Luis Eduardo Valcarcel
El Virrey Toledo, gran tirano del Perú; un libro confrontacional

Por Antonio Rengifo
Fuente: Librosperuanos.com
Abril, 2016

VALCÁRCEL, Luis E.:
El Virrey Toledo, gran tirano del Perú.
Una revisión histórica
Fondo editorial, Universidad Inca Garcilaso de la Vega
Serie: Clásicos peruanos.
Prólogo: Wilfredo Kapsoli
(Lima noviembre 2015) pp. 158.-

El Virrey Toledo, gran tirano del Perú es un libro confrontacional.  Debió titularse: Valcárcel vs. Levillier en torno al Virrey Toledo.  

Roberto Levillier (1881/1969) historiador y diplomático porteño de Buenos Aires considera a Francisco Álvarez de Toledo uno de los espíritus más nobles que haya contribuido a amparar a los naturales y asegurarles su justo trato y bienestar (p 147).  En cambio, Luis Eduardo Valcárcel (1891/1987) historiador cusqueño, afirma que para todos los peruanos fue uno de sus tiranos más desaprensivos y crueles.  (p.17).  Y así, a lo largo del libro, encontraremos afirmaciones contrapuestas.  Es una demostración de que lo hechos no hablan por sí solos.

En buena hora que Luis Valcárcel ponga en cuestión la apreciación de su colega argentino; simplemente, porque la unanimidad es estéril, como dijera J.C. Mariátegui.  Levillier ha rescatado valioso y numerosos documento referidos al Virrey Toledo, como el mismo Valcárcel lo reconoce.

Levillier, no es cualquier historiador, tiene una obra colosal: Don Francisco de Toledo supremo organizador del Perú.  Su vida, su obra: 1515-1582. T. 2, Sus informaciones sobre los incas. 1570-1572. Colección de publicaciones históricas de la Biblioteca del Congreso argentino (Bs.As. 1940).  A Valcárcel le indigesta desde el título: “Supremo organizador”.  Para él, Toledo sería el “supremo desorganizador del Perú”.  Los dos tienen razón. Son visiones desde  perspectivas diferentes.  Dos lecturas contrapuestas de los mismos documentos.

Cualesquiera que sean las visiones o lecturas, los doce años de ejercicio gubernativo del virrey Toledo tienen sentido, significación, en el contexto del siglo XVI, siglo de la CONSOLIDACIÓN de una guerra de conquista del Tahuantinsuyo por el imperio español.  

Francisco de Toledo (1515/1582)  aristócrata y militar. Permaneció en estado célibe; por ello se dedicó exclusivamente a cumplir su misión; también por eso, lo llamaron “el virrey casto”.  Fue el quinto virrey del Perú; ocupó dicho cargo durante once años y cinco meses (desde el 30 de noviembre de 1569 hasta el 1° de mayo de 1581).  Para saber qué terreno pisaba, hizo una “visita” general a los extensos territorios del virreinato del Perú (1570-1575).  En esa época el virreinato comprendía desde Panamá hasta el sur de lo que ahora es La Argentina.  España aún era la primera potencia europea; en los territorios del Rey Felipe II de España, no se ponía el sol. Toledo había tenido una relación cercana con el Emperador Carlos V y luego con Felipe II.  Debido a esa relación, adquirió una habilidad política extraordinaria.

Después de la victoria militar y la consiguiente derrota del ejército incaico, sigue la etapa de consolidación de esa victoria militar mediante la promulgación y ejecución de rigurosa normas administrativas y la evangelización de los indígenas. Todo ello tiene un trasfondo económico: la extracción del tributo indígena.  Tributo que subsistió hasta un buen tramo de la época republicana.

Valcárcel nos hace saber que en la guerra psicológica se suele inventar pretextos, calumniar y difamar, en este caso, a los Incas, Toledo encontró un excelente agente en Sarmiento de Gamboa con su Historia Índica; con ello justificó la violencia de la consolidación de la Conquista.  Presentó a los Incas como tremendos opresores de su pueblo.  

Para los dictadores solo hay una versión oficial de la historia; incineran los libros y acallan las voces que denuncian los abusos coloniales.  Los disconformes son eliminados mediante “el descubrimiento” y “desactivación” de algún complot contra la autoridad virreinal.

Toledo, en cumplimiento de su misión, apagó el rescoldo de resistencia incaica del reducto de Vilcabamba.  Logró la captura del joven Tupac Amaru I, lo condenó a muerte e hizo rodar su cabeza..  Fue ejecutado de manera espectacular el año 1572 en la que fuera la capital del Tahuantinsuyo, el Cusco y en su plaza de armas, llamada antiguamente Huacaypata (lugar de llanto).  Con ello hizo escarnio del enemigo y un acto de disuasión ante la masa indígena que se había congregado.  No fue un error político de Toledo como algunos creen. Y si no tuvo el beneplácito del Rey Felipe II, por qué no destituyó a Toledo?  Felipe II guardó las apariencias de discrepar con la sentencia de Toledo.  Sin embargo, había un juego de compadres entre los dos. El consuelo de la población ante la decapitación del joven Tupac Amau I fue atribuir a Felipe II haberle dicho a Toledo: yo te envié a servir reyes y no a matarlos.

Fue una decisión contrasubversiva parecida a la que tomó el gobierno dictatorial de Fujimori al exhibir en una jaula a Abimael Guzmán con un traje a rayas de presidario.  Con ello humilló al llamado “presidente Gonzalo” y disuadir a sus partidarios alzados en armas.  (La semejanza de ambos eventos es explicable, a pesar de las diferencias de época, en términos estrictamente militares y en una situación de emergencia social).

Valcárcel sustrae una cita de la obra de Levillier referida a la ejecución de Tupac Amaru I: Toledo fue justo, aunque falto de clemencia, al condenar a muerte a Tupac Amaru (p.17).  Por supuesto, para Valcárcel esa ejecución fue injusta.   Toledo confiscó las propiedades del Inca y de sus familiares; desterró a mujeres y niños de su linaje.  Tal es así  que según Valcárcel: Toledo, desde un comienzo de su gobierno, tuvo como una obsesión buscar medios de eliminar a los Incas y todo vestigio de autoridad aborigen.  (p.19).  Bien sabía Toledo que el Inca o sus herederos constituían un factor aglutinante de los nativos y una fuente potencial de rebelión.  En el cielo peruano no hay cabida para dos Soles.  Toledo centralizó todo el poder y pacificó el virreinato.

Toledo trastocó manu militari el patrón de asentamiento poblacional incaico -que era disperso en ayllus- para concentrarla, separarla y aislarla a la población indígena en lugares estratégicamente elegidos; a los cuales se les llamó Reducciones.  En concordancia con las reducciones, levantó un censo para saber las características de la población nativa.  Tanto el censo como las reducciones son condiciones básicas para facilitar la gobernabilidad.  Evangelizar, cobrar los tributos y reclutar la mano de obra indígena para las minas, los obrajes y las plantaciones de coca (mita).  Estos tres instrumentos de política fueron minuciosamente reglamentados por el virrey Toledo; esa legislación estuvo vigente por mucho tiempo. Ahí tienen su origen las actuales comunidades indígenas y el paso de la sociedad agrocéntrica a un país, dizque de “vocación” minera. La marca de la carimba colonial aún perdura.

La mita y los tributos  de la época incaica fueron retomados por Toledo para darles un sentido que afianzara al Virreinato en el poder y facilitara la extracción del excedente económico producido por la población explotada.

Tal fue la extraordinaria sagacidad para gobernar y consolidad el poder español del virrey Toledo que instituyó la cátedra de Quechua en la Real y Pontificia Universidad de San Marcos y otorgó estímulos económicos a los sacerdotes que supieran quechua.  El idioma era una manera de penetrar en la conciencia de los indígenas para adoctrinarlos; es decir, inducir el desprecio de la cultura nativa y, por consiguiente, la pérdida de la identidad.  En cada reducción había un cura doctrinero y una iglesia.

Con las reducciones toledanas, el virrey se constituyó como el precursor de las “aldeas estratégicas” en la lucha contrasubversiva para controlar a la población y la insurgencia de las guerrillas.  La idea de Toledo fue empleada por los ingleses en Malasia tras finalizar la Segunda Guerra Mundial.  Asentaron a la población de las aldeas en nuevos poblados cerrados.  También fueron implantadas en 1952 por los franceses en la primera guerra de Indochina, le llamaron “Agrovilles”.  Y por último, a principios de 1962 el gobierno de Vietnam del Sur junto con la Central de Inteligencia Americana (CIA) lanzó un programa llamado “Aldeas Estratégicas”; desplazaron a las comunidades rurales desde sus tradicionales aldeas a otras localidades.  No sería extraño, que también en nuestro país aplicaron el referido programa los jefes político-militares de las zonas de emergencia en la guerra contrasubversiva (1980-1992); puesto que fueron adiestrados en la Escuela de las Américas en Panamá.  El gobierno norteamericano amadrinaba dicha escuela para asegurar la expansión su política exterior y su área de influencia.

La digresión, que antecede, se deba a un pensamiento de J.C. Mariátegui para quién:

El problema de nuestro tiempo no es saber cómo ha sido el Perú.  El pasado nos interesa en la medida que puede servirnos para explicarnos el presente. (7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana, p. 92)

En tal sentido, conociendo los extraordinarios mecanismos de dominación diseñado por el Virrey Toledo; también, dialécticamente, aprendemos las armas de la liberación.  El libro de Valcárcel, que es el negativo de la foto tomada por Levillier, debería leerlo cualquier ciudadano y especialmente los peruanos y los estudiantes de Historia.

El Virrey Toledo, gran tirano del Perú lo he leído con cariño, por ello, lo llamo librito.  Me ha despertado el interés por leer el “positivo” de la foto de Toledo tomada por Roberto Levillier.  Valcárcel, quizá sin proponérselo, es seguramente el mayor difusor de la obra de Levillier.

Hay que tomar en cuenta que Valcárcel tuvo reflejos rápidos porque su respuesta a Levillier fue publicada, en primera edición, en 1940, salió a la estampa de los talleres de la imprenta del Museo Nacional.

Una nota curiosa es la edición de la Universidad Inca Garcilaso de la Vega, pues, aparece como si hubiera sido una edición conmemorativa, salió a la luz a los 500 años del nacimiento de Don Francisco de Toledo.

El Virrey Toledo, gran tirano del Perú no solo es un librito notable de historia; sino, también forma parte de la filosofía de la historia. Además, es adecuado para motivar a los alumnos en un curso de introducción a la historia y suscitar un debate.  Advierto que la verdad única y eterna es propia de fanáticos y no de historiadores.

Finalmente, diré, aunque quizá Valcárcel me hubiera tildado de renegado: Felipe II reveló sapiencia al elegir al hombre adecuado para cumplir con la misión de consolidar o afianzar el Virreinato. Toledo estuvo en el lugar preciso y en el tiempo exacto.

Lima, marzo 23 del 2016.
Antonio Renifo Balarezo
[email protected]

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