Alberto Loza Nehmad
Alberto Loza Nehmad

Desde la otra esquina:
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Esclavistas peruanos en el Paraíso: Polinesia, 1862-1864

Por James A. Boutilier

Publicado originalmente en The International History Review, Vol. 5, No. 1 (Feb. 1983), pp. 155-158. Traducido por Alberto Loza Nehmad.

Reseña del libro de H. E. Maude,  Slavers in Paradise: The Peruvian Slave Trade in Polynesia, 1862-1864. Stanford: Stanford University Press, 1981. 244 pp.


El esbelto volumen es una obra maestra. Un ejemplo elegantemente escrito de reconstrucción histórica, Esclavistas en el Paraíso hace la crónica de un triste capítulo genocida en la historia del Pacífico durante el cual 3,125 isleños del Pacífico fueron secuestrados o reclutados para trabajar en el Perú durante el periodo 1862-3. El profesor Maude es el decano de los historiadores del Pacífico y su relato refleja su enorme pericia, la familiaridad de toda una vida con Oceanía y su compasivo entendimiento de los isleños y sus culturas.

Según su propia admisión, el libro fue resultado de un “intermitente trabajo de amor a lo largo de veinte años”. Comenzó con una virtual tabula rasa, se basó en una vasto variedad de documentación en archivos franceses, británicos, hawaianos, peruanos y españoles, y forjó “un cuadro compuesto a partir de una intratable colección de hechos discretos”. El resultado es un soberbio trabajo detectivesco; cuidadoso, enciclopédico y preciso. La historia que Maude cuenta es la del “más dramático conflicto regional ocurrido en el escenario romántico de los Mares del Sur, entre perplejos inocentes  y la codicia humana”.

La historia del periodo colonial en Oceanía fue y es una historia de hambre de fuerza laboral. Los poderes imperiales que dividieron las Islas del Pacífico en el último siglo (XIX), constantemente estaban buscando proveedores seguros de trabajo barato y tratable para laborar en sus intereses, intensivos en labor, agrícolas y mineros. Así, los franceses utilizaron prisioneros políticos vietnamitas en las minas de níquel de Nueva Caledonia, y reclutaron chinos para que sirvieran de artesanos en Tahití; los australianos reclutaron isleños de las Salomón para cortar caña en Queensland; y los británicos transportaron a Fiji trabajadores obligados por contrato para producir azúcar. El comercio esclavista peruano — pues aparte de las finezas legales ninguna otra palabra describe tan adecuadamente el proceso— fue, entonces, una (aunque una más trágica) en una serie de corrientes humanas de convección que vincularon las Islas del Pacífico con la cuenca del Pacífico.

La experiencia de este trabajo tuvo un efecto profundo no solo sobre los trabajadores mismos, sino sobre los territorios originales y de destino. En primer lugar, el proceso de reclutamiento fue homogeneizador, pues quebró las distinciones de clan, casta, tribu y lengua que existían entre los reclutados. En segundo lugar, los introdujo a culturas (generalmente occidentales), materiales y no materiales, ajenas, y aseguró, vía la repatriación, la difusión de esas culturas por toda la región del Pacífico. Hablando generalmente, la cultura repatriada socavó las estructuras políticas, económicas y sociales, al mismo tiempo que forjaba nuevos vínculos de dependencia, particularmente en el nivel material, entre el territorio de origen y el de destino.

Al mismo tiempo, los territorios de destino fueron transformados. La experiencia del trabajo dio origen a sociedades plurales, como en el caso de Fiji y Nueva Caledonia, o creó pequeños enclaves extranjeros, como en el caso de los chinos en Tahití y los isleños del Pacífico en Australia.

Afortunadamente, los pasados veinte años han sido testigos de un enorme crecimiento en el conocimiento de estas variadas tratas de fuerza de trabajo, como consecuencia de la investigación de estudiosos como Parnaby, Corris, Scarr, Gillion y McCall. Sin embargo, hasta la publicación de Slavers in Paradise, la historia del reclutamiento peruano de fuerza de trabajo en las Islas del Pacífico durante la década de 1860 era apenas entendido. Maude ha hecho un invalorable servicio al documentar este comercio en detalle y destruir los mitos asociados con él.

La decisión peruana de reclutar fuerza de trabajo en la región del Pacífico fue resultado de una combinación de factores: la supresión del reclutamiento en China, la emancipación de los negros en el Perú, la eliminación del tributo indígena, el desarrollo de la explotación guanera y la expansión de la agricultura peruana como resultado de la escasez producida por la Guerra Civil en los Estados Unidos. El 15 de enero de 1861, el Congreso peruano promulgó una legislación que permitía la introducción de los denominados colonos asiáticos, con la intención de que sirvieran como sirvientes domésticos o como peones en las propiedades de los poderosos hacendados.

El reclutamiento de polinesios, en realidad, ocurrió por accidente. Un aventurero irlandés llamado J. C. Byrne, recibió una licencia, el 1 de abril de 1862, para introducir colonos de las Islas del Pacífico, y partió del Callao rumbo a las Nuevas Hébridas en Melanesia. En su ruta sucedió que visitó Tongareva, en las Islas Cook del norte. Llegó en un momento altamente fortuito. Los franceses acababan de reclutar a los isleños de Tongareva para trabajar en Tahití, y quienes quedaron, enfrentados ante un periodo de escasez de alimentos, estaban ansiosos por dejar la isla. Byrne firmó contratos con 253 isleños y ahí comenzó la carrera por la fuerza de trabajo polinesia. Finalmente, 33 barcos fueron comprometidos en el reclutamiento (27 peruanos, 4 chilenos, un español y uno de Tasmania), y durante treinta y ocho viajes entre septiembre de 1862 y abril de 1863, visitaron todos los grupos habitados de la Polinesia, excepto Hawái.

Una variedad de estratagemas fue usada para obtener la fuerza laboral. Ocho barcos armaron una incursión armada en la Isla de Pascua en diciembre de 1862 y se llevaron a 349 de los habitantes; el capitán de la Empresa ofreció al gran jefe de Atiu, en las Islas Cook del sur, $3,000 en monedas de oro por doscientos hombres; y el doctor a bordo del mismo barco atontó a los isleños con una mezcla de brandy y opio.

Sin embargo, no todos los isleños fueron obtenidos por la violencia y el engaño. Como la gente de Tongareva, los habitantes de las islas Gilbert del sur estuvieron prontos a ser voluntarios, debido a que la comida era escasa. Los jóvenes de Niue, se informa, tenían la “manía” de emigrar en búsqueda de aventuras, mientras otros setecientos isleños de las Cook, inocentes, crédulos y acostumbrados a confiar en los europeos, firmaron por voluntad propia.

Los reclutadores encontraron dos comunidades que ayudaron y obstaculizaron sus empeños: vagabundos de playa y misioneros. Byrne, por ejemplo, utilizó los servicios de un vagabundo conocido como Beni para que lo ayudara a reclutar en Tongareva, mientras Paddy Cooney, “un súbdito británico de mal afamado carácter”, indujo a 85 pakapukanos a contratar con el Jorge Zahara. Algunos de los vagabundos y tripulantes de la nave, sin embargo, no estuvieron dispuestos a ser parte del fraude, y el sobrecargo de la Empresa fue abandonado a su muerte por insistir en que los isleños fueran reclutados voluntariamente.

Los misioneros, en líneas generales, hicieron lo que pudieron para impedir el reclutamiento, y Maude reconoce su deuda con los registros de los misioneros en su reconstrucción del comercio. Los misioneros católicos franceses en la Polinesia oriental, como el Padre Honoré Laval, quien bloqueó el reclutamiento de la Serpiente Marina en Mangareva, islas Gambiers, fueron particularmente efectivos pues fueron capaces de convocar a las autoridades navales y coloniales de Tahití.

Los isleños no siempre fueron víctimas inermes de las operaciones esclavistas. En cierto número de casos los jefes polinesios evitaron el secuestro o el reclutamiento colocando tapus (tabúes) en los navíos peruanos. En otros casos tomaron las cosas en sus propias manos capturando naves y tripulaciones: los rakahanganos capturando la Empresa; los rapanos tomando el mando de la goleta Cora, que ellos dirigieron a Tahití; y los Tonganos de Ha’apai emboscando a los marineros de la Margarita.

Mientras la mayoría de los raptados o reclutados no fueron tratados brutalmente durante el viaje al Callao, “la puerta del infierno”, muchos de ellos cayeron víctimas de enfermedades. En tierra, el asunto se puso peor. Efectivamente, como Maude sugiere, un período de trabajo por deudas en el Perú “era equivalente a una sentencia de muerte”. Sesenta y cinco por ciento de quienes desembarcaron murieron de enfermedades pulmonares o intestinales, mientras un sexto pereció de viruela.

La verdadera naturaleza de esta trata pronto se hizo evidente y los peruanos, cediendo a la presión diplomática británica y francesa, acordaron repatriar a los isleños. Naves sobrecargadas y pestíferas regresaron su cargamento enfermo y moribundo a la Polinesia. El resultado fue una catastrófica despoblación de las Islas y, en total, cerca de seis mil murieron directa o indirectamente como resultado de la trata esclava.

¿Cómo se adaptaron los isleños a este grande y externamente inducido desastre social? ¿Qué estratagemas emplearon ante la súbita desaparición  de entre el 24 y el 79 por ciento de la población de trece islas? El mayor problema que tuvieron que enfrentar fue la falta de varones adultos. Esto significó que las tareas tradicionales de conseguir los alimentos tuvieron que ser reasignadas y que las poblaciones isleñas tuvieron que ser repuestas suspendiendo las sanciones que prohibían el adulterio, alentando la inmigración masculina y terminando practicas tales como el aborto y el infanticidio.

Al mismo tiempo, el trauma de la experiencia peruana alentó la difusión del cristianismo, y socavó las estructuras tradicionales del poder. Así, cuando los misioneros llegaron a la Isla de Pascua en 1864, encontraron “solo las ruinas de una civilización”, tras haber colapsado hasta el caos el viejo sistema económico y político.

Aunque todos los interesados en la historia del Pacífico se beneficiarán de la investigación de Maude, su sombría letanía fue compilada principalmente para los descendientes de quienes sufrieron. “Solo mediante el conocimiento de su historia”, escribe él, “podrán los isleños de hoy hacerse completamente conscientes de su identidad regional, y cuidarse así de la aniquilación de a pocos que los amenaza en el presente siglo, como el cautiverio peruano lo hizo en el pasado”.

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