El autor desdeña historias de aparente prestigio, capítulos de dudosa grandeza y construye crónicas ambientadas principalmente en la ciudad de Iquitos. En las páginas del libro surge entonces otra realidad bullente y proteica, vital y acaso excesiva. Ante los ojos del lector aparece entonces un retablo inédito con personajes anónimos o conocidos que han ido por otros rumbos. Se trata de un colectivo que ha elegido, por regalada gana y voluntad propia, escapar de los tugurios amañados de la vida normal, huir de los acomodos y los oportunismos de una existencia cantada de la cuna a la sepultura. El destino de una elección así es la marginalidad. Pero no como un refugio en los engañosos consuelos del vicio, un salto al vacío estéril, una fuga al deambular en la nada cotidiana. Esa marginalidad es vital en la medida en que los seres de las crónicas, unos más que otros, buscan otra vida, anhelan otro mundo como una negación de herencias perniciosas, de legados muertos. Es entonces una marginalidad rebelde con causa, fructífera hasta en sus declives o sus fracasos, buscadora de una verdad más honda que todas las verdades sin sustento y sin alma.