Raúl Mendoza Cánepa
Viaje feliz a lo infinito Viaje feliz a lo infinito

Por Tomacini Sinche López
Fuente: Expreso, Lima 06/12/07

Conversamos con el autor de “La Tentación Infinita” (Editorial Zignos), una obra deliciosamente inclasificable.
 
–¿Cuánto tiempo te tomó hacer “La Tentación Infinita” y cómo te sientes con este debut literario, siendo abogado? 
“La Tentación Infinita” es la concreción de años de experiencias y reflexiones acerca de la vida, la literatura, la belleza, el erotismo, la Historia… Pero puntualmente me tomó alrededor de seis meses cuajar todo ese aprendizaje en el papel. Es verdad que mis trajines como escriba se habían reducido al Derecho, a través de obras sobre Parlamento, partidos políticos, Derecho Constitucional que es, al fin y al cabo, mi carrera; pero concebí mi ingreso a la literatura hace varios años. No quería hacerlo desde mi inexperiencia, sino con un background de vivencias ricas que transmitir.
 
–¿A qué se debe el fuerte componente literario, filosófico, pictórico y hasta musical? 
No quiero pecar de renacentista, pero odio la especialización. Creo que ya que se vive una vez, al mundo hay que comérselo de un tirón y los conocimientos no sólo son los que me sirven para algo, es todo ese universo que nos legaron los viejos, la literatura, la filosofía, la pintura, la música, la Historia, etc. Neruda confesó que era un omnívoro, yo también lo soy y muy a pesar de que ser un todista no me haga rico. “Me comería la tierra y me tomaría el mar”. No soy un hombre de mi tiempo. Hubiera preferido ser un artista en el siglo XVI.
 
–Un punto fuerte del libro es la gran variedad de personajes y épocas históricas de las que te apropias… 
Mi obra contiene a personajes históricos reales y a otros inventados, contiene hechos reales y ficción. Es un pasadizo con muchas puertas o un paseo vertiginoso por la vida, por la historia. Por momentos me siento Virgilio guiando a Dante por los círculos infernales y el purgatorio hacia los brazos de su amada Beatrice (felicidad). Así llevo de la mano al lector a lo largo de la obra. La novela es casi un paseo, un tour.
 
–El libro posee una estructura sencilla, pero logras un tramado que crece y crece...
Es una carta llena de recovecos, y no es, en sentido técnico, una novela. Es una obra inclasificable y como tal prescinde de la estructura clásica de una novela. No me circunscribí a una historia, por una razón, quería que el lector pudiera leer esta obra abriéndola desde cualquier página. Esa es una característica extraña, pero que expresa algo que también quería decir. Una forma de no acabar en un anaquel repleto de telarañas sino más bien en una mesa de noche.
 
–La obra reflexiona acerca de seis dones destinados a un fin esencial humano: la felicidad... 
Yo lo veo con ojos simples de niño, lo que me permite ser feliz. La vida es trágica, estamos condenados a vivir perpetuamente evaluados, a padecer múltiples pérdidas, a disgregarnos infinidad de veces. Los griegos no inventaron la tragedia, nos enseñaron que la vida inexorablemente corre siempre hacia el abismo. Si es así, ¿por qué nublarla más? Si aprendiéramos a hacer de cada día una obra de arte no estaríamos tan perplejos.
 
–¿Cuál de los dones disfrutas más? 
El del buen amor romántico que ya lo tengo en mi esposa. Y soy un romántico sin remedio. Disfruto de “Meditaciones de Thays” o de una película sensiblera, me acojudo aún con el “Poema XX” y una balada me puede cuartear el corazón. Me fascina con gran extrañeza, el beso que pueden darse dos enamorados encandilados al pie de un árbol, entre aromas de flores, jazmín nocturno, a oscuras, muy tarde. Ese es el don que le faltó descubrir a Borges en su extraordinario poema de los dones o a Walt Withman que jamás se desdobló más que para adorarse a sí mismo. El amor vence la separatidad de la que hablaba Fromm, nos protege. A veces pienso que es una forma solapada de volver al útero de la madre.
 
–Tras este auspicioso debut literario, ¿qué sigue? 
Estoy escribiendo la parte final de una novela sobre el poder. Es un personaje muy poderoso y siniestro que tiene un gran influjo en la historia del Perú durante los últimos 50 años. Un sujeto, además, muy malvado. No conoce límites y es el gran titiritero, desde Odría, Prado, Velasco hasta Fujimori. Es como la conciencia negra del Perú.
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