Un perro yonqui va más allá de la mera anécdota, sus relatos exigen un mirada atenta en pos de los guiños que nos efectúa, porque comunica en lo que no se dice, en el cuso hechicero de las entrelíneas, sea en textos largos y cortos. Aquí brota l magia, la ternura, la pesadez existencial y el contenido respiro maldito. Incontables pincelazos. Nuestro auto se refocila en los detalles y en estos consigue forjar n oscuro humor que incomoda, una parodia de la cotidianidad, una involuntaria y agradecida denuncia contra nuestra apatía. Armando Alzamora se nos presenta dueño de sus recursos y posibilidades.