Alberto Loza Nehmad
Alberto Loza Nehmad

Desde la otra esquina:
Traducciones de artículos, entrevistas, etc.

Wilhelm Reich, la gran voz del orgasmo
Por Peter D. Kramer
Originalmente publicado en junio de 2011 como “The Great Proselytizer of Orgasm”, Slate (http://www.slate.com/id/2297527/). Traducido por Alberto Loza Nehmad.
 
Reseña del libro de Christopher Turner, Adventures in the Orgasmatron: How the Sexual Revolution Came to America (Farrar, Straus and Giroux; 528 pp.).
 
Hoy en día, cuando el sexo se combina con la política, el resultado probable es la humillación. Pensamos en las fotos de la entrepierna, la suite del hotel Sofitel, el compartimiento del baño, el vestido azul manchado.[*] El sexo, que vemos como sórdido y compulsivo, es una señal del yo individual defectuoso: tendiente al riesgo, ansioso, compartimentado, engañado e hipócrita. Es difícil, quizá, recordar que alguna vez el sexo fue —en lo ideal— una política radical conducida por otros medios. Cuando Wilhelm Reich acuñó la frase “revolución sexual”, se refería a la transformación en todas las esferas: salud, matrimonio, economía, moralidad y gobierno. Era en el sexo, creía él, donde encontramos al ser individual integrado, liberado de la cultura alienadora y del estado autoritario. Aventuras en el orgasmatrón, de Christopher Turner, es en parte un informe desde el pasado, cuando el sexo mantenía la promesa de reforma social. Su libro lleva el subtítulo “Cómo la revolución llegó a América”, pero mayormente lo que Turner ofrece es una biografía, sexualmente centrada, de Reich, el gran proselitista del orgasmo.
 
Debido a su creencia en el orgón, una imaginada forma de energía, ahora Reich es un personaje de bromas (Orgasmatrón es el nombre que le da Woody Allen, en El dormilón, a una parodia del acumulador de orgones de Reich, una caja de madera prensada y metal del tamaño de una caseta telefónica, que se dice almacena una fuerza sanadora y vivificadora). Pero Reich es un personaje fascinante, injustamente pasado por alto. Si no hubiera hecho nada más, quizá sería conocido por la gran obra de su juventud, Análisis del carácter, un libro que cambió para siempre la manera en que se hacía psicoterapia. Lo que hizo a continuación —de manera loca, confusa— fue elaborar un sueño de sociedad salvada por el sexo.
 
Al final de la Gran Guerra, Reich, de 22 años y en la escuela médica, se apareció en el número 19 de la calle Bergasse para pedir una lista de lecturas. Se convirtió en el favorito de Freud. A mediados de la década de 1920, Reich era el director del seminario técnico de la Sociedad Psicoanalítica de Viena. Su contribución está resumida en el adagio, enseñado a generaciones de psicoanalistas, “Interpreta el carácter antes que el contenido”. Reich había observado que sus pacientes, como freudianos obedientes, podían compartir recuerdos de la escena fundamental pero ocultar, en torrentes de conversación, sentimientos vergonzosos ordinarios. Reich concluyó que tenía que tratar lo que llamaba la “coraza del carácter”.
 
Esforzadamente Reich cuestionaba a sus pacientes por usar una aparente cooperación como una manera de sabotear el cambio. Fritz Perls, el terapeuta de la Gestalt, encontraba a Reich “burlón e intimidador”. Pero Turner cita a un paciente que capturó el genio clínico de Reich:
 
Su agudeza para detectar el movimiento más leve, la más leve inflexión de la voz, una pasajera sombra de cambio en la expresión, no tenía paralelo... Día tras día, semana tras semana, llamaba la atención de un paciente hacia una actitud, una tensión en la expresión facial, hasta que el paciente podía sentir y percibir qué implicaba.
 
Ante la cuestión de qué línea debería seguir un terapeuta, Reich propuso enfocar las señales de retención y resistencia.
 
Freud vió que había fomentado un intento rival de poner el análisis de cabeza. En 1926, interrumpió una conferencia de Reich para objetar: “Por supuesto uno tiene que analizar e interpretar los sueños incestuosos tan pronto como aparecen”. Para Freud, con su interés puesto en los deslices verbales, las palabras eran la principal expresión de la mente. Pero la inflexión es material, también, y aparece simultáneamente con el informe sobre el sueño. La corriente mayoritaria pasó a adoptar la opinión de Reich de que la manera como actúan los pacientes es tan relevante como lo que ellos dicen. Con Reich, las defensas —narcisismo, agresión pasiva y el resto— salieron a primera fila. El psicoanálisis había adoptado otros intereses (notablemente, la empatía), pero la terapia freudiana tal como se la conduce hoy está más cercana a Reich que a Freud.
 
Si preguntamos de qué se defiende uno o qué se reprime, la respuesta, en el psicoanálisis clásico, siempre involucra el sexo. Pero qué es lo que se necesita que suceda con el sexo, es incierto. Cuando abandonó su propia fe original en el orgasmo, Freud retrocedió hacia una posición que favorecía alguna frustración de la energía sexual, que entonces podría ser canalizada a la creatividad. Reich adoptó la opinión previa de Freud del sexo como saludable y se hizo un torbellino (Turner cita la risa de la hija de Reich, Lore, en el sentido de que era obvio desde el inicio que su padre era maníaco depresivo: “¿Hay alguna duda?”). Reich tenía grandes planes para la reforma cultural mediante la educación sexual.
 
Fusionando versiones abandonadas del freudianismo y el marxismo, Reich veía la represión y la neurosis como causas y resultados de la propiedad privada burguesa y el patriarcado. Estableció clínicas sexuales gratuitas y recorría la ciudad en una furgoneta desde la que hacía proselitismo en favor del comunismo y el orgasmo. La expresión abierta de la libido, comenzando con el amor libre entre adolescentes, elevaría la conciencia política del proletariado. Pronto, Reich fue expulsado del movimiento analítico y el Partido Comunista.
 
Reich tenía admiradores entre los jóvenes analistas y la vanguardia literaria y artística. Un observador de una reunión reichiana a las orillas de un lago en 1930, describía la indulgencia de “una manera exhibicionista voyerista de aventuras amorosas semipúblicas, promiscuidad dramatizada, fiestas atrevidas y actuación de roles, además de bañarse desnudos”. Como Turner también demuestra, la idealización del sexo tuvo sus víctimas. Reich se emparejó con una ex paciente; meses después durante esta aventura ella murió, posiblemente por un aborto mal hecho. Reich pronto se interesó y se casó con otra paciente y se divorció de ella, Annie Pink, después Annie Reich (ella lo mantuvo alejado de sus hijos [de él], preocupada del abuso). El patrón de sexo con pacientes, estudiantes y acólitos —relaciones que a menudo eran desastrosas para las mujeres— continuó por el resto de la vida de Reich.
 
El vigor sexual es un ideal que es fácilmente asumido. Aunque Reich era antifascista, sus teorías ganaron favor en algunas ramas del nazismo. Turner cita un manual sexual aprobado por el Partido que favorecía “la masturbación infantil y adolescente y el sexo extramarital, y que hacía un llamado a todas las mujeres jóvenes a arrojar lejos las cadenas de la represión, para gozar de la ‘humanidad vibrante’ a la que tenían derecho”. La búsqueda de una potencia orgásmica justificaba el exterminio de los minusválidos y los homosexuales. En cuanto al capitalismo, Herbert Marcuse anticipó que el sexo sería fácilmente trivializado y convertido en una mercancía, en un sistema de producción y consumo de mercado masivo.
 
Sobre la inmigración de Reich a los Estados Unidos en 1939, la narración de Turner se vuelve el cuento picaresco del progreso de un demente. Reich estaba, según todas las apariencias y fuera de bromas, enfermo mentalmente, pronto a cambios de humor y delusiones persecutorias, y atraía a caracteres inestables, incluidos abusadores de niños, a su círculo interior. Pero en una posguerra de aburrido conformismo, Reich se convirtió en un héroe contracultural, un avatar de la licencia sexual como autenticidad existencial.
 
Paul Goodman, después conocido por Crecer absurdo, publicitó los escritos de Reich como “la psicología de nuestra revolución”. A través de Reich, Goodman promulgaba una filosofía que ganaría fuerza en la década de 1960:
 
Reich prometió, agitaba Goodman, restaurar a una población reprimida, a ‘a la salud sexual y los espíritus animales’, con orgasmos apocalípticos, una condición de bendición sexual en la que ya no serían capaces de “tolerar los trabajos mecánicos y rutinarios en que habían estado, sino que se pondrían a trabajar (no importa cualquier inconveniencia general) en algo espontáneo y directamente significativo”.
 
Turner describe a Reich en Estados Unidos como un personaje Zelig, apareciendo ocasionalmente especialmente en las vidas de escritores. Saul Bellow construyó un acumulador y encontró que curaba sus verrugas y mejoraba su respiración. J.D. Salinger, Norman Mailer, Allen Ginsberg, Jack Keruac y William Burroughs afirmaron haberse sentado en una caja de orgones absorbiendo las vibraciones. Ginsberg escribió a Reich pidiéndole una cita, pero Reich rehusaba tratar homosexuales. Mailer adoptó y jugó con la idea de que el orgasmo era el carácter, aunque después confesó a Turner que “el orgasmo apocalíptico siempre lo había eludido”.
 
En cuanto a cómo se evalúan las contribuciones de Reich, Turner es más cínico que romántico. Entiende que la sociedad organizada siempre limita la autonomía, que la liberación sexual tiene una relación incierta con la libertad política y que las organizaciones radicales y, más aún, los individuos radicales, tienden a salirse de los rieles. La precocidad y productividad de Reich, su alineamiento con ideales seductores y su extraño carisma le dieron una posición que persistió mucho después de que delusiones absurdas llegaran a dominar su mente. Lo más cerca que llega Turner a una evaluación es mediante Mailer: “Lo que era importante para mí era la fuerza, la claridad y el poder de los primeros trabajos [de Reich] y el atrevimiento. Y también el hecho de que creo que en un sentido básico, él tenía razón”.
 
¿Qué es el sentido básico? Parece que nuestra relación con el sexo siempre está un poco desajustada. Como cultura, no tomamos el sexo lo bastante seriamente aunque tampoco lo tomemos lo bastante ligeramente. Pero el ideal sexual es difícil de especificar. ¿Debería el sexo ser divertido, profundo, creativo, cariñoso, despreocupado, sublime, sísmico, apocalíptico? La lista de ideales que dejamos de satisfacer es interminable, pero también contradictoria. Y como lo sugieren nuestros escándalos políticos, es difícil quitarle al sexo su estatus de “fuera de la ley”. No necesitas ser un psicólogo evolucionista para imaginarte que, desde que la rapiña y la infidelidad son a veces estrategias adaptivas para la creación, la fuerza y la trasgresión probablemente seguirán siendo estimulantes, sin importar el medio social. El sexo puede ser siempre problemático.
 
Con todo, en el pasado medio siglo no hemos dejado por completo de progresar en el sexo, pese a que Reich no triunfó. Las mujeres están en capacidad de defender sus inclinaciones eróticas, en favor y en contra. Somos mejores cuando se trata de separar el acto sexual de la preñez, lo que según la mayor parte de los estándares es una bendición. Hablamos francamente en muchas circunstancias. La técnica es transmitida de manera franca y directa. Al menos estas verdades son ciertas para los privilegiados.
 
En Saving the Modern Soul, la socióloga Eval Illouz, describe lo que llama la estratificación emocional. Ella escribe acerca del pasaje en New Introductory Lectures, de Freud, en el que este contrasta a la hija del conserje —que vive en el sótano, participa en juegos sexuales, tiene una carrera exitosa y florece— con la hija del dueño de casa —que vive en la casa, aprende sueños de abstinencia, se vuelve neurótica y naufraga. Ahora, Eval Illouz observa, la gente de la casa recibe entrenamiento en competencia social y sexual. Podemos burlarnos de la educación emocional, pero sirve. Las personas de clase trabajadora entrevistadas, con más probabilidad que las de clase acomodada, se quejan de una pobre comunicación en el hogar y de relaciones fracasadas.
 
Leer Illouz y luego Turner me hizo pensar en el legado de Reich. En gran medida está en Oprah, en la amplia diseminación de consejos acerca de la intimidad y la autosatisfacción. La cultura de la confesión no ha llevado al nirvana político, pero podemos —yo puedo— ver un vínculo entre la inversión que hace Oprah en la conexión emocional y en el respaldo de ella a Obama (y que lo hayamos elegido), un organizador comunitario, un conciliador y el mejor memorialista elegido presidente. Esta conexión entre la conciencia personal y  política está más domada y es más tenue que todo lo que contemplara Reich, pero podría contener un indicio de su influencia.
 
Nota:
 
[] El autor hace referencia a los escándalos de las fotos a la entrepierna del senador Anthony Weiner; la acusación de violación —recientemente recusada— contra el presidente del FMI, Dominique Strauss-Kahn; el incidente de aproximación homosexual en el compartimiento de un baño del senador republicado Craig; el vestido azul de Mónica Lewinski, manchado de semen por el presidente Clinton. Nota del traductor.
 
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