Alberto Loza Nehmad
Alberto Loza Nehmad

Desde la otra esquina:
Traducciones de artículos, entrevistas, etc.

Vida y pasión de la burocracia vaticana

Por Tim Parks

Originalmente publicado como “The Passion of the Bureaucrats”. London Review of Books, 18 de febrero, 2016 (http://www.lrb.co.uk/v38/n04/tim-parks/the-passion-of-the-bureaucrats). Traducido por Alberto Loza Nehmad.

Reseña de los libros:

 

  • Avarizia: Le Carte che Svelano. Ricchezza, Scandali e Segreti della Chiesa di Francesco (Avaricia: las cartas que revelan. Riqueza, escándalos y secretos de la iglesia de Francisco)  Por Emiliano Fittipaldi.  Feltrinelli, 224 pp. 2015. ISBN 978 88 07 17298 4
  • Merchants in the Temple: Inside Pope Francis’s Secret Battle against Corruption in the Vatican (Mercaderes en el Templo: al interior de la batalla secreta del papa Francisco contra la corrupción en el Vaticano). Por Gianluigi Nuzzi, traducido al inglés por Michael Moore. Holt, 224 pp. 2015. ISBN 978 1 62779 865 5

 
“Muy bendito Padre”, escribieron cinco auditores internacionales al papa Francisco el 27 de junio de 2013, a los tres meses del inicio de su papado, “existe una casi total falta de claridad en las cuentas de la Santa Sede y del Governatorato”. La carta continúa:

Esta falta de claridad hace imposible establecer una estimación apropiada de la posición financiera real del Vaticano, ya sea como un todo o en relación con los elementos singulares de los que está compuesto. También significa que nadie puede realmente ser considerado responsable de su manejo financiero. Todo cuanto sabemos es que los datos que hemos examinado indican una tendencia seriamente negativa, y sospechamos profundamente que el Vaticano como un todo tiene un serio déficit estructural.

Seis días después, la carta, que continúa con algunas críticas cáusticas contra los administradores de la Curia, era parte de la documentación para una reunión de emergencia dirigida por el mismo papa Francisco. En una acción que  algunos se quejan es típica de su estilo de gobierno, él usó esta ocasión, no para pedir consejo, sino para anunciar una decisión que ya había tomado: la formación de un comité ad hoc dirigido a estudiar la estructura económica y administrativa del Vaticano. Denominado “Cosea”, el comité tendría ocho miembros, uno de los cuales, Jean-Baptiste de Fransu (52, francés), es ahora presidente de IOR, el banco del Vaticano, mientras otro, Monseñor Lucio Balda (55, español), está en la celda de una prisión acusado de haber filtrado los documentos que forman la base de los dos libros de esta reseña.

Cosea duró diez meses, y peleó una batalla crecientemente ponzoñosa con varios elementos de la Curia cuando esta luchaba para obtener la información que podría permitirle una imagen más clara de lo que sucede en el Vaticano. Dado que la Curia era abrumadoramente italiana y clerical, mientras siete de los ocho miembros de Cosea eran extranjeros y cinco de ellos seglares, los malos entendidos fueron inevitables. Para empeorar las cosas, el único miembro italiano de la comisión era también la única mujer (es sorprendente que hubiese una mujer, para comenzar), y probablemente la que menos bien se llevaría con los ancianos cardenales y monseñores. Francesca Immacolata Chaouqui, nacida en Calabria, de madre italiana y padre francés de ascendencia marroquí, tenía apenas treinta años de edad al momento de su designación, y era experta en relaciones públicas con un grado en Leyes y una destacable habilidad para hacerse de amigos influyentes. Recientemente, el papa Francisco dijo que no está muy seguro de cómo ella llegó a ser parte de la comisión, pero que cree que fue recomendada por Monseñor Balda. En este momento, Chaouqui está acusada, junto con Balda, de filtrar información a los periodistas, mientras los magistrados del Vaticano que la acusan de esto han publicado algunos embarazosos mensajes de texto que los dos intercambiaron mientras servían en la comisión. “¿Estás deprimido? Tírate un polvo. Se te pasa la tensión”, escribe Chaouqui en un mensaje. Y en otro: “Silvana... es perfecta y es mi prima… después me dices qué piensas. 36 años. Suavecita”. Sería difícil imaginar mejores circunstancias para una telenovela.

Y más difícil es aún entender, a partir de estos dos libros, si el Vaticano realmente está al borde de la bancarrota o, por el contrario, nadando en efectivo. Avarizia, de Emiliano Fittipaldi, comienza con la descripción de un almuerzo muy caro entre él y dos monseñores a quienes no nombra, quienes han llevado todo un cargamento de documentos con ellos, pero que han olvidado sus billeteras. Actuando, dicen, en apoyo de la misión reformadora del papa, los clérigos la dan a Fittipaldi una lista de todas las cosas que ellos creen el mundo y el papa deberían saber acerca de la avaricia y la corrupción en el Vaticano, una lista cuya lectura parece la del índice de un libro: el desmedido gasto de ciertos cardenales en sus lujosos apartamentos; el secuestro de las donaciones a los pobres para fines muy diferentes; la tendencia de sacerdotes y monjas a guardar en paraísos fiscales cualquier dinero que les llegue; la dificultad de conseguir que IOR y Apsa (la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica) se conformen a los reglamentos internacionales contra el lavado de dinero; el interminable hábito de  darles empleo a los parientes y amigos aun cuando no haya ningún trabajo que hacer; la transformación del proceso de canonización en un negocio lucrativo; el aprovechamiento de que el Vaticano esté libre de impuestos para vender cigarrillos, gasolina, ropa y artefactos electrónicos baratos a los ciudadanos italianos; las inversiones de la Curia en Exxon y Dow Chemicals, y otras multinacionales difícilmente virtuosas, etc.

Después de abrir cada capítulo con una severa cita —“No guardarás tesoros sobre la tierra”, “No codiciarás la casa de tu prójimo” —, el libro explora estos escándalos uno por uno, citando generosamente los documentos en su posesión, una cantidad de los cuales reproduce en facsímil en aras de la autenticidad. Las anécdotas son interminables: el monseñor que se apropia de un cuarto del apartamento adyacente de un cura más pobre simplemente derribando la pared mientras el otro hombre está en el hospital; el sacerdote diplomático que se aprovecha de la valija diplomática para llevar dinero de la mafia a través de la frontera suiza; la organización Propaganda Fide, instituida para evangelizar el mundo, que gasta relativamente poco en esta misión al tiempo que posee casi un millar de propiedades valiosas en Roma y sus alrededores, muchas de ellas alquiladas muy por debajo del precio del mercado a amigos y favoritos.

Sorprende enterarse de cuántas organizaciones católicas parecen realizar todo un rango de actividades lucrativas para las que no fueron creadas, mientras aún disfrutan de exenciones tributarias como instituciones religiosas. Cuando a los sacerdotes de Salerno se les otorgaron €2.3 millones de euros de dinero público para construir un orfanato en un área urbana deprimida, construyeron más bien un hotel de lujo. Al ser encontrado culpable de apropiarse de fondos por medio del fraude en 2012, el arzobispo de Salerno evitó su castigo cuando el crimen prescribió legalmente antes de que escucharan su alegato. Otros fueron a la cárcel.

Sobre todo, sin embargo, son las cifras de Fittipaldi, más que sus anécdotas, las que son de lo más fascinantes. Por ejemplo, además de sus vastas propiedades, cuatro grandes hospitales y varias universidades, el vaticano posee acciones estimadas entre 8 y nueve billones de euros (Fittipaldi ofrece un mapa de esas inversiones en todo el mundo). La propiedad inmueble que posee la Iglesia en Italia está deliberadamente subvaluada con el fin de disminuir los impuestos a la propiedad (los auditores estimaban que las propiedades valían cuatro veces lo declarado). Gracias a la ley fiscal conocida como “Ocho por mil”, que permite a los ciudadanos italianos asignar 0.8 por ciento de sus impuestos al ingreso a una iglesia de su elección, el Vaticano recibe cerca de un billón de euros en ayuda estatal (80% de los fondos totales). Aunque la campaña de publicidad de €40 millones de euros dirigida a persuadir a los contribuyentes a optar por la Iglesia Católica se enfoca en su trabajo humanitario en el Tercer Mundo, solo 23 por ciento del dinero es gastado en obras de caridad, y la Iglesia no está obligada a rendir ninguna cuenta pública de cómo gasta el dinero. A pesar del éxito de sus extraordinarios museos (€58 millones de euros en ganancias en 2011), el Vaticano gana más a través del puñado de negocios ordinarios que operan en su minúsculo territorio: una estación de gasolina, una farmacia, una tabaquería, un supermercado (que vende artefactos eléctricos y ropa). Según los acuerdos de un tratado entre Italia y el Vaticano, las compras en estos negocios están restringidas a ciudadanos del Vaticano con identificación (menos de quinientas personas), residentes (otros trescientos) y empleados (2800). Pero tan solo la farmacia rinde cerca de €40 millones de euros al año, muchas veces más que una farmacia italiana regular. Las cifras de las ventas de otros negocios sugieren que los ciudadanos del Vaticano, en su mayoría sacerdotes y monjas, fuman, beben y conducen mucho más que cualquier otra población del mundo. En pocas palabras, las restricciones no son respetadas: las tiendas en realidad sirven a cerca de 41,000 clientes y el estado italiano simplemente acepta la considerable pérdida en ingresos tributarios. Como comentaban los auditores, el ingreso es bienvenido, pero el ser responsables de descargar cigarrillos libres de impuestos sobre los romanos no ayuda a la imagen del Vaticano.

La sección más curiosa de Fittipaldi cubre el proceso de santificación, la más dañosa cubre el uso del llamado Óbolo de San Pedro. En 1588, el papa Sixto introdujo una estricta serie de obstáculos que se tiene que superar para que una persona fallecida sea beatificada y finalmente canonizada: en particular, tiene que verificarse un milagro para la beatificación, dos para la canonización. El caso de la santificación tiene que ser presentado por un abogado o “postulador” acreditado por el Vaticano. Los milagros —abrumadoramente curaciones— tienen que ser demostrados para ser “verdaderos”, y se debe tener expertos que testifiquen sobre la inexistencia de toda explicación científica; toda la documentación, que en algunos casos alcanza a los miles de páginas, tiene que ser presentada y publicada en latín.

En un intento de mantener viva la tradición, Juan Pablo II alentó a las comunidades a proponer candidatos a la santificación. Los 482 nuevos santos anunciados durante su largo pontificado equivalen a casi una cuarta parte de todos aquellos canonizados en los quinientos años previos. Actualmente, hay cerca de tres mil casos pendientes; cada uno toma muchos años y requiere que quienes propongan un candidato elijan a un postulador y abran una línea de crédito en el banco del Vaticano. El proceso no alcanzará una conclusión positiva sin cientos de miles de euros pasando de manos. Fittipaldi describe el caso del predicador por TV estadounidense Fulton John Sheen, muerto en 1979, el cual ha sido manejado por el postulador más prolífico, Andrea Ambrosi. Los procedimientos comenzaron en 2002, pero Fittipaldi solo tiene cifras para 2008-2013, tiempo durante el cual los proponentes de Sheen gastaron más de €332,000 euros, la mayor parte de la cual fue al bolsillo de Ambrosi. “Quizá sea solo coincidencia”, afirma Fittipaldi, “pero las cuentas salen siempre más altas para las más ricas de las iglesias estadounidenses”. En un año los gastos por traducción fueron de €16,000, y los gastos de publicación €52,000 (Ambrosi posee una participación que le da control sobre la casa editora del Vaticano, y posee el monopolio para imprimir los hallazgos de los postuladores); en 2011, un viaje de investigación a los EE.UU. para dos personas costó €13,000. Desde entonces el papa Francisco ha advertido a Ambrosi que se ajuste el cinturón, mientras Sheen permanece sin beatificar y sus proponentes están frustrados.

El Óbolo de San Pedro, o la Limosna de San Pedro, es una contribución específica hecha al papa por los católicos de todo el mundo para apoyar la misión de la Iglesia en el mundo, específicamente para asistir a los pobres y necesitados. “El propósito de la recolección de la Limosna de San Pedro”, afirma el sitio web de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos, “es suministrar al Santo Padre los medios financieros para responder a quienes están sufriendo como resultado de la guerra, la opresión, los desastres naturales y las enfermedades”. En 2013, las limosnas ascendieron a €78 millones, de los cuales, según los documentos de Fittipaldi, muy poco fue a los pobres. Mientras, una cuenta de la Limosna de San Pedro en el banco del Vaticano guarda €378 millones de euros (no citados en los balances del Vaticano). Al examinar la situación, Moneyval, el Comité de Expertos en la Evaluación de Medidas Anti-lavado de Dinero, concluyó que la mayor parte del dinero que salía de la cuenta “fue a gastos ordinarios y extraordinarios de los varios departamentos e instituciones de la Curia Romana”. En realidad, en 2013, los costos dejaron al Vaticano con un déficit de 77 millones de euros, los cuales tuvieron que ser cubiertos desde otro lugar.

*

Mientras el libro de Fittipaldi trata de una manera bastante fragmentada estos escándalos, siempre reconociendo que el papa Francisco parece determinado a poner la casa en orden, Gianluigi Nuzzi parece ofrecer una descripción del presente papado como un Vía Crucis, título de su libro como apareció originalmente en italiano. Además de documentos, tiene grabaciones de audio de las muchas reuniones de Cosea e inclusive de la reunión de julio de 2013 en la que el papa anunció la formación de este comité. Claramente, alguien tenía una grabadora en el bolsillo. “Ha habido demasiados nuevos empleos”, insiste Francisco. “Algo no está bien”. Se refiere al hecho de que muchas facturas de proveedores son mucho más altas que el estimado original, e insiste en que en estos casos, “¡No pagas!, aunque esto signifique poner en posición incómoda a la persona que pide el pago, no se le paga. Que el Señor tenga piedad, pero no se le paga”. El estilo enfático, repetitivo, como si les hablara a niños, es reconociblemente el que escuchamos más o menos diariamente en la radio y TV italianas. En realidad, el papa no ha hecho ningún intento de negar la autenticidad de los contenidos del libro de Nuzzi, y simplemente ha anunciado a los fieles que no necesitan preocuparse porque él ya era consciente de estos problemas y que estaba bastante avanzado en el camino de solucionarlos. Sin embargo, la atrayente lógica de Mercaderes en el Templo es que las filtraciones ocurrieron precisamente porque alguien ya no cree más en que la resistencia a las reformas del papa puede ser superada, o que no podrá serlo sin la ayuda de un enorme escándalo público.

Las trapacerías que Nuzzi narra son muchas y complicadas, pero la estrategia del papa Francisco es bastante simple. En vez de reemplazar al personal clave de las instituciones que gobiernan el Vaticano, ha intentado drenar el poder de esas instituciones llamando a auditores externos y estableciendo nuevos cuerpos para monitorearlas. En 2014, creó un nuevo superministerio de economía así como una nueva organización, Gestión de Activos del Vaticano, para manejar todas las inversiones. Por la evidencia de los documentos filtrados, este enfoque ha generado más calor que luz, y ha costado grandes cantidades de dinero; las viejas instituciones exitosamente se han aferrado a la mayor parte de su poder, los nuevos cuerpos no han sido tan virtuosos como se esperaba, y el lodo ha sido arrojado en todas direcciones. Francisco parece particularmente pobre al escoger a sus colaboradores. El cardenal australiano George Pell, a quien se le dio de tarea de administrar el nuevo ministerio, ha estado en problemas en numerosas ocasiones como arzobispo de Melbourne, por supuestamente proteger a curas pedófilos, y él mismo ha enfrentado cargos por pedofilia. ¿Cuán sensato era designar a un hombre que era un blanco tan fácil para quienes debían ser supuestamente disciplinados? ¿Y cuán sensato fue para Pell el haber llevado consigo a un amigo y consejero desde Sidney con un salario de €15,000 euros mensuales libres de impuestos, gastando €47,000 euros en muebles para su apartamento, cuyos €2,900 euros de alquiler iba a pagar el Vaticano?

Nuzzi cita sus documentos aún más liberalmente que Fittipaldi. Los lectores con ganas de saber cómo combinar adulación con evasión disfrutarán las cartas en las que Apsa interminablemente engatusa a Cosea. Quienes gustan de cultivar sentimientos de indignación estarán gustosamente espantados de leer el acuerdo entre el Governatorato (responsable de la administración diaria del Vaticano) y Phillip Morris, por el cual el primero acepta hacer promoción publicitaria para el segundo. Los conocedores de lo grotesco se animarán ante la carta escrita por el secretario del Governatorato a Pell, poco después de que fuera designado para dirigir el nuevo superministerio, con un informe para que cortara los gastos e hiciera del equipo Vaticano en general algo más serio:

Su más  Reverenda Eminencia, primero que todo le ruego que acepte mis más cálidas felicitaciones por su designación como Secretario de Economía. Mientras, tengo el placer de informar a su eminencia que los cardenales más eminentes son elegibles para las siguientes concesiones: la compra de abarrotes en cantidades compatibles con los requerimientos de su familia… a un descuento de 15 por ciento; un descuento de 20 por ciento en la lista de precios [libre de impuestos] de hasta 200 cajetillas de cigarrillos de las 500 permitidas mensualmente; un descuento de 20 por ciento en la lista de precios de artículos de vestido; una asignación de 400 litros de gasolina en los siguientes términos: a) 100 litros pagados por el Vaticano; b) 300 litros a un descuento de 15 por ciento a la presentación de los Vales Cardenalicios (los blancos), para ser usados en la Santa Sede--- Al tiempo que permanezco a su servicio para cualquier elucidación, me place aprovechar esta oportunidad para asegurarle, en línea con mi más devoto respeto por su Más Reverenda Eminencia, que me suscribo como su más devoto, Fernando Vérguez Alzaga.

Si esto es maravillosamente Malvoliano, el estilo de Nuzzi para presentar su material es cansinamente sensacionalista. Los eventos son llamados “impronunciables” cuando todo el mundo se pronuncia sobre ellos, “dramáticos” cuando suceden todos los días, “inimaginables” cuando es demasiado fácil imaginarlos, ciertamente difícil de imaginar otra cosa. Sin embargo, esto tiene la ventaja de hacer que los informes de los auditores, citados extensamente en notas al pie, sean más atractivos en su sobriedad. Extrañamente, son los auditores quienes le dan profundidad al libro. Son ellos quienes sugieren que es inapropiado que una institución religiosa se aproveche de su estado de exención tributaria para atraer hacia Roma a cazadores de ocasiones, y por eso sus tiendas deberían ser cerradas; son ellos quienes proponen que el Vaticano introduzca un sistema fiscal en línea con el de Italia con el fin de eliminar las tentaciones embarazosas. Sobre todo, ellos son quienes señalan la necesidad de hacer una distinción clara entre los empleos para los laicos y los empleos para los sacerdotes; no tiene sentido, observan, alentar a alguien a que se ordene sacerdote para que siga una carrera de banquero.

Este llamado a la claridad y a la demarcación apropiada, se dirige al corazón del peculiar estatus del Vaticano como institución religiosa y a la vez estado político. Todos los escándalos que Nuzzi y Fittipaldi describen se originan del hábito de hacer borrosa la diferencia entre lo temporal y lo espiritual, de asumir que el otorgar la santidad requiere de un costoso procedimiento burocrático, que los sacerdotes pueden determinar si, a los ojos de Dios, un matrimonio es realmente un matrimonio, o que pueden cuantificar la penitencia por cada pecado en el confesionario. El papa Francisco parece resueltamente opuesto a esta versión de contabilidad del cristianismo y a la disposición mental complaciente y calculadora a la que invita. A veces, “una manera completamente ortodoxa de hablar, resalta él en su Evangelium Gaudium, “no corresponde al verdadero evangelio de Cristo”. O, de nuevo, “Prefiero una Iglesia golpeada, lastimada y sucia porque ha estado en las calles, a una Iglesia insalubre por haberse confinado y aferrado a su propia seguridad”.

No todos están felices con esta línea. El astuto e influyente vaticanista de L’Espresso, Sandro Magister, quien está muy alineado con la vieja guardia de la Iglesia italiana, se queja de que al organizar el actual jubileo (un año en el que el perdón de los pecados está más generosamente disponible), el papa haya ignorado por entero la doctrina del purgatorio y las indulgencias, aunque sea la esperanza de una indulgencia plenaria la que siempre ha acicateado a los fieles a venir al jubileo y a pasar por las cuatro Puertas Santas de Roma, abiertas solo en estas ocasiones. De hecho, la asistencia al actual jubileo está muy por debajo a la asistencia al jubileo de Juan Pablo II en 2000, algo que un experto en el Vaticano, en Il Fatto Quotidiano, atribuye a la deliberada disociación entre el papa Francisco y la Iglesia italiana, de tal modo que él es inmensamente popular en todo el mundo, mientras la asistencia en Italia continúa cayendo. La consecuencia es que fue precisamente la contabilidad formal de la práctica religiosa tradicional, la convicción de que la observancia estricta sería seguida por una recompensa, lo que mantenía a muchos italianos en la Iglesia.

*

Aquellos con una visión más internacional señalan que por primera vez el papa Francisco permitió la apertura de las llamadas Puertas Santas en todo el mundo, retirando así la “necesidad” de una peregrinación a Roma. En realidad, él inauguró el jubileo en la República Central Africana, evitó toda mención a las indulgencias e insistió más bien en la más noble calidad de la piedad, que, sabemos, no está presionada por ningún cálculo. Y mientras en Europa la asistencia a las iglesias disminuye y el número de sacerdotes ha caído 9 por ciento en diez años, en Asia, África y Sudamérica la tendencia está en alza. Como el escritor Manlio Graziano ha observado, el “giro carismático” que el papa Francisco está buscando imprimir sobre la iglesia viene de su experiencia sudamericana; su insistencia en los “frutos del espíritu” –gozo, amor, paz, benevolencia, bondad, gentileza— es tomada esencialmente de las maneras de la iglesia evangélica, y fue adoptada en Sudamérica en un contexto de competencia con los evangélicos por los corazones de la gente. Todo esto podría ser parte de una estrategia general de internalización y, en particular, un intento de reducir la influencia de la iglesia italiana, a la que se responsabiliza por mucho de la corrupción en el Vaticano, pero permanece el hecho de que el Vaticano está en Roma, y que mientras la Iglesia se aferre a ese pañuelo del poder temporal, estará arada a Roma y encerrada en Italia y la mentalidad italiana, que es notoriamente resistente al fervor evangélico, o en verdad a cualquier espiritualidad libre de la burocracia, la cual sigue siendo una de las grandes pasiones del país. En esta consideración, Sandro Magister ve la posición revolucionaria del papa sobre el matrimonio como un caso de prueba del éxito de su papado. El papa por supuesto ha insistido en la  sacralidad del matrimonio, y continúa aborreciendo el divorcio, pero también ha afirmado públicamente que al menos la mitad de los matrimonios celebrados por la Iglesia Católica son inválidos y sería mejor anularlos. En línea con su creencia de que muchos sufren en la prisión de relaciones que no son “matrimonios de verdad”, ha propuesto una liberalización extrema y “piadosa” del procedimiento actual de nulidad, de modo que si ambas partes declaran que el matrimonio nunca fue realmente un matrimonio, entonces se prescinde de toda evidencia. Como Magister señala, aparte del obvio desaire de publicar estas propuestas inmediatamente antes de que el Sínodo General de Obispos se reuniera para discutir sobre la familia en el mundo moderno en octubre de 2015, esto empieza a parecerse mucho al divorcio secular y corre el riesgo de causar una enorme confusión entre los fieles sobre qué es lo que constituye un matrimonio y un comportamiento apropiado. También está la cuestión de si el estado italiano continuaría reconociendo las anulaciones si las reglas que los gobiernan fueran a cambiar tan radicalmente.

Francesca Chaouqui está acusada, entre otras cosas, de haber intentado usar sus influencias con el propietario de L’Espresso para hacer que Magister fuera sacado del caso del papa. Dado que parte de su trabajo en Cosea era sugerir cómo reformar los medios de expresión del Vaticano (en 2010 Radio Vaticano perdió 26 millones de euros, mientras su diario, L’Osservatore Romano, que emplea a 85 periodistas para ventas de menos de mil en promedio, perdió 5 millones), es comprensible que los medios pro Vaticano estuvieran buscando cualquier oportunidad de desacreditarla. Lo cual nos lleva al aspecto más fascinante de estos libros: su misma publicación marca un cambio en la historia que ellos narran. Cuando leemos de la creciente tensión entre el papa y la Curia, nos damos cuenta de que un descontento mayúsculo debe haber ocurrido como para haber causado que alguien al interior del Vaticano ponga tanto material explosivo a disposición de la prensa, alguien ciertamente opuesto a la vieja guardia, pero quizá tampoco enteramente convencido por el papa Francisco. Y a pesar de lo mucho que Nuzzi y Fittipaldi sepan o no sepan, ellos no pueden dar una versión completa de ese culminante cambio puesto que supondría revelar sus fuentes y exponerlas finalmente a un castigo.

Este es un desengaño, pero tiene la ventaja de hacer que los lectores se vuelvan hacia la prensa cuando buscan llenar los vacíos cruciales. Balda evidentemente ha confesado sobre las filtraciones, o algunas de ellas, pero afirma que operó bajo la ofuscadora influencia de Chaouqui. Chaouqui niega todo y afirma que Balda debe haber hecho estas afirmaciones denigrantes bajo presión; él y otros actuaron, ella cree, en un intento desesperado de proteger las reformas que Cosea estaba destinada a introducir. Mientras, el papa está atrapado entre un ser un carismático líder espiritual y la autoritaria cabeza de un estado despilfarrador, atrasado, atravesado por divisiones internas. A él “le han dicho”, dice con vergüenza mal disimulada, que Balda filtró la información porque cuando Cosea estaba embrollada, Balda no consiguió la designación que esperaba en el nuevo ministerio de economía. Esta es una insinuación desagradable, torpemente hecha. El papa ha hablado del juicio como necesario, porque las filtraciones fueron “un crimen”. Pero, ¿necesitaba el Vaticano realmente acusar criminalmente a los dos periodistas italianos así como a quienes destaparon todo el asunto? ¿Por qué razón exactamente? ¿Por publicar información que les filtraron? “Ni siquiera se me ha dicho qué información”, afirma Fittipaldi, “y así, ni siquiera puedo empezar a defenderme”. En cualquier caso, el Vaticano no permitirá a los periodistas ni a Chaouqui, todos ciudadanos italianos, usar sus propios abogados. De reformista revolucionario, Francisco corre el riesgo en ser visto como el Gran Inquisidor.

Al cerrar estos libros, muchos lectores sentirán que la única salida al impasse del Vaticano sería terminar con la anómala categoría de estado de este territorio, entregarlo al gobierno italiano y liberar a la Iglesia y sobre todo al papa Francisco para que continúen su misión cristiana. Sin embargo, es igualmente claro que esto no sucederá nunca, aunque solo sea porque el apego al poder temporal sea tan visceral. Muchos de los sacerdotes que ella encontró en sus viajes al Tercer Mundo, dijo con entusiasmo Chaouqui en uno de los muchos talk shows que la han recibido desde que reventó el escándalo, estaban por entero dedicados a obras de caridad, pero aquellos que encontró durante su tiempo en Cosea estaban principalmente preocupados por “defender el botín que habían escondido bajo el fregadero de la cocina”.

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