Alberto Loza Nehmad
Alberto Loza Nehmad

Desde la otra esquina:
Traducciones de artículos, entrevistas, etc.

Mayakovsky a todo pulmón

Por James womack
Originalmente publicado como “At the Top of His Voice”, Literary Review (Londres), diciembre de 2014 (http://www.literaryreview.co.uk/womack_12_14.php). Traducido por Alberto Loza Nehmad.

Reseña del libro de Bengt Jangfeldt, Mayakovsky: A Biography, (traducido del alemán al inglés por Harry D Watson), University of Chicago Press 610 pp.
    

Hay calles Mayakovsky en cuarenta y cinco ciudades rusas y catorce ciudades ucranianas. Hay tres calles Mayakosvsky en San Petersburgo, más de las que hay en toda Kazakstán, que se ufana solo de un par, una en Almaty y otra en Ust-Kamenokorsk. La Plaza del Triunfo en Moscú se llamó Plaza Mayakovsky desde 1935 hasta 1992; la estación del Metro que se encuentra en ella aún se llama Mayakovsky. Omsk parece estar particularmente encariñada con el poeta: así como una calle, tiene un cine y un night-club (o más bien, un “complejo de relax para la juventud” que espero sea un night-club) bendecidos por el nombre del gran hombre.

Toda esta toponimia parece sugerir lo que Pasternak llamó la “segunda muerte” de Mayakovsky en 1935, cinco años después de su suicidio. En respuesta a un llamado hecho por la amante de Mayakovsky, Lili Brik, Stalin afamadamente declaró que “Mayakovsky fue y sigue siendo el mejor, el poeta más dotado de nuestra época soviética. La indiferencia ante sus obras y su memoria es un crimen”. Después de eso, la máquina de conmemorar se puso en marcha. Mayakovsky fue elevado a la posición de primer poeta soviético y su obra empezó a ser distribuida a la fuerza, como las “papas en tiempos de Catalina la Grande” (nuevamente Pasternak). Si miras la carta original de Brik, verás que el decreto de Stalin está garabateado firme y rápidamente por encima, y que la velocidad del cambio fue igualmente radical y decisiva: la carta está fechada el 24 de noviembre de 1935; a la Plaza del Triunfo se le cambió el nombre el 17 de diciembre.

Después de la apoteosis, el contragolpe: lo que Bengt Jangfeldt llama la “tercera muerte” sucedida después del colapso de la Unión Soviética, cuando Mayakovsky fue retirado del currículo escolar y no más fue publicado o promovido, y no más usado como un símbolo de cualesquiera valores quisiera promover el país. Las librerías de segunda mano estaban atoradas con sus obras: compré las Obras Completas en trece volúmenes, en 2001, por 130 rublos, poco más de dos libras esterlinas. Mayakovsky se ha convertido en un objeto de estudio académico en lugar de un objeto de aclamación popular. Está presente, pero en gran medida es ignorado: su imponente busto de granito aún está en exhibición en la esquina de las calles Nekrasov y Mayakovsky de San Petersburgo, pero la última vez que estuve se encontraba, a lo Gorbachev, con una enorme mancha de caca de aves sobre la cabeza.

La biografía de Jangfeldt, por tanto, tiene dos tareas obvias y posiblemente contradictorias: humanizar al icono soviético a la vez que sugerirnos por qué deberíamos interesarnos en esta reliquia del siglo 20. La primera tarea es la más ardua. Según todos los estándares, la vida de Mayakovsky en sus líneas más generales es asunto de la hagiografía socialista. El padre de Mayakovsky murió de septicemia cuando su hijo tenía doce años de edad. Mayakovsky, su madre y dos hermanas se mudaron de Kutaisi, en Georgia, a Moscú y se ganaron la vida lo mejor que pudieron, alquilando cuartos y pintando cajas decorativas y huevos de Pascua. Mayakovsky se unió a los bolcheviques a los catorce años. Fue expulsado del colegio y pasó un par de años comprometido en actividades políticas radicalizando a los panaderos de Moscú. Él afirmaba haberse comido una libreta con direcciones durante una incursión policial para evitar que información sensible cayera en sus manos.

Después, en la universidad de artes, comenzó a escribir poesía. Viajó por todo el país en un intento de llevar la poesía futurista a las masas, predijo la Revolución en su temprana obra maestra “Una nube en pantalones”, le dio la bienvenida cuando esta finalmente llegó, y se entregó al victorioso Partido Comunista para servir a este y al régimen lo mejor que pudiera. Escribió un poema de 3000 versos sobre la muerte y el legado de Lenin y continuó apoyando y dedicándose a la causa hasta su muerte. Su último gran poema, “A plena voz” contiene versos como:

Ante el C. C.,
de los años,
preclaros venideros,
por encima de una banda,
de vividores y fulleros,
yo levantaré,
como carnet bolcheviquista,
todos,
los cien tomos,
de mis libros partidistas.

A veces Mayakovsky parecía no querer nada más que ser el portavoz de la Unión Soviética: escribió un muy largo y mal poema titulado “150’000,000”, que tiene como su protagonista a la población de 150 millones de la Unión Soviética, trabada en batalla final contra el capitalismo, personificado éste por Woodrow Wilson. Inclusive Lenin encontró que esto era demasiado y escribió un enojado memorando a Anatoly Lunacharsky, el comisario cultural soviético, llamando a esta obra “basura, tonta, tonta hasta no poder creerse, y pretenciosa”. Dejando a un lado los recelos de Lenin, con tanta evidencia en favor de la inclinación ideológica de Mayakovsky, no es sorprendente  que el régimen soviético debiera haber hallado fácil promover el caso del poeta como nada más que una voz épica del régimen.

Jangfeldt desbarata esta versión de Mayakovsky principalmente evitando el énfasis de la era soviética en la sociedad a expensas del individuo. Un escritor cuya primera obra significativa fue una obra de teatro llamada Vladimir Mayakovsky: una tragedia, nunca va a ser inmune a las acusaciones de autoengrandecimiento y pretensión, pero Jangfeldt muestra cómo la visión maximalista de Mayakovsky no era simplemente el resultado de ponerse al servicio de monolíticas fuerzas históricas y vastas estructuras estatales.

Esencialmente, la idoneidad de Mayakovsky para el rol de poeta número uno de la Unión Soviética fue resultado de una feliz coincidencia de las profesadas ideas utópicas del régimen y la propia personalidad excesiva y tensa de Mayakovsky. Casi desde el inicio de su vida, Mayakovsky parece haber sido un fanfarrón excesivo y un apostador compulsivo, competitivo e imparable incluso en los juegos con sus hermanas. El poeta que se pone como el iconoclasta por excelencia, que termina “Una nube en pantalones” sacando un cuchillo de su bota y amenazando al mismo Dios, es también el niño pequeño, allá en Georgia, gritando, “¡Mírenme, mírenme!”, desesperado de ganar una partida de croquet.

Jangfeldt cuidadosamente muestra la manera en la que todos los aspectos de la vida de Mayakovsky —el perseguir faldas, su asombrosa productividad, el fumar en cadena, apostar, su poesía— venían de la misma fuente. Al concentrarse Jangfeldt en cómo el arte y la vida de Mayakovsky estaban absoluta e inextricablemente entrelazados, la granítica figura soviética es recompuesta en algo más parecido a una versión rusa, en macho, de Oscar Wilde, y esto resulta de lo más interesante por la metamorfosis. Jangfeldt también deja de lado la mojigatería y ofuscación de la era soviética: se nos dice muy abiertamente que Maxim Gorky decidió, maliciosamente, difundir el falso rumor de que Mayakovsky tenía sífilis, y que probablemente sufría de eyaculación prematura.

Mayakovsky: una biografía, es también un retrato de grupo hermosamente coordinado de los individuos que rodeaban a Mayakovsky, enfocándose en particular sobre su relación con Lili Brik, el esposo de ella, Osip, y los intentos de los tres de vivir juntos. Una inmensa cantidad de información contextual relevante se nos provee con calma y exactitud: sin empantanarse en las sutilezas de distinguir entre los cubofuturistas, los egofuturistas, los miembros del grupo Centrífuga y por el estilo, el lector sale de este libro con un sentido claro del panorama literario de Rusia durante los años más fascinantes y complejos de inicios del siglo 20.

La tarea secundaria, aquella de rehabilitar a Mayakovsky y sugerir su continuada importancia como poeta, es lograda casi por medio del sigilo. Este es un maravilloso libro que nos obsequia con un ser humano cautivador, contradictorio, frustrante. ¿Quién no quisiera ir a leer sus obras después de que se nos presente de esa manera? ¿Quién no quisiera aprender más de un hombre que, en los pubs de Berlín, pedía dos cervezas: “Für mich und mein Genie”? [Para mí y para mi genio].

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1 Versión obtenida en https://aplenavoz.wordpress.com/2010/06/18/a-plena-voz-vladimir-mayakovski/

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