Wiley Ludeña Urquizo
Patrimonio Industrial en el Perú Patrimonio Industrial en el Perú

Por Wiley Ludeña Urquizo
Fuente: http://www.cmm.org.pe/articulos/articulo_0100.htm

A diferencia de otros países, donde se le otorga reconocimiento a la cultura industrial de las naciones, en nuestro país priman los criterios decimonónicos al momento de evaluar qué es patrimonio y qué no lo es. Es necesaria una enorme tarea de reconocimiento y salvaguarda de este ingente conjunto de fábricas, ingenios y campamentos mineros que forman parte del trabajo que forjó una nación.
 
Paradojas de entrada
 
I
El barrio obrero del complejo del Frigorífico Nacional del puerto del Callao es el primer conjunto habitacional peruano en registrar los atributos del llamado urbanismo moderno. Es una especie de grado cero. El complejo industrial fue inaugurado en 1928 por el gobierno de Augusto B. Leguía. En su momento fue la instalación más moderna de América Latina.
Durante 1997, se produjo una campaña pública en pro de su declaratoria de patrimonio histórico (La República, 6 y 8 de mayo de 1998; El Comercio, 30 de abril y 6 de junio de 1998). La respuesta que entonces se obtuvo fue concluyente: no hay nada que justifique que una fábrica y mucho menos un barrio obrero pudieran ser objeto de una declaración de patrimonio cultural y monumento sujeto de puesta en valor. Respuesta previsible en algún sentido, pero desconcertante al provenir de algunos profesionales normalmente comprometidos con la causa de la defensa del patrimonio histórico.
 
II
La antigua planta metalúrgica de Völklinger, ubicada cerca de Saarbrücken, Alemania, constituida a partir de 1873 y cerrada definitivamente en 1986, fue declarada por Unesco en 1994 patrimonio cultural de la humanidad. Esta planta fue una las primeras instalaciones de su género en los inicios de la revolución industrial del siglo XIX. Como parte de su puesta en valor, el complejo se ha transformado desde 1999 en el Centro Europeo para el Arte y la Cultura Industrial. 
En el marco de los festejos por los diez años de la declaración de Unesco, la otrora sala de inyectores de aire de esta planta metalúrgica hizo de escenario perturbador y fascinante para la exposición Oro de los incas: 3,000 años de altas culturas. En ella se expusieron 170 objetos del fondo del Museo Larco pertenecientes a las culturas Cupisnique, Nasca, Moche e Inca. La planta de Völklinger devino en paisaje perfecto para relacionar dos mitos de base: el del oro de los incas y el mito del hierro convertido en "oro negro", el cual comenzó a gestarse en la Europa de inicios del siglo XIX.
Huacos, utensilios, tejidos preíncas en medio de viejos engranajes, rieles, poleas y planchas de acero oscurecidas por el tiempo: he ahí el encuentro frontal de dos culturas de tiempos y geografías distintas. Encuentro en el que una de ellas -la nuestra- pudo lucir su extraordinario valor cultural en el marco de un escenario paradójicamente negado en el Perú como realidad portadora de este valor: el de aquellos edificios pertenecientes al mundo fabril o productivo de los primeros momentos de la industrialización moderna del país.
 
III
Italia. Invierno de 2004. Gran conmoción cultural por el "descubrimiento" de un posible edificio de Gustave Eiffel "llegado" del Perú en un cargamento de 35 toneladas. Todos coinciden en que se trata para Italia de un extraordinario suceso cultural. Pero, al mismo tiempo, de un incalificable acto de ignorancia y negligencia de las autoridades peruanas por permitir la demolición del edificio y su casi posterior fundición. Antes que ocurriera esto, las 30 columnas y otros componentes estructurales y decorativos de estilo liberty realizadas en hierro fundido fueron adquiridas como simple chatarra por el coleccionista Aldo Romano. En la actualidad, el edificio ha sido nuevamente montado y se encuentra en fase de reconstrucción para su conversión seguramente en un nuevo centro cultural de la capital italiana.
Al margen que el edificio corresponda o no a la autoría de Eiffel o que éste haya estado ubicado en La Victoria o las primeras cuadras de la avenida Argentina; al margen de todo ello, se trata a todas luces de un enorme artefacto de gran valor testimonial y artístico. Su delito: haber sido la estructura y cobertura de una fábrica y/o de un mercado popular.
¿Qué discurso es ese que niega el valor patrimonial a aquellos edificios u objetos que, salvando el tiempo y las proporciones, pertenecen exactamente al mismo mundo de actividades que están en la base productiva de aquello que, por ejemplo, se exponía en la planta de Völklinger? 
¿Por qué un viejo taller de orfebrería preínca o inca puede alcanzar el valor de patrimonio cultural y no la maquinaria del viejo trapiche de una hacienda costera o alguna de las antiguas fábricas textiles del Cusco, por citar algunos casos? ¿Doble discurso, doble moral?
Probablemente resulte una exageración injustificada y para otros una provocación irracional pretender comparar el celo con que se trata de evitar el contrabando de piezas de nuestro vasto patrimonio preínca, inca y colonial con el desinterés o la negligencia deliberada con que trata la suerte de las piezas de nuestro patrimonio industrial. Mientras que en un caso los controles, leyes y recursos se disponen para impedir saqueos manifiestos, en el otro piezas que constituyen un extraordinario testimonio de la arquitectura industrial del país y el mundo pueden salir sin más impedimento que los trámites respectivos para su exportación como simple e inservible chatarra vendida al por mayor.
En términos del sentido y significado de un objeto respecto a la sociedad de su tiempo, ¿cuál es en esencia la diferencia que existe -a la hora de valorar su carácter patrimonial- entre un extraordinario huaco Nasca y una valiosa pieza registrada por la arqueología industrial del siglo XIX emplazada en el Perú? 
Finalmente, ¿por qué en el Perú el tema del patrimonio industrial no sólo no ha sido ni es asunto de interés oficial, sino que tampoco lo es de quienes se ocupan precisamente de los asuntos académicos y administrativos de la declaratoria de bienes de valor histórico y cultural?
 
Patrimonio histórico y valoración. Verdades y falacias
Salvo referencias puntuales y desconectadas entre sí, la cuestión de la conservación y defensa del patrimonio industrial en el Perú no ha conseguido constituirse aún en tema de la agenda cultural y política del país. No representa alguna forma de discurso institucionalizado ni mucho menos cultura cotidiana interesada en reconstruir permanentemente su propia memoria.
Una de las razones de esta situación, probablemente la más importante, aparece como prejuicio extendido: que al no ser los nuestros países industrializados en la densidad y envergadura de la historia industrial europea o norteamericana, el discurso en pro de la conservación del patrimonio industrial resulta una exigencia prácticamente innecesaria, por no decir exótica.
Otra razón, desde luego más compleja y sensible en su significado, tenga que ver con esa especie de bloqueo inconsciente de una sociedad que -como cualquier otra similar a la nuestra- no desea recordar ni recrear historias difíciles como las vividas en los campamentos mineros de miles de trabajadores muertos sin llegar siquiera a los cuarenta años. O en las haciendas agroindustriales de miles de culíes chinos esclavizados. O en la industria urbana de la primera fase de industrialización, con niños trabajadores y cientos de obreros muertos por las inhumanas condiciones de trabajo. Ciertamente, a ninguna sociedad le place -miremos sólo el caso alemán respecto al pasado nazi- verse todos los días en un espejo que le recuerde intermitentemente un pasado de terror y represión.
 
En realidad, estas dos razones carecen de razón: son puro prejuicio autoimpuesto. En el primer caso, debe reconocerse -como acontece en los dominios del arte- que la cuestión del patrimonio industrial no depende del mayor o menor grado de desarrollo industrial de un país. No se trata de un asunto de carácter cuantitativo ni de la mayor o menor magnificencia de las instalaciones industriales y el soporte tecnológico. Si fuera así, en un extremo tendría que sostenerse que sólo aquellos países de industrialización desarrollada tendrían el derecho y la posibilidad de honrar su propia memoria en este rubro. Aquí se trata de entender que aquello que se valora no son los objetos en sí y por sí mismos, sino el carácter de la actividad productiva de una sociedad. Y que el valor de los hechos reside en la mayoría de las veces precisamente en el sentido atípico y no masificado del bien que se pretende calificar. Todo aquello que corresponda a una sociedad en términos de producción y cultura productiva no debe quedar al margen de recrearla en términos de memoria viva.
 
Pensar que hay cuestiones de la vida de una nación que no deberían hurgarse ni ser representadas como recuerdo ominoso, también carece de sentido. Por el contrario, convertirlas en objetos y situaciones de recuerdo permanente son el mejor medio no sólo para exorcizarlas, sino también para asumirlas como parte de una historia que nos exige su corrección y superación. El caso de los campos de concentración nazi transformados hoy en patrimonio histórico vivo es un buen caso. Y, entre nosotros, el museo de la Santa Inquisición resulta un buen ejemplo. Estos testimonios son alegatos directos contra el terror. Lo mismo sucede, por ejemplo, con aquel barrio obrero hamburgués del siglo XIX convertido hoy en museo activo, el cual no sólo revela los usos y costumbres de las familias obreras de entonces, sino que se nos aparece como denuncia histórica de las pésimas condiciones de vida de un sector de la población europea de entonces.
Los monumentos no tienen por qué identificarse siempre con el lado feliz y divertido de nuestra historia. Como instrumentos eficaces de crítica del pasado, éstos pueden servir también para evocar aquellas miserias, tragedias y perversiones de la condición humana que no deberían volver a acosar nuestro tiempo. Este es el principio que se halla también en la base de la declaración monumental de testimonios como los campos de concentración nazi, los miserables cottages obreros del siglo XIX o el propio museo de la Santa Inquisición. Recordar para no olvidar y apostar por un mejor sentido de la vida. 
 
Otro prejuicio que atenta contra una adecuada valoración del patrimonio industrial se relaciona con la preeminencia del tiempo pasado y una idea sublimada de la "historia" al momento de calificar el valor de un bien cultural. La consecuencia: que todo aquello que se encuentra más próximo a nuestro presente carecerían aún de valor histórico suficiente para su declaración de bien monumental, tal como podría suceder con el patrimonio industrial peruano del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, así como con los testimonios del urbanismo y la arquitectura contemporáneas.
El que el Perú sea un país con un extraordinario y denso legado cultural preínca, inca y colonial parece haber producido respecto al presente y sus evidencias una especie de desajenación cultural. Una auténtica paradoja. El pasado glorificado deviene tragedia cultural del presente: he ahí posiblemente el rasgo que explique tanto la falta de identificación social con las manifestaciones contemporáneas como también el que estas manifestaciones se encuentren fuera del campo de interés de quienes se ocupan de otorgarle el valor histórico a los hechos que construyen nuestro devenir.
 
Monumento y discurso excluyente
Una de las principales causas en la base de los prejuicios antes mencionados y también de otros tantos del mismo género tiene que ver finalmente con la práctica y orientación ideológica del discurso patrimonialista instituido en el Perú desde inicios de la década de 1930. Discurso que ha significado la implantación de un modo particular de hacer y pensar la cuestión del patrimonio histórico basado en prejuicios decimonónicos, una valoración selectiva de la noción de patrimonio y afanes de mistificación social de los bienes culturales. Aquí, esa especie de aversión a los testimonios nada prosaicos de una cultura productiva industrial o la indiferencia valorativa de los testimonios de un presente no tan "histórico" son, antes que causas, efectos de esta visión reductiva de las relaciones entre sociedad y patrimonio histórico dominante en el Perú.
Los fundamentos ideológico-prácticos en el origen de esta orientación restrictiva se encuentran sin duda en el dominio casi absoluto de aquella tradición ítalo-ibérica del discurso patrimonial en la que se formaron los primeros expertos peruanos en el campo de la restauración y conservación monumental. Ello explica no sólo la preeminencia extendida de nociones mistificadas de lo "artístico" y lo "histórico" al momento de calificar el valor de los bienes culturales, sino también la vigencia de un sistema de valoración social y culturalmente excluyente de la producción cultural de los distintos estratos que componen nuestra sociedad. Tradición y visión ciertamente distinta a aquella correspondiente a la protestante e industriosa Europa del norte, donde, por ejemplo, el domino del patrimonio industrial resulta como los casos de Inglaterra o Alemania, un modo generalizado de vivir la historia y la vida cotidiana. 
 
La consecuencia directa de la visión discriminatoria y restrictiva con que se gestionan los asuntos de patrimonio en el Perú es que nuestros expertos y las entidades publicas abocadas a la defensa y preservación monumental han terminado por identificar su trabajo sólo con el estudio y gestión de aquella serie de monumentos pertenecientes casi siempre al poder político, religioso y social (iglesias, palacios, casonas y conventos). Ello a costa de la casi total exclusión de aquel patrimonio gestado por la sociedad civil y productiva, como podría ser el caso de los barrios obreros, la arquitectura industrial o el urbanismo de los campamentos mineros o complejos agroindustriales, por mencionar algunos casos. Aquí no se trata de la falta de expertos o disponibilidad de recursos para incorporar dominios excluidos: se trata de enfoques ideológico-programáticos que avalan la idea de que sólo ciertos sectores de la sociedad producen cultura u objetos de valor histórico, y otros no.
 
Con excepción de la declaración del barrio obrero de Vitarte como monumento histórico, casi no existe en el Perú otro testimonio de este género sujeto de tal designación. No existe ningún caso entre las tipológicamente significativas casas colectivas de alquiler construidas en Lima a inicios del siglo XX (casas de vecindad, quintas o callejones) que hayan merecido la calificación de monumento histórico o alguna forma de valoración. Sucede lo mismo con la importante serie de los barrios obreros y barrios fiscales de las décadas del veinte y treinta del siglo pasado. Tampoco gozan de este reconocimiento gran parte de las quintas obreras construidas por las sociedades de beneficencia en Lima y otras ciudades durante este mismo período. 
La situación del patrimonio industrial republicano encarnado por las antiguas instalaciones fabriles, la maquinaria de la época y los servicios complementarios a la producción industrial de entonces, lógicamente resulta aun más deficitaria. O mejor dicho: ni siquiera ha sido tema de debate y reconocimiento público en el país, no obstante que implica una vasta herencia que urge de convertirse en memoria viva. Ahí se encuentran las decenas de arquitecturas fabriles surgidas desde mediados del siglo XIX en nuestras ciudades y en los complejos agroindustriales o mineros, muchas de las cuales se hallan relativamente bien conservadas. Asimismo, se encuentran miles de piezas y máquinas de la época de indudable valor cultural y tecnológico. Del mismo modo, podría decirse de una serie de testimonios que surgieron como parte de toda la infraestructura de servicios que acompañó a los primeros ciclos de industrialización del país, como el transporte ferroviario, marítimo o automotriz.
 
¿Tiempos de cambio?
Mientras la experiencia peruana parece anclada aún en criterios decimonónicos de valoración de aquellos testimonios que aspiran a ser declarados monumento, la experiencia internacional respecto a la cuestión del patrimonio industrial nos demuestra políticas de declaración monumental más objetivas, democráticas y con límites temporales menos "históricos". 
Los últimos treinta años han significado para Europa un período de reconocimiento creciente de los valores intrínsecos, sociales y culturales del patrimonio industrial. La gran mayoría de las primeras grandes usinas y siderúrgicas ubicadas en Inglaterra, Alemania y Francia han sido declaradas por Unesco como patrimonio cultural de la humanidad. Sucede lo mismo con decenas de factorías y centros mineros. Y no se trata sólo de procesos de revalorización puntual de determinadas instalaciones. El proyecto de renovación integral de la región del Emscherpark en Alemania representa, por ejemplo, una de las experiencias más ambiciosas de regeneración ambiental, social, cultural y artística de una de las primeras y más densas regiones industriales de Europa.
 
La situación en América Latina resulta también alentadora, pese a lo limitado del proceso. México lleva, sin duda, la delantera con un importante nivel de reconocimiento e institucionalización de todo lo relacionado con la herencia industrial mexicana. Lo mismo sucede con Argentina, donde se ha desarrollado un sostenido trabajo de recuperación y reciclaje de viejas instalaciones fabriles y portuarias. Brasil y Chile han dado últimamente pasos importantes al poner en valor algunas viejas fábricas, complejos agroindustriales e instalaciones ferroviarias. En Cuba ya se encuentran bajo designación de monumento histórico algunos de los primeros ingenios azucareros de la isla. 
Es posible que hoy nos encontremos en el Perú al inicio de una nueva etapa respecto a la situación de nuestro patrimonio industrial. Hay nuevas señales. Son pocas, pero revelan que la situación de desconocimiento o tradicional inacción al respecto empieza a cambiar. No sólo se ha vuelto a reactivar el Museo de la Electricidad y el tranvía de Barranco, sino que acaba de crearse la institución base del futuro Museo de los Ferrocarriles del Perú. Asimismo, la conversión de una de las edificaciones del antiguo ferrocarril del sur en el Museo de Arte Moderno de Arequipa o la puesta en valor de la antigua fabrica de tejidos Lucre, como un complejo hotelero proyectado para la zona, son esfuerzos a reconocer como importantes. Otra iniciativa destacable: la catalogación progresiva de los primeros barrios obreros y los complejos mineros o agroindustriales históricos. Finalmente, acaba de constituirse el flamante Comité Peruano de Conservación del Patrimonio Industrial, organismo vinculado al Comité Internacional de Conservación del Patrimonio Industrial (Ticcih).
 
 
Otros enlaces de interés del autor:

Ciudad y patrones de asentamiento. Estructura urbana y tipologización para el caso de Lima.
http://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0250-71612006000100003&lng=es&nrm=iso&tlng=es

Barrio y ciudad Historiografía urbanística y la cuestión del dominio de referencia. El caso de Lima
http://redalyc.uaemex.mx/redalyc/src/inicio/ArtPdfRed.jsp?iCve=74801008&iCveNum=6398
 
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