Alberto Loza Nehmad
Alberto Loza Nehmad

Desde la otra esquina:
Traducciones de artículos, entrevistas, etc.

Una magnífica biografía de Kafka, no otro Kafka más

Por Kevin Jackson

Originalmente publicado como Lost in Transformation, Literary Review, Julio 2013 (http://www.literaryreview.co.uk/jackson_07_13.php). Traducido por Alberto Loza Nehmad.

Reseña de Kevin Jackson sobre los siguientes libros:

Kafka: The Years of Insight
Por Reiner Stach (Traducido por Shelley Frisch)
(Princeton University Press 682pp.)

Kafka: The Decisive Years
Por Reiner Stach (Traducido por Shelley Frisch)
(Princeton University Press 624pp.)

Franz Kafka: The Poet of Shame and Guilt
Por Saul Friedlander (Yale University Press 183 pp.)

Alguien debe haber estado diciendo mentiras acerca de K, pues su imagen popular como el Don Pésimo de las cartas del siglo 20 (rivales cercanos: Beckett, Cioran, quizá Céline) no pasa la prueba. Considérese este incidente, que tuvo lugar mientras él moría de tuberculosis, y lo sabía. Un día, cuando caminaba por un parque de Berlín, Kafka vio a una niña pequeña que lloraba. Le preguntó por qué estaba triste y ella le dijo que se le había perdido su muñeca. Oh no, dijo Kafka, su muñeca no estaba perdida: el juguete simplemente se había ido a tener una emocionante aventura. Comprensiblemente escéptica, la niña le pidió pruebas. Así, Kafka fue a casa y escribió una carta larga y detallada de la muñeca y al día siguiente se la dio a la niñita. Entonces, cada día por las siguientes tres semanas le dio una carta adicional. Parece que la muñeca había conocido a un muñeco, se comprometieron y luego casaron. Al final de las tres semanas, la muñeca estaba establecida en su nuevo hogar de casada y la niñita ya no extrañó a su muda compañera.

Difícilmente este es el tipo de cosa que esperarías del fulano que escribió El Proceso, El Castillo o En el establecimiento penitenciario (uno de los más horríficos relatos breves que se haya colado en el canon literario), y es relevante al tiempo que es encantador, no menos porque en nuestro propio clima de nerviosa sospecha erótica un escritor varón de edad mediana que intentara tal amabilidad tendría encima, como un tiro, a los servicios sociales o a la policía. Pero la historia de Kafka y de la Muñeca Perdida es instructiva como también sorprendente.

Ella explica al neófito cuán inusualmente amable y considerado podía haber sido Kafka, inclusive cuando sus cortos respiros los lograba con gran dolor. Algunos de sus admiradores piensan que, nuevamente, como Beckett, bordeaba la santidad. Aunque también esto nos deja entrever el conocimiento que Kafka tenía del poder que yace en las historias, en particular sus propias historias. Los cuentos pueden curar la tristeza de las niñas pequeñas. También pueden asustar, consolar y dar valor. Pueden ayudar inclusive a que el enfermo y moribundo escritor le dé sentido a lo que queda de su corta vida. Kafka parece a menudo haber pensado del escribir como si fuera una maldición o una (para tomar en préstamo un término de la literatura del chamanismo) vocación por la enfermedad. Y, con todo, la cosa que te pone enfermo puede también, de tiempo en tiempo, hacerte poderoso.

Algo de la grandeza de Kafka se debe al hecho de que su obra pertenezca a la muy larga historia de la narración de cuentos tanto como a la relativamente breve historia de la literatura occidental. En general es llano, simple, directo e invitadoramente críptico. Sus cuentos se arrastran por debajo de tu piel y quedan ahí hasta que te pican. A algunos les da tanto picor que tienen que empezar a contar sus propias historias acerca de K. En los años en que su reputación empezaba a despegar, después de la Segunda Guerra Mundial, era reverenciado principalmente como Kafka el profeta, el hombre que había leído las entrañas de su época y había previsto, primero, el surgimiento del totalitarismo, segundo, la proliferación cancerígena del funcionario sin rostro, tercero, la alienación y, finalmente, especialmente, los campos de la muerte en los que la mayoría de su familia cercana y muchos de sus amigos fueron asesinados.

Esa historia de profecías oscuras aún pasa de mano en mano a pesar de sus muchas y evidentes fallas. En las últimas décadas, sin embargo, no ha faltado la competencia. A pesar del curioso hecho de que el cuerpo ficcional de Kafka sea delgado —tres novelas incompletas, un manojo de relatos breves, algunos fragmentos de prosa—, ha generado una industria del comentario tan gigantesca que solo un eterno estudiante doctoral podría posiblemente mantenerse al día leyéndola. Entre el regimiento de Kafkas que ahora asedian al mundo tenemos a Kafka el místico cristiano (aunque no fuera cristiano), Kafka el místico judío (él tenía unas sorprendentemente complicadas ideas acerca de la identidad y religión judías), Kafka el sionista, Kafka el inadecuado sexual, Kafka el malvado capitalista (coadministraba una fábrica de asbesto), Kafka el vegetariano, Kafka el socialista, Kafka el picaflor y reilón, y, en el nuevo ensayo de Saul Friedlaender —un buen y sensato librito, que sin riesgo puede ponerse en las manos de los recién llegados— Kafka el poeta de la vergüenza y la culpa. Habiendo notado cuán a menudo Kafka escribe acerca de encuentros caninos, yo mismo estoy tentado de escribir una monografía titulada Wie ein Hund: Kafka y los perros. Pero es seguro apostar que alguien ya se me habrá adelantado.

En pocas palabras, necesitamos más comentarios sobre Kafka tanto como necesitamos más fábricas de asbesto. La biografía de Kafka es un asunto diferente y el tronante relato en dos volúmenes de Reiner Stach sobre la vida de Kafka, desde su adolescencia tardía hasta su temprana muerte —un tercer volumen, sobre su niñez, está aparentemente siendo escrito— es una contribución superlativa, legible y, a momentos, genuinamente apasionante al gran túmulo de basura. El logro de Stach no reside tanto en revelar nuevos materiales (aunque lo ha hecho) ni en hacer que una narración demasiado familiar resulte brillante o fresca (aunque él lo hace). Lo que ha logrado es hacerte sentir, al final del libro, que Kafka es alguien a quien conoces muy bien, quizá demasiado bien.

No hay grandes sorpresas aquí, solamente cientos de pequeñas sorpresas. La historia de Kafka y la Muñeca Perdida es bastante bien conocida por los aficionados; Stach la empareja con otra historia de una niñita en un parque y la cuenta en las propias palabras de Kafka. Durante otra caminata por el parque, Kafka vio a otra niñita, esta muy bonita y coqueta. Ella le sonrió.
    

Naturalmente le devolví la sonrisa de una manera por demás amigable, y continué haciéndolo cuando ella y sus amigas continuaron volteando en mi dirección. Hasta que me di cuenta de lo ella me había dicho en realidad. “Judío”, era lo que me había dicho.

Hay bastante acerca de lo judío de Kafka en las páginas de Stach, y él es lúcido e ilustrativo acerca de cada aspecto de esta espinosa y enredada área, desde el estudio del hebreo por Kafka hasta su fascinación con el desacreditado teatro Yiddish, desde sus ambiciones (lo suficientemente realistas a pesar de su salud) de establecerse en Palestina hasta su encantador pero impráctico sueño de abrir allí un restaurante, donde su novia Dora administraría la cocina y él sería el mesero. Aunque hay mucho más aquí y casi todo de la mejor calidad.

Stach logra recrear los mundos en los que Kafka se movió y en los cuales sufrió, de una manera que se lee más como ficción de alta calidad que como regurgitación de una investigación excesiva. Nos pone dentro del famosamente abigarrado departamento en el que Kafka el hijo imposible se raspaba contra las rugosas superficies de su enojado padre, dentro de las oficinas de seguros en las que Kafka trabajaba, y trabajaba muy bien; dentro de los abiertamente ambiciosos círculos de jóvenes escritores checos de la cuchillada en la espalda, del intercambio de favores; dentro de sanatorios; dentro de los burdeles que frecuentaba Kafka cuando su necesidad de sexo se sobreponía a su miedo a las mujeres.

Stach es un investigador de primera clase, a menos que su prosa alemana haya ganado en la traducción (al inglés) de Shelley Frisch, una magnífica escritora que puede a veces ser un poquito jactanciosa (“la intrépida danza sobre al abismo de la vida que esta pareja dorada celebraba”), pero que más a menudo, como su principal personaje, está contenta con ser simple: “Las mujeres apreciaban eso”. Por tanto tiempo la biógrafa ha contemplado mentalmente al biografiado que los resúmenes de Stach se hacen acreedores al asentimiento cuando las palabras de una escritora menos dedicada podrían parecer meramente impertinentes: “Él intentaba limitar todo movimiento o cambio, como un hombre herido teme al dolor, tanto que permanece en cualquier posición en que esté, sin importar cuán incómodamente”.
Sobre todo, Stach es brillante al escribir la vida amorosa de Kafka, un tema que podría ser candidato a una de esas bromas del tipo “Los libros más cortos del mundo”, pero que en realidad es tan rico como extraño. Como es usual, Kafka no sale de esos raspones amorosos para nada bien: muchos comentadores han encontrado su largo y mayormente epistolar cortejo con Felice Bauer espeluznante hasta el punto del “vampirismo”, y él se deshizo de una de sus últimas novias tan sumariamente como cualquier mujeriego. Su affaire con Milena Jesenská, más que suficientemente tempestuoso como para una cita barata en el cine, está excepcionalmente bien narrado; casi puedes sentir las manos de Stach temblando de exasperación cuando se ve obligado a mostrar cómo Franz se las arregla para arruinar sus mejores oportunidades de tener unos pocos años de felicidad en común con una muchacha vital y apasionada.

Tampoco se trata de un libro solamente para el club de fans de Kafka. Al rellenar los detalles de la Praga (y Berlín y los Montes Tatra) de Kafka, Stach ha creado un valioso nuevo relato de un mundo que estaba por ser destruido. Cualquiera interesado en Europa y el Medio Oriente de inicios del siglo 20 lo encontraría cautivador. Hay buenas cosas en cada capítulo, incluidas las reacciones de los contemporáneos de Kafka ante este cortés y curioso ser en medio de ellos. He aquí al satírico Franz Blei en 1922: “El Kafka es un muy raro y magnífico ratón de uno en un millón que no come carne sino que se alimenta de hierbas. Ofrece una visión fascinante porque tiene ojos humanos”.

Y he aquí Kafka sobre Kafka:
    

Escribir es una recompensa dulce y maravillosa, pero ¿por qué? Por la noche el escribir se me hace claro, tan claro como unas instrucciones visuales para un niño, esa es la recompensa por servir al diablo. Este descenso hacia los poderes oscuros, este desencadenamiento de espíritus atados por naturaleza, estos dudosos abrazos y lo que pueda tener lugar allí abajo, algo desconocido para los de arriba, que escriben sus historias a la luz del sol. Quizá haya otras formas de escribir, pero yo solo conozco este tipo; de noche, cuando el miedo no me deja dormir, conozco solo este tipo.

Stach no se aventura mucho por el camino de la crítica y la interpretación, pero sí ofrece observaciones sensatas de cuando en cuando. “En la obra tardía de Kafka, la culpa y el castigo ya no tenían un rol prominente”. Solo eso. Esos cuentos tardíos, incluidas las curiosas fábulas animales “Josefine la cantante o el pueblo de los ratones”, “La madriguera” e “Investigaciones de un perro”, permanecerán enigmáticos para siempre. Esa es parte de su magia. Pero gracias a Stach, Kafka ahora es menos un acertijo, aunque no menos una maravilla.

Una nota final de encomio: Stach sobre Kafka es más que digno de ser puesto en el estante de las biografías literarias magistrales de las últimas décadas, junto a, por ejemplo, Ellmann sobre Joyce y Wilde, Holmes sobre Coleridge, Walter Jackson Bate sobre Johnson, Tomalin sobre Pepys, Bellos sobre Perec, Hilton sobre Ruskin, Steegmuller sobre Cocteau, Nicholl sobre Marlowe, Rimbaud y Shakespeare, Morgan sobre Burroughs, Brotchie sobre Jarry, Miller sobre Foucault, Rukeyser sobre Hariot, Monk sobre Wittgenstein y Russell, Roudinesco sobre Lacan... Cuando aparezca el tercer y final volumen, la obra de Stach bien llegará a ser vista como una de las mejores de su distinguida compañía. Es por demás espléndida.

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