido, más o menos, el panorama. Luego sacamos, con el diario La República, Historia y Arte del Perú Antiguo del doctor Federico Kauffmann Doig, 6 tomos, con una tirada de 300 mil ejemplares; sacamos el año 2005 El atlas departamental del Perú, en doce tomos, que tuvo una tirada de algo más de 500 mil ejemplares, y al año siguiente 2006 sacamos El Atlas Regional del Perú, en 24 tomos, del cual se tiraron 4 millones de ejemplares. En el 2005 lanzamos la hermosa colección en ocho tomos Santuarios Naturales del Perú de la que es autor Walter Wust y, posteriormente el Gran Atlas del Perú y el Atlas del Mundo, que sacamos con el diario La República, cada una de estas obras en un solo tomo. Creo que, de lejos, somos los editores que hemos lanzado, en asociación con los citados diarios, las mayores tiradas de obras de temas peruanos, y tal vez estas sean las obras que más impacto han tenido en el ciudadano en cuanto se refiere a la formación o estímulo de la identidad nacional.

¿Cómo se encuentra ahora PEISA económicamente?
-Hemos reducido considerablemente la deuda que veníamos arrastrando, gracias a tres o cuatro factores: En primer lugar, el esfuerzo y dedicación extraordinarios que han brindado los colaboradores que integran el equipo editorial de PEISA, comenzando por Martha Muñoz. Asimismo, la enorme comprensión de muchos de nuestros acreedores, entre los cuales se cuenta una que otra imprenta, uno que otro banco y varios acreedores pequeños que nos dieron plazo para pagar. A todos se les ha ido pagando. Otro factor muy importante ha sido el apoyo de los socios de PEISA y las empresas relacionadas, que me han respaldado en todo momento: me refiero a la familia Muñoz, al señor Benites y a las empresas allegadas. También debo mencionar a muchos libreros que siempre nos han sido leales y fieles y nos han pagado puntualmente, y, por último, los propios diarios y a los supermercados Wong, que nos han dado la oportunidad de canalizar las obras previamente descritas hacia el gran público y obtener dividendos que nos han permitido reducir el monto de la deuda. El hecho de que haya podido pagar más de un millón doscientos mil o un millón trescientos mil dólares de deuda en cinco años es muy satisfactorio. Nuestro nivel de endeudamiento es hoy día muy manejable. Todos los empresarios tienen deudas. Hoy en día yo tengo las deudas de la empresa bajo control, tengo una deuda que en poco tiempo más va a estar saldada por completo. Ha sido una lucha titánica. Por eso digo que, paradójicamente, los años de mayor crisis económica han sido aquellos en los que he podido proyectar con más éxito nuestro trabajo editorial hacia la comunidad, especialmente gracias a estos tirajes fantásticos. Esta ha sido también la época de mayor rentabilidad de la empresa. Hablo de estos últimos seis o siete años, del 2001 al 2007, cuando hemos podido hacer los proyectos con los diarios. Hemos realizado, también, proyectos fantásticos con la cadena de supermercados Wong: libros para niños. En 2006 y 2007 lanzamos, con esa empresa, casi un millón de libros de una colección de veinte títulos para niños: Los Bichitos Curiosos. Esta ha sido una gran satisfacción por que esta es una manera de conquistar lectores. Los destinatarios de esos libros son niños que en muchos casos quedan prendados del libro, enganchados con la lectura. Es curioso, pero los años de mayor crisis han sido también los de mayores satisfacciones.

¿Nunca se habían hecho tirajes tan grandes como los que hiciste con los diarios?
-Hubo un antecedente. En el año 1973, PEISA lanzó la Biblioteca Peruana, sin ningún diario de por medio, y vendió 120 mil ejemplares del primer número que era la Crónica del Perú de Pedro Cieza de León. Se publicaron, en total, 65 títulos en esa colección. No tengo a la mano la cifra del tiraje total, pero con seguridad hablamos de un millón de ejemplares y hasta de un poco más. La actual política de ventas de libros a través de los diarios corresponde a la lógica de estimular el consumo masivo de algún producto. Para tener rentabilidad se desarrollan, bajo este esquema, las llamadas ventas por impulso. Es un tipo de proyecto completamente diferente al que rige la vida de la librería convencional, de la editorial convencional. No nos olvidemos que el Perú de este año 2008 es un país de 28 millones de habitantes. Poco menos del 30% de la población está concentrada en Lima, con ocho millones de habitantes, donde la posibilidad de desarrollar proyectos de ventas masivas se acrecienta por esa alta concentración de la población. Si armas una campaña publicitaria bien hecha y tienes un producto con un buen perfil ya tienes asegurada la venta de cientos de miles de ejemplares. Pero, por supuesto, debes tener el respaldo financiero necesario para afrontar el proyecto y, tan importante como esto, debes tener acceso a los canales de distribución y comercialización masivos. Pero, como decía, este tipo de proyectos masivos no refleja la realidad del libro en el Perú ni la de los sectores editorial y librero nacionales.

¿Qué cambios se han registrado en el mercado y el consumo del libro?
-El mercado de libros se ha segmentado en los últimos años con mayor precisión que antes. Hace 20 años el mercado era más uniforme, había consumo de libros en varias capas sociales de modo indiferenciado. Yo he sido universitario en la década de los años 70. Los estudiantes íbamos a la librería Studium, que estaba en el jirón Camaná, o a La Familia, que estaba en la avenida Nicolás de Piérola (inexistentes hoy esos locales), a buscar los libros que podían reforzar nuestra formación por recomendación de los catedráticos. Todos comprábamos libros. Yo provengo de una familia de clase media que había entrado en crisis económica a raíz de la muerte de mi padre, pero igual se podía disponer de dinero para comprar libros y no solo yo, todos mis compañeros. Todos hemos leído en esos años a Borges, a Cortazar, a García Márquez, a Vargas Llosa, a Kafka, no sé, se me vienen los nombres de los autores que descubrí en esa época para mi propia fascinación y, supongo, la de mis compañeros de universidad. Todos teníamos acceso a las novedades editoriales y también a los clásicos. No había una barrera económica para leer. La clase media no tenía problemas y yo veía que mis compañeros –aun los de menor capacidad económica-, también compraban sus libros. El libro tenía espacio en nuestras vidas y no había ni la piratería en la escala en la que conocemos hoy, ni tampoco la dificultad para disponer de dinero y orientarlo hacia el libro. La gran crisis económica estalla en los años 80. Con la inflación de Belaúnde y la hiperinflación de García la economía de la clase media entra en profunda crisis y se abisman las diferencias entre un sector de la ciudadanía cada vez más pequeño y más adinerado y una clase media pauperizada, y, luego, más abajo en la escala económica, una multitud de ciudadanos empobrecidos.

¿Qué factores han generado esos cambios?
-Uno de esos factores es el altísimo éxito que en el Perú ha tenido la televisión a partir de los años 60. Los propietarios de los canales se las ingeniaron para hacer que la televisión peruana tuviese una gran presencia en la vida de la ciudadanía. Crearon redes de transmisión a nivel nacional y “narcotizaron” a grandes sectores de la ciudadanía con las telenovelas. La gente dejó de cuestionarse una serie de cosas porque era mucho más fácil llegar a la casa y engancharse con la telenovela. Eso, por un lado, empieza a hacerle daño al mundo del libro, porque la gente encuentra un medio de distracción fácil. Otro factor, es la ausencia de políticas de fomento del hábito de lectura en la escuela, porque la lectura es asumida, durante toda la década del 70 y especialmente durante la década del 80, como un acto obligatorio para orientar al alumno exclusivamente hacia el aprendizaje y adquisición de conocimiento en la escuela. Entonces, el niño y joven de aquellos años lo que hacía era leer por obligación y detestaba los libros, es decir, jamás encontró placer en la lectura.
Antes el libro estaba en las casas como algo habitual y la librería tenía una presencia en la vida del ciudadano, pero con tantas crisis, las librerías empezaron a cerrar. A inicios de la década de 1990 la mayor cadena de librerías que tenía el Perú, Librerías Studium, tuvo que cerrar. Hay una serie de cambios que le quitan presencia al libro en la vida familiar y en la vida del ciudadano común y todo esto termina en una calamidad con el advenimiento del neoliberalismo. Cuando se abren las fronteras en los años 90, ingresa al país un nuevo modelo de vida: el del consumismo desaforado, que cifra la felicidad en la capacidad de hacer un viaje al Caribe o a Miami cada dos por tres, en tener una camioneta cuatro por cuatro o un televisor para cada miembro de la familia y una serie de satisfacciones que podríamos calificar como hedonistas…

¿Se puede deducir de las publicaciones masivas que el público peruano esta leyendo más?
-Lo que pasa es que los libros que se publican a través de los diarios son los que corresponden a lo que se llama la venta horizontal, es decir, la venta masiva de libros, colecciones de libros, que a su vez son, por lo general, de un tema de impacto o de autores de gran renombre, es decir, allí no entra un autor desconocido, tampoco un tema que no sea rankeado como de alta demanda. Es lo que en términos de los distribuidores se llama distribución horizontal, son productos de corte masivo que llegan al mercado y se venden por impulso, libros que siempre van acompañados de una gran campaña publicitaria que empuja a la gente a desear, vivamente, poseer esos productos editoriales. El índice de lectoría es imposible de precisar en estos casos, porque no son libros que sean adquiridos por lectores habituales sino que son libros adquiriros porque se ha estimulado en el gran público el afán de coleccionismo que tiene como condición innata el ser humano. El ser humano, desde que existe como tal, colecciona toda clase de objetos. Hace decenas de miles de años coleccionaba piedrecitas, puntas de flechas, colmillos de los animales que había cazado o coleccionaba semillas. Ahora los millonarios coleccionan carros de lujo, embarcaciones, joyas. Hay gente que colecciona figuras de porcelana. Yo colecciono, probablemente como tú, determinado tipo de libros. Lo único que se hace con la publicación de esas colecciones de corte masivo es apelar a ese afán de coleccionismo de los seres humanos. Generalmente esas colecciones son fantásticas, tratan los grandes temas, “todo el pasado precolombino en una magnífica colección ilustrada a todo color”, con las mejores fotos de las joyas del señor de Sipán, por ejemplo, en el anuncio publicitario. Muchos padres de familia terminan comprando esas colecciones para suplir su propio desapego por el libro. Ellos quieren que sus hijos sí lean a diferencia de ellos, que nunca leyeron… es un fenómeno completamente al margen de la circulación, el consumo y la lectoría de los libros de interés general. Tampoco hablo del tema de los textos escolares, que es un fenómeno muy aparte que tiene su mercado específico. Las cifras que te mencioné de las colecciones que hemos hecho con los diarios son alucinantes, son gigantescas Yo diría ¡huuuy, cuánto se lee en el Perú! pero no nos engañemos, esos son solamente indicadores de lo bien manejadas que han estado esas campañas de marketing y del impacto que han tenido esas colecciones en la imaginación del gran público que se ha lanzado a comprar esos libros.

Piensas que en lugar de aumentar ha bajado el nivel de lectoría?
-Yo creo que sí ha bajado el nivel de lectoría en el Perú, desde los años 60 a esta parte.

¿A que creas que se deba?
-A dos factores: uno, cultural, resultado de que en la escuela no se ha fomentado el hábito de la lectura como un hecho recreativo, como un hecho gratificante. La lectura ha sido asociada durante el proceso escolar, para millones de escolares y durante décadas al odioso proceso de aprendizaje que ha sido detestado por los muchachos porque los textos eran inactuales, eran aburridos, eran sosos, eran poco atractivos. Y porque los programas de lectura eran una barbaridad, estaban mal diseñados. Les obligaban a leer obras que no les interesaban a los muchachos y esto es un factor que gravita negativamente en los hábitos. Recién ahora el Ministerio de Educación ha empezado a impulsar, hace un año o un poco más, ese famoso Plan Lector, bajo un esquema que por primera vez rompe el tradicional y aburrido criterio pedagógico orientado exclusivamente al aprendizaje y promueve, más bien, la lectura como un acto recreativo.

¿Cuál es el otro factor?
-El otro es que, acorde con esa política “didactista” en la enseñanza de la lengua y la literatura que nos ha regido durante más de 40 años, el Estado no ha hecho ningún esfuerzo por poner al alcance de la ciudadanía el libro en todas sus formas, el libro de todas las épocas, incluso las publicaciones más actuales, por medio de las bibliotecas públicas. No existen las bibliotecas públicas en el Perú. Salvo el local de Abancay de la Biblioteca Nacional y el nuevo local de Javier Prado, las demás son mini bibliotecas, mal surtidas, que no prestan ningún servicio o un servicio muy precario, de libros poco útiles para quien quiere leer. Si en Villa El Salvador o de Villa Maria del Triunfo o en Los Olivos, o sin alejarnos mucho, en Huaraz, Churín, Oyón, Supe, Barranca, Pativilca no encontramos bibliotecas, menos aún las encontraremos más lejos, en Juliaca, Ilave, etcétera. El Estado peruano no asignó, en los últimos 40 años el presupuesto necesario para comprar libros a la Biblioteca Nacional y menos aún para formar una gran red nacional de bibliotecas públicas. Como consecuencia de este tremendo descuido no tenemos un plan nacional de bibliotecas públicas y los ciudadanos que no tienen presupuesto para comprar libros en las librerías se han conformado con comprar libros piratas.

PROMOLIBRO, no está instalando bibliotecas?
-Las de Promolibro son unas bibliotecas ridículas, muy mal surtidas. Ofrecen resúmenes impresentables de obras: por ejemplo La Ilíada o La Odisea en 80 o 100 páginas. Esas bibliotecas son un insulto a la inteligencia. Presentan obras de autores universales, pero en unas versiones brutales, libros que no tienen ni pies ni cabeza; son obras de una calidad paupérrima y eso es lo que compra y ofrece a sus visitantes Promolibro. Muchos ciudadanos no han tenido oportunidad de desarrollar criterios para discriminar y tal vez por eso acepten esas versiones que deberían ser retiradas de los anaqueles de esas mal llamadas bibliotecas. Allí debería aplicarse el criterio del maestro, del biblotecólogo. Por eso creo hay que sacar a Yepes del Castillo de PROMOLIBRO, considero que está haciendo un daño terrible al mundo del libro y la lectura. Hay que cambiar las cosas en este ámbito.

Pero PROMOLIBRO esta integrado por…
-Sí, esa es una distorsión de la realidad del libro en el Perú: “puro floro…”

¿Qué opinas de la Ley del Libro?
-Mira, yo participé directamente en la redacción de la Ley, en el proyecto original, que luego fue modificado sucesivas veces en el congreso. Fuimos cuatro personas las que redactamos la ley marco (Martha Fernández de López, Patricia Arévalo, Hugo Vallenas y quien habla) y así se la presentamos a la entonces presidenta del Congreso, Martha Hildebrandt. Esto fue en 1999. La hizo suya y la doctora Hilderandt presentó el proyecto al Congreso, con su firma, en el 2000. Luego, en pocas semanas, otros ocho legisladores hicieron modificaciones y también presentaron “su” proyecto, pero todos basados en el proyecto de ley primigenio. Por supuesto que introdujeron algunas barbaridades que yo he combatido en su momento. La Ley promulgada cumple parcialmente con su finalidad pero tiene dos grandes falencias: una que no obliga al Estado peruano a invertir recursos en la instalación de una red nacional de bibliotecas públicas —que es un reclamo que hago y seguiré haciendo—. Esa debió ser la misión de PROMOLIBRO, pero los legisladores mutilaron ese aspecto de la ley en el Congreso por mandato, hasta donde sé, de P.P. Kucszynki y de Carlos Ferrero, Ministro de Economía y Premier, respectivamente, en esa época. Ellos impidieron que el Estado se obligara a instalar una red nacional de bibliotecas publicas con inversión permanente en la adquisición de libros, lo que sí hubiera dinamizado la industria editorial nacional y favorecería el hábito de la lectura. Hubiera sido magnifico que, por ejemplo, a los editores nos adquiriese el estado el 25% del tiraje inicial de nuestras publicaciones, por supuesto que a precio preferencial. Pongo un ejemplo: García Márquez anuncia el segundo tomo de sus memorias. Una vez que aparece ese libro, este debería estar inmediatamente a disposición de miles de ciudadanos en todas las bibliotecas de la República (hoy inexistentes) porque ese es el derecho del ciudadano, el acceso al libro y la lectura, a la información. Sin embargo, en lugar de invertir en libros, hemos visto cómo el gobierno de Toledo gastó millones de dólares en el famoso Plan Huascarán y García está gastando millones de dólares en comprar lap-tops (¿una lap-top para cada niño?). Pero esos niños no tienen criterio, es decir no han desarrollado todavía los mecanismos de discernimiento que requiere una persona para la tomar decisiones sobre lo que le conviene o no.

¿Cuál es la otra falencia de la Ley?
-El otro aspecto en el que la ley ha fallado es que no se ha creado el fondo de recursos financieros para apoyar al editor nacional y a la librería (el famoso COFIDELIBRO sigue siendo una ilusión o un engañamuchachos). La edición es una actividad muy difícil en el Perú y lo mismo la instalación y sostenimiento de la librería. Muchos editores han quebrado o las están pasando negras, más aún ahora que vienen las transnacionales a pretender avasallarnos. Esta es una lucha desigual. Ellos vienen con mucho capital. El Estado español les da préstamos al 3% de interés anual o cifra parecida a los editores que decidan instalar casas de representación en ultramar, es decir que vayan a conquistar nuevos territorios. Ese es el fomento a la actividad editorial en España. En el Perú, los editores no tenemos a quien ir a tocarle la puerta si queremos invertir en nuevos proyectos. Tenemos que arriesgar la plata del propio bolsillo (zurcido milagrosamente, en muchos casos) porque si vamos a un banco nos van a tirar la puerta en la cara y nos va ha decir: “no señor, su actividad es de alto riesgo”. Los bancos llaman a nuestra actividad “sector papel”. El sector papel no tiene asignación de crédito en los bancos, no tenemos acceso al crédito. Entonces ¿cómo competimos con estos gigantes que vienen de afuera?

¿Por qué un escritor peruanos prefiere editar con Alfaguara y no, digamos, con PEISA?
-Como te he contado, en el caso de PEISA hemos estado pasando por una crisis financiera que debilitó nuestra relación con algunos autores. Pero mantenemos en nuestro “establo” a muchos de los que han venido publicando con nosotros. Sin desmerecer la labor que hacen mis colegas de las editoriales transnacionales, que tienen importantes aciertos editoriales, creo, que algunos de los autores que publicábamos en PEISA se pueden haber ido a alguna otra casa por esnobismo (¿puede verse como más nice publicar en esos sellos?, no lo sé) o porque piensan que sus obras van a circular internacionalmente (lo que, dicho sea de paso, ocurre en muy contados casos). “Yo quiero estar donde esta Vargas Llosa”, han dicho algunos otros. Me parece una opción respetable. Otros están con PEISA, cosa que aprecio muchísimo, porque aprecian nuestro trabajo de edición y divulgación, pero cada autor es libre elegir con quién publicar. Yo nunca he sido partidario de amarrar a los autores, con cláusulas escritas con letras chiquitas (cosa que sí hacen algunos de mis colegas, especialmente uno de los editores españoles), porque creo que debería haber espacio para todos. Yo creo en la bibliodiversidad, creo que hay que fomentar la bibliodiversidad. Acabo de publicar un libro de Lucho Freire que creo que va a hacer las delicias de los lectores, creo que se va a vender mucho, que va a ser un gran éxito. Sigo publicando a Bryce, a Cueto, a Carmen Ollé, a Peter Elmore, entre muchos otros, es decir, hay para todos. Ahora, si alguno se va con alguna editora transnacional, por lo que sea, que tenga suerte y que lo acompañe el éxito. Estoy seguro de que nosotros hacemos un trabajo igual o mejor en algunos aspectos que el que hacen ellos. No me siento menos editorialmente que cualquiera de las editoras transnacionales que se han instalado en el Perú. Y lo mismo puedo decir de mis colegas de ALPE-Alianza Peruana de Editores, que vienen publicando obras de gran calidad, con gran acierto editorial. En el caso de la contienda que libramos con las transnacionales, si algún autor se va es por cantos de sirena: les dicen “te voy a divulgar internacionalmente” y por lo general esto no ocurre. Anuncio, eso sí, que PEISA también ha empezado a divulgar sus libros internacionalmente. He hecho un pacto de coedición con cinco editores, uno de Colombia, uno de Chile, uno de Uruguay, uno de Argentina y uno de México y vamos a dar la pelea, es decir, vamos ha hacer ediciones internacionales. Ya daremos a conocer nuestra lista de publicaciones.

Qué bien, porque el libro peruano es poco conocido internacionalmente.
-En nuestro caso, se debe a que estábamos desfinanciados. No he quebrado porque he recibido la ayuda y la comprensión de muchas personas, que difirieron las cobranzas y, por otro lado, porque trabajé, junto a un equipo extraordinario de personas, como un desaforado. Hubo una época, cuando hacia las colecciones para los diarios, que no iba a dormir a mi casa. Puse una cama en mi oficina, tenía una cama plegadiza y dormía por horas en mi oficina. Mis hijos y mi mujer venían a visitarme los fines de semana a mi oficina. Como tenía dos equipos que se turnaban y trabajaban las 24 horas yo tenía que estar presente a toda hora y esto porque las entregas de obras para los diarios son inamovibles y perentorias, cada semana había que cerrar un tomo de la colección. Me encerré durante cuatro meses a vivir allí. Era una locura. Dicho sea de paso me engordé como 5 kilos porque comía frituras, tomaba gaseosas con los muchachos, un grupo maravilloso de muchachos que me acompañó en la locura ésta. Pero fue lindo. Salíamos a comer a las 3 de la mañana, nos comíamos unas salchipapas, regresábamos a las 4:00 a.m. Algunos caían presa del cansancio y dormían un rato y a las 5:00 o 6:00 de al mañana ya estábamos otra vez dando la batalla. Es así como logramos reducir a menos de la quinta parte del monto inicial las deudas de la empresa en cinco años.

¿Cuál es la mas grande dificultad para un editor?
-Las cosas están mejorando porque se esta recomponiendo la red comercial. Durante los años 90 casi que había desaparecido la red comercial. Quebró Studium, la Familia redujo sus locales a cinco o cuatro después de haber tenido 29 locales, es decir algo gravísimo. No había librerías, sino unas pocas. Y sin una red comercial, es poco lo que puede hacer un editor.

Decías que se está recomponiendo la red de comercialización
-Sí. En primer lugar los libreros están nuevamente en el mercado, funcionando con relativo éxito. Ya no se atrasan, como se atrasaban hace 5 o 6 años, en los pagos. Fíjate hasta hace tres años el atraso era sistemático, ahora nos pagan con puntualidad. Eso ayuda a la caja del editor. También se han convertido en buenos libreros algunos supermercados como las cadenas Wong. Eso también ayuda. En los años 90 nos echaron de los supermercados a todos los editores y distribuidores de libros, pero por suerte los señores de Wong han comprobado que el libro es, comercialmente, un filón interesante, que el libro tiene su público. También hay otros puntos de venta que están empezando a funcionar como algunos cafés que venden algún tipo de libros y así el mercado se va recomponiendo poquito a poco en Lima. En provincias algo bueno esta sucediendo. Ahora hay una librería en Huancayo, hay dos o tres librerías interesantes en Cuzco, que antes no había; hay una librería (al menos una) en Chiclayo, hay dos o tres librería en Trujillo, hay librería en Piura. Hay librería en Arequipa, las del señor Ochoa, y la de al universidad San Agustín. La red del libro empieza a funcionar otra vez. La red comercial en los años 90 casi no existía. No había Crisol, no había Ibero, Zeta ya estaba, estaba también la librería El Virrey, aunque no tan bien instalada como está ahora su gran local. La otra librería importante, Época, había quedado sumida en una profunda crisis. Ahora el mercado se ha recompuesto y ya el librero esta respirando un poquito más, está vendiendo también un poquito más y, por lo tanto, está pagando mejor. Lo que falta es estímulo para toda esta cadena, es decir, debería haber créditos blandos, que es otro aspecto en lo que la ley ha fallado. Crédito blando para el editor y crédito blando para el librero. En el caso del editor, para que pueda hacer más ediciones y en el del librero, para que pueda invertir en instalar nuevos locales o para que amplié su local o lo remoce, o para que cambie su sistema de computo o lo que sea. Debería haber créditos a largo plazo y a bajas tasas de interés para nuestro sector, esto sí ayudaría. Estos son los dos grandes aspectos en lo que ha fallado la Ley del libro: la ausencia de Bibliotecas Públicas (con la consiguiente inexistencia de compra de libros por parte del estado a los editores y libreros locales) y por otra parte, la ausencia de créditos para el editor y el librero.

Hay un boom de editoriales, pero para muchos de ellos, el canal de distribución no es la librería, tampoco los supermercados, son otros los canales de distribución
- Si, digamos que son proyectos que van a dar frutos muy importantes en la mayoría de los casos… mira estoy reunido con algunos de ellos (veinticinco editores) en una alianza de editores que se llama ALPE (Alianza Peruana de Editores). Queremos incorporar a más editores de todo el país e impulsar el trabajo del editor independiente. Esto garantizará la bibliodiversidad, que es uno de los objetivos por los que luchamos. Y permitirá, probablemente, una más amplia circulación del libro, por los canales tradicionales y por otros nuevos que están siendo trabajados por algunos de los jóvenes editores.

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