Marco Martos
Viento del Perú, un nuevo repaso antológico de Marco Martos

Por Ricardo Ayllón
Fuente: Librosperuanos.com
Febrero 2014

Miembro de la década peruana del 60, Marco Martos integra esta junto a voces notables como las de Antonio Cisneros, César Calvo, Javier Heraud, Juan Ojeda, Hildebrando Pérez, Juan Cristóbal, entre muchos otros que –de principio– revelan la coincidencia de buscar desmarcarse de las características líricas del grupo de poetas de la década anterior, dejándose influir básicamente por la poesía española del 27 y la de la nueva tradición anglosajona. Esto, sin duda, con sus diversas variantes, preferencias particulares y manejos expresivos que obedecen a ese objetivo individual de mostrarse distintos de los compañeros de ruta contemporáneos.

Sobre su poesía inicial, la que practica en el espacio temporal de la misma década del 60, ha confesado el propio Martos en un entrevista lo siguiente: “Lo que sí veía es que la poesía que yo podía hacer era diferente de la que publicaba Javier Sologuren en su sello ‘La rama florida’, que era la de los otros poetas que se iniciaban y que tenían una impronta más vinculada a la poesía de Javier Heraud”1 .

Más allá, ante la pregunta del entrevistador acerca de sus diferencias estéticas con las de Hinostroza y Cisneros, quienes adoptaron perspectivas distintas en el uso del yo lírico tradicional, Marco Martos revela: “La poesía que yo hago ha venido siendo, en buena parte, poesía de la expresión personal”2 . Con esto se refiere a que en sus primeros libros prima en su generalidad el manejo de la primera persona, la cual se manifiesta áspera y huraña respecto del quehacer del poeta (como en los textos “Torre de marfil”, “Fábula” o “Quijote” de su primer libro, Casa nuestra, de 1965), y hasta irónica ante su realidad inmediata y mediata, producto, entre otras cosas, de su condición de provinciano en Lima (tal como él mismo ha confesado en algunas entrevistas), pero volcándose hacia temas contestatarios dentro de un clima que resalta lo doméstico y el plano familiar: en su segundo libro, Cuaderno de quejas y contentamientos (1969), son una revelación de ello poemas como “Muestra de arte rupestre” y “Casti connubi”.

Dentro de aquel manejo temático y expresivo se logra rescatar no obstante alegorías relacionadas con el tema de la muerte (se menciona literalmente la palabra “suicidio” en varios de los poemas); y sin embargo, como lo ha manifestado el desaparecido Luis Jaime Cisneros: “…con la juventud, Martos nos asegura el estallido triunfal del amor universal, romántico”3 . Porque el amor es, sí, tema que roza su tercer libro, pese a la apariencia antagonista de su rótulo, Donde no se ama (1974). Esto ha hecho tal vez que el autor deje tal contenido como una evidencia en la antología personal que ahora comentamos4 , pues son temas de amor (o de desamor) a los que los lectores verdaderamente nos aproximamos, y donde la diversificación de la tradición poética universal que definirá en adelante su modulación expresiva, comienza a asomar. “Martos se ha contagiado de sus lecturas europeas”, volvemos a citar a Luis Jaime Cisneros, “pero está también en el libro la preocupación por América, tierra de temblores no solamente debido a movimientos desbordantes de la geografía. El poeta no puede callar su solidaridad con quienes han aprendido a frecuentar el dolor cívico”5 .

“Rito” el poema con el que abre Carpe diem (1974), su siguiente libro, parece ser el intento de retornar a temas primigenios como las vicisitudes del poetizar y el valor de la palabra, y, sin embargo, hallamos una resonancia verbal más fuerte, excepcional, con un poeta que empieza a explotar y mostrar mejor las competencias de su discurso.

Este poema, “Rito”, es como la apertura de un nuevo registro, de una nueva etapa en la que Martos no duda en decir: “Hoy, ayer y mañana, hoy, en este instante, / en el punto inmóvil donde todo y nada sucede, / para purificar el dialecto de la tribu / colocando cada palabra en su lugar, / habla la poesía, habla poco, cumpliendo / su obligación, y sin que nadie la invente, / esparza o desordene, evidencia el orden / y desorden de la vida, orden y desorden del furor. / Y para que la tribu quede contenta / usa palabras del lenguaje de hoy / pues la palabras del año pasado / pertenecen al año pasado / pertenecen al lenguaje del año pasado / y las palabras del próximo año / esperan otra voz. Y en el punto inmóvil / donde todo y nada sucede, esa voz es esta voz”6 . Una verdadera arte poética donde es consciente de que la tradición, la poesía de ayer, sostiene y ha sostenido a toda la poesía que se ha hecho siempre, pero cuyo lenguaje tal vez sea necesario actualizar; es decir: el contener la gran tradición de la lírica mundial en una nueva voz cuya singularidad sea posible de sostener también en las formas modernas.

Y es lo mismo que hallamos posteriormente en El silbo de los aires amorosos (1981) con formas sencillas aunque audaces, nuevas, de expresar el amor. Y sin embargo, siento que el poeta ha ido preparándose –armado ya de su buena asimilación de la poesía inglesa (Eliot principalmente), de su reconocible conocimiento de Vallejo, de sus evidentes preferencias por creadores como Cernuda y Pedro Salinas, o los franceses Rimbaud y Baudalaire– para el ingreso o la llegada a sus libros de referentes culturales que son casi una novedad en la tradición lírica peruana, como el de la España musulmana medieval.

Es lo que ocurre en la última parte de Cabellera de Berenice (1992), volumen completo, variado, que sorprende por su tratamiento del amor desde lo histórico, pasando por el amor al Perú con textos ofrendados al paisaje de su Piura natal, y que remata con esta aproximación a la cultura andaluza que será el punto de inicio de la búsqueda de otras tradiciones poéticas del pasado, y no solo en el fondo, en el tratamiento temático, sino también en la forma, en el estilo.

Marco Martos lo explica del siguiente modo: “Luego me interesé por lo que llamo poesía diacrónica: una dicción que recoge la voz de la historia y que no es siempre una poesía del individuo”7 , que era lo que lo caracterizaba en sus inicios. En este nuevo camino, El mar de las tinieblas (1999) es un volumen bastante culto y fino. Ya nuestro poeta ha tanteado y practicado las formas clásicas, y es por eso que aquí (“de acuerdo a las necesidades intrínsecas de cada poema”8 , como reza el texto de presentación de este libro) elije formas para muchos de nosotros desconocidas como el zéjel, la sextina, la lira, los sonetos, octavas reales, o las coplas de pie quebrado. Ello por un lado, mientras que por otro, el tratamiento muy humano de las vicisitudes emocionales y espirituales de un grupo de grandes escritores disímiles y de tradiciones culturales diversas como Quevedo, Kawabata, Juan Ruiz, Góngora, Mallarmé, Silvia Plath, Dante; o nacionales como Eguren, Vallejo, Oquendo de Amat, entre otros. En suma, la libertad en la selección de fondo y forma; pero una libertad que es asumida con responsabilidad para saber elegir la mejor forma para cada tema; y, más allá de ello, para lograr contagiar la emoción, el deleite y esos rasgos de sabiduría que contienen las reflexiones manifestadas en la ficción por los poetas nombrados.

Es a partir de El mar de las tinieblas que en adelante hemos podido reconocer en Marco Martos a un creador empeñado en continuar indagando en las casi perdidas y poco practicadas formas de la expresión lírica tradicional. Y he aquí el resultado de aquella en el logro de esos objetivos ajenos a muchos de los vates contemporáneos a él. Y entonces, el poeta se ha lanzado también a tratar temas específicos como la música o el ajedrez. Allí están Sílabas de música, del año 2002; o Jaque perpetuo, del año 2003, con aquel conmovedor homenaje al ajedrecista cubano José Raúl Capablanca en esa forma tan ajustada a veces como es la copla, libro último este en el que el poeta se da gusto de fusionar dos de sus grandes pasiones: la poesía y el ajedrez.

Del 2006 es Aunque es de noche, una verdadera incursión por la poesía religiosa, y he aquí también la visita a las diversas tradiciones místicas, como la cristiana, la judía, la árabe, hasta rozar la budista y taoísta. Resultado de un profundo aunque verdadero interés por lo divino que no debe dejar cabos sueltos, intersticios en el alma del creador para llegar al lector como un legado de espiritualidad cabal, e inspirar en él sus propias preferencias por cada una de estas tradiciones.

En adelante, los tributos personales, temáticos, del poeta, han continuado: a ese libro imperecedero de la Edad Media como es la Divina comedia, en Dante y Virgilio iban oscuros por la profunda noche (2008); nuevamente a la primera patria, en Adiós San Miguel de Piura, secretario de mis penas (2009), y a la cultura griega en En las arenas de Homero (2010). De este modo, Martos ha ido retornando por los incesantes temas de la reflexión lírica como el amor, el poetizar, los referentes literarios, el significado de la existencia, pero con un tratamiento en el que la calma de los años parece marcar el ritmo de sus textos. Un ritmo, sin embargo, que se manifiesta como una antítesis en la forma frecuente y acelerada como ha ido publicando sus más recientes libros: Vespertilio (2011), Biblioteca del mar (2012), Vespertilio (2012) y el anuncio de Caligrafía china.

El poeta ha visto también aparecer algunas reuniones y antologías de su poesía: Leve reino (1996), Dondoneo (2004), Obra reunida. Poesía junta (dos volúmenes, 2012) y ahora este Viento del Perú, que es una selección personal, de la cual Martos ha manifestado ante el periodismo que: “He tratado de escoger poemas más representativos de las etapas de mi escritura y he atendido algunas voces amigas que hablaban con pasión de algún texto que les había gustado”9 . Para nosotros, además de ello, llevados por el título y por la diversificación de su poesía que gusta de abarcar las distintas tradiciones literarias del planeta, es la manifestación de un viento del Perú no solo para el Perú, sino que es el propio Perú encarnado en la palabra del poeta mostrándose ante el mundo. “Estos poemas aspiran a ser considerados como espíritu del Perú” se afirma en las palabras liminares de este libro, y nosotros decimos que efectivamente es así, pero como manifestación de una peruanidad de relieve internacional, y una proyección en el tiempo que podría ser una justa tradición del “hoy, ayer y mañana”.

Notas
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1 Pérez Grande, Hildebrando; Garayar, Carlos. (02/10/2003). “La poesía siempre es un milagro” (Entrevista con Marco Martos). Obtenido el 16 de noviembre de 2013, en http://www.resonancias.org/content/read/287/marco-martos-la-creacion-poetica-como-un-milagro/
2 Op.cit.
3 Cisneros, Luis Jaime. (02/10/2003). “Tradición y originalidad en la poesía de Marco Martos”. Obtenido el 16 de noviembre de 2013, en http://www.resonancias.org/content/read/286/marco-martos-la-creacion-poetica-como-un-milagro/
4 Martos, Marco. Viento del Perú. Lima. Hipocampo, 2013.
5 Cisneros, Luis Jaime. Op.cit.
6 Martos, Marco. Op.cit. p. 53.
7 Pisfil Chávez, Claudia. (14/11/2013). “El lenguaje de los humanos, cualquier idioma, es impreciso, borroso”. Obtenido el 16 de noviembre de 2013, en https://pisfil.lamula.pe/2013/11/14/el-lenguaje-de-los-humanos-cualquier-idioma-es-impreciso-borroso/claudiapisfil/
8 Martos, Marco. El mar de las tinieblas. Lima, El caballo rojo. 1999. Nota de contratapa.
9 Pisfil Chávez, Claudia. Op.cit.

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