Alberto Loza Nehmad
Alberto Loza Nehmad

Desde la otra esquina:
Traducciones de artículos, entrevistas, etc.

Dos artículos dedicados al reconocido médico neurólogo, Oliver Sacks

Mi propia vida: El Dr. Sacks recibe el diagnóstico de su cáncer terminal, y reflexiona sobre ello.

Oliver Sacks publica sus memorias: On the Move

Mi propia vida
Por Oliver Sacks
Feb. 19, 2015

Publicado originalmente como “My Own Life”, The New York Times¸19 de febrero, 2015 (http://www.nytimes.com/2015/02/19/opinion/oliver-sacks-on-learning-he-has-terminal-cancer.html?_r=0). Traducido por Alberto Loza Nehmad.

Hace un mes, sentía que tenía buena salud, una robusta salud, inclusive. A los 81 años, aún nado una milla diaria. Pero la suerte se me ha acabado: hace unas pocas semanas me enteré de que tengo metástasis múltiple en el hígado. Hace nueve años, se descubrió que tenía un raro tumor en el ojo, un melanoma ocular. La radiación y los rayos láser usados para retirar el tumor finalmente me dejaron ciego de ese ojo. Pero aunque los melanomas oculares hacen metástasis en casi el 50 por ciento de los casos, dado lo particular de mi caso la probabilidad era mucho menor. Yo estoy entre los desafortunados.

Me siento agradecido de que se me haya otorgado nueve años de buena salud y productividad desde el diagnóstico original, pero ahora estoy cara a cara frente al morir. El cáncer ocupa una tercera parte de mi hígado, y aunque su avance puede ser enlentecido, esta suerte particular de cáncer no puede ser detenida.

Ahora depende de mí escoger cómo vivir los meses que me quedan. Tengo que vivir de la manera más rica, profunda y más productiva que pueda. Es esto, me siento alentado por las palabras de uno de mis filósofos favoritos, David Hume, quien, al enterarse de que estaba mortalmente enfermo a la edad de 65, escribió una breve autobiografía en un solo día de abril de 1776. La tituló Mi propia vida.

“Ahora me enfrento a una rápida disolución”, escribió. “He sufrido muy poco dolor en mi enfermedad; y lo que es más extraño, a pesar de la gran declinación de mi persona, nunca he sufrido ni un momento de abatimiento del espíritu. Poseo el mismo ardor de siempre para el estudio, y la misma alegría en compañía de otros”.

He sido bastante afortunado de vivir hasta pasados los ochenta, y los 15 años que me han sido asignados más allá de las tres veintenas y cinco años de Hume, han sido igualmente ricos en trabajo y amor. En ese tiempo, he publicado cinco libros y completado una autobiografía (bastante más larga que las pocas páginas de Hume) que será publicada esta primavera; tengo varios otros libros casi terminados.

Hume continuaba, “Soy… un hombre de suave disposición, con control de mis cóleras, y tengo un humor abierto, social y alegre, soy capaz de vincularme afectivamente, pero poco susceptible a la enemistad, y modero en gran manera todas mis pasiones”.

Aquí me diferencio de Hume. Aunque he disfrutado de relaciones amorosas y de amistades, y no tenga reales enemistades, no puedo decir (ni nadie que me conoce podría decir) que sea un hombre de suave disposición. Por el contrario, soy un hombre de disposición vehemente, con entusiasmos violentos y de una extrema inmoderación en todas mis pasiones.

Y con todo, una línea del ensayo de Hume me impacta como especialmente verdadera: “Es difícil —escribió— estar más alejado de la vida como lo estoy en este momento”.

En los últimos días, he sido capaz de ver mi vida como desde una gran altura, como una suerte de paisaje, y con un cada vez más profundo sentido de la conexión de todas sus partes. Esto no significa que la vida haya acabado para mí.

Por el contrario, me siento intensamente vivo, y quiero y espero en el tiempo que queda, profundizar mis amistades, decirles adiós a quienes amo, escribir más, viajar si tengo la fortaleza, alcanzar nuevos niveles de entendimiento y penetración.

Esta voluntad involucra la audacia, la claridad y el hablar con franqueza; intentar arreglar mis cuentas con el mundo. Pero habrá tiempo, también, para alguna diversión (e inclusive para alguna tontería, también).

Siento un enfoque y una perspectiva súbitos. No hay tiempo para nada que nos sea esencial. Debo enfocarme en mí, mi trabajo y amigos. No he de ver las Noticias cada noche. No he de prestar ya ninguna atención a la política o a las discusiones acerca del calentamiento global.

Esto no es indiferencia, sino alejamiento: aún me preocupo profundamente acerca del Medio Oriente, acerca del calentamiento global, acerca de la creciente desigualdad, pero estos ya no son mis asuntos; pertenecen al futuro. Gozo cuando conozco a jóvenes talentosos, inclusive aquél que hizo la biopsia y diagnosticó mi metástasis. Siento que el futuro está en buenas manos.

He sido crecientemente consciente, en los últimos diez años más o menos, de las muertes de mis contemporáneos. Mi generación está de salida, y cada muerte la he sentido como una abrupción, un desgarramiento de parte de mí mismo. No habrá nadie como nosotros cuando nos hayamos ido, pero, entonces, no hay nadie que sea como lo es otro, jamás. Cuando las personas mueren, no pueden ser reemplazadas. Dejan huecos que no pueden ser llenados, pues es el destino —el destino genético y neuronal— de cada ser humano, el ser un individuo único, el encontrar su propio camino, vivir su propia vida, morir su propia muerte.

No puedo pretender que me encuentro sin temor. Pero mi sentimiento predominante es de gratitud. He querido y me han querido; he dado mucho y me recibido algo de vuelta; he leído y viajado y pensado y escrito. He tenido un trato con el mundo, el trato especial de los escritores y lectores.

Sobre todo, he sido, sobre este hermoso planeta, un ser que siente, un animal que piensa, y ello, en sí mismo, ha sido un enorme privilegio y aventura.

Oliver Sacks publica sus memorias: On the Move
Por Michiko Kakutani

Originalmente publicado como, “Oliver Sacks looks back at his life in On the Move”. The New York Times, 27 de abril de 2015 (Sección “Books of The Times”).* Traducido por Alberto Loza Nehmad.
Libro reseñado: Oliver Sacks. On the Move.
Illustrated. 397 pages. Alfred A. Knopf.

En un artículo de opinión franco, elocuente y devastador en el New York Times de febrero, el Dr. Oliver Sacks reveló que el cáncer de hígado lo había dejado con solo meses para vivir. El saber esto, escribió, le había dado la capacidad de ver su propia vida “como desde una gran altitud, como una suerte de paisaje, pero con un profundo sentido de la conexión de todas sus partes”. Se sentía agradecido por “haber amado y haber sido amado”, y agradecido, también, por el “especial trato” con el mundo que escritores y lectores tienen el privilegio de conocer.

“Sobre todo —añadía—, he sido, sobre la superficie de este hermoso planeta, un ser que siente, un animal que piensa, y ello en sí mismo ha sido un enorme privilegio y una aventura”.

Ese amor por el mundo y la sabiduría del Dr. Sacks acerca de los seres humanos —y las misteriosas conexiones entre el cerebro, la mente y la imaginación— han animado sus escritos a lo largo de años, desde Migraine [Migraña] , publicado hace cuatro décadas y media, Awakenings [Despertares], y El hombre que tomó a su esposa por un sombrero, y, más recientemente, obras como Uncle Tungsten, Alucinaciones y On the Move su profundamente conmovedor libro de memorias.

Profesor de neurología en la Escuela de Medicina de la Universidad de Nueva York y por largo tiempo médico en ejercicio, el Dr. Sacks escribe no solo con el entendimiento de la medicina y la ciencia de un doctor, sino también con una Chejoviana simpatía por sus pacientes y una apreciación metafísica de los dilemas que estos enfrentan. Sus estudios de casos nos han dado un entendimiento palpable de cómo sería sufrir de condiciones como síndrome de Tourette, epilepsia del lóbulo temporal, ceguera de los colores, pérdida de la memoria, y algunas de ellas semejan lo extraño de los cuentos de Borges o Calvino y tienen la misma resonancia.

El Dr. Sacks está tan interesado en los efectos que los desórdenes neurológicos de sus pacientes tienen en sus vidas interiores y rutinas diarias, como lo está en las manifestaciones fisiológicas de sus condiciones. Y sus escritos acerca de las luchas de ellos son testamentos a la resistencia humana, a la capacidad de las personas de adaptarse a sus aflicciones e incluso encontrar en ellas un acicate para la creatividad y el logro.

En On the Move, el Dr. Sacks aplica sus poderes analíticos y descriptivos a su propia vida, y nos ofrece una mirada reveladora a su niñez y su encuentro con la adultez, su descubrimiento y aceptación de su vocación y su desarrollo como escritor. Nos presenta emocionantes retratos, rebosantes de vida y afecto, de amigos y parientes (familiares entre los que están, bastante destacablemente, el dibujante de Li’l Abner, Al Capp, y el diplomático israelí Abba Eban). Recuerda conversaciones con el poeta Thom Gunn acerca de la escritura: “las carreras y las paradas, las iluminaciones y oscuridades”. Y describe a W.H. Auden dejando los Estados Unidos después de 33 años, para regresar a casa en Inglaterra, luciendo “terriblemente viejo y frágil, pero noblemente formal como una catedral gótica”.

Este es un libro más íntimo que las anteriores incursiones del Dr. Sacks en el territorio autobiográfico, como Uncle Tungsten [Tío Tungsteno], y cuanto más nos dice de él, más venimos a ver cuán enraizadas están sus propias dotes como artista y doctor en sus primeras experiencias familiares en Inglaterra y en lo que él alguna vez pensó eran sus cargas emocionales.

Durante la Segunda Guerra Mundial, de niño, fue enviado lejos de Londres a “un horroroso internado” donde los demás niños abusaban de él y lo golpeaban, y mientras se adaptaba a esta separación de su familia, durante gran parte de su vida, dice, continuó teniendo problemas en otros mundos de evacuados, “con las tres B: bonding, belonging y believing [vincularse afectivamente, pertenecer y creer]”, dificultades que le ayudarían a empatizar con sus pacientes, quienes a menudo se sentían como mal ajustados y foráneos.

Su hermano Michael recibió un diagnóstico de esquizofrenia, y sus episodios psicóticos aterrorizaron al joven Oliver; él recuerda sintiendo a la vez vergüenza por no pasar más tiempo con Michael, y una necesidad de alejarse de él, lo que en parte lo llevó a mudarse a Estados Unidos en los años 60. La ciencia —con su promesa de orden y lógica— ofrecía un refugio del caos representado por la enfermedad de Michael, y la medicina fue tanto el cumplimiento de un destino familiar (su madre y padre, y dos hermanos mayores fueron médicos) como también una manera de “explorar la esquizofrenia y perturbaciones asociadas del cerebro-mente, en mis propios pacientes y en mi propio camino”.

Tímido e inclinado a vivir “a cierta distancia de la vida”, el Dr. Sacks escribe que inesperadamente cayó enamorado —“(¡Por amor de Dios!) Estaba en mi año 77”— de una norteamericana llamada Billy, lo cual significó abandonar “los hábitos de la soledad de toda una vida”, como décadas de comidas que consistían mayormente de cereales y sardinas, comidos “de la lata, de pie, en 30 segundos”.

Si la timidez y una dificultad para reconocer rostros (una condición médica conocida como prosopagnosia, que él discutió extensivamente en un ensayo de 2010 en The New Yorker) pudieron ser socialmente inhibidoras cuando el Dr. Sacks era joven, él se dio cuenta de que si encontraba a alguien que compartiera sus (usualmente científicos) intereses —volcanes, malaguas u ondas gravitacionales— se sentiría atraído a una conversación animada. Y su curiosidad y entusiasmo por un amplio rango de pasiones (incluidas la fotografía, la natación, el levantamiento de pesas y el motociclismo, y por un tiempo, el consumir anfetaminas) consumieron el poco tiempo libre que le quedaba cuando estaba trabajando días de 18 horas viendo pacientes e investigando. Y escribiendo. Siempre escribiendo: comenzó a llevar diarios cuando tenía 14 años de edad, y dice que en la última cuenta, tenía casi mil, además de una voluminosa correspondencia y más de mil notas clínicas por año sobre pacientes, mantenidas a lo largo de muchas décadas.

Escribir lo llevó a otro lugar, dice el Dr. Sacks, “donde estoy totalmente absorbido y no hago caso de pensamientos que me distraen, preocupaciones, ansiedades, o por cierto, el paso del tiempo”.

“En esos raros y celestiales estados mentales —continúa—, puedo escribir sin parar hasta que ya no puedo ver el papel. Solo entonces me doy cuenta de que ha caído la noche, y de que he estado escribiendo todo el día”. Esa escritura, la cual según el Dr. Sacks le da un placer “como ningún otro”, también ha sido un regalo para sus lectores: uno de erudición, simpatía y de una permanente comprensión de los goces, desafíos y consuelos de la condición humana.

(*) Enlace completo: http://www.nytimes.com/2015/04/28/books/review-oliver-sacks-looks-at-his-life-in-on-the-move.html?action=click&pgtype=Homepage&version=Moth-Visible&module=inside-nyt-region&region=inside-nyt-region&WT.nav=inside-nyt-region.

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