A pesar de cohabitar sobre un drama exterior perfectamente construido, Urbano Muñoz, creador inconforme –qué verdadero escritor no lo es– apela a la vía intestina para darle rigor a sus historias; nos apunta, desde adentro, con su tacto zahorí, situándonos en las márgenes de un Perú que bien podría ser el fugitivo con quien abre estos relatos. “Literatura de la guerra”, la calificarían algunos apresurados críticos. Urbano Muñoz no se alista en uno ni otro bando. Sin apasionamiento, separa a los bloques que atacan, de una población que se defiende o que –por pánico– se oculta. La suya es una prosa limpia que se concentra en registrar las escenas donde hombres se enfrentan por sobrevivir: sus cuentos están más allá de pruritos meramente estéticos. Estamos frente a una propuesta cuyo registro incorpora, sin impostaciones, los elementos del ande; el quechua como lengua de muchos de sus personajes y Ayacucho como escenario de la mayoría de sus relatos.