Alberto Loza Nehmad
Alberto Loza Nehmad

Desde la otra esquina:
Traducciones de artículos, entrevistas, etc.

Una Biblioteca Digital Mundial se hace realidad

Por Robert Darnton
Originalmente publicado como “A World Digital Library is Coming True”, The New York Review of Books, 22 de mayo de 2014 (http://www.nybooks.com/articles/archives/2014/may/22/world-digital-library-coming-true/). Traducido por Alberto Loza Nehmad.

En el alboroto por ganar una porción del mercado en el ciberespacio, se está perdiendo algo: el interés público. Bibliotecas y laboratorios —nodos cruciales de la Red Mundial— están colapsando por la presión económica, y la información que difunden está siendo desviada lejos de la esfera pública donde puede ser de lo más beneficiosa.

No es que la información venga gratis o que “quiere ser libre”, como los entusiastas de Internet proclamaban hace veinte años.[1] Viene filtrada a través de tecnologías caras y está financiada por corporaciones poderosas. Nadie puede ignorar las realidades económicas que subyacen en la nueva era de la información, pero ¿quién podría sostener que hemos alcanzado el equilibrio correcto entre la comercialización y la democratización?

Considérese el costo de las publicaciones periódicas científicas, la mayoría de las cuales son publicadas exclusivamente en línea. Se ha incrementado cuatro veces más que la tasa de inflación desde 1986. El precio promedio de la suscripción anual a una revista de química es ahora de US $4,044. En 1970 era de US $33. Una suscripción al Journal of Comparative Neurology costaba US $30,860 in 2012, el equivalente de seiscientas monografías. Tres editoras gigantes — Reed Elsevier, Wiley-Blackwell, y Springer— publican 42 por ciento de todos los artículos académicos, y hacen ganancias gigantescas con ellos. En 2013, Elsevier tuvo, en sus revistas científicas, técnicas y médicas, una ganancia de 39 por ciento sobre un ingreso de 2.1 miles de millones de libras esterlinas.

En todo el país [Estados Unidos], bibliotecas de investigación están cancelando suscripciones a revistas académicas porque se encuentran cogidas entre presupuestos decrecientes y costos en alza. La lógica del negocio es inexorable, pero hay una lógica de mayor altura que merece consideración, a saber, que el público debería tener acceso al conocimiento producido con fondos públicos.

El Congreso de EE.UU. actuó bajo ese principio en 2008, cuando requirió que los artículos basados en becas otorgadas por los Institutos Nacionales de la Salud (NIH, en inglés) estuvieran disponibles sin pago alguno desde un repositorio de acceso abierto, PubMed Central. Pero los lobistas le quitaron el filo a ese requisito haciendo que dichos institutos aceptaran un embargo de 12 meses, lo que evitaría la accesibilidad pública lo suficiente como para que los editores se beneficiaran de la demanda inmediata.

No contentos con esa victoria, los lobistas intentaron abolir la autoridad de NIH, y promovieron la llamada Ley de Trabajos de Investigación, una iniciativa introducida en el Congreso en noviembre de 2011 y defendida por Elsevier. La propuesta fue retirada dos meses después, luego de una ola de protestas del público, pero los lobistas aún están en operaciones, intentando bloquear la Ley de Acceso Justo a la Investigación en Ciencia y Tecnología (FASTR, en inglés), que daría al público un acceso libre a todas las investigaciones, tanto datos como resultados, financiadas por agencias federales con presupuestos de investigación de US $100 millones o más.

FASTR es una sucesora de la Ley de Acceso Público a la Investigación Federal (FRPAA), que permaneció embotellada en el Congreso después de ser introducida en tres sesiones anteriores. Pero las provisiones básicas de ambas leyes fueron adoptadas por una directiva de la Casa Blanca emitida por la Oficina de Políticas para la Ciencia y la Tecnología el 22 de febrero de 2013, y con miras a tener efecto al final de este año. En principio, por tanto, los resultados de las investigaciones financiadas por los contribuyentes estarán disponibles para los contribuyentes, al menos en el corto plazo. ¿Cuál es la perspectiva para el largo lazo? Nadie lo sabe, pero hay señales de esperanza.

La lucha por las revistas académicas no debería ser desechada como una “cuestión académica”, porque hay muchas cosas en juego. El acceso a la investigación impulsa a grandes sectores de la economía: cuanto más libre y rápido el acceso, más poderoso su efecto. Para poder ser desarrollado, el Proyecto Genoma Humano tuvo un costo de US $3,800 millones en fondos federales, y gracias al libre acceso a sus resultados ya ha producido $796 mil millones en aplicaciones comerciales. Linux, el sistema de software libre de fuente abierta ha producido miles de millones en ingresos para muchas compañías, incluida Google. Menos espectacular pero más difundido es el efecto multiplicador sobre negocios pequeños y medianos que no pueden darse el lujo de pagar por la información acumulada detrás de las murallas de la suscripción. La demora de un año en el acceso a la información y los datos puede ser prohibitivamente cara para ellos. Según un estudio completado en 2006 por John Houghton, especialista en economía de la información, un incremento de 5 por ciento en la accesibilidad a la investigación habría producido un incremento de la productividad valorizado en $16 mil millones de dólares.

No obstante, la accesibilidad puede decrecer debido a que el precio de las revistas ha escalado tan desastrosamente que las bibliotecas –y también hospitales, laboratorios de pequeña escala y empresas impulsadas por data— están cancelando suscripciones. Los editores responden cobrando aún más a las instituciones con presupuestos lo suficientemente fuertes como para cargar el peso adicional. Pero el sistema se está viniendo abajo. En 2010, cuando Nature Publishing Group le dijo a la Universidad de California que aumentaría el precio de sus 67 revista en 400 por ciento, las bibliotecas se mantuvieron firmes, y los profesores, que habían contribuido con 5,300 artículos a esas revistas durante los seis años anteriores, comenzaron a organizar un boicot.

Las bibliotecas y los editores finalmente llegaron a un compromiso, pero el aumento incesante continuó produciendo protestas en EE.UU. y Europa. En Francia, recientemente la Universidad Pierre et Marie Curie canceló su suscripción a Science cuando se vio ante un incremento de 100 por ciento, y la Universidad de París V cortó sus suscripciones a tres mil revistas. En Harvard, donde las suscripciones a revistas electrónicas cuestan $9.9 millones de dólares al año, El Consejo Asesor Docente de la Biblioteca aprobó una resolución que condenaba los incrementos de precios como insostenibles.

En el largo plazo, las revistas solo podrán sostenerse mediante una transformación de la base económica de la publicación académica. El sistema actual se desarrolló como un componente de la profesionalización de las disciplinas académicas en el siglo 19. Sirvió bien a los intereses públicos durante la mayor parte del siglo 20, pero se ha hecho  disfuncional en la edad de Internet. En campos como la física, la mayor parte de la investigación circula en línea mediante intercambios prepublicación, y los artículos son compuestos con programas sofisticados que producen textos listos para ser impresos. Los costos son lo suficientemente bajos como para que el acceso sea libre, como lo ilustra el éxito de arXiv, un repositorio de artículos de física, matemática, ciencia de la computación, biología cuantitativa, finanza cuantitativa y estadística (los artículos no pasan por una revisión por pares completa a menos que, como sucede a menudo, sean luego publicados por revistas convencionales).

El sistema entero de la comunicación de la investigación podría convertirse en menos caro y más benéfico para el público mediante un proceso conocido como “flipping” [podría traducirse como ‘dándole vuelta’ (al asunto)]. En lugar de subsistir gracias a las suscripciones, mediante el “flipping” una revista cubre sus costos cobrando por el procesamiento antes de la publicación, y haciendo que después sus artículos estén disponibles gratis, con “acceso abierto”. Eso sonará extraño a muchos autores académicos. ¿Por qué —podrían preguntar ellos— deberíamos pagar para que se nos publique? Pero quizá ellos no entiendan las disfunciones del sistema actual, en el que ellos proporcionan la investigación, la redacción y la referenciación sin cobrarles a las revistas, y luego compran de vuelta el producto de su trabajo —no lo hacen personalmente, por supuesto, sino a través de sus bibliotecas— a un precio exorbitante. El público paga el doble: primero como contribuyentes que subsidian la investigación, luego de nuevo como contribuyentes o como pagadores de pensiones que sostienen las bibliotecas de las universidades públicas y privadas.

Al crear revistas de acceso abierto, un sistema flipped beneficia directamente al público. Cualquiera puede consultar la investigación sin pagos en línea, y las bibliotecas son liberadas de los crecientes costos de las suscripciones. Desde luego, los gastos de publicación no se evaporan milagrosamente, pero son reducidos en gran manera, especialmente para las revistas sin fines de lucro, las cuales no necesitan satisfacer a ningún accionista. Los pagos por procesamiento, que pueden ascender a miles de dólares o más dependiendo de las complejidades del texto y del proceso de revisión por pares, pueden cubrirse de varias maneras. A menudo están incluidos en becas de investigación a los científicos, y cada vez más están siendo financiados por la universidad del autor o por un grupo de universidades.

En Harvard, un programa llamado HOPE (Harvard Open-Access Publishing Equity) subsidia los pagos por procesamiento. Un consorcio llamado COPE (Compact for Open-Access Publishing Equity) promueve políticas similares entre veintiún instituciones, incluidos el MIT, la Universidad de Michigan y la Universidad de California en Berkeley; y sus actividades complementan las de treinta y tres fondos similares en instituciones tales como las universidades Johns Hopkins y la de California en San Francisco.

El principal impedimento para las publicaciones con un espíritu cívico de este tipo no es financiero; tiene que ver con el prestigio. Los científicos prefieren publicar en revistas caras como Nature, Science y Cell, porque el aura asociada a ellas brilla en los currículos y promueve carreras. Sin embargo, algunos científicos prominentes han recortado el efecto prestigio financiando revistas de acceso abierto y onvocando a los mejores talentos para que escriban en ellas. Harold Varmus, premio Nobel en psicología y medicina, ha hecho de Public Library of Science un gran éxito, y Paul Crutzen, premio Nobel en Química, ha hecho lo mismo con Atmospheric Chemistry and Physics. Ellos han demostrado la factibilidad de las revistas de acceso abierto de  alta calidad. No solo cubren sus costos a través de los pagos por procesamiento, sino que producen una ganancia, o más bien, un “excedente”, que invierten en adicionales proyectos de acceso abierto.

La presión hacia el acceso abierto también se está ejerciendo desde los repositorios digitales, que se están estableciendo en universidades de todo Estados Unidos. En febrero de 2008, los profesores de Artes y Ciencias de Harvard votaron unánimemente para que se requiriera de los profesores miembros de la Facultad (con una cláusula que permite excluirse o aceptar los embargos impuestos por las revistas comerciales) que depositaran sus artículos (arbitrados por pares) en un repositorio, DASH (Digital Access to Scholarship at Harvard), donde pueden ser leídos por cualquiera y libres de cobro.

DASH ahora incluye 17,000 artículos, y ha registrado tres millones de descargas desde países de todos los continentes. Los repositorios de otras universidades también reportan puntajes muy altos en sus cuentas de descargas. Ellos hacen disponible el conocimiento a un amplio público, que incluye a investigadores que no tienen ninguna conexión con una institución académica; y al mismo tiempo, hacen posible que los autores lleguen a más lectores de lo que sería posible por medio de revistas de suscripción.

El deseo de llegar a los lectores puede ser una de las más subestimadas fuerzas en el mundo del conocimiento. Aparte de los artículos en revistas, los académicos producen un gran número de libros, aunque raramente hacen mucho dinero con ellos. En general, los autores derivan pocos ingresos de un libro uno o dos años después de su publicación. Una vez que su vida comercial ha terminado, el libro tiene una muerte lenta y permanece sin ser leído, excepto en raras ocasiones, en los estantes de las bibliotecas, inaccesible para la vasta mayoría de lectores. En esa etapa, los autores generalmente tienen un deseo dominante: que su trabajo circule libremente entre el público; y su interés coincide con las metas del movimiento por el acceso abierto. Una nueva organización, Authors Alliance, está por lanzar una campaña para persuadir a los autores a que hagan que sus libros estén disponibles en línea en algún momento después de la publicación, a través de distribuidores sin fines de lucro como la Digital Public Library of America, de la cual se hablará después.

Todo tipo de complejidades permanece por ser trabajado antes de que tal plan pueda tener éxito: ¿cómo satisfacer los intereses de las editoriales, que quieren mantener libros en sus catálogos? ¿Dónde dejar un espacio para que los dueños de los derechos de autor puedan optar no ser incluidos y para que vuelvan a la vida los libros que pueden tener una nueva vida económica? ¿Se debería o no diseñar alguna forma de royalty como en los extendidos programas de licencias colectivas que han demostrado ser tan exitosos en los países escandinavos? Debería ser posible incorporar a los intereses creados dentro de una solución que servirá al interés público, no apelando al altruismo sino más bien repensando los planes de negocios de maneras que aprovechen la tecnología moderna.

Varias empresas experimentales ilustran las posibilidades de este tipo. Knowledge Unlatched coordina compromisos y recolecta fondos de bibliotecas que están de acuerdo en comprar libros académicos a tasas que garantizarán el pago de un monto fijo a las editoriales que forman parte del programa. Cuantas más bibliotecas participen en el programa, menor será el precio que tendrán que pagar. Mientras las ediciones electrónicas de los libros estén disponibles en todo lugar, libres de costos, mediante Knowledge Unlatched, las bibliotecas suscritas tendrán el derecho exclusivo de descargar e imprimir copias de ellos. A finales de febrero, más de 250 bibliotecas habían firmado para comprar una colección piloto de veintiocho libros nuevos producidos por trece editoriales, y las oficinas centrales de Knowledge Unlatched, ubicadas en Londres, anunciaron que pronto aumentarían la escala de sus operaciones con la meta de combinar el acceso abierto con la sostenibilidad.

OpenEdition Books, ubicada en Marsella, opera sobre la base de un principio algo similar. Suministra una plataforma para las editoriales que quieren desarrollar colecciones en línea de acceso abierto, y vende el contenido electrónico a suscriptores en formatos que pueden ser descargados e impresos. Operando desde Cambridge, Inglaterra, Open Book Publishers también cobra por PDFs que pueden ser usados con tecnología de impresión al momento para producir libros físicos, y aplica el ingreso obtenido a subsidiar copias gratis en línea. Convoca a autores académicos que están dispuestos a remitir manuscritos sin pago con el fin de llegar a la mayor audiencia posible y hacer avanzar la causa del acceso abierto.

La famosa agudeza de Samuel Johnson, “No man but a blockhead ever wrote, except for money” (Nadie sino un bobo escribió jamás algo, excepto por dinero), ya no tiene la fuerza de una verdad evidente en la era de Internet. Al aprovechar las buenas intenciones de autores no pagados, desde su fundación en 2008 Open Book Publishers ha producido cuarenta y un libros de humanidades y ciencias sociales, todos rigurosamente arbitrados. “Avizoramos un mundo en el que toda investigación esté libremente disponible para todos los lectores”, proclama en su website.

La misma meta anima a la Digital Public Library de Estados Unidos, que apunta a tener disponibles todas las riquezas intelectuales acumuladas en las bibliotecas, archivos y museos estadounidenses. Como se informó en estas páginas, la DPLA fue lanzada el 18 de abril de 2013. [2] Ahora que ha celebrado su primer aniversario, sus colecciones incluyen siete millones de libros y otros objetos, tres veces la cantidad que ofrecía cuando salió en línea hace un año. Ellos vienen de más de 1,300 instituciones ubicadas en los cincuenta estados, y están siendo ampliamente usados: casi un millón de diferentes usuarios ha consultado el website de la DPLA (dp.la) y provienen de casi todos los países del mundo (Corea del Norte, Chad y Sahara Occidental son las únicas excepciones).

Al momento de su concepción en octubre de 2010, la DPLA fue vista como una alternativa a uno de los más ambiciosos proyectos jamás imaginados para el acceso comercializado a la información: Google Book Search. Google se propuso digitalizar millones de libros de bibliotecas de investigación y luego se propuso vender suscripciones para la base de datos resultante. Habiendo provisto los libros a Google libres de costos, las bibliotecas tendrían luego que comprar el acceso a ellos, en formato digital, a un precio que sería determinado por Google, y eso podría escalar tan desastrosamente como los precios de las revistas académicas.

Google Book Search realmente comenzó como un servicio de búsqueda que hacía disponibles solo retazos o pasajes cortos de los libros. Sin embargo, debido a que muchos de los libros estaban cubiertos por derechos de propiedad, Google fue llevada a juicio por quienes poseían esos derechos; y después de prolongadas negociaciones, los demandantes y Google llegaron a un acuerdo que transformó el servicio de búsqueda en una biblioteca comercial gigantesca financiada con suscripciones. Pero el acuerdo tenía que ser aprobado por una corte, y el 22 de marzo de 2011, la Corte del Distrito Federal del Sur, de Nueva York, lo rechazó basándose en que, entre otras cosas, amenazaba con constituirse en un monopolio que restringiría el comercio. La decisión le puso fin al proyecto de Google y abrió el camino para que la DPLA ofreciera fondos digitalizados —pero no cubiertos por derechos de autor— a los lectores de todo lugar, libres de costos.

Aparte de su carácter sin fines de lucro, la DPLA difiere de Google Book Search en un respecto crucial: no es una organización vertical erigida sobre una base de datos propia. Es un sistema distribuido y horizontal que vincula colecciones digitales que ya se encuentran en posesión de las instituciones participantes, y lo hace por medio de una infraestructura tecnológica que las hace instantáneamente disponibles al usuario con el clic de un artefacto electrónico. Es fundamentalmente horizontal, tanto en organización como en espíritu.

En lugar de trabajar de arriba hacia abajo, la DPLA se basa en “hubs de servicio” o pequeños centros administrativos, para promover las colecciones locales y agregarlas en el nivel estatal. “Hubs de contenido” ubicados en instituciones con colecciones de al menos 250,000 ítems —por ejemplo, la Biblioteca Pública de New York, el Instituto Smithsoniano y el repositorio digital colectivo conocido como Hathi Trust— proveen el grueso de los fondos de la DPLA. Ahora existen dos docenas de hubs de servicio y de contenido, y pronto, si se puede encontrar el financiamiento, estos estarán en cada estado de la Unión.

Tal horizontalidad refuerza el impulso democratizador de la DPLA. Aunque es una corporación pequeña sin fines de lucro con su oficina principal y poco personal en Boston, la DPLA funciona como una red que cubre todo el país. Depende en gran medida de voluntarios. Más de un millar de científicos de la computación colaboraron, sin cobrar, en el diseño de su infraestructura, la cual agrega metadatos (descripciones  de documentos tipo catálogo) de una manera que permite una fácil búsqueda.

Por esta razón, por ejemplo, un estudiante de 14-15 años de edad en Dallas que está preparando un informe sobre la Revolución Americana puede descargar un manuscrito desde New York, un folleto desde Chicago y un mapa desde San Francisco con el fin de estudiarlos lado a lado. Desafortunadamente, él o ella no podrán ser capaces de consultar ningún libro reciente, debido a que las leyes del derecho de autor mantienen fuera del dominio público virtualmente todo lo publicado después de 1923. Pero las cortes, que están considerando una multitud de casos acerca del “uso justo” de los derechos de propiedad, podrían sostener una interpretación lo suficientemente amplia como para que la DPLA pueda tener una gran cantidad de material post 1923 disponible para propósitos educativos.

Un pequeño ejército de voluntarios, “representantes de comunidades”, principalmente bibliotecarios con habilidades técnicas, se está diseminando por todo el país para promover varios programas de extensión auspiciados por la DPLA. Ellos refuerzan el trabajo de los hubs de servicio, que se concentran en bibliotecas públicas en tanto centros de desarrollo de colecciones. Una beca de la Fundación Bill y Melinda Gates está financiando el proyecto Public Library Partnerships, para entrenar a los bibliotecarios locales en las últimas tecnologías digitales. Equipados con nuevas habilidades, los bibliotecarios invitarán a la gente para que les lleven sus propios materiales —cartas familiares, anuarios de secundaria, colecciones de postales almacenadas en baúles y áticos— para que sean digitalizadas, curadas, preservadas y puestas a disposición en línea por la DPLA. Al tiempo que desarrolla la conciencia de la comunidad local acerca de la cultura y la historia, este proyecto  también ayudará a integrar las colecciones locales en la red nacional.

Proyectos derivados e iniciativas locales también se ven favorecidos por lo que la DPLA llama su “cañería”, esto es, la infraestructura tecnológica, que ha sido diseñada de manera que se promuevan aplicaciones generadas por el usuario, o herramientas digitales conectadas al sistema por medio de una API (Interfaz de Aplicación de Programaciones), la cual ya ha registrado siete millones de visitas. Entre los resultados está una herramienta para navegación digital: el usuario escribe el título de un libro, y aparecen en pantalla, como si estuvieran alineados juntos, imágenes de lomos de libros, todos relacionados al mismo tema, todos en el dominio público. El usuario puede hacer clic sobre los lomos para buscar libro tras libro, siguiendo pistas que se extienden mucho más allá de la estantería de una biblioteca física. Otra herramienta le hace posible al lector pasar de un artículo de Wikipedia a todas las obras de la DPLA que tratan del mismo tema. Estas y muchas otras aplicaciones han sido desarrolladas por iniciativa personal, sin seguir directivas de las oficinas de la DPLA.

Los productos derivados a menudo ofrecen interminables oportunidades educativas. Por ejemplo, el Archivo Emily Dickinson recientemente desarrollado en Harvard hará disponibles copias digitalizadas de los manuscritos de todos los poemas de Dickinson. Los manuscritos son esenciales para interpretar la obra, porque contienen muchas peculiaridades —puntuación, espaciado, uso de mayúsculas— que le dan inflexiones al significado de los poemas, de los cuales solo unos cuantos, muy deformados, fueron publicados durante la vida de Dickinson. En uno u otro momento, casi todo estudiante de secundaria se encuentra con un poema de Dickinson. Ahora los profesores pueden asignar determinado poema en su versión manuscrita e impresa (frecuentemente ambas difieren considerablemente) y estimular a sus estudiantes para que desarrollen lecturas más cercanas y profundas. La DPLA también planea adaptar sus fondos a las necesidades especiales de los colleges comunitarios [institutos de educación superior para carreras cortas, n. del t.], muchos de los cuales no tienen bibliotecas adecuadas.

De estas y otras maneras, la DPLA irá más allá de su misión básica de hacer que la herencia cultural de Estados Unidos esté disponible para todos los estadounidenses. Ofrecerá oportunidades para que ellos interactúen con el material y que desarrollen sus propios materiales. Les dará nuevas facultades a los bibliotecarios y reforzará a las bibliotecas públicas en todo sitio, no solo en Estados Unidos. Su infraestructura tecnológica ha sido diseñada para ser interoperable con la de Europeana, una empresa similar que está agregando los fondos de las bibliotecas de los veintiocho estados miembros de la Unión Europea. Las colecciones de la DPLA incluyen obras en más de cuatrocientos idiomas, y casi 30 por ciento de sus usuarios están fuera de EE.UU. Dentro de diez años, el primer año de actividad de la DPLA podrá verse como el inicio de un sistema bibliotecario internacional.

Sería ingenuo, sin embargo, imaginar un futuro libre de los intereses creados que han bloqueado el flujo de información en el pasado. Los lobbies que funcionan en Washington también operan en Bruselas, y el nuevo Parlamento Europeo electo pronto tendrá que tratar con los mismos temas que permanecen sin resolver en el Congreso de EE.UU. La comercialización y la democratización operan en una escala global, y se deberá crear muchísimo acceso antes de que la Red Mundial pueda darle espacio a una biblioteca mundial.
___________________
Notas

[1] Como un ejemplo de un temprano idealismo en Internet, véase John Perry Barlow, “A Declaration of the Independence of Cyberspace,” proclamada en Davos, Suiza, el 8 de febrero de 1996, disponible en eff.org, el website de la Electronic Frontier Foundation.
[2] Robert Darnton, “The National Digital Public Library of America Is Launched!,” The New York Review, 25 de abril, 2013.

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