El ejercicio poético que propone Juan José Beteta en Abraxas se sostiene sobre dos pilares: la dinámica de una palabra en movimiento, mutable antes el fenómeno que aborda, y una concepción del amor que supone, en principio, una comprensión de la subjetividad ante lo otro. En primer término, el lenguaje empleado por Beteta conjuga diversos universos semánticos (tu serenos rostro de uva) o registros (Santa maría, madres de Dios, ruega por el prolongado orgasmo) con el objetivos de situar la experiencia humana del amor. En segundo término, este sentimiento parece ser el móvil central del hablante poético. En su  transitar por el mundo, el descubrimiento del amor surge como una revelación: Sin ti, andaría dormido, el olor de las mañanas no sería el mismo. Aunque esta verdad no se ajena a la evidencia del deseo (Quisiera ser la última chispita, de la hoguera que se apaga en tu sueño, la chispita que te enciende) ni deje de mostrarse como irrepresentable (No puedo dibujarte, pese a mis intentos). En Abraxas se explora la contraposición de estos dos pilares en busca de una quizá imposible unidad de contrarios.